XVI Cumbre Iberoamericana

Mandatarios proclaman los más nobles y altos objetivos

04/11/2006
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Montevideo

Mañana, domingo 5 de noviembre, al término de la XVI Cumbre Iberoamericana, los presidentes iberoamericanos aprobarán una declaración en la que expresarán "su voluntad de seguir luchando contra la desigualdad, el hambre y la pobreza, factores que pueden comprometer la democracia y limitar el ejercicio efectivo de los derechos ciudadanos".

La declaración explica que para la "progresiva superación" de esos problemas "se requiere la ejecución de políticas de promoción del desarrollo económico con inclusión social, la generación de trabajo decente y la solución duradera del problema de la deuda". El diario El País de esta ciudad, agrega que los presidentes reafirmarán la prioridad concedida al combate del terrorismo en todas sus formas y manifestaciones y a la lucha contra flagelos como la delincuencia organizada transnacional, las drogas ilícitas, el lavado de activos, la corrupción, el tráfico ilícito de armas, de inmigrantes y la trata de personas.

También firmarán un compromiso sobre flujos migratorios y facilitarán la transferencia de remesas. El diario Últimas Noticias explica que el compromiso se basa en garantizar que las migraciones generen un "impacto positivo, por lo que llama a los países de origen, tránsito y destino a "asumir la responsabilidad que les corresponde en materia migratoria". Dice que "la migración es una realidad transversal que guarda estrecha relación con la falta de desarrollo, la afectación de los derechos humanos, la pobreza, los desastres naturales, la inestabilidad política, la búsqueda de mejores condiciones de vida, la inequidad en la distribución de la riqueza y la falta de oportunidades para el desarrollo humano", por lo que se concluye que se hace necesaria "la cooperación para promover el desarrollo".

Se expresa el rechazo a "toda acción unilateral o coercitiva de efecto internacional que atente contra el clima de diálogo y contra las normas de respeto mutuo en materia migratoria" y se establece que "las normas nacionales y los acuerdos internaciones en materia de migraciones, en consonancia con criterios de gobernabilidad y práctica organizada, deben ser tomados como marco de referencia". "Los Estados, al ejercer su derecho de regular el ingreso y permanencia de personas en su territorio, deben respetar las normas de derecho internacional", agrega el documento a ser firmado por los presidentes.

La declaración pone especial énfasis en que "las remesas responden al derecho de todo ser humano de asistir de modo individual al sustento de otras personas. Este derecho debe ser reconocido y salvaguardado", por lo que "los Estados deben abstenerse de promulgar disposiciones legislativas o adoptar medidas coercitivas que puedan obrar en detrimento de este derecho" y deben "facilitar el envío de remesas, reduciendo su costo y garantizando el acceso a servicios bancarios".

Se subraya que "la entrada y permanencia de los trabajadores extranjeros de acuerdo con las vías establecidas en las respectivas legislaciones constituye la mejor garantía para el respeto de los derechos humanos y laborales de los migrantes. La migración indocumentada y la existencia de mercados laborales informales generan condiciones favorables a la explotación de los migrantes. El tráfico ilícito de migrantes debe ser combatido". Finalmente se subraya que "migrar no es un delito" y que "la comunidad internacional tiene la obligación de asumir un mayor compromiso en la prevención, penalización y combate del tráfico ilícito de personas y otras formas de delitos transnacionales conexos", y que "las víctimas no deben ser consideradas sujetos activos de conducta penal".

Todo muy lindo, muy políticamente correcto, muy compartible. Claro que si se toma en cuenta que quienes estas cosas dicen ya están gobernando en sus respectivos países (muchos de ellos desde hace años), es imposible dejar de oler cierto tufo de hipocresía en el asunto. Y es lógico, en lo declarativo nadie podría contradecir los altos principios que se proclaman. Sin embargo, en los hechos, muchos de estos mandatarios que aquí y ahora se rasgan las vestiduras, actúan en forma directa o tangencialmente opuesta a lo que dicen.

Por otro lado, estos días son todos “amigos del alma”, y se abrazan y juran eterna fraternidad. Sin embargo, la mayoría de estos gobiernos están enfrentados entre sí por diversas cuestiones. Argentina y Brasil disgustados con Bolivia por su política energética, Argentina y Uruguay, disgustados entre sí por la pulpera de Botnia y los cortes de ruta. Chile, enemistado históricamente con Bolivia tras quitarle su salida al mar. Venezuela siempre en conflicto con Colombia, y así podríamos seguir. España, a su vez, llama hermandad a la filiación pero –como integrante de la Unión Europea- mantiene su mercado cerrado a los productos latinoamericanos, y ahora a sus ciudadanos.

Todo esto me ha traído a la memoria una nota escrita por el periodista Julián Ayala escrita en febrero de 1993 para la revista Disenso de Las Palmas de Gran Canaria, titulada “¿Se puede estar en la política sin ser un crápula?”. Como queda claro al leer la nota, Ayala utiliza la palabra “crápula” no en su acepción literal (borracho) sino en la familiar de sinónimo de “bandido, hipócrita, taimado”. El paso de los años no ha hecho perder vigencia al análisis de Ayala, por el contrario (y lamentablemente), sus reflexiones tienen cada vez más vigencia. Vale la pena leerla ahora, cuando (por ejemplo) el presidente Fox recibe las llaves de la ciudad de Montevideo en el mismo momento en que sus tropas asesinan a manifestantes en Oaxaca.

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¿Se puede estar en la política sin ser un crápula?

Por Julián Ayala

En principio, y teniendo en cuenta la concepción tradicional de la política como "Servicio a la comunidad," la formulación de esta pregunta podría parecer provocadora y hasta insultante; pero ante el espectáculo que ofrecen muchísimos políticos, no parece excesivamente descabellado suponer que, aunque no todos los políticos sean necesariamente crápulas, un crápula puede tener grandes posibilidades de triunfar en política.

Veamos cómo se ha gestado esta situación. Lo que legitima democráticamente a un sistema (porque naturalmente estamos hablando de la acción política en los países democráticos), es la participación de los ciudadanos en las decisiones públicas. Y la política degenera, se crapuliza, cuando esta participación es desnaturalizada, cuando -carente de contenido- se sigue empleando tan sólo como tapadera para esconder la realidad de las decisiones secuestradas por una casta de profesionales: la clase política, como se la suele llamar con evidente inexactitud.

Pero, aún inexacta, esta expresión apunta a una realidad social. Dime cómo hablas y te diré quién eres, podríamos parafrasear el conocido refrán sobre las malas compañías. A veces el lenguaje es más preciso de lo que puede parecer; de ahí la admisión general de esa aparente incongruencia. En la teoría tradicional, las clases de verdad, aquellas cuya razón de ser dependen de su posición en el sistema de producción, viven enfrentadas entre sí y las más poderosas, las dominantes, tienden a crear todo un sistema de legitimación del estado de cosas que hace posible su posición preponderante en la sociedad.

Pues bien, la clase política en los países democráticos acude también a triquiñuelas de todo tipo para legitimarse y eternizarse como tal. Solo que, al igual que con los otros hace tiempo, la ciudadanía ha empezado a notarlo y a cansarse de ellos, ha empezado a desconfiar de sus representantes y ha surgido así la crisis de la democracia, de la que tanto se habla, y que es esencialmente una crisis de confianza en los políticos y en sus partidos. Todos, no solamente los que gobiernan.

Los politólogos comprueban con alarma que el creciente descontento hacia los gobiernos no deriva en una mayor confianza en la oposición. El ciudadano no ve alternativas en los partidos al uso (ya que todos pertenecen a la misma clase). La desconfianza nace de la imposibilidad del ciudadano como individuo de participar en las decisiones políticas, surge de la íntima convicción, avalada por los hechos, de que la clase política, como todas las clases, tiende a defender antes que nada sus propios intereses como tal.

Al contrario, la política entendida en sentido tradicional y cuasi angelical, la que trataría de conjugar acción y principios, sólo puede ser realizada por gentes desinteresadas, desclasadas políticamente, que no viven de la política sino para la política. Santos o héroes en última instancia, nunca crápulas. La política monopolizada por los políticos profesionales conduce, por una parte y en casos extremos, a la arbitrariedad y la corrupción; por otra parte (y esto es lo que está ocurriendo normalmente) a la homogeneización de los partidos, sean del signo que sean.

No se trata ya del sentimiento tan extendido (y muchas veces identificado con posiciones derechistas) del "todos son iguales," sino que, efectivamente, todos tienden a parecerse, pues todos tienen en común –ya lo hemos dicho- que no representan a quienes les eligen. Se representan a sí mismos y, dentro de lo que cabe, a los aparatos de sus partidos. De ahí también la tan extendida frase: "el que se mueve no sale en la foto." Claro que entonces la solución es fácil: cambiarse a otro partido que sí los ponga en el tapete. Y no vamos a caer en la grosería de citar nombres.

La democracia comienza, pues, a convertirse en partidocracia y ésta es el mejor caldo de cultivo para que florezcan los crápulas de todo tipo y condición. Concluyendo: la crapulez no es inherente a la política. En un sistema verdaderamente participativo, donde se intente llevar a la práctica los principios que lo forman, los crápulas, por más que haberlos los habrá, tendrán muy poco que hacer.

Hay que luchar, pues, contra los políticos como clase. Hay que oponerse a los crápulas, y echarles escaleras abajo si se presentan en tu casa. Hay que inventar alternativas a los cauces de participación ineficaces. Hay que moverse, ¡diablos! o nos seguirán moviendo los crápulas de toda laya: los de la derecha, los del centro, y los de la izquierda. Por la autodeterminación del individuo y frente a la crapulez institucionalizada: ¡hay que liberar a la política de los políticos! Ella nos lo agradecerá, y además: será divertido intentarlo...


Fuente: Comcosur al día, Uruguay
http://www.comcosur.com.uy
https://www.alainet.org/es/active/14306
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