Un hormiguero de sueños

15/11/2010
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La lluvia no amaina. Estoy poniéndome las botas y una chaquetilla, que más que un impermeable es un rompevientos. Voy a encontrarme con un grupo de jóvenes, veintitrés en total, con quienes iremos al corregimiento del Hormiguero. Hay un propósito explícito y alguno implícito, el explícito será ver cómo se hace la minería y saber del estado de los humedales que están a los márgenes del río Cauca. Son chicos y chicas que en promedio no superan los 22 años. No se notan abrumados por las angustias de la cotidianidad que las mayorías suelen tener y en sus rostros todavía se conserva algo de inocencia. Pero hay en algunos un aire de desdeño por las experiencias inusitadas, una abulia por descubrir asuntos ignotos, un dejo de conformismo que me asusta, …tal vez, me digo, es el proceso de formación-educación que está logrado su propósito: el adecenamiento, el aburrimiento y la postración intelectual, la entrega de sus mentes a lo consabido, el disciplinamiento y la sumisión a la autoridad académica que se instala, muchas veces, en la relación burocrática y no en la escala de la sabiduría y la experiencia. Me pregunto si no será que ya se están acostumbrando a preferir las cosas inmediatamente útiles y no la vida buena, como Aristóteles, el filósofo –para que no se confunda con una mascota-, hubiera señalado. Me causa pena pensar que estos jóvenes puedan vivir sin algo de rebeldía y quizá esta visita al menos logre conmoverles, ese es el propósito implícito. Uno no sabe a ciencia cierta qué es vivir bien, pero puede afirmar que entender y aprender a vivir bien puede resultarnos mejor que aprender a hacer cosas y a tener cosas; el buen vivir puede resultar mejor para la humanidad que producir cosas que nos sean de utilidad inmediata, obtener una renta o acumular bienes materiales, como señalaría el canon del desarrollo.
 
En medio de la visita al Hormiguero me da la sensación de que “el desarrollo”, el concepto de desarrollo, el contenido y la semántica de la palabra desarrollo, sigue siendo un asunto que no se dilucida suficientemente en la cotidianidad, que la idea de desarrollo es lugar y escenario donde el sentido y el proyecto de vida, donde el proyecto de sumisión y el proyecto emancipatorio tienen lugar al mismo tiempo. Llegamos al Hormiguero y nos reciben cuatro personas. “N”, “M”, “J”, y “JJ”. La voz principal es “N”. Ella tiene un turbante, al estilo africano. Es una mujer que se reivindica negra, afrodescendiente. Cuenta que su gusto por el turbante es suyo, como debe ser suyo el gusto que tiene por él la senadora Piedad Córdoba, otra mujer afrodescendiente que ha sido vilipendiada por su práctica política y por su creciente compromiso con una perspectiva de paz, que la llevó a perder su curul de senadora. Cuenta “N” como gentes que malversan sus palabras y sus ideas, bromean insultantemente asociándola con la senadora, ante lo que ella dice haber actuado con vehemencia. Se me ocurre que así es la ideología. A las gentes se nos inculcan ideas, se nos acopla con mentiras, se nos manipula e induce a creer y aceptar las mentiras como si fuesen realidades inobjetables. Algunos se creen que “N” es como Piedad y que Piedad es como nos la pintan y así sucesivamente. Con la idea del desarrollo sucede algo parecido, nos la inducen como una promesa, nos la ofrecen como un pócima, como un menjurje milagroso que nos librará de las ataduras históricas y de la miseria en la que se nos ha sumergido y terminamos creyendo en su benignidad, pero sometidos por su esencia utilitarista a la opresión y al despojo que le son consustanciales.
 
“N” cuenta que la vida en el corregimiento ha mejorado gracias a la gestión que han hecho. El agua potable les fue llegando de a poco. Primero por alguna gestión, durante alguna alcaldía, les hicieron un pozo profundo desde donde bombeaban agua para una exigua red de distribución. Pero muchas veces les resultaba mejor ir al río por agua que tomarla de la llave, pues esta estaba más pantanosa que la otra. ¿Uno se pregunta por qué esta obra no fue hecha como se debía desde un principio? Luego lograron mejoras en la infraestructura del acueducto comunal, para que finalmente, el día de hoy, tengan un servicio de distribución de agua que es manejado por la comunidad a un costo razonable. Sin embargo, recientemente les han instalado unos medidores, con el argumento de que hay desperdicio y que los medidores permitirán controlarlo. Parece no haberse reflexionado sobre si sería mejor o no un programa de educación para el uso racional antes que medidores que, por lo que se sabe, les sitúan a un paso de la privatización-mercantilización total de ese servicio público, comunitario hoy. Pero ella está satisfecha, “…miren que diferente hoy que ayer. Antes había que ir a lavar al río, traer agua del río, hervir el agua todo el tiempo y hoy es agua potable: Acá nos han visitado de todas partes del mundo y yo, en mi casa, les he dado agua de la llave y no tengo noticia de que algo malo les haya pasado, hasta ahora no me ha llegado la invitación a ningún entierro de quienes han tomado esta agua”, así dice como si fuese una broma. ¿Será que esto es el desarrollo? ¿Será que el desarrollo les hace la vida mejor? Será que las soluciones por pedacitos no son como la ética del médico filibustero, de la que habla Plantón, que nunca resuelve aliviar al enfermo porque de esa manera podrá mantenerle como cliente. ¿No son esos procesos de solución graduales los que permiten crear el clientelismo? Tal vez, pero por ahora para “N”, hay logros y sin duda se vive hoy mejor que ayer.
 
Cuenta “N” que antes tenían un sistema de trasporte que aunque limitado llegaba hasta lo que se conoce como Hormiguero La Cabecera. Ahora que llegó el MIO, que ella prefiere llamar Sistema Integrado de Trasporte Masivo, “porque no es mío”. Dice que la gente puede salir más, que tienen más conexión con la ciudad y también que la gente de la ciudad puede con mayor facilidad llegar al corregimiento y eso tal vez sea una oportunidad para que ideas que corren sobre hacer de este lugar un atractivo turístico para las gentes urbanas puedan hacerse realidad. A decir verdad, para mi, cuando miro el abandono de la caseta turística, que está en La Playita, me quedan dudas sobre cuán posible será que sus sueños del ecoturismo sean pronto realidad. El Hormiguero es un corregimiento de la Ciudad de Cali, con varias veredas donde para ir entre la cabecera y, por ejemplo, la vereda de Morgan, puede uno gastar más de una hora caminando. Además, a mi me puede tomar casi hora y media y hasta dos horas arribar allí desde el centro de la ciudad, según que logré o no alguna providencial coincidencia con la desprogramación de servicio de trasporte, cuyos itinerarios dependen, al estilo propio del funcionamiento de los servicios públicos, del destino. Sin embargo ella, que es una mujer tesonera, no dará brazo a torcer. Ojala el equivocado sea yo.
 
Llegó la hora de caminar, pero antes hay que tomar un “mecato” y asegurar que haya un lugar para almorzar más tardecito. Entre tanto algunos de los muchachos compran bolsas de porquerías, solo un par traen algo hecho en casa. Yo, por mi parte, hago lo que ha constituido un ritual cada vez que voy al Hormiguero, me compro un fabuloso helado de maní made in “The ants”, hecho en el hormiguero, y que cuesta casi nada. Ahora es “J” el que se hace cargo de orientarnos. Voy con él a separar los almuerzos y luego emprendemos todos el recorrido hasta el humedal de Cauca Viejo, del cual sólo hay vestigios. “J” es un hombre joven, negro, que se define como pequeño agricultor. En el Hormiguero no se le niega el saludo a nadie y “J” parece que es un fervoroso practicante de este mandato. Saluda a diestra y siniestra y la gente le pregunta si ya están las mazorcas, si le quedan aguacates, si volvió a sacar pollos, si tiene verduras, si tal o cual… y el responde a cada pregunta sin notarse que tenga afanes de comerciante, más bien, me pareció, responde como un apóstol que anda distribuyendo bendiciones. Es un ser que hace milagros produciendo alimentos en la periferia de una ciudad rodeada de monocultivos de caña y otros, que como la legendaria Numancia está siendo sitiada de hambre.
 
El Hormiguero, por lo que alcanzo a saber, fue un reducto de negros emancipados que armaron su Palenque desde hace ya más de un siglo, en las periferias de grandes haciendas. Como ellos dicen, no niegan el saludo y las casas están con las puertas abiertas. Un hecho inusitado en una ciudad donde todo el mundo anda sospechando de los demás, donde nos andamos encerrando por temor, donde nos apeñuscados en nuestras viviendas o en las calles sin saludarnos entre nosotros. La hermandad que portan desde la esclavitud, es más fuerte que la que portamos en la ciudad los que nos hemos creído siempre libres. Tal vez, me digo: “esto es lo que me encanta de este lugar”.
 
Pensando en que el gobierno de la ciudad se atribuye un historial de izquierda, a uno le surgen dudas sobre lo que la izquierda es capaz o de los que sus fuerzas están dispuestas a hacer. Tal vez siguen prometiendo el desarrollo para construir sus propias clientelas, uno no sabe. Lo que es cierto es que el desarrollo, como un conjunto de soluciones de fondo a las demandas de las gentes, siempre resultará una idea esquiva. Tal vez nos resulte mejor pensar en que deberíamos crear relaciones entre nosotros que, por fuera de la institucionalidad o a pesar de ella, permitan que la diversidad emerja, que se mantenga mediante procesos de redistribución de poder; pues más que un modelo de desarrollo o un ordenamiento del territorio lo que se requiere es afianzar un conjunto de valores que humanicen las relaciones entre nosotros y con la naturaleza. Tal vez sea mejor dedicarnos a reconocer y fomentar las potencias trasformadoras de los procesos sociales que independientemente de su tamaño son totalidades de cambio, expresiones de las relaciones novedosas-antiguas-profundas entre cultura y naturaleza, que se expresan en proyectos de vida colectivos, que comprometen individuos concretos, que son sin duda realidades complejas, cuyo destino no está determinado. Quizás allí la búsqueda de sustentabilidad y justicia pueda ser una alternativa a la hegemonía imperial del mercado y del capital.
 
A los chicos lo que más les emocionó fue subirse a una barcaza y navegar por el río. Fue un regalo que nos hicieron cuando arribamos a La Playita. Parecíamos turistas japoneses, fotos van fotos vienen. Y como resulta obvio, con el río Cauca ahí, pues hay que navegarlo. Nos dimos una vueltita viendo las riveras saturadas de caña y las explotaciones de material de arrastre. Para la mayoría de nosotros era la primera vez que navegábamos, así fuera casi simbólicamente, el río Cauca. Yo tengo una amiga que se lo navegó en la parte que va desde Jamundí hasta el norte del Valle y me contaba que habían encontrado varios cadáveres que flotaban. Así son las cosas por acá. Pero esta vez solo hubo algo de algarabía y un poco de solaz. El río está herido, se nota. Sus madres viejas las han ocupado con cultivos de caña, sus profundidades las escarban para extraer materiales. Las aguas servidas de las industrias van a parar allí sin ningún recato, las aguas de las alcantarillas hacen lo mismo. Las gentes en el Hormiguero han emprendido una campaña por la recuperación de los humedales, que es una iniciativa plausible. Ya veremos cómo les va. De todas maneras nuestra visita seguramente inocula un poco de entusiasmo a las personas de la comunidad con las que tratamos; pasa que cuando llegan gentes desconocidas que así sea momentáneamente se interesan por los problemas de uno, uno siente un alivio. Esta visita es también pues un acto de sanación. Es la sanación del diálogo y del dejar descubrir que hay dificultades y que el desarrollo no es como lo pintan.
 
Así fueron las cosas, así son los ritmos de la vida, idas y vueltas, vida y muerte, reposo-movimiento, suspiro-respiro, entropía-negentropía, continuidad-discontinuidad, vaivenes del río, así es esta lucha entre desarrollo y proyecto de vida sustentable. Aparrar es una palabra que significa que un árbol tienda sus ramas en dirección horizontal, eso debería pasar con nuestro deseo de conseguir la vida buena, debería crecer como las ramas de un árbol y cobijarnos, albergarnos, aparrarnos.
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