¿Quo Vadis, Argentina?
14/02/2006
- Opinión
Acordarse de que no hay pan al momento de sentarse a la mesa suele ser
un problema de despistados. Pelearse con el panadero en esa ocasión
denota que el despiste es grave.
Enterarse de que no hay inversiones suficientes en el preciso
instante en que falta producción es una falta de previsión inexcusable
en cualquier gobierno. Pelearse con los inversores en esa ocasión es
un raro caso de patología política de pronóstico reservado.
Pero repetir ese error de principiantes cada año, o cada década, o
cada vez que se presenta la ocasión, ya no es un caso de pronóstico
reservado, sino de final anunciado e inexorable: país al garete por
autismo. Porque acordarse tarde es imprevisión; recaer en la
imprevisión es autismo.
En eso estamos: en el autismo político.
El sonado caso de las acciones del gobierno para bajar
artificialmente el precio de la carne, y la pasividad oficial ante el
peligroso agotamiento de las reservas de gas y petróleo, son síntomas
alarmantes de la imprevisión que reina en nuestro país.
La manipulación del precio de la carne, que necesariamente bajará la
inversión en ganadería, es grave por varios motivos:
a- corremos el riesgo de perder mercados externos, que son de difícil
y lenta recuperación, justo en el momento en que necesitamos aumentar
nuestras reservas de divisas por haberle pagado al FMI en forma
anticipada e innecesaria;
b- empujamos a los productores a cambiar la ganadería por la soja, en
un contexto en el que el virtual monocultivo de ese grano está
agotando los suelos y expulsando población agraria hacia los
arrabales de las grandes y medianas ciudades;
c- la mayor parte de la cosecha de soja proviene de enormes
latifundios explotados industrialmente, con maquinarias modernas, y
en base a transgénicos, fertilizantes y plaguicidas cuyas patentes y
producción monopoliza en un 95% una sola corporación transnacional:
Monsanto;
d- Monsanto ya logró hacer embargar en Europa el cargamento de dos
barcos con soja argentina, para obligarnos a pagarle nada menos que
15 dólares por tonelada en concepto de patente de invención o
"royalty";
e- la manipulación del precio de la carne, con consecuencias
estratégicas tan serias como las detalladas, se hace sólo con un
objetivo coyuntural y pueril: dibujar el índice inflacionario por unos
meses.
En el caso de la disminución abrupta de reservas de gas y petróleo,
la situación es más grave todavía:
a- la imprevisión responde sólo a la desidia oficial, sin fines
conocidos (confesables, al menos);
b-las empresas privadas tienen total libertad para extraer y exportar
combustibles, crudos o refinados, sin obligación de explorar nuevas
yacimientos o regular la extracción según las reservas;
c- desde la época de Menem y Cavallo, las empresas petroleras, y
también las mineras, gozan del insólito privilegio legal de dejar en
el exterior hasta el 70% de las divisas que producen sus exportaciones;
d.- este verdadero jolgorio exportador y "fugador" de divisas, con
riesgo cierto de agotar las reservas a corto plazo, se permite
oficialmente a pesar de que todos saben que el precio del petróleo no
tendrá techo en los próximos años: estamos exportando a 60 dólares el
barril (de los cuales permitimos dejar 42 afuera) un producto que, con
toda seguridad, costará más de cien cuando se hayan agotado nuestras
reservas y debamos importarlo.
Esos dos ejemplos bastan para demostrar el perjuicio que causa la
ausencia de una estrategia nacional y hasta de previsiones mínimas.
En la década de los '70, Richard Nixon encargó a Henry Kissinger, su
Director Nacional de Seguridad, la elaboración de la estrategia
aconsejable para EE.UU. hasta el año 2.000. Ello significaba prever y
planificar la política a seguir durante el siguiente cuarto de siglo.
Aquel trabajo de Kissinger se denominó "Global 2000", y ha regido la
conducta de la superpotencia desde entonces. En él se previeron,
incluso, los programas de control de la natalidad que debía llevar
adelante el gobierno anglo-norteamericano en los países del Tercer
Mundo, para evitar que "el previsible aumento del consumo de alimentos
de esos pueblos atente contra la seguridad de EE.UU." También fue
materia de dicho estudio la forma de asegurarse el control del
petróleo de Medio Oriente.
Y cuando implosionó la URSS, en 1991, en EEUU comenzaron a elaborar
la estrategia para lograr "A New American Century": no ya un cuarto,
sino el siglo XXI entero.
Sin llegar a tanto, en 1964 Brasil adoptó las propuestas
estratégicas del Gral. Golbery do Couto e Silva ("Geopolítica do
Brasil", Ed. Olympio, San Pablo, 1957), que aún rigen la política
exterior, económica, poblacional y territorial de ese país. El
objetivo central de tal estrategia era y es industrializar a Brasil
(proceso ya iniciado por Getulio Vargas en la década de 1940) y
expandir su presencia real hacia el oeste (Mato Grosso), como base de
su futuro liderazgo en Sudamérica. El proceso lo inició un gobierno
militar, el del mariscal Humberto de Alencar Castello Branco, que
gobernó entre 1964 y 1967, y lo mantuvieron los gobiernos
constitucionales subsiguientes.
El caso chileno es semejante: Pinochet adoptó en 1985 la estrategia
de crecimiento elaborada por su ministro de Economía Hernán Büchi
(1985/1989), y desde entonces todos saben a qué atenerse en ese país
de tierras escasas y casi nula industria manufacturera. Chile busca
ser en esta etapa un buen abastecedor de productos agropecuarios con
la mejor tecnología y el mayor valor agregado posible, al estilo de lo
logrado por Nueva Zelanda.
En ambos casos sus autores fueron gobiernos militares con gruesos
déficit en cuanto a derechos humanos, pero las estrategias nacionales
poco tienen que ver con éstos, en la mayoría de los casos. Se tata de
defender y promover los intereses comunes a todos. Sólo de eso, aunque
la defensa de todo el resto sigue siendo absolutamente legítima.
En nuestro caso, en cambio, a la tragedia de los miles de muertos y
desaparecidos, el Proceso le agregó una política sin estrategia propia,
que hemos mantenido religiosamente, y ahora sin estrategia alguna. ni
propia ni ajena, en un país de enorme y rico territorio y con un
proceso de industrialización abortado intencional e irresponsablemente
hace 30 años.
Todavía estamos discutiendo si nos conviene ser una potencia
industrial y tecnológica integral, o conformarnos con el viejo modelo
de economía primaria y agro-exportadora que concibió la generación de
1880, con el agregado actual del petróleo, los minerales en bruto y
uno que otro "commodity" más. Debate que, de tan viejo, se ha vuelto
aburrido: lo planteó Manuel Belgrano antes de crear la bandera y
cuando la Revolución de Mayo aún no anidaba en la fantasía de Saavedra
y Moreno.
Quizás haya que reconocer que, en estos casi dos siglos de historia,
hemos tenido sólo dos estrategias nacionales que merezcan ese nombre.
La citada de 1880, trazada por Julio A. Roca, que se mantuvo hasta la
crisis de 1929, y la de Perón, de 1946/1955, que sobrevivió, aunque a
los tumbos, hasta que la liquidó el Proceso Militar de Videla y su
ministro Martínez de Hoz, o dicho de otra forma, el Proceso Liberal de
Martínez de Hoz y "su" presidente Videla.
Desde entonces, sin brújula y sin saber a qué puerto deseamos
dirigirnos, vamos tras la estela del primer barco que pasa cerca
nuestro, por pequeño que fuere.
Esta falencia ha quedado al desnudo crudamente en los más importantes
y recientes temas de política internacional (la verdadera política hoy
en día): no sabemos qué hacer con el MERCOSUR, con la proyectada
Unión Sudamericana, ni con el ALCA.
Las dos únicas alianzas de sentido estratégico que hemos acordado en
la región en 2005/2006 lo han sido con Venezuela y con Bolivia. No
cuento la reciente charla de amigos, casi de café, entre Kirchner y
Lula sobre el MERCOSUR, pues aún no significa nada de fondo firme,
igual que muchas anteriores. En los acuerdos con Venezuela y Bolivia,
las bases fueron elegidas, elaboradas y propuestas por los mandatarios
de esas dos naciones de menor volumen que la nuestra. Fue Chávez quien
propuso comenzar la integración con una TV regional y con el gasoducto
Caracas-Buenos Aires. Y fue Evo Morales el que decidió que el punto de
partida de la integración sería mantener el envío de gas, pero a un
precio mayor fijado desde La Paz. Nosotros nos limitamos a levantar la
mano en ambas circunstancias.
Nos está sucediendo lo que previno el filósofo griego:
"Para quien no sabe a qué puerto se dirige, no hay viento que lo
favorezca".
Ése es nuestro problema de fondo en la actualidad: no tenemos puerto
de llegada, y por ello terminamos peleándonos con Uruguay por dos
papeleras.
Buenos Aires, 14 de febrero de 2006.
https://www.alainet.org/fr/node/114357
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