Las mujeres como sujetas de derecho en salud
08/03/1996
- Opinión
El derecho a la salud implica gozar del más óptimo estado de bienestar
físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad o
malestar. ¿Cómo podemos ser titulares de este derecho y llegar a ser
ciudadanas en salud si aún enfrentamos discriminaciones y
subordinación, violencias simbólicas y directas, y el control más
despiadado y persistente sobre nuestros cuerpos y nuestras vidas?
Ser ciudadanas con goce de derechos implica adoptar y ejercer en
igualdad de condiciones y desde nuestra libertad, dignidad y
autonomía, aquellas decisiones que estimamos adecuadas para nuestro
proyecto de vida, sin sufrir ningún tipo de discriminación, coerción o
violencias. Como por ejemplo, optar por un aborto seguro, legal y sin
riesgos; elegir una maternidad voluntaria y gozosa; asumir una
sexualidad que se aleja del modelo heterosexual; rechazar cualquier
papel asignado culturalmente si no nos parece grato.
Las mujeres, en particular, enfrentamos hoy grandes dificultades para
ejercer nuestro derecho ciudadano a la salud y para que se escuchen
nuestras demandas. Pues aun cuando estamos insertas en mayor medida en
el mundo público que hace décadas, la toma de decisiones y el
ejercicio del poder sigue teniendo un rostro masculino.
Por otra parte, vivimos en la actualidad un proceso de restricciones
crecientes y de empobrecimiento generalizado como consecuencia de
modelos económicos neoliberales que no han hecho sino profundizar las
brechas entre países, y al interior de los mismos. Este sistema
excluyente y despiadado ha determinado que los pobres sean cada vez
más pobres, y que los ricos aumenten su capital escandalosamente. Y
somos las mujeres las que ostentamos el triste record de ser las más
pobres entre los pobres, las más marginadas de la sociedad y las más
alejadas de los beneficios del desarrollo.
Como toda política social sectorial, la salud está condicionada por
las políticas macroeconómicas. Por lo tanto, estas restricciones que
la pobreza impone sin duda afectan al acceso universal a la atención
de salud y determinan una crisis en los servicios. Al mismo tiempo, el
Estado abandona progresivamente su rol social en esta y otras áreas,
dejando de cumplir obligaciones y responsabilidades hacia la
ciudadanía. Por ello, las mujeres, como principales usuarias de los
servicios públicos de salud, accedemos a una atención de salud que no
se caracteriza ni por su calidad ni por sus recursos.
Los procesos de reforma sanitaria tampoco han sido favorables para
nosotras, por el contrario, al carecer en sus contenidos fundamentales
de un eje centrado en la equidad de género y al no promover la
transversalización de este enfoque en las políticas de salud, muchas
veces no han hecho sino profundizar las inequidades del sistema.
Por otra parte, proliferan en nuestros países los sistemas de salud
privatizados que venden una mercancía llamada salud, pero solo a
quienes pueden pagarla. Y una de las características de este sistema
mercantilizado es el castigo que imponen al potencial reproductivo de
las mujeres en los planes de salud privados, donde la maternidad se
paga muy cara. Gran incoherencia en sociedades donde a las mujeres se
les impone ser madres, por sobre todas las cosas y aun a costa de sus
vidas.
En la sociedad persisten, además, obstáculos de índole cultural y
religiosa que impiden a las mujeres el libre ejercicio de derechos, en
especial, en el terreno de la sexualidad y la reproducción. Avances
conceptuales tales como los derechos sexuales y reproductivos,
reconocidos explícitamente en las Conferencias de El Cairo y Beijing,
y que surgieron a partir de la agenda feminista, no han logrado
insertarse cabalmente en las políticas públicas de los países por la
acción obstaculizadora de poderes fácticos que se oponen
persistentemente a cualquier paso en este sentido. Es así como el
fundamentalismo religioso y otros tipos de fundamentalismos han sido y
siguen siendo la oscura barrera para cualquier visión integral de la
sexualidad humana desde un enfoque de derechos, favoreciendo, por el
contrario, la permanencia de represiones, ocultamientos y tabúes en
este terreno, dirigidos en especial hacia las mujeres.
Por ello, este 8 de Marzo las mujeres exigimos nuestra ciudadanía en
salud. Hoy, con más fuerzas que nunca y haciéndonos eco de aquellas
voces precursoras de las feministas históricas, demandamos:
El derecho al acceso universal a información y servicios de atención
de la salud gratuitos o de bajo costo y de buena calidad, en todo el
ciclo vital. El derecho a una salud sexual y reproductiva sana y sin
riesgos. El derecho a conocer nuestro cuerpo y cómo funciona. El
derecho a ejercer una sexualidad sin riesgos ni consecuencias
indeseables con quien deseemos, o a no ejercerla El derecho a sentir
placer sin culpas. El derecho a la libre opción sexual. El derecho a
una maternidad voluntaria y a decidir el número de hijos e hijas,
cuándo tenerlos, o no tenerlos. El derecho a estar informadas sobre
regulación de la fecundidad con métodos eficaces, seguros y
asequibles, El derecho a recibir atención de salud de calidad en el
embarazo, parto y puerperio, para tener una maternidad segura. El
derecho al aborto seguro, legal y gratuito. El derecho a compartir
responsabilidades de la sexualidad y reproducción con la pareja. El
derecho a protegernos de infecciones de transmisión sexual, incluido
el VIH/SIDA. El derecho a una participación igualitaria de las
mujeres en las instancias de decisión en salud. El derecho a vivir
libres de violencias.
La vida cotidiana de mujeres y niñas debe dar cuenta de una mayor
justicia y equidad en el goce del derecho a la salud y al bienestar,
potenciemos nuestra participación social y nuestra voz política para
lograrlo.
No a la guerra sí a la paz, la solidaridad y la justicia social y
económica. Sí a las relaciones éticas entre los pueblos.
Por el derecho a la salud como un derecho humano. Por el derecho a
vivir libres de violencias
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