Amar y armar
17/08/2003
- Opinión
La muerte es lo único
cierto de nuestro futuro. Pero no es una fatalidad sino un
destino. Aunque por ser la vida un milagro que insiste en
prolongarse y reproducirse, la muerte precoz de un ser humano
–sea causada por hambre, crimen o trauma- es la más grave
ofensa a la naturaleza y al don de Dios.
Mientras la ciencia no amplíe nuestros horizontes biológicos
y, sobre todo, no asegure nuestra salud mental en la vejez,
es vana pretensión imaginar como regla, y no excepción, una
vida centenaria. Lo malo es que los avances de la ciencia
son carrera de liebre comparados a los pasos de tortuga de la
política, que es la que determina nuestra calidad de vida.
En Brasil policías militares, sintiéndose impunes por el
corporativismo e inmunes ante una Justicia recalcitrante,
asesinaron a 111 presos en Carandiru, en la capital paulista,
en 1992. Ninguno fue castigado. Así como andan libres los
soldados y oficiales acusados por la masacre de 21
agricultores de Eldorado de los Carajás, el 17 de abril de
1996.
Los últimos 50 años pasarán a la historia como la época de
las conquistas espaciales, de la ecología, de la emancipación
de la mujer, de la informática, de la globalización y de la
erradicación oficial del apartheid. Queda para la posteridad
alcanzar el fin de la violencia en el cine y en la
televisión, de la producción y el comercio de armas, de la
canalización comercial del cuerpo humano, de la política
rastrera y corrupta, de la confusión entre democracia y libre
mercado.
La sociedad brasileña recibió con alivio el proyecto de
Estatuto de Desarme, aprobado la semana pasada por una
comisión mixta del Congreso. Son 22 millones de armas
ilegales las que circulan por el país. Y el número de
homicidios supera anualmente a las cifras de todas las
guerras recientes. En el 2005 un plebiscito deberá confirmar
la prohibición de la venta de armas en Brasil.
No se puede esperar un futuro de paz en un mundo en que la
moda son los raps duros, los Schwarzennegger golpeando a
supuestos bandidos, juegos electrónicos que hacen de la
muerte un juguete, deportes y competiciones que se parecen
mucho a los gladiadores romanos.
En todo el mundo, según la UNICEF, 250 mil niños luchan en
guerras en 29 países. Desde 1988 las guerras mataron 2
millones de jóvenes menores de 18 años, dejando 5 millones de
lisiados y 1 millón de huérfanos.
En su reciente visita a África, Bush se manifestó preocupado
con los guerreros infantiles involucrados en conflictos
permanentes. Como en las áreas brasileñas dominadas por el
narcotráfico, los niños empuñan armas porque los jóvenes
mueren prematuramente. Pero el presidente de los Estados
Unidos de América debiera haberse preguntado: ¿y quién
fabrica esas armas pesadas, los fusiles automáticos, las
granadas y las minas? ¿Quién se beneficia de ese comercio?
¿las industrias de Sudán o de Uganda? Quizás ello explique
por qué la propuesta del presidente Lula en Evian, Suiza, de
cambiar el comercio mundial de armas en favor del combate al
hambre no obtuvo la repercusión que merecía.
Basta con apretar el botón de la televisión o del computador
y la vida se despliega ante los ojos infantiles en lo que
ella tiene de más sórdido: los rambos justicieros por encima
de la ley; la teleprostitución; los ratoncitos que rugen ante
la boca del león, haciendo de la tragedia humana un elogio de
la disputa del mercado; los programas de horas picos repletos
de vacío, arrancando aplausos a la ridiculización del ser
humano.
Respecto a esto, las autoridades sonríen ante el electorado
para tratar de camuflar su connivencia con el poder de las
armas, en que los policías asesinos nunca son condenados y
los torturadores son promovidos a cargos de confianza del
poder público.
No nos extrañemos de que se armen los terratenientes, que
unos adolescentes conviertan a un indígena en antorcha
humana, y que las ocupaciones de tierras improductivas se
destaquen más que la existencia de latifundios donde aún
persiste el trabajo esclavo.
"Ármense unos a otros" parece sobreponerse al "Ámense unos a
otros".
Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/pt/node/108098
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