¿Quién es el enfermo?
08/11/2003
- Opinión
El concepto de pecado ligado a una visión individualista, aliado a
un moralismo desencarnado, fue objeto de la más severa repulsa por
parte de Jesús. Los escribas y fariseos pagaban religiosamente los
impuestos, no tocaban los objetos considerados impuros, prescribían
la pena de muerte para la mujer adúltera. Y mientras tanto
transgredían los puntos más importantes de la ley: la justicia, la
misericordia y la fidelidad (Mateo 23,23).
Jesús desafiaba todos los falsos moralismos. Para los judíos la
mujer era un ser inferior al hombre, los samaritanos eran tenidos
por herejes y las prostitutas apedreadas en público. Sin embargo, a
la orilla del pozo de Jacob Jesús se entretuvo en larga conversación
con una mujer samaritana que ya había vivido con cinco maridos (Juan
4, 1-4).
En su intento por huir de esa casuística que por tanto tiempo
perturbó las mentes delicadas y escrupulosas, los tratados de moral
pasaron a abordar la cuestión del pecado según la teoría conocida
como "ética de situación": los hechos de cada persona dejan de ser
considerados aisladamente, y se valora el contexto en que la persona
vive, su historia personal, los factores que la indujeron a hacer
esto o lo otro, las consecuencias para sí y para los demás. Un mismo
acto puede ser practicado por diferentes personas sin que
necesariamente tenga el mismo peso moral. No se parte del acto en
sí, como si objetivamente fuera 'bueno' o 'malo', sino de la
situación concreta en que la persona se vio motivada a practicarlo.
La libertad no es algo que la persona conquista al cumplir los 7, 14
ó 21 años. Ninguna edad, ni la de la razón, determina el momento a
partir del cual la persona se vuelve un ser plenamente responsable
de todos sus actos. La vida es toda ella un aprendizaje de libertad.
Ésta siempre está inacabada, pues la persona vive también presa de
mecanismos de su inconsciente, de factores biogenéticos, de
determinismos fisiológicos, sicológicos y sociales de los que no
tiene conciencia, pero que moldean su manera de pensar y de vivir.
Experiencias realizadas en hospitales siquiátricos revelan que los
desequilibrios biosíquicos tienen su origen en los desequilibrios
del orden social. Cuando un sistema social determina la
discriminación entre sus miembros se crea un consenso -para el que
no faltan 'bases científicas'- de que ciertos elementos son
irremediablemente desajustados e irrecuperables, criminosos,
sicópatas, homosexuales, esquizofrénicos, prostitutas, neuróticos,
agresivos, depresivos, en fin, todo el conjunto de "locos" condenado
a vivir marginado y despreciado.
Eso ocurre en menor escala, pero en la misma proporción
discriminatoria, entre los miembros de una familia o de un grupo
específico que avala el comportamiento de sus integrantes según el
modelo ideológicamente uniforme que es adoptado. Todo el que no se
encuadre en ese modelo corre el riesgo de verse obligado a
soportarlo al precio de graves conflictos internos y de ser
sospechoso, por lo menos, de estar enfermo. De ese modo será
invitado a someterse a un tratamiento para curarse de sus
"desequilibrios" y de sus "neurosis", para readaptarse al modelo que
dicta las reglas de convivencia y de relación entre los demás.
Pero ¿quién es el auténtico enfermo, la persona o el grupo social en
el que está inserta?
Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/pt/node/108747
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