Nostalgias de una estrella al centro de una tela

18/09/2012
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A propósito de un mes que alguna vez fue patrio
 
Es tan profundo el hueco que se siente al pensar que nos quedaremos sin tierra. Que pronto seremos errantes ciudadanos de un país que dejó de existir porque fue primero destruido y luego vendido a pedazos. Ya veo venir el tiempo en que rodaremos por los otros pueblos contando la historia de lo que éramos; de lo que algunos hicieron y otros dejamos hacer; de lo que pasaba antes de que ellos llegaran con sus máquinas y cercaran con las grandes murallas alrededor de las tierras que fueron nuestras y que fueron pagadas a los que huyeron con las canastas llenas de tesoros y sus familias bajo la protección de los mismos compradores.
 
Me imagino desde ahora los muros que se elevaron, los tractores que poco a poco destruyeron las casas, las fincas, los pequeños edificios que estaban en medio de sus faraónicos planes, rodeados y protegidos por soldados venidos de la nada, de un momento a otro y que se comunican en idiomas incomprensibles y lejanos; armados hasta los dientes; salidos del fondo de una oscuridad profunda y con el repentino asombro de un acto de magia negra; que sin más, sacaron a empujones a la gente y la arriaron asustados e indefensos a las afueras de los muros, marginándolos de sus casas, sus viejos y calamitosos templos, sus derruidos parques, sus peligrosas calles, sus descarnados muertos, como últimos testigos del abandono forzado, de la expulsión precisa y eficiente que no dio tiempo a que las lágrimas llegaran del húmedo ojo a la vieja tierra que no pudo recibir nuestro último lamento.
 
Ya me puedo imaginar cómo detrás del muro circundante crecerán los edificios prohibidos que desde lejos asomarán sus cumbres y sus sombras sobre las poblaciones marginales de trabajadores apiñadas a la orilla externa de la gran muralla gris en la que muchos se atrevieron a pintar todo tipo de manifiestos, en la que se ofrecía desde el infierno hasta una revolución imaginaria impulsada, quizá, por la tristeza. 
 
Lo peor llegará cuando los ricos empiecen a darle vida a la ciudad de luces y fuentes, parques y teatros, tiendas y clubes, mansiones voladoras y comercios de toda índole, de la que sólo nos llegará la riada de purulentas heces fecales y residuos sólidos, las grasas y aceites groseros de los desperdicios, los ruidos de los alocados escándalos de los grandes y pequeños artistas que día a día como juglares medievales divertían a los decadentes vecinos venidos de los chalets y castillos más inimaginables ubicados en todos los rincones de la rosa de los vientos.
 
Nosotros nos quedaremos con la memoria. Con una célula vencida y borrosa de una patria que fue y que ya no es más y de la que unos ilusos, con un pasaporte, aún esperarán la oportunidad de retornar en el momento en que alguna corte terrenal decida que no es posible que la aberración siga existiendo y la extinga, como si ese acto de soberanía fuera propio de almas que perdieron su razón de ser.
 
Tegucigalpa, Septiembre 2,012
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