Avanza el movimiento por la reforma mediática

14/06/2007
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El movimiento por la reforma de los medios de comunicación ha irrumpido en EE.UU.  en los últimos cinco años, teniendo un estrecho vínculo con los avances en el campo de los estudios de la economía política de los mass media.  El activismo mediático se alimenta del análisis generado por investigadores críticos de la comunicación; y a su vez, la investigación se enriquece del compromiso con la política coyuntural.  La acción política concreta hacia lo mediático da vida a la investigación, quitándole el estigma de ser puramente "académica".  Sin embargo, la aparición de este movimiento llegó de sorpresa para mucha gente, incluyendo a aquellos economistas políticos de los media que trabajaban muy de cerca con esta problemática, y para los propios activistas que se hallan en el corazón del movimiento.

La economía política de los media sirve para entender el papel de los medios de comunicación en las sociedades; por ejemplo, para hacer un balance sobre si el sistema mediático alienta o desalienta la justicia social, la gobernanza abierta y la democracia real y participativa.  Este campo también examina cómo las estructuras del mercado, las políticas y los subsidios, así como las estructuras institucionales dan forma a y determinan el carácter del sistema y del contenido de los medios.  Toda esta área se basa en el entendimiento explícito de que los sistemas mediáticos no son ni naturales ni inevitables, sino que son el resultado de decisiones políticas cruciales.  Estas decisiones no se toman en abstracto ni en condiciones neutras; al contrario, son fuertemente influenciadas por el contexto histórico y político-económico de la sociedad y época correspondiente.  Hacemos nuestra propia historia mediática -parafraseando a Marx- pero no exactamente según nuestro deseo.  No lo hacemos bajo circunstancias libremente elegidas, sino tales como las han creado los acontecimientos y la tradición.  "La tradición de todas las generaciones pasadas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los seres vivos".

La economía política de los mass media

Durante la mayor parte del último siglo, ha existido una clara división en el campo de la economía política de los media, entre los académicos estadounidenses y aquellos radicados en casi todos los otros países del mundo.  En EE.UU.  ha sido generalmente asumido, incluso por analistas comprometidos con el cambio social, que el único sistema mediático posible es el modelo corporativo, motivado por las ganancias y sostenido por las ventas de publicidad.  El sistema mediático reflejaba el carácter de la economía política de EE.UU., y cualquier intento serio para reformarlo tendría que ser parte de un programa revolucionario para derrocar la economía política capitalista.  Como ello fue considerado poco realista y hasta absurdo, la estructura mediática fue vista como inmutable.  Las circunstancias existentes y heredadas del pasado no dejaban alternativa.

En otras partes del mundo, se percibía al capitalismo como que tenía menos asidero en las respectivas sociedades, y se consideraba que la economía política podía ser objeto de una reforma radical.  Asimismo, se argumentaba que si los sistemas mediáticos eran resultado de políticas, podían registrar grandes variantes, aun dentro de una economía política de corte capitalista.  En tales contextos, existía una mayor apertura para entender que la naturaleza del sistema mediático tendría influencia en las decisiones políticas más amplias, sobre la clase de economía que una sociedad dada podría tener.  En otras palabras, no solo la economía política determina el carácter del sistema mediático, sino que éste a su vez configura la economía política.  En tales circunstancias, los analistas y activistas estaban más abiertos a entender la importancia de ganar batallas para reconstruir el sistema mediático, como parte necesaria del proceso de creación de una sociedad más justa, aun cuando las reformas específicas reclamadas no eran en sí particularmente revolucionarias.

El énfasis "académico" de la economía política de los medios en los EE.UU.  nos resultaba frustrante, especialmente viendo la incidencia directa de los investigadores en las políticas y el activismo mediáticos en otros países.  Para muchos de nosotros, llegó a ser incluso exasperante, cuando emprendíamos investigaciones históricas sobre el diseño de las políticas mediáticas en EE.UU.  Quedaba cada vez más claro lo erróneo de la idea establecida de que el sistema comercial corporativo era algo "natural" y benevolente.  En momentos clave de la historia de los EE.UU., cuando la estructura del sistema mediático entraba en un debate en profundidad, en ningún momento se consideraba inevitable la entrega del sistema a poderosos intereses comerciales, para que ellos hagan lo suyo.  De hecho, mis investigaciones descubrieron una oposición enérgica al statu quo de los medios comerciales, especialmente durante la Época Progresista (1900-1915) y en los años 30.

Una forma más exacta de interpretar la relación entre la economía política y los medios en EE.UU., a partir de los años 1930, es entender que si se daba por descontado que seguiría inmutable, era simplemente porque parecía tan atrincherada y sin ninguna oposición evidente.  Nuestra investigación sobre EE.UU.  se empeñaba en demostrar los estrechos vínculos del sistema mediático con las necesidades de quienes dominaban el statu quo.  La finalidad de la investigación era nuestra propia autodefensa intelectual, sin plantearnos tomar la ofensiva.  En cuanto a las luchas políticas en torno a los medios, quienes estudiábamos la economía política de los media nos concentrábamos en las luchas por un sistema mediático más equitativo, libradas en otros países, porque era allí donde el tema estaba en juego.  A menudo examinamos el rol que cumplía el gobierno de EE.UU.  en el sentido de socavar las aspiraciones legítimas y democráticas en relación a los medios (y muchas cosas más) en otros lugares.

Esto no quiere decir que no existía ningún grado de activismo en torno a las políticas mediáticas en las generaciones entre la Segunda Guerra Mundial y el nuevo siglo.  Pero el proceso de diseño de las políticas era corrupto y dominado por intereses comerciales.  La industria tenía metido en el bolsillo a los políticos, y la prensa no cubría el tema, de modo que el 99,99 por ciento del público ignoraba lo que sucedía.  Los medios de difusión no estaban en discusión.  Fue así como se regaló en paquete el sistema de la televisión a Wall Street y Madison Avenue, sin un mínimo de conocimiento ni participación pública.  Lo mismo sucedió con la radio FM, el cable y la televisión vía satélite.  Durante esos años, hubo muy poca participación pública, a excepción de unos pocos momentos, durante los años 70, cuando el proceso de organización popular promovido por el poder negro y los derechos de las mujeres abarcó parcialmente el campo de los medios de comunicación.  Pero en ese entonces, hasta las propuestas de reformas más radicales apenas cuestionaban el dominio corporativo del sistema mediático.

El punto más bajo llegó en la época de Reagan, con el advenimiento del neoliberalismo agresivo en los años 80.  Wall Street y la derecha política concentraron la atención en la comunicación, en tanto puntal de su campaña para hacer florecer los intereses corporativos y vaciar de sentido el concepto del interés público.  En poco tiempo, todo lo que permanecía como motor de la organización a favor del interés público en temas mediáticos, era un puñado de grupos muy pequeños en Washington DC, casi sin personal, sin presupuesto, carentes de conocimiento o respaldo popular.  Ellos luchaban lo mejor que podían, pero el alcance de los resultados era limitado.  La culminación lógica de este proceso fue el respaldo abrumador bipartidista a favor de la aprobación de la Ley de Telecomunicaciones, en 1996, considerada la Magna Carta para las corporaciones de la comunicación de esa época.

Nada sorprendente que en un clima político tan hostil, los economistas políticos de los media en EE.UU.  comenzaran a perder fuerza hacia los años 90.  Si el sistema era inmutable, entonces para qué estudiarlo, sino para autoflagelarse.  Este campo de estudio comenzó a declinar.  De haber sido posiblemente el área más dinámica de la investigación mediática en los años 70 e inicios en los 80, gravitó hacia la oscuridad.

Cambiar el sistema mediático

Al mismo tiempo, fuera de la mirada de la academia, de los medios del sistema y de la cultura política dominante, algo estaba sucediendo.  Impulsado por investigaciones de figuras como Ben Bagdikian, Noam Chomsky y Edward Herman, o por el periodismo de Alexander Cockburn, Jeff Cohen y Norman Solomon, una crítica popular perspicaz sobre las limitaciones del sistema mediático para el autogobierno empezaba a florecer y desbordarse de las salas de clase académicas hacia la comunidad más amplia.  Se hicieron más evidentes las conexiones entre las necesidades de los pudientes y poderosos y el carácter de lo que informaban y de qué manera lo cubrían en los medios del sistema, delimitando de esa manera el debate legítimo.  Entre la ciudadanía y los activistas, esta crítica tuvo un efecto explosivo: si el sistema mediático era inhóspito para la democracia y la justicia social, y si nosotros estábamos comprometidos con éstas últimas, teníamos que cambiar el sistema mediático.


Así fue que a finales de los años 80 y especialmente en los 90, surgió un movimiento social por la reforma de los medios.  Grupos como Fairness & Accuracy in Reporting -FAIR- (la Imparcialidad y la Exactitud en los Reportajes) y las dos conferencias llamadas “Los Medios y la Democracia” organizadas por Don Hazen en 1996 y 1997, formaban parte de su imaginario.  Una de las evidencias fue el creciente interés en la crítica y la problemática de los medios en la prensa progresista como The Nation, In These Times, Monthly Review y The Progressive.  Pero en el sombrío ambiente político reinante, permanecía débil la sensación de que podíamos hacer algo para cambiar la situación.  En aquel momento, sin embargo, para muchos fue motivador entender que no estaban ni solos ni locos, al preocuparse por la situación de los medios de comunicación.

Cabe anotar que quienes se apersonaban del tema no solamente eran gente de la izquierda.  Si en la época de apogeo, los críticos radicales habían dirigido la atención hacia las debilidades y sesgos del periodismo dominante, ya para los años 90 fue obvio que íbamos en camino hacia algo peor.  Con la concentración de la propiedad y el debilitamiento del sindicalismo, el compromiso informal de los medios comerciales con los estándares del periodismo profesional -por imperfectos que fueran en ciertos aspectos- comenzó a desmoronarse.  Se hicieron recortes en el personal de la redacción, se cerraron oficinas, y se dio un ablandamiento de los estándares noticieros para poder incluir material más escabroso y trivial.  Los propios periodistas se transformaron rápidamente: de defensores fieles del statu quo, se convirtieron en sus principales críticos.  Aún más, la propagación de la comercialización (y, con ella, de la vulgaridad) en toda la cultura mediática molestó a muchos, no solo en la izquierda.  En pocas palabras, la aceptación popular del sistema mediático se debilitaba.


Al rememorar la historia de esa época desde la perspectiva actual, podemos reconocer que el movimiento de entonces por la reforma de los medios experimentaba una "prehistoria” necesaria, muy parecida a la del movimiento de los derechos civiles en los años 40 e inicios de los 50, o del movimiento ambientalista en los años 60.  El giro llegó a principios de la nueva década, cuando se demostró la conexión entre la naturaleza del sistema mediático y la gama de las políticas y los subsidios que lo crearon.  Las Grandes Mentiras que protegen el sistema de los medios corporativos –que pretenden que EE.UU.  tiene un sistema de medios regido por el mercado libre, y que este sistema fue concebido como el único democrático posible por los Fundadores en la Constitución– comenzaron a desmoronarse.  Ciertamente, EE.UU.  tenía un sistema de medios orientado a las ganancias, pero eso no era el resultado del libre mercado, sino de las políticas corruptas elaboradas entre bambalinas para beneficio de los intereses corporativos.  Y los propios Fundadores habían introducido enormes subsidios a la impresión y a los correos para fomentar una prensa dinámica.  Ellos no abrigaban ninguna ilusión de poder generar una prensa libre permitiendo a los pudientes enriquecerse a su gusto con la edición, confiando en la suerte.

Nace un movimiento

La reforma mediática se catapultó al estatus de movimiento con la lucha del 2003 contra la concentración de la propiedad de los medios.  La Ley de Telecomunicaciones de 1996 requería que la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC, por sus siglas en inglés) evalúe cada dos años las normas vigentes sobre la propiedad de los medios, pero ésta se había retrasado.  Estas normas limitaban el número de concesiones monopólicas de frecuencias, otorgadas por el gobierno, que una sola empresa podía poseer, a nivel local y nacional.  También fijaban límites a la cantidad de otros medios de comunicación -específicamente periódicos- que una misma empresa podía poseer, cuando era beneficiaria de una concesión de monopolio para manejar una parte del espacio radioeléctrico público.  La intención detrás de estas reglas fue la de asegurar la mayor diversidad posible en la propiedad de los medios de comunicación.  Estas normas, de larga vigencia, tenían un amplio apoyo entre la ciudadanía; no así entre las grandes corporaciones de comunicación, ansiosas por tener más oportunidades para expandirse y disminuir las presiones competitivas.

Tan populares eran las normas sobre la propiedad de los medios, que inclusive en la época de Reagan, solamente la FCC podía modificarlas.  Pero con la presidencia de George W.  Bush, las grandes corporaciones mediáticas se alistaron para el remate.  Muchas de ellas, por ejemplo la News Corporation de Rupert Murdoch, Clear Channel y Belo, que habían sido entusiastas partidarios en la campaña de Bush para la presidencia en el año 2000, lideraron la lucha para eliminar las reglas sobre la propiedad.  Los tres miembros de la FCC nombrados por Bush (de un total de cinco), antes de que se hubiese realizado ninguna investigación, manifestaban su simpatía por flexibilizar las reglas sobre la propiedad de los medios, conociendo que tenían la mayoría de votos necesaria para aprobar las reformas que deseaban.  Con el Congreso controlado por la banca republicana en la primavera del año 2003, la cuestión parecía perdida.


Fue en ese momento que surgió la oposición, en forma aparentemente espontánea, para impedir el debilitamiento de las normas sobre la propiedad de los medios.  En el plazo de un año, por lo menos dos millones de personas, y quizás más, habían contactado a la FCC o al Congreso para manifestarse en contra de los cambios de las normas.  Las protestas provinieron de distintos puntos del espectro político y con diversas motivaciones; seguramente un factor importante fue la ira que suscitó la cobertura mediática sobre el proceso que culminó en la invasión de Irak en marzo del 2003.  La frustración reprimida durante muchos años en contra de los medios se destapó cuando la gente empezó a reconocer que nuestro sistema mediático era resultado de políticas y subsidios que habían sido diseñados en su nombre pero sin su consentimiento.  Así nació el movimiento contemporáneo por la reforma de los medios en EE.UU.

En los últimos cuatro años, el movimiento ha crecido dramáticamente.  Ya no está más restringido a un puñado de activistas trabajando en Washington, sin visibilidad, y carentes de conocimiento y apoyo público.  Está logrando vincular las bases con los procesos de diseño de políticas.  Junto con John Nichols y Josh Silver, en diciembre del 2002 fundé el grupo que se llama Free Press (Prensa Libre).  En el 2003 el grupo tenía unos pocos empleados.  Pero ya para el verano de 2007, tenía un equipo de 30 personas y aproximadamente 400,000 miembros.  Si bien Free Press es el grupo más grande en EE.UU.  que trabaja en el tema de la reforma de los medios, hay muchos más, y varios de ellos comenzaron después de 2003.  Hay un lista completa con descripciones de las 165 organizaciones en EE.UU.  que están trabajando para las reformas mediáticas, que se puede encontrar en: http://www.freepress.net/content/orgs.  En el 2005, unas dos docenas de estos grupos se reunieron para fundar la Media & Democracy Coalition (Coalición sobre los Medios y la Democracia).  Una parte significativa del movimiento por la reforma de los medios se identifica como el movimiento por la justicia en los medios, porque vinculan los asuntos mediáticos específicamente con temas de justicia social, y más precisamente, cómo se aplican estas problemáticas a las mujeres y a las llamadas comunidades de color.  A nivel local, a cada rato emergen nuevos grupos por la reforma mediática.

Nuevos retos

Algunas características diferencian al actual movimiento emergente por la reforma de los medios en EE.UU del activismo mediático anterior a 2003.  Primero, si bien la propiedad de los medios y la lucha en contra de la concentración de los mismos es el asunto que dio impulso al movimiento, varios otros aspectos han entrado en juego posteriormente.  Free Press ha liderado una coalición que lucha por la Neutralidad de la Red en Internet, enarbolando la bandera de "Save the Internet" (Salvar Internet).  Se trata de impedir que las empresas de cable y de teléfono puedan privatizar Internet, con el poder de decisión sobre cuáles sitios Web se transmiten a velocidades más altas.  Asimismo, otras coaliciones similares han luchado en contra de los intentos de la administración Bush de generar noticias falsas o de subvertir de otras maneras la libertad de prensa.  En el mismo sentido, otras agrupaciones lucharon para proteger a los medios de comunicación públicos y comunitarios de las reducciones presupuestarias en el 2005.  Hacia adelante, numerosos retos en materia de políticas están en juego o se vislumbran en el horizonte.  Cada una de estas problemáticas convoca a diferentes grupos a unirse al movimiento; nuestro reto es asegurar que ellos perciban que también les concierne los otros aspectos de las reformas mediáticas.  No estamos exagerando al decir que el destino del propio sistema de comunicación digital será determinado en gran parte por los resultados de estas luchas.

En segundo lugar, la meta del movimiento por la reforma de los medios es simplemente convertir el tema de las políticas mediáticas en un asunto político.  Una vez que se debata abiertamente el asunto, habrá resultados progresistas.  El statu quo corporativo no era ni popular ni democrático, su fuerza residía en sostener la idea de que no había alternativa, que era un mandato de los Padres Fundadores, de Adam Smith o de Dios, o alguna combinación de ellos.  Una vez que salió a la luz pública que se trataba de simple propaganda, y se sometió al sistema mediático a un análisis lúcido, el debate se transformó radicalmente.  En el momento actual, millones de estadounidenses entienden que nuestro sistema mediático no tiene nada de "natural" y que ellos tienen el derecho y la responsabilidad de participar en la definición de las políticas.

Tercero, si bien el movimiento por la reforma de los medios de comunicación se concentra en el activismo en torno a políticas, tiene estrechos vínculos con grupos que producen medios independientes -que han irrumpido con fuerza en Internet- y con aquellos que observan críticamente los medios masivos.  Quienes manejan medios independientes requieren de reformas exitosas en el campo de las políticas, para asegurar que tengan la posibilidad de ser efectivos, mientras que quienes se empeñan en la crítica y la educación comparten la meta central de cambiar el sistema.  Estas tres ramas del activismo mediático avanzan o retroceden juntas.  Y todas dependen de tener relaciones estrechas con los trabajadores de los medios de difusión en el sector corporativo quienes, cada vez más, se disocian de las necesidades y valores de sus jefes.  Por lo tanto, la lucha para crear sindicatos libres que representen a los trabajadores mediáticos es un eje fundamental del movimiento por la reforma de los medios.  Estamos descubriendo ahora en EE.UU., en el marco de la lucha por mantener vigente el periodismo de la prensa escrita, que dentro del sistema, únicamente los sindicatos de la prensa escrita tienen un claro interés en sostener el periodismo viable.  A los dueños de las corporaciones, les importa un bledo.

Cuarto, EE.UU., que durante décadas quedó rezagado en el activismo mediático global, ha pasado a tener liderazgo.  A las conferencias periódicas sobre las reformas mediáticas, convocadas por Free Press, ahora llegan activistas de otros países, que asisten para aprender de los procesos en EE.UU.  Desde 2007, los canadienses comenzaron a desarrollar una organización similar en alcance a Free Press.  Hacia el futuro, los activistas no solamente tendrán que desarrollar sus movimientos en sus propios países, sino que tendrán que seguir articulando sus esfuerzos internacionalmente, ya que muchos de los asuntos son globales y tienen que ver con las políticas y las normas comerciales y económicas.

Es incierto qué tan lejos el movimiento de la reforma mediática en los EE.UU.  pueda avanzar como líder global.  Si bien el movimiento es políticamente independiente y atrae el respaldo de elementos de la derecha política, en última instancia su éxito dependerá del crecimiento y el fortalecimiento de las fuerzas políticas populares; es decir, de la izquierda.  En EE.UU., estas corrientes son débiles y en gran parte incipientes.  Al fin y al cabo, la pugna en torno a los medios se dirige a la cuestión de quienes van a manejar el ámbito de la comunicación: el pueblo o las corporaciones, el interés público o el beneficio privado.  Y dada la importancia de la comunicación para la economía política, cada vez más nos acercamos a la cuestión de quién debe dirigir toda la sociedad.  Esto significa que llegará el momento en el que habrá que enfrentar al capital.  Es más fácil visualizar una izquierda emergente que apoye las reformas progresistas de los medios, en lugares como América Latina o África -o incluso en Europa-, en donde el capitalismo está menos estable y donde tradicionalmente ha existido una izquierda más robusta.  En EE.UU., un punto atractivo del movimiento por la reforma de los medios es que, al forzar una apertura del espacio mediático, los medios progresistas tendrán mayor posibilidad de éxito, contribuyendo a generar una izquierda más fuerte y dinámica.  Nadie piensa que se puede dejar la solución de la reforma de los medios para "después de la revolución".  Todos entienden que sin la reforma de los medios, no habrá revolución.  En ese sentido, es parecido al movimiento sindical, en donde el reclamo de los sindicatos libres, en sí nada muy revolucionario, es un requisito trascendental para construir una izquierda bien organizada y viable que pueda disputar el poder.  Aun si no logramos la revolución en EE.UU., la reforma de los medios, al igual que el trabajo organizado, puede convertir al país en un lugar más justo y más humano, para sus propios habitantes y para los pueblos del mundo.

Para concluir, la emergencia del movimiento por la reforma de los medios en EE.UU.  ha sido trascendental para los economistas políticos de los medios.  Esta sub-rama de investigación estaba casi muerta en los años 90, cuando el pensamiento neoliberal dictaminaba que el mercado domine todo lo que existe e hizo que la investigación crítica apareciera docta y desconectada de la realidad.  En el plazo de solo una década, este supuesto se ha revertido.  Ahora entendemos que los sistemas mediáticos surgen de factores político-económicos complejos y de decisiones clave sobre políticas.  La necesidad del análisis académico comprometido nunca ha sido más evidente, en EE.UU.  y en el mundo.  Este es nuestro momento de visibilidad y de gran oportunidad, y debemos aprovecharla.

- Robert McChesney, autor y profesor universitario estadounidense, es presidente fundador de Free Press.

https://www.alainet.org/pt/node/126446

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