Epitafio para la Honduras Quemada
- Opinión
El humo al que otra vez hemos sobrevivido, se está disipando con las primeras lluvias, pero las huellas de su paso han quedado como una exhibición más de nuestras miserias y bajas conductas. Cientos y cientos de hectáreas de bosques quemados; miles y miles de troncos tirados a la vista de todos, desnudando nuestra insensatez; miles y miles de manzanas de suelos que éste año producirán a costa de los años venideros, como certificando un lema nacional de “Todo para hoy, ¡mañana no nos importa!”.
Yoro, Olancho, Francisco Morazán, Colón quemados; arrasados por nuestra avidez de destrucción y por nuestra insaciable torpeza; por nuestra ilimitada y común sinrazón.
Alzar la voz de nada sirve en el país de las almas vacías. Gritar y levantar las manos y humedecer con lágrimas genuinas las millones de toneladas de cenizas que se expanden por lo que quedó de nuestros bosques de nada sirve. Apenas me dan ganas de escribir sobre la muerte de nuestra patria cuando me siento rodeado de homicidas y de omisores, de cómplices e indiferentes, de ejecutores y testigos mudos y yo mismo quepo y me ubico en cualquiera de los calificativos.
Cuando muy pronto el Planeta nos pase la cuenta y nuestro terruño se vuelva contra nosotros y nos acose lo derrumbado, lo seco, lo totalmente acalorado y no queden más refugios; o quizá, cuando nuestro Planeta nos inunde violentamente o se vuelva furiosamente ventoso o trémulamente congelado, quisiera que la muerte nos llegue lenta y dolorosa, con la saña maligna y la alevosía pendenciera con que nosotros la hemos destruido sin piedad... nuestros cuerpos quizá serán cargados entonces por camiones y amarrados con cadenas para pasearnos como trofeos o como premios a nuestra crueldad como ahora lo hacen los camiones que cargan troncos y que pasean los bosque asesinados; o quizá ya no existirá nadie para subirnos al tablado de los camiones cargadores y nos dejen tirados.... pudriéndonos despacio, como los cientos de miles de troncos apenas jóvenes que hoy inundan lo que fueron hace apenas unos años nuestros verdes paisajes que cantaron alguna vez al ritmo del viento y que fueron el hogar de cientos de especies que ni siquiera aprendimos a conocer y entender.
Honduras se muere. Se muere nuestra patria. Los que la hemos amado y conocido en miles de rincones apenas tenemos los recuerdos de lo que un día fue. Honduras convalece moribunda casi sin agua en sus venas, con ríos marchitos y sucios. Honduras nos deja para siempre mientras los humanos seguimos profundamente atados a todo tipo de “importantes pequeñeces”, sin siquiera notar el rastro de terror que dejamos a nuestro paso, como asegurándonos de dejar escrito para el más que dudoso futuro un epitafio que podría decir:
“Y se hizo el polvo y el humo... Y todo lo que fue ya no tuvo cabida por la destrucción terrible que los hombres hicieron y sus mujeres acompañaron... y cuando quisieron salir de su isla, ya no tenían como hacerlo porque ya no había ni madera para hacer las naves ni los remos, porque ya no había agua dulce para beber, ni plátanos para la ruta... pero aún así, aún cuando ya su extinción era irremediable, nunca dejaron de pelear entre ellos, porque la destrucción estaba en su sangre; porque su voz interior nunca fue superior a triste su orgullo. Se dice que los últimos dos que quedaron, estando caídos, secos, desnutridos y profundamente debilitados murieron con odio en sus ojos, como intercambiando amenazas e insultos hasta después de su último suspiro”.[1]
En el mes de mayo; también mes de la “madre tierra”. Tegucigalpa; 2011.
Nota:
[1] De un libro aún no escrito; encontrado en lo que quedó del más acá, sobre la historia de una tribu violenta e irracional que vivió en el mero centro de las tierras que hoy dejaron de serlo.
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