Cristóbal Colón: ¿Paloma o halcón?

03/08/2020
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colon_estatua.jpg
Foto: RT
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Es asombroso ver cómo la difusión a gran escala de una fotografía puede acarrear consecuencias importantes en el comportamiento y la psicología de la población que consume imágenes, o sea hoy, en época de internet y celulares, la mayoría de la humanidad.
 

El fenómeno, que merecería mayor atención por parte de la antropología visual, no es nada nuevo. Baste pensar en la instantánea de los marines que alzan la bandera en Iwo Jima (1945) –apoteosis del esfuerzo bélico estadounidense- o en la foto de los atletas John Carlos y Tommie Smith levantando el puño en un guante negro en las Olimpiadas de México 1968–proyección mundial de las luchas del Black Power- o la niña vietnamita desnuda que corre, quemada por el napalm (1972), recordatorio cruel de las atrocidades estadounidense en Vietnam.

 

Entre los efectos colaterales, pero nada secundarios, de la reciente ola mundial de antirracismo provocada por la difusión de una imagen –me refiero a la foto de George Floyd asesinado en Minneapolis por la rodilla de un policía- está el derribamiento de una cantidad de estatuas y monumentos. Tan sólo en los Estados Unidos, unas estatuas de Cristóbal Colón han sido derribadas en Nueva York (¡Little Italy!), Chicago, Saint Louis, Minneapolis, Boston, Miami y Baltimore. ¿Vandalismo ciego o nueva lectura de la historia, quizá más realística?

 

Por lo que concierne Colón y su celebrado “descubrimiento” de América, el rechazo ya tiene varias décadas. El 12 de octubre de 1992, quinto centenario de lo que Voltaire llamó ”el acontecimiento más importante de la historia, cuando una mitad de la humanidad entra finalmente en contacto con la otra mitad”, fue denunciado por la mayoría de los pueblos indoamericanos como la fecha de inicio de “un proceso de genocidio, expoliación y servidumbre que perdura aún hoy”.

 

Que Cristóforo Colombo –o Cristóbal Colón, como lo llamaban sus mandantes hispánicos- no descubrió nada, es de conocimiento común desde hace rato. Ya en el siglo X de nuestra era, el vikingo Eric el Rojo había colonizado una región del odierno Labrador, estableciendo varios asentamientos. Cuando Jacques Cartier, en 1534, llegó a lo que hoy es el Québec, se quedó estupefacto por la cantidad de expresiones vascas y bretonas que los nativos algonquinos utilizaban para tratar de comunicar.

 

Los mapas del almirante turco Piri Reis, conservados en el museo Topkapi de Istanbul, muestran un conocimiento detallado de las costas atlánticas y del continente americano. Y fueron dibujados en 1513, copiados de mapas más antiguos, como afirma el mismo Piri Reis en el Kitab al Bahriya, el libro de los mares.

 

Las teorías transpacíficas de Paul Rivet y de su escuela se han confirmado con más y más pruebas en las últimas décadas: los contactos –terrestres y marítimos- entre el continente asiático y la costa pacífica de América, en cuanto a migraciones e intercambios, nunca se interrumpieron.

 

América, a diferencia de los otros continentes, nunca ha desarrollado unos homínidos en época prehistórica. No existe un homo americanus. El continente se ha poblado con unas grandes migraciones desde Asia, a partir de la última glaciación. América siempre ha sido un territorio de conquista y de refugio, desde que llegaron los primeros migrantes hace más de 30mil años.

 

Ahora bien, a pesar de haber tenido numerosos precursores, es incontestable que haya sido Colón el descubridor de la llamada “autopista atlántica”, o sea las mejores rutas entre los dos continentes recorribles en menos de dos meses. Lo que no es poca cosa. Sin embargo, ¿las intenciones de Cristóforo-Cristóbal eran tan puras como pretenden sus numerosas hagiografías?

 

Fue el gran obispo brasileño Hélder Cámara quien se tomó la molestia de contar cuántas veces aparecía la palabra “oro” en las cuatro cartas de Colón a la corona de Castilla y en los fragmentos de su bitácora de viaje citados por fray Bartolomé de las Casas: 77 veces en total. Y el hecho de que los hoy extintos tainos de Guanahaní (hoy Watling Island en las islas Bahamas) y casi todos los arawak del Caribe utilizaran pedacitos de oro como ornamentos, atizó el apetito de los navegantes europeos.

 

Cuando, en 1984, el arqueólogo florentino Brunetto Chiarelli comenzó las excavaciones que revelaran los restos de Isabela, la primera colonia fundada por Colón en la isla de Hispaniola (hoy dividida entre Haití y Santo Domingo), se quedó consternado por la cantidad de esqueletos de indios torturados y mutilados que sacó a la luz. ¿Y acaso, el Almirante del Mar Océano no escribió desde el principio que “con 50 hombres de los nuestros podríamos reducir en esclavitud toda la población de la isla?”

 

¿O acaso no propone, después de su primer viaje, de mandar unos indios como esclavos en España en intercambio por unos insumos y materiales necesarios a la fundación de nuevas colonias? Aunque el apellido genovés Colombo signifique palomo, el “descubridor” de América era más un halcón que una blanca paloma. Así que derribar sus estatuas, especialmente las erigidas en tierras americanas, más que una obra de iconoclastia –como la criminal destrucción de los Budas de Bamiyan, perpetrada por los talibanes afganos en 2001- representa una revisión de la historia, una damnatio memoriae de un personaje inmerecidamente glorificado.

 

 

https://www.alainet.org/fr/node/208245
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