Crónica de Sitio del Niño, Opico
Mis vecinos de plomo mueren lentamente
17/12/2012
- Opinión
Jorge Alberto Hernández era un gran jugador de fútbol, con facilidad podía verse en el espejo de Diego Armando Maradona, Jorge “el mágico” González o, puesto en la chaqueta de la modernidad, en los tacos del astro argentino Leonel Messi; era pues, una especie de sex pistol de la número cinco.
Con los años a Sitio del Niño llegó una fábrica y, por supuesto, la alegría para los pobladores de la zona incrementó, puesto que ya no tendrían que salir del departamento de La Libertad para encontrar trabajo como operarios. El costo del transporte, alimentación y otros sería mínimo por la cercanía.
Jorge tuvo un trabajo: RECORD lo ubicó como operador de la refinadora donde lavaban el plomo con azufre, selenio, y otros agentes químicos en la fabricación de baterías. Las temperaturas del proceso eran altas, y muy peligroso si no contaba con el instrumental de seguridad adecuado.
La casa de René Gómez tiene tres gatos tirados en la entrada: uno amarillo, otro blanco con negro y el tercero negro con rayas. Al fondo unos sembradíos, un pozo y una silla que se estremece con facilidad con el peso del cuerpo que la ocupe.
René es papá de Angelita. Angelita es una niña que de un día para otro perdió la salud como quien pierde un zapato en el patio. Nadie sabe quién se la llevó, pero se tienen sospechas muy ciertas que dan potestad para señalar al posible culpable.
La niña presentó síntomas muy inusuales para alguien que se caracterizó por una salud estable: náuseas, vómitos, dolores de cabeza y de huesos… la cosa cambió mucho de un día para otro.
Óscar Navarro espera detrás de una puerta abierta de la hoja, donde los barrotes son el sostén para que los aburridos se inclinen a besar la desesperanza y la modorra. El corazón de la casa de Óscar se esconde en los vericuetos de una tienda, donde los productos que más se muestran son las golosinas para niños.
Óscar no es originario de Sitio del Niño. Él llegó a la zona desde San Salvador, de la Colonia Metrópolis donde el aire no suele estar enrarecido y las casas, no todas, suelen ser más amplias.
Cada mañana, Jorge caminaba solo 700 metros de una calle de tierra, con montes a un lado y al otro la línea férrea oxidándose por la lluvia en invierno y el sol en verano. Todos los días el mismo cuento.
Pasaron nueve años y la salud del trabajador fue decayendo como árbol contra un viento persistente. También los ánimos estaban topando la cara contra el polvo sediento de la calle. En el 2004, se paró frente a Arturo Marenco Carballo uno de los gerentes, de RECORD y con altos niveles de plomo en la sangre le pidió que lo dejaran morir en casa. Simplemente ya no tenía fortaleza física para seguir laborando.
-Ingeniero, quiero decirle algo.
-Ajá, qué tenes.
-Yo tengo el plomo demasiado elevado, quiero renunciar y morirme tranquilo en mi casa, con mi familia.
-¡Cabrón, no te vas a morir! ¿Quién te ha dicho a vos que la gente se muere de eso? Te vas a componer hombre.
Marenco, para distraer de la enfermedad a Jorge, le contó el caso de unos hijos de un ex trabajador, cuando la fábrica estaba ubicada en Soyapango. Los niños, mientras su padre laboraba, comían óxido y con las manos y boca manchada por el producto químico se reían y gritaban que tenía sabor a mango tierno.
-Ni se murieron, ni les pasó nada –cerró la conversación Marenco-.
Angelita fue llevada por sus padres al Hospital Bloom, donde estuvo ingresada dos meses, en los cuales solo la inyectaron una vez con un producto farmacéutico que nadie recuerda con exactitud que contenía.
Pero, le detectaron plomo en la sangre. El descubrimiento llevó a una nueva situación de incertidumbre: ¿cómo iba la familia a pagar un tratamiento tan caro? La respuesta llegó con el escándalo. RECORD, acosada por los indicios de contaminación causados en Sitio del Niño, se responsabilizó de los gastos médicos.
La infante fue trasladada a una clínica privada, donde las exigencias se movieron al nivel de la alta sociedad: los médicos le exigían a René cuidar la dieta alimenticia de Angelita como proteger a un becerro perdido en el campo que se lleva de vuelta a la hacienda. Cumplir al pie de la letra era una especie de burla.
-Mire, don René la niña tiene que comer pescados, carnes blancas y rojas, verduras…
-Discúlpeme doctora, pero yo no le puedo dar de comer eso a la niña
-¿Por qué?
-Si tuviera dinero con gusto lo haría, pero nosotros hay veces que comemos solo sal con tortilla.
Cada día, Óscar pasaba frente a un enorme monstruo pintado de verde, con muros perimetrales coronados por malla ciclón oxidada. En esos días, observaba con extrañeza el local que hacía ruidos de robot en plena masacre y cuya identificación no apareció por ningún lado.
A Óscar le pareció raro además, las dificultades para respirar que pronto lo posesionaron. En San Salvador no sufrió dichas dolencias, pero lo atribuyó a la estrechez de las casas y al cambio de clima.
Una noche de luna, sus pulmones se estrecharon más de lo normal y, desesperado, salió al patio a buscar el aire que en su habitación se había reducido a cenizas.
En el cielo la luna estaba enorme y llena de luz, lo que le permitió ver ascender, entre las copas de los árboles, grandes nubes de humo que se perdían en horizonte.
Para respirar poco y mal
De la gerencia de recursos humanos Jorge recibió un llamado. Días después comenzó a trabajar en una nueva área: ensamblaje de baterías. Colocaba las celdas, los materiales, todo hasta formas el corazón energético de carros, barcos y otros medios de transporte.
Pese al nuevo puesto, el obrero siguió levantándose cada mañana con el sabor a metal en la boca, con agonizantes dolores de cabeza y malos augurios deambulando en sus pensamientos desconcertados.
Debido a la persistencia de la mala salud, Jorge pasó al área de molinitos, es decir, donde se molían plásticos y baterías. No había ninguna pérdida en la empresa enclavada en el Sitio del Niño.
Tres años después el trabajador se fracturó un dedo de la mano, y los doctores le mandaron hacerse una placa para verificar los daños. En su miembro óseo sobresalía una especie de metal, como si tuviera una prótesis.
Esas noches en vilo, René vivió con la mano cosida a la boca. Su casa y la fábrica están separadas, por aproximadamente 250 metros; y desde esta distancia veía levantarse enormes columnas de humo con olores a hule quemado. No salía ni al patio, porque se convertía en presa del vómito interminable.
A la par del tóxico industrial, devino en habitual la muerte. De los árboles, del cielo y de los techos caían pájaros de todos los colores y de toda especie envueltos en una especie de sopor, de cansancio que les imposibilitaba continuar el vuelo.
René hizo mascotas temporales a varias aves, aunque no tardaban mucho tiempo en morir. Los vecinos no podían explicarse por qué la muerte se ensañaba en la zona.
A la vez que los pájaros morían, varios lugareños también fallecieron y, otra vez, la rapidez de lo que acontecía no daba tiempo para pensar.
Una señora que vendía comida a los trabajadores muy cerca de RECORD murió. Una vecina de René, también se fue de esta vida en un momento en que, al parecer, la salud era de huesos fuertes.
Las dos mujeres fueron enterradas rápidamente, y comentan los habitantes, nunca les hicieron autopsias para indagar sobre las causas de las muertes.
Desde esa noche, Óscar se obsesionó: preguntó a los vecinos qué hacían en la fábrica, cómo se llamaba, quién era el dueño. Indagó, y encontró una posible respuesta: la contaminación por plomo era un peligro para todos.
Se organizaron, hicieron reuniones clandestinas en casas de varios vecinos, pese al temor de saberse perseguidos por gente de RECORD.
Las voces de descontento contra la fábrica comenzaron a arremolinarse. Los vecinos se organizaron, se dieron cuenta de la contaminación a la que estaban sometidos y que, poco a poco, ya les estaba robando la vida.
RECORD fue cerrada en el 2007. En el 2009 los Ministerio de Salud y Medio Ambiente declararon emergencia ambiental. Cinco años después perdieron el camino hasta la justicia. Los propietarios de la compañía se fueron del país, y los gerentes fueron exonerados del delito de contaminación ambiental.
Jorge continúa con serios problemas de salud. Últimamente, la espiral de la enfermedad se va cerrando con un saldo desfavorable para el ex trabajador.
Los pájaros muertos y Angelita en el hospital fue una especie de piedra en el zapato para los dueños de la empresa, quienes se vieron en la necesidad de cubrir con una especie de espumosa ola de calma a los cada vez más inquietos habitantes del lugar.
A uno de los trabajadores ordenaron la entrega de miles de panfletos denunciando “la cuatro grandes mentiras”, en las que señalaban que nadie estaba siendo afectado de contaminación ambiental, y que Angelita y su familia recibían todas las atenciones necesarias mientras se restablecían.
Mientras los panfletos caían en manos de los lugareños, otra ofensiva iniciaba: personeros de RECORD trataron de dividir a la comunidad –organizada incipientemente – enemistándolos y separándolos entre trabajadores y no empleados. También, inició una ofensiva de tipo comercial: comprar terrenos y casas a las familias más activas en la lucha contra la compañía.
A la casa de René llegó un día un representante de RECORD para mediar. Pidió permiso, entró y se presentó como una persona que llegaba de Costa Rica, interesado en comprar el terreno que albergaba la vivienda.
-Mire, yo soy mediador de la empresa y vengo de Costa Rica.
-Sí, dígame como le puedo ayudar.
-RECORD está interesada en comprarle su terreno.
René no lo vendió. No se trataba de hacer resistencia a la oferta, no era por motivos estrafalarios que intentasen engrosar un rollo de billetes amarrados con hule, no simplemente no la vendió.
Un buen día se reunieron con un representante de la factoría, quien trató de disuadirlos respecto a las posibles amenazas a la salud con los procesos químicos. Óscar lo enfrentó.
-Hemos puesto filtros a las chimeneas para que ya no haya contaminación.
-¿Y de cuánto es la porosidad de los filtros?
-Mire, lo importante es que tienen filtros.
-Sí, pero de explicaciones para saber si sirven o no.
La discusión finalizó con una conclusión: la empresa trataba de engañar a los afectados, haciendo uso de las relaciones públicas.
Hace dos años, mientras laboraba en un taller de mecánica, Jorge sintió que el mundo se le venía encima. La sangre le subió a la cabeza como un ascensor descontrolado y se desvaneció. Al día siguiente fue a consultar, y el médico le dijo que le había subido la presión arterial. Desde entonces, tiene más problemas debido a que se cansa con mayor rapidez.
Por eso, Jorge ya no juega al fútbol como antes, y sus compañeros de equipo le gritan que corra todas las pelotas. Pero ya no puede.
Las pruebas para saber si los trabajadores tienen plomo en la sangre también salieron a la luz: todos tenían el producto químico enquistado en el líquido rojo, incluso el gerente Marenco.
Para los trabajadores, el máximo nivel de plomo en sangre es de 40 microgramos por decilitro; 25 en no trabajadores y 10 en menores de edad.
Marenco, según prueba realizada en el Laboratorio San Martín, tiene 57.5. El resto de trabajadores está arriba del nivel permitido. Un pequeño porcentaje sobrepasó los 100 microgramos por decilitro en sangre.
Angelita todavía vive en Sitio del Niño, pero ahora se fue de casa y comparte vivienda con su mamá. Los doctores le pronosticaron posibles complicaciones cuando en su vientre esté creciendo un feto.
Al sentirse contra la espada y la pared, el que desde entonces se llamó Comité Ambiental del Cantón Sitio del Niño acudió a varias oenegés para pedir ayuda. El caso llegó hasta oídos de embajadas y periodistas extranjeros.
En los días de enfrentamientos contra RECORD, Óscar recibió una llamada telefónica que lo congeló: le dijeron que tenía cinco días para mudarse del lugar o, sería asesinado. Pocos días después, se retiró del Comité.
Los hijos de Óscar también tienen plomo en la sangre. Ambos sobrepasan los diez microgramos por decilitro, incluso tienen trazas de la sustancia pesada en los huesos.
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