Aun cuando se autoproclama democrática, la derecha mexicana evitó por décadas (cuando menos de 1988 hasta el 2000) que se hiciera realidad la salida del PRI de la p residencia de la República. La razón era muy sencilla: quien derrotó al partido de Estado - Cuauhtémoc Cárdenas- representa una corriente política que históricamente ha antagonizado con sus intereses. Su proyecto de nación no es exactamente el que conviene al capital transnacional. En coordinación con la clase dominante en Estados Unidos, los oligarcas mexicanos dedicaron esfuerzo y dinero a la preparación de un cuadro capaz de convencer a los votantes de que tenía capacidad para vencer al PRI y echar a andar un sistema que superara los viejos vicios de aquél y consolidara el modelo neoliberal. Ese fue Vicente Fox, quien arribó al gobierno federal con bandera de ciudadano ajeno a la política tradicional. Luego de que se hicieron de la presidencia de la República, las fuerzas de derecha quisieron echar a andar su proyecto de país: dependiente de Norteamérica y dirigido por la clase empresarial. Pero, conforme fueron transcurriendo los meses y los años, la derecha vernácula se fue convenciendo de la ineptitud de Vicente Fox, más ocupado en viajes y festejos que en la implementación de las medidas que urgen a los capitalistas globales y a sus socios locales. No ha podido hacer aprobar en el Congreso una reforma constitucional que saque de la ilegalidad los contratos relacionados con la electricidad y el petróleo. Tampoco ha sido capaz de gravar con el IVA los alimentos y las medicinas, ni poner en práctica la contrarreforma laboral. Y lo peor, su impericia (aunada a la necedad de convertir a su esposa en figura política), hizo que se potenciara el jefe de gobierno del D.F., Andrés Manuel López Obrador, como aspirante a la silla presidencial. Espantada por la posibilidad de un gobierno no alineado totalmente al imperio, la derecha se movió sus hilos y hace cuanto puede para evitar que López Obrador llegue a Los Pinos en el 2006. Algunas demostraciones de fuerza El diferendo económico entre las empresas TV Azteca y Canal 40 se resolvió entre ellas. Aquélla operó un comando armado que expulsó a la segunda de las instalaciones del Cerro del Chiquigüite, sin que el gobierno se atreviera a sancionarla. Dejaron bien patente que no se someten a las reglas del estado, sin que esto les costara el correspondiente castigo. También fue evidente que TV Azteca presionó por la excarcelación de "Mayito y Paola", socios del traficante de drogas Paco Stanley quien fue ejecutado en un restaurante presumiblemente por sus socios en el negocio sucio. Para que nadie olvide quienes son los verdaderos detentadores del poder, el capital transnacional fue engullendo el sector financiero. Hoy tiene en su poder más del 90% de las instituciones bancarias, lo que le permite -por ejemplo- negarse a colaborar en sostenimiento de la policía a su servicio. También se da el lujo de culpar al gobierno capitalino de los frecuentes asaltos que sufren los usuarios de sus servicios. Lo más reciente fue la marcha del 27 de junio del 2004, donde la clase dominante movilizó cientos de miles de personas en protesta por la inseguridad. Lo relevante fue que consiguió endosar el problema a Andrés Manuel López Obrador, quien no supo manejar el problema y terminó como el culpable. No estamos ante simples escarceos, pues las derechas se mueven siempre en función de intereses concretos. Su intención hoy es impedir que la Presidencia salga de manos confiables para ella, o sea el PRI y el PAN. Cierto es que los retrógradas tienen derecho a movilizarse y plantear sus demandas ("castración" y "pena de muerte" a los secuestradores, decían algunas cartulinas de quienes marcharon el 27 de junio). Pero del lado democrático de la sociedad no debemos descuidarnos y denunciar sus verdaderos objetivos, que nada tienen qué ver con la justicia ni con la democracia. Se impone dar la lucha ideológica contra estos barruntos de fascismo pues lo que está en juego es nada menos que la patria.