Entre la espada y la pared

Estados Unidos versus Honduras

11/07/2009
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A

No es al reciente partido de fútbol al que nos referimos, en el cual Honduras perdió dos goles contra cero, precisamente en Washington, si no todos los otros partidos políticos en la historia del destino de esta nación que ha perdido desde que nace como república en 1821 y que como producto de la alianza entre la burguesía criolla dependiente y las compañías transnacionales, en el decurso de la historia, se convirtió en el traspatio de la gran nación norteamericana y su política exterior.

Nuestra historia moderna ha sido demarcada por esta relación inequitativa, completamente desigual y vergonzosamente instrumental. De manera tal que nuestra oligarquía permanece supeditada a la jerarquía política del pentágono, desde la época en que el enclave minero y bananero se asentó en Centroamérica, por cuyo motivo fuimos calificados como repúblicas bananeras.

De modo, que desde el inicio del siglo nuestra economía y política siguió los parámetros del gobierno norteamericano que se ha caracterizado por quitar, poner, sugerir, influir, desestimar, y estimular aquél o éste gobierno, líder político, militar o empresario que responda a los intereses de la Casa Blanca.

Los golpes de Estado meramente anticomunistas se fundan en el país con el derrocamiento del Presidente liberal Ramón Villeda Morales, en la segunda mitad del siglo XX.

Después de ese acontecimiento, se puede decir que hasta 1982, en plena época de la política exterior de la seguridad nacional norteamericana, se inicia en Honduras la época de una democracia representativa estable, bajo la tutela de la embajada norteamericana. De modo que, los constituyentes, ahora golpistas del siglo XXI, representantes de la oligarquía, las fuerzas armadas y los empresarios recalcitrantemente anticomunistas, redactaron una Constitución blindada contra todo tipo de reforma que tuviese la osadía de tras-tocar el sistema económico, político y electoral; manejándola simplemente como un instrumento de sucesiones presidenciales, tal como le denominan ahora a la dictadura micheletista, en donde lo único que se puede cambiar es el rostro, pero no el pensamiento ni la acción del presidente, pues su mandato debe estar supeditado a la protección de la corrupción, encaminada a fortalecer los viejos ricos y formar nuevos capitales, todos al servicio de los intereses que dictamina la élite que configura el poder fáctico, mediático y militar.

Manuel Zelaya Rosales cambió el decurso y discurso de su mandato, se acercó a la clase desposeída, marginada, se relacionó multilateralmente con otros países no alineados y fundamentalmente nacionalistas y de izquierda, tanto de América Latina como de Europa, sin descuidar sus relaciones con los países tradicionalmente amigos como Taiwán, Japón, España, Estados Unidos, y demás bloques capitalistas.

Con estas líneas políticas logró que médicos y maestros cubanos llegaran al país para combatir las enfermedades endémicas, el analfabetismo, y al mismo tiempo impuso una política de matricula gratis para los estudiantes, bonos tecnológicos para la agricultura, la educación y otros sectores sensibles de la realidad social hondureña.

Obtuvo con el gobierno de Hugo Chávez un convenio llamado Petrocaribe con el cual se fortalecía la economía nacional y gubernamental, al obtener dividendos que las empresas multinacionales no le ofrecían. De este modo, se enfrentó a las transnacionales del petróleo. Su lenguaje político, entonces, se volvió más directo a favor de las clases sociales históricamente marginadas de la calidad de vida digna y honesta.

Percibió que la democracia nacional debería ser transformada en una democracia participativa, donde el poder del voto directo del pueblo fuese la medida del sistema político nacional. Así que propuso la instalación de una urna agregada a las tres que son tradicionales en las cuales se vota para presidente, diputados y alcaldes.

El pentágono comenzó a vigilar todas las acciones del presidente Zelaya que en materia de política exterior, fue planteando cada día más la autodeterminación del pueblo hondureño, el resguardo de la soberanía popular, y la equidad de la distribución de la riqueza.

Su popularidad llegó hasta el 73% en la población hondureña, casi 20 puntos más arriba de los candidatos conservadores tanto de su partido liberal, como del partido nacionalista, ultraderechista por antonomasia, todo ello, antes de que las elecciones generales fueran a realizarse, en el mes de noviembre del año en curso.

Las ultraderecha republicana y demócrata norteamericana, puso el grito en el cielo, y movió hilos y dólares para montar una campaña mediática contraria a los fines y objetivos del presidente Zelaya, y desde ese momento comenzó a urdir un muy bien planificado golpe de Estado en el momento propicio, con el propósito de impedir que ganara su consulta popular el día 28 de junio retropróximo.

Así que congresistas, fuerzas armadas, empresarios y organizaciones civiles, se aprestaron junto con la embajada norteamericana, a cortar por lo sano, aquel despropósito y utopía proclamada por Manuel Zelaya Rosales. Y entonces la espada de Damocles en que se ha convertido el ejército de Honduras, cayó sobre el cuello del presidente, defenestrándolo violentamente, a costa de represión, asesinatos, persecución y suspensión de todas las garantías constitucionales contra el pueblo hondureño.

Dos factores pudieron fallarle al plan ejecutado: que la diplomacia mundial rechazara con inusitada energía el golpe, y que el pueblo hondureño, valientemente, saliera a las calles ininterrumpidamente a defender su gobierno, tal como había sucedido ya un 12 de julio de 1958, cuando los civiles salieron armas en mano a defender el cuartelazo que quería imponer el tristemente célebre militar Armando Velásquez Cerrato, a otro gobierno democrático como el de Villena Morales, que finalmente sucumbió tal como estaba previsto en la maquinaria enfermiza del anticomunismo.

Vistas así las cosas, Barak Obama declaró que debería restituirse al Presidente Zelaya, en el momento en que servía una conferencia política, en la nueva escuela de economía de Moscú. Hilary Clinton, Secretaria de Estado, recibió al Presidente Hondureño y pasó la pelota a un mediador escogido previamente, y que recayó en el Dr. Oscar Arias, a la sazón Presidente de la democracia más estable de América Latina y premio Nóbel de la Paz en 1987, con una larga experiencia en esta materia en la época confrontativa de la opción armada para la liberación política centroamericana.

Y he aquí que toda la fuerza de la ONU, de la OEA, ha sido sustituida por un mediador regional, ya que los presidentes que acompañaron al Presidente del Poder Ciudadano, Manuel Zelaya Rosales, no pudieron realizar su cometido.

La moneda sigue en el aire, y Estados Unidos serán en definitiva, quien dirá la última palabra, a través del reconocido hombre de honor a nivel mundial, Don Oscar Arias.

Si los propósitos se desvanecieran, inmediatamente surgirá en el escenario internacional, una etapa completamente diferente, impensable, y a lo mejor violenta, que puede conducir a una guerra civil en Honduras.

- Galel Cárdenas, Unión de Escritores y Artistas de Honduras

https://www.alainet.org/pt/node/134958
Subscrever America Latina en Movimiento - RSS