¿Dónde está el movimiento ambiental?

30/09/2014
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Estas reflexiones examinan las metamorfosis de los últimos treinta años de ambientalismo en Colombia, son una autocrítica sobre la experiencia del autor, singular y colectiva en el ambientalismo y de muchas personas que han aportado en la titánica tarea de verdecer el país, como una vertiente del ambientalismo, desde el desierto antrópico y el colegio Verde de Villa de Leyva, que espera su 30ª efemérides, entidad que representa el perseverante esfuerzo de Margarita Marino de Boteroi.
 
El encuentro con el ambientalismo
 
Decidí insertarme en ambientalismo por el año 1988 cuando conocí dos de sus iconos: Andrè Vernot y Augusto Ángel Mayaii. Sus palabras allanaron obstáculos que encontrábamos para articular educación sindical y popular, nuestro campo. Comprendimos que la lucha del movimiento obrero por la salud en el trabajo, en el marco de la reproducción social de la clase, estaba ligada con el deterioro de las condiciones del ambiente fuera del sitio de trabajo y que las demandas sindicales mantenían los intereses de los trabajadores y de sus familias distantes de un sentido holístico. Comprendimos que las luchas por la salud en el trabajo son también ambientalistas, pues ya refulgían en otras geografías la comprensión de las relaciones fábrica-territorio, que alentaban al ambientalismo político. Estos hallazgos impulsaron a deshacernos de esquemas y dogmas para enfrentar renovados el mundo que nos tragaba; el ambientalismo significó abrir las alas y dejarse llevar por los vientos que refrescaban los escenarios del pensamiento y el quehacer trasformador.
 
Para entonces, las políticas neoliberales desplegaban plenamente su magnitud destructiva, derrotando las organizaciones sindicales que, por su capacidad económica y por su nivel de organización social e incluso política, eran eje del movimiento popular. Las fuerzas clasistas del sindicalismo no fueron suficientemente vigorosas para detener esa barrena política compuesta de ajuste estructural, reducción del Estado, expropiación del patrimonio público y procesos de globalización del capital, que a la postre terminaron menguándoles. Muchas fábricas donde laboraban obreros con los que impulsábamos el movimiento sanitario, desparecieron; sindicatos y organizaciones sociales que gravitaban a su alrededor -cooperativas, asociaciones de esposas y fondos de empleados- se trasformaron o dejaron de existir. Todo indicaba que había que recomponer el campo de fuerzas populares, adquiriendo sentido el impulso de luchas y organizaciones ambientalistas. Ya algunas experiencias nos mostraban las tensiones entre movilización e institucionalización del qué hacer ambientalista: de un lado, la defensa de la Laguna de Sonso, que encabezará el maestro Aníbal Patiño y, de otro, los Concejos y Cabildos Verdes Municipales que promovidos desde INDERENA.
 
El ambientalismo político, centrado en la justicia ambiental y el reconocimiento de derechos, nos llevaba hacia nuevos horizontes, personajes y organizaciones: examinando los problemas de salud de los trabajadores, confluimos con los grupos de medicina y epidemiologia social, conocimos de ALAMES (Asociación Latinoamericana de Medicina Social) y del pensamiento del Profesor Alberto Vasco, de la Universidad de Antioquía. Nos sumamos con sindicatos en luchas contra la contaminación y los vertimientos de los conglomerados industriales de Yumbo, Mamonal y Barrancabermeja; retamos los problemas de salud y ambientales de la palma africana en San Alberto (Cesar), los de ladrilleras en Boyacá y los de residuos hospitalarios en el Hospital Federico Lleras de Ibagué. Adherimos a luchas contra la contaminación generada por las curtimbres de Villapinzón y el mercurio de la planta de ALCALIS en Zipaquirá y conocimos los páramos donde el río Bogotá nace en compañía de Joaquín Molano, entonces profesor de la Universidad Nacional. Alejandro Ospina de la misma universidad, director del PIRS (Programa de investigación en residuos sólidos) nos indujo al manejo de basuras en pequeños municipios, y nos atrevíamos a plantear y poner en marcha planes comunitarios de manejo de residuos en municipios de alejadas regiones. La dimensión de la destrucción de las selvas nos la señaló Edgar Cortez, del gremio de los ingenieros forestales que trabajaba en el DNP (Departamento Nacional de Planeación). Los temas de la crisis energética y los problemas de la minería del carbón en El Cesar y La Guajira nos condujeron a los sindicatos de FEDEPETROL y la USO y a Ricardo Angulo, conocedor de la química y termodinámica de los carbones, y profesor de la U. del Atlántico. Y fue Arturo Escobariii quien nos brindó los mejores argumentos para apartarnos definitivamente de la búsqueda de algún adjetivo que mejorara el concepto de desarrollo. Por ello, cuando se llevó a cabo Río 92, con la consigna de Nuestro Futuro Común y bajo el concepto de Desarrollo Sostenible, estábamos ya distanciados de esa apuesta. Este ambientalismo, sin embargo, encontraba resistencias en quienes les parecía insuficiente respecto de las luchas distributivas económicas que articulaban al movimiento social: La tierra para quien la trabaja, salarios justos, empleabilidad, acceso a los servicios públicos, crédito y tecnificación del agro, y proletarización de los sectores campesinos atrasados (indígenas y negros).
 
Expresiones organizativas y redes ambientalistas que han jugado papeles cruciales mutan o desaparecen obedeciendo a determinantes políticos, sociológicos, económicos, ecológicos coyunturales y estructurales. Desde la perspectiva de la movilización y del ambientalismo político se emprendieron convergencias durante los años 90 y a principios del presente siglo, entre las más relevantes la Red Trama, CANOA e Iniciativa Ambiental. Mientras tanto surgían expresiones ambientalistas como respuesta imaginativa ante la debilidad de la izquierda para asumir las agendas de cambio social y resistencia frente al neoliberalismo, los impactos de los megaproyectos, la privatización del agua. Son símbolos de estas expresiones las movilizaciones que acompañaron a los pueblos Uwa contra la explotación petrolera y Embera contra la construcción de la represa de Urrá.
 
De problemas y problemáticas ambientales
 
Los problemas ambientales que hace treinta años apenas advertíamos se han diseminado como pólvora. La incipiente minería de carbón que amenazaba los ríos del sur del Cesar, ha polucionado ese y los departamentos de la Guajira y Magdalena, incluidas lo que eran las hermosas ciénagas y playas de Santa Marta. La minería de oro que dejaba secuelas en Chocó, Antioquía y Nariño, hoy es una epidemia que ataca todos los ríos y selvas del país. En la Serranía de Perijá, el estado fumigaba cultivos de marihuana, hoy fumiga destructivamente por doquier persiguiendo cultivos de hoja de coca. La deforestación de los últimos 30 años sobrepasa los 6 millones de hectáreas. Los problemas generados por agroquímicos, prevalecen en los monocultivos algodonero, bananero, cañero, arrocero, florícola y en las zonas cafeteras donde se asperja endosulfán y se refuerzan con la invasión de Organismos Genéticamente Modificados, profundizando la dependencia y pérdida de soberanía alimentaria. Los problemas generados por el cambio climático: los derrumbes, las inundaciones, las pérdidas agrícolas por seguías y plagas, las pérdidas de vidas humanas, el deshilo de las cumbres nivales, se han multiplicado incontrolablemente; estamos siendo testigos de nuevos y dramáticos conflictos ambientales. 
 
Un acierto del ambientalismo popular fue haber tomado esos problemas que vivía el movimiento social y que no estaban suficientemente expuestos en las agendas de la izquierda. Con ello los problemas de la minería y los hidrocarburos dejaron de ser asuntos de la soberanía en general y de la distribución de rentas para verse también como problemáticas complejas relacionadas con la economía ecológica, con las irreversibilidades de los procesos extractivos, con la salud ambiental y de los trabajadores, con la soberanía energética y la crisis civilizatoria. La izquierda defendía las grandes infraestructuras de energía bajo la premisa de que la electrificación traería progreso y asociaba la difusión de tecnologías con la superación de los modos de producción pre-capitalistas, y reivindicaba inversiones en las áreas impactadas, relocalizaciones o indemnizaciones, sin cuestionar la matriz energética, ni el tipo ni el uso de las fuentes energéticas. Igual en el agro y en mundo campesino: los movimientos por la tierra reivindicaban la distribución y reforma agraria, la industrialización y proletarización rural, la superación de las formas precolombinas de vida, esto es la desaparición de los pueblos indígenas; esto se trasformó y el pensamiento ambientalista criticó el uso de los agroquímicos e incentivó la agroecología, el rescate de las semillas y las prácticas de trueque y economía ancestral, por fuera del mercado capitalista. Así el ambientalismo político se enfocó en aspectos que permiten relaciones sincréticas, simbióticas y resilientes entre la sociedad y la naturaleza. De los problemas pasamos a las problemáticas.
 
El movimiento ambientalista asumió la crítica de los estilos de vida consumistas, el intercambio ecológico desigual; apropio conceptos como deuda ecológica, huella ecológica, pasivos ambientales; cuestionó la obsolescencia precoz de las mercancías y conceptos como PIB que excluye el trabajo femenino y reconoció que más allá de la crisis de modo de producción y acumulación de capital, asistimos a la debacle civilizatoria. Con fundamento en ello ahora se confrontan propuestas que apareciendo como “alternativas verdes”, “eco-eficientes” o “sostenibles” perpetúan las relaciones de dominación y explotación de los seres humanos y la naturaleza. Así por ejemplo, hoy entendemos que es contradictorio mejorar la calidad de vida persistiendo el modelo de ocupación y uso del espacio que aglomera la humanidad en ciudades a espaldas de la vida rural, bajo el imperio de la racionalidad productiva-reproductiva del lucro privado y el individualismo; y también es contradictorio reducir la lucha por la salud a la demanda por servicios hospitalarios medicalizados, desdeñando otras formas de relación entre corporalidad y territorio y otras interpretaciones de los procesos vitales de salud-enfermedad que escapen de la ortodoxia médica occidental. De ahí que el movimiento ambientalista sea crítico de ambientalismos atrapados en la lógica coyuntural de la acción-respuesta, del costo-beneficio, que buscan enverdecer al capital volviéndose, en ocasiones involuntariamente, el soporte del sistema que se pretende superar.
 
Mal vivir y luchas ambientales
 
Examinar los problemas ambientales exige apartarse de estereotipos, de idealizaciones que ocultan trayectorias de lucha, conflictos, turbulencias, complejidades; en este sesgo cae buena parte de la institucionalidad ambiental. Las problemáticas ambientales surgen en las luchas entre formas de crear y hacer, de razonar y sentir, de desear o rechazar estilos de vida propios o ajenos, asumidos o impuestos en territorios y lugares concretos. Tales problemáticas se manifiestan como resultados de la derrota de las estrategias culturales lugareñas y de las condiciones hegemónicas que coercitiva o consensualmente un segmento de la sociedad impone a otro. Cuando así sucede, resulta para muchos formas de mal vivir, sin libertad ni espiritualidad. Ejemplariza el mal vivir la manera como se configuran paisajes, relaciones sociales y estructuras para-empresariales y de poder con la minería de las retroexcavadoras en Colombia.
 
Las problemáticas ambientales, complejas como son, tienen origen en estructuras de la relación sociedad-naturaleza, explícitas y sutiles, que se reproducen también socio-ecológicamente desde condiciones productivas-consuntivas, simbólicas-espirituales y biológicas. Las problemáticas ambientales que tenemos las sociedades colonizadas, periféricas, dependientes, también se relacionan con la manera como está organizada la política en el mundo. El ambientalismo en consecuencia es geopolítica; afronta las políticas multilaterales que atañen a la vida en el planeta, incentiva movilizaciones por la paz mundial, por la supervivencia, por la vida.
 
El ambientalismo, con los movimientos sindical, campesino, negro e indígena internacional, ha tejido nexos para afrontar problemáticas globales, buscando la justicia y la realización humana. Con ellos se ha movilizado frente al incumplimiento de los pactos, convenciones y protocolos como los que tiene relación con la disposición de productos químicos y el lavado de barcos e instalaciones petroleras en el mar; el trasporte internacional de basuras que también se descargan en nuestras costas; la destrucción de humedales de importancia Ramsar; el uso de organoclorados y organofosforados, etc.
 
El movimiento ambientalista ha sido co-artífice de protestas en las asambleas del BID, el FMI, la OMC y el BM. Seattle, Praga y Davos son lugares emblemáticos donde se libraron batallas antiglobalización animadas con la consigna de que no habría lugar donde no se estuviera desenmascarándoles. Para Génova habían tomado la decisión de hacer su cumbre en un barco fondeado en el mar. A la par, el movimiento social se aglutinaba en el Foro Social Mundial, escenario alternativo de las luchas antiglobalización, donde la consigna prevalece: “Otro mundo es posible”. A mi modo de ver este auge de estructuración de las fuerzas del movimiento social mundial, fue importante durante los tres últimos lustros, cumplió su papel habiendo permitido crear escenarios y agendas, que ya no tienen la misma fuerza, representación ni impacto en la movilización. Si bien hacer visibles las luchas locales en los circuitos internacionales es una táctica; la visibilización es efectiva si tiene una correspondencia con la profundidad y alcance de la lucha. Esa balanza es la que hace que el ambientalismo sea una apuesta de justicia.
Caracterización del ambientalismo.
 
La construcción de un movimiento ambientalista como expresión consiente, orgánica y articulada de las luchas ambientales ha sido un propósito inalcanzado en estas décadas, quizá una tarea que dejó de ser necesaria. Existen ambientalismos, cuyos tejidos y autonomías se producen y seguirán produciendo con independencia de una unidad orgánica, por lo que resultaría más importante la creación de momentos y espacios de reflexión y debate políticos, que la búsqueda de “El Dorado” de su unificación. El ambientalismo ha sido tanto el movimiento de los ambientalistas como el reconocimiento de lo ambiental en las luchas de distintos sectores del movimiento social. Tiene pues una potencia proveniente de la movilización de sectores sociales que asumen luchas ambientales, como de las acciones de quienes se definen a sí mismos como ambientalistas.
 
El ambientalismo es disímil, a él concurren expresiones organizativas que asumen concretamente los retos y la acción: animalistas; luchas por ciudades en transición y la vida lenta; la permacultura y la agroecología; ecoaldeas; redes de mercado y comercio justo; desconectados de las redes de servicios públicos; usuarios de monedas alternativas y trueques; defensores del agua, de la soberanía alimentaria, de los acueductos comunitarios; opositores a la construcción de infraestructuras, megaproyectos y redes de trasporte de energía, de combustibles y vehiculares que amenazan y destruyen sistemas socioecológicos; los que rechazan la gran minería y la explotación de hidrocarburos; los que luchan contra deforestación de selvas y bosques; los que defienden los ecosistemas marinos y las playas. El ambientalismo no es una disciplina académica, no es el estudio de los fenómenos socio-ambientales, ni la búsqueda de sus leyes y determinaciones, sino una expresión política que procura cambios culturales en las relaciones entre sociedad y naturaleza. De esta manera se dirige a las complejidades locales-globales y a la confrontación de los problemas concretos socioambientales, más que para decir con certreza para actuar con probalidad de trasformar. Más allá de los individuos, ONGs y sectores sociales, el ambientalismo existe como movimiento descentrado porque tiene un lugar en el imaginario social, porque se afirma y expresa conscientemente como fuerza del movimiento social y como opción política consiente por la justicia ambiental y contra el capital. El ambientalismo como movimiento político, en toda medida y oportunidad, de manera a veces dispersa a veces articulada, dirige sus acciones, interpelaciones y encausa sus reivindicaciones en defensa de las víctimas de las injusticias ambientales-económicas-políticas. El movimiento ambientalista busca la construcción de sociedades justas y sustentables enfrentando los problemas propios de la civilización Occidental hegemónica y sus sistemas de dominación y explotación, cuyas relaciones socio-económico-ecológicas y estructuras de poder, son inmensas fuerzas destructivas y de agresión que afectan lugares y territorios concretos, fundamentalmente para servicio de la máquina de acumulación capitalista contemporánea.
 
Es claro que bajo la denominación de ambientalismo hay diferencias y contradicciones. Así sean las mismas formas de organización y las mismas formas de lucha que se reproducen, sus identidades puede ser históricamente inconmensurables y sus protagonistas antagónicos en ciertos escenarios. Vean por ejemplo, la precariedad de los partidos verdes, de corte neoliberal, que se instalaron en América Latina a pesar de los intentos del ambientalismo para aglutinarse como movimientos con expresión política. A veces los villanos de ayer son los héroes de hoy. Toma sentido la frase de Marx en el XVIII Brumario de Luis Bonaparte “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa.”
 
Vicisitudes del Ambientalismo
 
A pesar de la Constitución del 1991 y de la Ley 99 del 1993, por la cual se estableció el Sistema Nacional Ambiental, el desmonte de la institucionalidad ambiental en Colombia ha sido constante e incontenible. Cercano a esa dinámica institucional fue ECOFONDO, que administró cuentas de conversión de deuda externa, y bien por la posibilidad de irrigar recursos o por la oportunidad de fortalecer procesos ambientalistas, logró ser entonces una expresión relevante en el ambientalismo. Muchas de las organizaciones que surgieron en su seno se extinguieron y la fogosidad de ese proceso se apagó en los mecanismos de financiación. Reducidas a la gestión ambiental y atrapadas en la tercerización laboral, algunas organizaciones siguen refugiadas en la agenda institucional, supliendo deficiencias del Estado, obligadas a callar sus posiciones por el silencio que imponen los contratos, ajenas, cuando no adversas, a los intereses comunitarios, otras definitivamente postradas al clientelismo político. Algunos ambientalistas se han concentrado en congregar y acompañar a víctimas de las injusticias ambientales y a agentes de las luchas locales en sus acciones de resistencia, procurando su articulación en redes temáticas.
 
En el camino de trasformación y descolonización de América Latina, es un propósito general ineludible la presencia orgánica de intelectuales militantes en el movimiento ambientalista. Esta intelectualidad orgánica, definida fundamentalmente por su perspectiva y su compromiso político, no equivale a la subordinación laboral que implican las relaciones contractuales técnico-profesionales con ONGs o con organizaciones del movimiento. Sin duda activistas autónomos, intelectuales y organizaciones ecologistas agitan temas, criterios y elementos teóricos aprehendidos en las luchas globales, locales, urbanas y rurales, principalmente en aquellas que confrontan las estructuras trasnacionales financieras y extractivistas de acumulación de capital. Estas posturas políticas, y la teorización decolonial, son hijas de las luchas y no al revés. Se advierte como esa agenda, esos saberes, esa capacidad de movilización de los movimientos sociales es cooptada en ocasiones por las instituciones y por las agencias de cooperación que sutilmente propician formas de hacer y de decir. Yendo a fondo se puede observar que algunas financiaciones para la gestión ecológica están atrapadas en la mercantilización de la vida: bonos verdes, certificados de emisión de dióxido de carbono, certificados de reducción de emisiones por deforestación evitada (REED) y otras formas de financiarización de la naturaleza que se tranzan con oro y metales extraídos a sangre y fuego; estos mecanismos financieros dejan problemas socioambientales más profundos que los que pretendieron resolver.
 
Agentes del capital o sus socios, sutilmente, se apropian del llamado “Capital Social” de los movimientos sociales para usarlo como su propiedad. Ese capital social entonces comienza a ser dosificado por las agencias de cooperación y por organizaciones locales, convertidas en sus intermediarias. Hay que distinguir entre quienes prefieren el estrepito de la publicidad y el papel de intermediadores sin riesgo a estar presentes en la cotidianidad del movimiento, donde él acrisola. Atrapados de ese modelo están ONGs pseudo intelectuales y líderes que prefieren la comodidad de tales intermediaciones al esfuerzo de la educación popular y del trabajo colectivo duro. Las reuniones de alta representación en espacios internacionales o con superestrellas de la academia, la simplificación de la educación popular convertida en actos educativos aislados, son expresiones de la dosificación del poder simbólico y representacional que ejercen financiadores e instituciones, sustrayéndolo de los movimientos. Se forman relaciones de intermediación que son consentidas por la institucionalidad y por agencias de cooperación; mientras tanto los liderazgos locales se ahogan en el desaliento económico y languidecen sus fuentes de financiamiento para su movilización, lo que resiente la independencia de acción política. Organizaciones ambientalistas surgidas en las últimas décadas no perduraron por falta de estrategias o porque no encontraron fuentes de financiación. Algunas perviven por la financiación de la cooperación internacional, que no siempre irriga opciones económicas hacia agendas independientes de las suyas; más bien siembran e imponen lógicas que hacen fungibles en función de la disponibilidad de recursos las estrategias, los propósitos de lucha y la acción; el análisis teórico y político se somete a los esquemas de informes reduciéndose a descripciones cortoplacistas y las acciones resultan recursos propagandísticos que les visibilizan para asegurar financiación. Este modelo ocluye la capacidad de los movimientos sociales para la elaboración política, para la autorreflexión y para la orientación autónoma de los procesos. Estas prácticas tiene efectos que no son lineales, a veces las luchas locales se sirven de ellos, otras veces se fomenta un elitismo en el liderazgo local que resta vigor y oportunidades a la construcción colectiva, debilitando las potencialidades de los movimientos para auto-representarse y gobernar sus propios procesos y sus territorios. Aunque no son las únicas maneras como se desenvuelven los procesos, ni corresponde a esquemas típicos, prefiero que quienes escriban, figuren, representen, interactúen, ejecuten y gestionen los procesos y acciones de los movimientos sean los propios espacios asamblearios de las organizaciones territoriales, procurando el fortalecimiento de la democracia comunitaria.
 
Por su parte, pocas veces la cooperación internacional apoya acciones críticas del modelo de desarrollo, de fomento de la educación popular como proceso liberador, de la denuncia al colonialismo y a la colonialidad de los países de centro, y casi nunca estimulan posturas políticas disidentes. La acción social, la información y las relaciones comunitarias se convierten en una especie de mercancía que se administra burocrática y autoritariamente. De estas relaciones financieras que se presumen de cooperación resulta el abandono de la profundidad del compromiso y los análisis propios de los tiempos largos por formas precarias y débiles que dependen del contrato cortoplacista. El ejemplo de las universidades donde se reparten títulos de ambientalismo a alto precio, es diciente. De ese “ambientalismo” funcional toman parte quienes consienten la ecología, su conocimiento y su gestión como mercancías; allí están ONGs, sectores de la academia, las instituciones y las empresas para quienes ciencias de complejidad higienizada, tecnologías y técnicas, carecen de compromisos con las trasformaciones sociales, reduciéndose al servicio del capital, del lucro y de las ambiciones individuales.
 
De las tecnologías a los problemas organizativos
 
Hace una generación usábamos telegramas y tener teléfono en casa era un privilegio; luego vino el fax, el correo electrónico, el teléfono inalámbrico y ahora el celular, el internet y las redes sociales. Los vertiginosos cambios tecnológicos de las últimas décadas han influido tanto en las posibilidades de planeación y diseño de estrategias y campañas, como en la temporalidad y espacialidad de las acciones y en el manejo de las relaciones intersubjetivas en los movimientos sociales. Al movimiento ambiental se le acusa de ser opuesto a los desarrollos tecnológicos como si compartiera con el Luddismo su aversión por la tecnología y su actitud de desmantelarla a mazazos. No es así. El rechazo a la gran industria petrolera por sus impactos sobre el entorno y la atmósfera no habría porque asumirlo como oposición al desarrollo tecnológico que permita la sustitución de combustibles fósiles por fuentes de energía orgánicas y renovables; rechazar la manipulación genética desde una perspectiva ética, no es desconocer los beneficios de la investigación genética para tratamiento de patologías; criticar la dependencia tecnológica y la concentración de los adelantos científicos y tecnológicos en los países de centro, no implica oponerse a democratizar sus desarrollos en los países de la periferia; oponerse a la obsolescencia precoz de las tecnologías de consumo masivo, no es menosprecio de la innovación de productos artesanales útiles, durables y bellos, producidos con sofisticación tecnológica, que estén al alcance de la mano; desarrollar y usar máquinas o aparatos armables donde se despliegue la creatividad para adecuarlos a necesidades particulares, es deseable. Navegar el espacio con Drones provistos de energía solar y días de autonomía de vuelo para brindar servicios de Wi-Fi a todo el mundo, puede ser una aspiración democrática. Las impresoras en tres dimensiones pueden ser usadas para fabricar tejidos vivos y quizá para procesos de restauración ecológica.
 
No somos ingenuos, sabemos que las distancias que recorren las mercancías son mayores que ayer y que las tecnologías siguen patrones de distribución inicuos; hemos constatado que toda nueva tecnología trae riesgos, que no hay una elusión de riesgos que pueda ser absoluta, esa sería la divinidad; y que lo que se nos ofrece como panaceas mantiene las mismas relaciones de poder coloniales que subordinan los pueblos del Sur. Por ejemplo, la propias empresas petroleras que son las responsables principales del cambio climático ofrecen tecnologías para la remoción de CO2 de la atmósfera almacenándolo en el suelo, en la vegetación, en los océanos y en el subsuelo; procesos que resultarían lentos, costosos, energéticamente intensivos y con grandes incertidumbres técnicas y ecológicas; promueven el manejo de radiación solar reflejando parte de ella al espacio, manipulando nubes. Es un engaño y una amenaza que las grandes corporaciones trasnacionales regulen cómo sería el uso de técnicas aplicadas al océano, los glaciares de los polos, las nubes y otros bienes comunes. La tecnología también es usada en contra de los movimientos, son aleccionadoras las infiltraciones, chuzadas como se dice coloquialmente en mi país; las infiltraciones y el espionaje electrónico, además de expresión del imperialismo, de las formas de dominación del SXXI, del control de las comunicaciones, son la manera concreta como a través del dominio de la información sectores poderosos obtienen control estratégico de las actividades políticas, diplomáticas, económicas y sociales, para orientarles en función de sus intereses particulares.
 
Las organizaciones ambientalistas ya desenmascaran estas iniciativas e invitan al movimiento social a estar suficientemente preparado para criticar la tecnología y para nuevos acoplamientos entre sociedad, naturaleza y tecnología, que sean cautos, sustentables, justos y democráticos: La Phronesis griega. Es claro que el ambientalismo busca aportar soluciones a los problemas ambientales desde su capacidad política-técnica. Nuestro compromiso es una herencia de la idea de estudiar y luchar que asumimos en el movimiento estudiantil de los años 70 y que en el ámbito académico hoy reivindicamos como Investigación Militante.
 
El ambientalismo permanece, eso sí, en las luchas concretas del movimiento social. A veces me asalta la duda respecto a que tan innovativos podremos ser en política y en formas de organización, para no repetir la historia como comedia. En ese ámbito y dadas las condiciones de avance de los diálogos de paz, la agudización de las crisis ambientales y la profundización de los conflictos por el modelo extractivista, siento necesaria la construcción de espacios de encuentro político que rompiendo prácticas de centralización burocrática del diseño, representación y articulaciones de los procesos, permitan la crítica y construcción teórico-política; habrá que pensar, develar y sublevar todo ocultamiento o subordinación de expresiones organizativas a entes burocráticos, para que múltiples formas de expresión y representación permitan recomponer un movimiento ambientalista, militante, no necesariamente orgánico, pero sí con sentido político radical.
 
Hildebrando Vélez
Ecologista e investigador independiente

 

 

 

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