La derecha extrema y la extrema derecha

11/05/2018
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A escasos meses de asumir el gobierno es notoria la soberbia que caracteriza a varios dirigentes de la coalición gobernante. ¿El extremismo nacionalista ya sobrepasa a la derecha tradicional? ¿O los requerimientos y objetivos de la derecha económica se impusieron sobre la derecha política?

 

Posiblemente usted votó por Sebastián Piñera en la última elección presidencial. También es probable que haya sufragado por candidatos derechistas al Congreso Nacional. Nada malo hay en ello: desde la perspectiva de libre elección que ofrece un sistema dizque democrático como el nuestro, usted ejerció su derecho soberano.

 

No obstante, hay una cuestión necesaria. Antes de enunciarla debo recordar lo que en estos tres meses de gobierno han realizado, manifestado y discutido muchos dirigentes oficialistas. Hecho el alcance, permítame preguntar si esta es, exactamente, la derecha que usted quería y por la cual votó en diciembre pasado.

 

Existe una clara tendencia a equivocar el concepto “político conservador” confundiéndolo con posiciones extremas y totalitarias, como el pinochetismo y el nacionalismo rampante. Ocurre en Chile, y al parecer solo en Chile. En otras naciones vecinas –donde también gobierna la derecha (Brasil, Colombia, Argentina, Perú, Paraguay) – no existe esa inclinación al clasismo y al anti-izquierdismo enfermizo, como sucede en nuestro país.

 

Puede que a usted, amable elector, los primeros meses del gobierno de Piñera le parezcan similares a los vividos por nuestros vecinos argentinos con el gobierno de Mauricio Macri. MM procura ‘enderezar’ Argentina y meterla en la funda diseñada por el FMI. Eso requiere reducir no sólo el tamaño del Estado sino también su poder. Incluyendo la eliminación de beneficios sociales, los servicios públicos, al tiempo que se rebajan los impuestos a las gran empresas industriales, comerciales, financieras y bancarias.

 

Para lograrlo, parece necesario meter a la parentela en cargos públicos estratégicos, como si la administración del país se asemejara a la de una empresa privada en la que hijos, tíos, sobrinos y cuñados deben estar en el Directorio. También es preciso deshacerse de funcionarios seleccionados mediante concursos de la Alta Dirección Pública, con el pretexto de su proliferación. Curiosamente, se crean nuevas dependencias fiscales en nombre de la ‘modernización del aparato público’.

 

Sucede en Argentina. ¿También en Chile? Sí. Por ejemplo la creación de un nuevo Ministerio de la Familia y Desarrollo Social con tres nuevas subsecretarías, o el reemplazo del Sename por dos nuevos servicios: Servicio de Protección a la Infancia y Adolescencia y Servicio de Responsabilidad Adolescente.

 

Agréguese la visión y objetivos explicitados por algunos ministros en materias de educación y de salud, cuyos discursos anticipan la meta del gobierno: reducir el apoyo a ambos sistemas públicos para colapsarlos y, finalmente, producir el traspaso de la mayor parte de sus usuarios al sistema privado. ¿Algo así quería usted cuando sufragó por el especulador financiero Piñera?

 

A escasos meses de haber asumido el gobierno, ya es notoria la soberbia que caracteriza a varios dirigentes oficialistas cada vez que les corresponde emitir opinión ante los medios de prensa. ¿Es algo nuevo? No, nuevo no es; sólo ocurre que recién ahora venimos a enterarnos de cuán bien disfrazada tuvieron esa característica durante las décadas del binominalismo duopólico.

 

La soberbia de ciertos personeros derechistas ha aflorado sin cortapisas, rayana –las más de las veces– en la prepotencia sustentada en ninguneo hacia sus adversarios políticos, creyendo que el triunfo de Sebastián Piñera en los comicios electorales es potencial suficiente para intentar imponer sus ideas a como dé lugar, contra viento y marea, soslayando una estadística (que posiblemente les pase factura en los meses venideros), cual es aquel 26% del padrón electoral obtenido como apoyo concreto, lo que deja un amplio 74% convertido en terreno ignoto.

 

El gritoneo de hincha de barra brava que Emilio Santelices, ministro de Salud, produjo en la interpelación efectuada en la Cámara de Diputados por una comisión ad hoc, eludiendo olímpicamente responder lo que se le preguntaba, demostró el nivel de desprecio que algún sector del oficialismo tiene respecto no sólo de la sociedad, sino también de varios de sus acompañantes en el gobierno. La soberbia ‘patronal’ al galope tendido.

 

Algo similar aconteció en la que ya es una archi comentada entrevista al premio Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, conducida por el articulista Axel Kaiser, quien se permitió tutear al Nobel y trató de conducirlo hacia respuestas que confirmaran sus propias ideas de extremista liberal. Vargas Llosa respondió con claridad y certeza dejando al entrevistador en una posición más que incómoda, demostrando además cuán cierta era aquella opinión que había entregado meses antes al afirmar que “la derecha chilena es cavernaria”.

 

El ex ministro de Cultura (en la administración anterior de Sebastián Piñera); Luciano Cruz-Coke, ya había anticipado algo al respecto, al afirmar que “la derecha chilena es culturalmente mediocre”.

 

En alguna importante medida, Vargas Llosa remata esa última opinión con un comentario que desnuda también las razones por las que esta derecha chilena intenta minimizar el estudio de las ciencias sociales, la literatura y la filosofía en la educación pública.

 

Dice Vargas Llosa: “La literatura es algo muy importante que no puede prescindir de la libertad para funcionar para ser realmente creativa (…) la literatura, produce un malestar, una inconformidad con el mundo tal como es. Ese espíritu crítico es la gran locomotora del progreso de la civilización”.

 

Hace algunas semanas, Neil Davidson, columnista inglés del diario “Las Últimas Noticias” (LUN), auto declarado liberal cercano al conservadurismo, manifestó en una entrevista de prensa que la derecha chilena le parecía fundamentalista, a tal grado que él mismo podría ser considerado ‘socialista’ al comparar sus ideas con las que esa derecha manifiesta. “La derecha chilena cree que ser conservador significa necesariamente ser pinochetista”, explicó.

 

No se detiene allí –ni mucho menos– este asunto de la soberbia. La propia vocera de gobierno, Cecilia Pérez, en desafiante actitud, insistió con comentarios que directamente negaban el nepotismo existente en las últimas designaciones efectuadas por el Ejecutivo. A porfía, cual si el resto de los ciudadanos no supieran que el problema jamás ha radicado en los ‘méritos’ de los designados (salvo en el caso del hijo del ministro Andrés Chadwick, a quien la Contraloría General de la República objetó por contar, en estricto rigor, tan sólo con licencia media, mérito exiguo), sino en el intento de estructurar un gobierno a través del familisterio.

 

Andrés Velasco, ex ministro de economía y ex candidato presidencial, ha dicho con claridad que “en el programa que presentó Piñera, las sumas no dan”. Fuerte y conciso, ya que si recurrimos a los fríos números es oportuno señalar que la dictadura cívico-militar (esa que tanto añoran algunos sectores de nuestra cáfila política que se autocalifican como “conservadores y libremercadistas”), dejó en el país nada menos que al 40% de la población bajo la línea de la pobreza.

 

Esos sectores son quienes han construido un mito llamado ‘pinochetismo’, con el cual intentan ver y comprender el mundo actual que les resulta ajeno y distante. Lo utilizan como mecanismo psicológico para evitar que la frustración se los trague. ‘Regresión’, así se llama el mentado mecanismo. Y sobre él hay quienes insisten en construir país.

 

Una duda comienza a corroer el ánimo de muchos votantes derechistas. ¿El extremismo nacionalista rampante, ha comenzado a sobrepasar a la derecha chilena tradicional? ¿O simplemente los requerimientos y objetivos de la derecha económica, con el apoyo de ese nacionalismo ya comentado, se impusieron sobre la derecha política?

 

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