Vientos de cambio
06/05/2008
- Opinión
Los grupos políticos tradicionales que han gobernado a Honduras están siendo cada vez más cínicos, sin renunciar tampoco a la demagogia barata. Pero ni su control mediático ni sus extensas redes clientelares son suficientes para taponar la grieta que comienza a ensancharse en el dique de la fachada democrática-electoral.
La exclusión social, el doble rasero de la justicia y el autismo partidario vernáculo son algunos de los ingredientes que están acelerando la indignación de miles y miles de compatriotas. La huelga de los fiscales se transforma ya –suceda lo que suceda- en una columna más hacia la construcción de una memoria histórica de resistencia social, espontánea y heterogénea. La lucha de los fiscales debería desembocar en un proceso, con el debido acompañamiento social, que siente precedentes en la orientación del sistema de justicia.
Pero la inquietud ciudadana de cambio va más allá del mejor accionar de la justicia. La indignación, vista desde un prisma, permite apreciar múltiples matices de inconformidad y frustración. Reduciendo los riesgos de un oportunismo coyuntural egoísta y seudo popular, hoy, más que nunca, este clamor cívico precisa ser articulado por un liderazgo amplio, transparente, con objetivos bien delimitados hacia un profundo cambio social.
Pese a las descalificaciones y manipulaciones perversas de varios medios masivos, en Honduras se respiran hoy vientos de cambio que desafían la cortina de humo que espesa la enajenación, la indiferencia y la ignorancia. El viejo orden político, aferrado a sus privilegios, “renovado” por las actuales estrategias de concentración de capital y de alienación de masas, no duda en disponer de sus mejores francotiradores para intentar liquidar la legitimidad de la sed de cambio. Protege a como de lugar a los (aproximadamente) dos millones de electores que irán, programados por la propaganda superflua, el apego a la tradición y las canonjías políticas, a votar por banderas y sonrisas maquilladas que aseguran la permanencia del statu quo.
Si vamos a usar el voto tenemos que construir alternativas plurales que aglutinen a una mayoría descontenta pero fragmentada, y para eso es menester una propuesta factible, tamizada por las amplias consultas a los colectivos ciudadanos pauperizados y excluidos, con liderazgos y formas de hacer política que se desmarquen del oportunismo cómodo, la propaganda onerosa, el vacío programático y la mera diatriba.
Le hemos dado suficiente oportunidad a los partidos mayoritarios para hacer la vida en Honduras algo más o menos digno. No lo han logrado. Al contrario siempre se han dejado controlar por funestos liderazgos, a su vez muy vinculados a sectores económicos que a toda costa persiguen lucrarse, después, que el resto se lance a la garduña por las migajas.
Hoy, los diputados deberían estar celebrando y acompañando la organización pacífica de varios sectores sociales que reclaman una mejor justicia. Con los dedos de la mano se cuentan los que han mostrado empatía y solidaridad. Pero en lugar de ello defienden con sofismas jurídicos una fachada institucional que, por ser fachada, no ha podido hacer nada para que los saqueadores a manos llenas de las arcas públicas no sigan desfilando impunes por las páginas “sociales” de los principales medios de comunicación y las revistas rosa. Critican la radicalidad de las exigencias, como si en Honduras no se ocuparan ahora cambios radicales para adecentar el sistema de justicia. Pero no se autocritican ni un ápice ante la evidencia de que ni en tiempos normales (ni siquiera ahora) mueven un dedo para atacar el núcleo de impunidad que nos carcome.
Es un momento histórico para ejercer la resistencia y aglutinar fuerzas para un verdadero cambio social. Se requiere el concurso de mentalidades y brazos que aporten su granito de arena para hacer de esta espontánea expresión de indignación una plataforma de lucha democrática.
A su vez, es preciso que decenas de hombres y mujeres que comparten el deseo de una Honduras más justa y ambientalmente sostenible, repiensen su papel y den un paso adelante, renunciando a servir de antisépticos para limpiar la sangre de las garras y colmillos de la fiera que hoy se empecina en devorar la iniciativa cívica –gesta patriótica- iniciada por los fiscales de la Merced. Si no están dispuestos, convendría mejor que se hiciesen a un lado, porque lo peor que podría pasar es que sirvan de “tontos útiles” para adobar las argucias del establishment. Pero el silencio también es cómplice, aunque sea por la duda escéptica. Basta que se asomen a los bajos del congreso nacional, no con una mirada de micra de segundo, sino que con una aproximación humanista, y pronto descubrirán, al calor del acompañamiento popular, que el sacrificio de los huelguistas merece otros epítetos.
La dialéctica de la vida plantea que Honduras hoy demanda cambios urgentes. Como hay constancia de que las elites políticas tradicionales no están interesadas en facilitar la renovación, tenemos que promover desde otra dirección las fuerzas de cambio. Es un desafío insoslayable para los que hoy respiramos el aire de esta patria. Las nuevas generaciones podrán entonces disfrutar de un salto cualitativo y, a su vez, ser ellas, en su momento, las nuevas fuerzas de cambio, cuando –si se diere el caso- la generación que hubiese gestado la transformación de hoy, tendiera a anquilosarse y a convertirse en defensora de privilegios (y no de derechos).
No se trata de politizar la lucha de los fiscales, ya es una lucha política (no partidaria) por recuperar la dignidad. Se trata de recoger las lecciones aprendidas y los desafíos que plantea la lucha social en el país, en éste y otros temas.
La exclusión social, el doble rasero de la justicia y el autismo partidario vernáculo son algunos de los ingredientes que están acelerando la indignación de miles y miles de compatriotas. La huelga de los fiscales se transforma ya –suceda lo que suceda- en una columna más hacia la construcción de una memoria histórica de resistencia social, espontánea y heterogénea. La lucha de los fiscales debería desembocar en un proceso, con el debido acompañamiento social, que siente precedentes en la orientación del sistema de justicia.
Pero la inquietud ciudadana de cambio va más allá del mejor accionar de la justicia. La indignación, vista desde un prisma, permite apreciar múltiples matices de inconformidad y frustración. Reduciendo los riesgos de un oportunismo coyuntural egoísta y seudo popular, hoy, más que nunca, este clamor cívico precisa ser articulado por un liderazgo amplio, transparente, con objetivos bien delimitados hacia un profundo cambio social.
Pese a las descalificaciones y manipulaciones perversas de varios medios masivos, en Honduras se respiran hoy vientos de cambio que desafían la cortina de humo que espesa la enajenación, la indiferencia y la ignorancia. El viejo orden político, aferrado a sus privilegios, “renovado” por las actuales estrategias de concentración de capital y de alienación de masas, no duda en disponer de sus mejores francotiradores para intentar liquidar la legitimidad de la sed de cambio. Protege a como de lugar a los (aproximadamente) dos millones de electores que irán, programados por la propaganda superflua, el apego a la tradición y las canonjías políticas, a votar por banderas y sonrisas maquilladas que aseguran la permanencia del statu quo.
Si vamos a usar el voto tenemos que construir alternativas plurales que aglutinen a una mayoría descontenta pero fragmentada, y para eso es menester una propuesta factible, tamizada por las amplias consultas a los colectivos ciudadanos pauperizados y excluidos, con liderazgos y formas de hacer política que se desmarquen del oportunismo cómodo, la propaganda onerosa, el vacío programático y la mera diatriba.
Le hemos dado suficiente oportunidad a los partidos mayoritarios para hacer la vida en Honduras algo más o menos digno. No lo han logrado. Al contrario siempre se han dejado controlar por funestos liderazgos, a su vez muy vinculados a sectores económicos que a toda costa persiguen lucrarse, después, que el resto se lance a la garduña por las migajas.
Hoy, los diputados deberían estar celebrando y acompañando la organización pacífica de varios sectores sociales que reclaman una mejor justicia. Con los dedos de la mano se cuentan los que han mostrado empatía y solidaridad. Pero en lugar de ello defienden con sofismas jurídicos una fachada institucional que, por ser fachada, no ha podido hacer nada para que los saqueadores a manos llenas de las arcas públicas no sigan desfilando impunes por las páginas “sociales” de los principales medios de comunicación y las revistas rosa. Critican la radicalidad de las exigencias, como si en Honduras no se ocuparan ahora cambios radicales para adecentar el sistema de justicia. Pero no se autocritican ni un ápice ante la evidencia de que ni en tiempos normales (ni siquiera ahora) mueven un dedo para atacar el núcleo de impunidad que nos carcome.
Es un momento histórico para ejercer la resistencia y aglutinar fuerzas para un verdadero cambio social. Se requiere el concurso de mentalidades y brazos que aporten su granito de arena para hacer de esta espontánea expresión de indignación una plataforma de lucha democrática.
A su vez, es preciso que decenas de hombres y mujeres que comparten el deseo de una Honduras más justa y ambientalmente sostenible, repiensen su papel y den un paso adelante, renunciando a servir de antisépticos para limpiar la sangre de las garras y colmillos de la fiera que hoy se empecina en devorar la iniciativa cívica –gesta patriótica- iniciada por los fiscales de la Merced. Si no están dispuestos, convendría mejor que se hiciesen a un lado, porque lo peor que podría pasar es que sirvan de “tontos útiles” para adobar las argucias del establishment. Pero el silencio también es cómplice, aunque sea por la duda escéptica. Basta que se asomen a los bajos del congreso nacional, no con una mirada de micra de segundo, sino que con una aproximación humanista, y pronto descubrirán, al calor del acompañamiento popular, que el sacrificio de los huelguistas merece otros epítetos.
La dialéctica de la vida plantea que Honduras hoy demanda cambios urgentes. Como hay constancia de que las elites políticas tradicionales no están interesadas en facilitar la renovación, tenemos que promover desde otra dirección las fuerzas de cambio. Es un desafío insoslayable para los que hoy respiramos el aire de esta patria. Las nuevas generaciones podrán entonces disfrutar de un salto cualitativo y, a su vez, ser ellas, en su momento, las nuevas fuerzas de cambio, cuando –si se diere el caso- la generación que hubiese gestado la transformación de hoy, tendiera a anquilosarse y a convertirse en defensora de privilegios (y no de derechos).
No se trata de politizar la lucha de los fiscales, ya es una lucha política (no partidaria) por recuperar la dignidad. Se trata de recoger las lecciones aprendidas y los desafíos que plantea la lucha social en el país, en éste y otros temas.
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