Mujeres, equidad y utopía
28/05/2001
- Opinión
¿Cómo pudiéramos, el 51% de la población humana, las mujeres de
todo el mundo, llegar a un trato igualitario con el resto de los
seres humanos, de los que somos además sus madres? El Día de
Madres, ampliamente promovido en medios masivos de comunicación,
en comercios y restaurantes, intenta regalarnos un día al año y
festejarnos con todos los excesos que implica una concentración
tan puntual. Se agradece este día el trabajo, las penas y las
angustias que las mamás hemos regalado durante el resto del año
a nuestros seres queridos. ¿Compensaría este festejo la
discriminación sufrida durante los otros 364 días; las
preocupaciones por nuestra familia, nuestro país, el continente
y el planeta?
Veamos primero algunos datos acerca del papel de las mujeres en
la vida productiva, los servicios básicos y los aspectos
culturales. Representamos el 40% de la fuerza de trabajo
reconocido por las instancias internacionales, pero nos
ofrecieron sólo el 3% de los puestos ejecutivos, 1% de los
líderazgos sindicales y 12% de los asientos legislativos (UNFPA,
2000). Representamos el 67% de las analfabetas de la tierra,
más de mil millones de mujeres; el 68% de las personas sin
acceso a la escuela; el 41% de todos los infectados de SIDA y un
36% de todas las mujeres que no tienen acceso a la educación
secundaria. De acuerdo a las Naciones Unidas somos el 70% de
los pobres extremos.
Si enfocamos estos hechos hacia distintas regiones encontramos
diferencias, sin embargo predomina la iniquidad, la explotación,
el subpago y la sumisión. En los países en desarrollo se muere
una mujer entre 65 por enfermedades relacionadas con el sistema
reproductivo y el 90% de las muertes maternas ocurren en estos
países. En Asia, las mujeres efectúan el 90% del trabajo en los
campos de arroz. En Nepal, los padres casan un 7% de las niñas,
menores de 10 años y en Afganistán un 54% de las niñas, menores
de 18 años.
En África, las mujeres aportan al 33% de la fuerza de trabajo
remunerada, representan el 70% de los jornaleros agrícolas,
producen entre el 60 y 80% de los cultivos alimentarios, cocinan
los alimentos, almacenan el 80% de los productos alimentarios y
los transportan del campo al pueblo; efectúan el 90% de las
labores de hilado y tejido, el 60% de las actividades de
cosechas y de mercado (FAO, 1999). Sin embargo, en Egipto el
29% de esposas recién casadas informaron que fueron golpeadas
por su marido o sus familiares; un 41 % aun durante su embarazo.
De acuerdo a grupos femeninos de derechos humanos, en Argelia,
5 mil mujeres fueron violadas entre 1995 y 1998 por grupos
islámicos armados. En todas las bases militares del mundo se
reportan altos niveles de violación a mujeres en sus alrededores
y una de las demandas más resentidas por los indígenas de
Chiapas es el retiro militar, debido a la introducción de la
prostitución y la violencia contra las mujeres.
En los Estados Unidos bandas del crimen organizado traen
anualmente a 50 mil mujeres y niños ilegalmente y los obligan a
trabajos forzados, prostitución y otras actividades ilícitas.
La situación en México
¿Y en México, cómo están las estadísticas acerca de la igualdad
entre género? De acuerdo al INEGI representamos un 51.3% de la
población total y sólo los estados de Baja California Sur y
Norte, así como Quintana Roo cuentan con más hombres que
mujeres, mientras que los estados de Aguascalientes, D.F.
Guanajuato, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla y Zacatecas
muestran los más altos índices de residencia femenina (INEGI,
2000). Se trata básicamente de estados conocidos por su alta
migración, donde las mujeres quedan al cuidado de los hijos y
del patrimonio familiar, mientras que los hombres emigran a los
Estados Unidos o al norte de la república.
Un 51.8% de la población total cuenta con su credencial de
elector (IFE, 1999). Aunque las mujeres representan una mayoría
de votantes, hay una clara descripción en cargos públicos: sólo
un 19.9% entre los senadores son mujeres, un 15% entre diputados
propietarios de mayoría relativa y un 29.4% entre propietarios
de representación proporcional. Los datos entre las suplentes
muestran un mayor porcentaje (30.1%, senado; 27.3% y 33.9% entre
suplentes de mayoría relativa y proporcional). ¿Sería un
indicio de cierto malestar ante el predominio masculino, pero
falta todavía voluntad para permitir que las mujeres tengan
acceso directo a las decisiones legislativas. Algo similar
ocurre entre los puestos ejecutivos. Entre un total de
funcionarios públicos, privados y sociales sólo el 19% son
mujeres: 21.4% funcionarias públicas, 12.1% gerentes generales;
19.8% gerentes de áreas y 13.6% directivos de organizaciones
sindicales, políticas y asociaciones civiles (ENE, INEGI, 1995).
Durante los últimos 60 años, la Población Económicamente Activa
(PEA) de las mujeres se ha quintuplicado y ahora trabajan 12
millones de mexicanas con 1.9 millones de hogares sin pareja.
De las trabajadoras que coticen en el Seguro Social sólo una de
cada 10 mujeres cuenta con servicio de guardería y ante la falta
de cuidados satisfactorios para sus hijos, las trabajadoras
madres desertan del trabajo. Pero hay otros obstáculos
adicionales en el trabajo para las mujeres. Por los mismos
trabajos y tiempo laborado, las mujeres perciben menores
salarios, llegando entre los supervisores industriales a menos
de la mitad de un salario masculino (INEGI, 1998). Sólo las
artistas representan una excepción, pero son muy pocas numerosas
para cambiar las estadísticas. Según la misma fuente, las
mujeres reciben 10.14 pesos de ingreso promedio por hora de
trabajo, mientras que los hombres obtienen $13.46. Sin embargo,
las mujeres muestran en promedio una mejor preparación escolar
de 9.4 años de estudios frente a los hombres con un promedio de
8.27 años. Particularmente importante es la diferencia en la
formación en el sector minero, de construcción, electricidad,
gas y agua, donde las mujeres estudiaron 10.46 años frente a sus
colegas masculinos con 6.55 años, mientras que las diferencias
salariales son 6.83 para las mujeres y 6.15 para los hombres.
En síntesis, las mujeres tienen mayores problemas en conseguir
un trabajo asalariado estable, cuentan con mejores
calificaciones escolares, pero se tienen que conformar con
sueldos más bajos para poder competir, además de enfrentarse a
deficiencias en servicios y apoyos.
En términos de violencia intrafamilar, el 61.2% de los niños
indican maltrato físico y mental, seguido por un 20.9% de las
madres, un 9.7% con otras mujeres (hijas, hermanas, tías primas
y cuñadas) y sólo un 1.5% de los hogares no reporta esta
violencia. Entre los suicidios cometidos, el 16.37% recaen en
mujeres y un 83.63% en hombres (INEGI, 1999, Cuaderno 4). Entre
intentos de suicidios predominan las mujeres con el 57.94%
frente a los hombres con el 42.06%. De acuerdo a las causas
enunciadas, entre las mujeres predomina como motivo el disgusto
familiar en un 51.3%, seguido por un 11.7% la causa amorosa,
mientras que entre los hombres el disgusto familiar representa
el 29.4%, una enfermedad grave e incurable el 10.5%, en el 36.3%
se ignora la causa y en un 12.6% se trata de otras causas,
mientras que la decepción amorosa representa el 2.8%. Entre
presuntos delincuentes y sentenciados se encuentran fuertes
diferencias entre los géneros. Las mujeres cometen el 9.1% de
los delitos y los hombres el 90.9% restante. Los delitos más
cometidos por mujeres son despojo, fraude, estafa, amenazas y
lesiones, mientras que los hombres cometen el 99.3% de las
violaciones, el 98.8% contra seguridad de tránsito, el 98.7% por
armas prohibidas, el 96.9% por homicidios y el 93.5% de los
robos, todos delitos más violentos.
Educación y trabajo
La educación es una vía posible para superar los problemas
anteriormente mencionados. El alfabetismo entre la población
infantil de 6 a 14 años se ha incrementado durante los últimos
25 años del 66.2% al 85.6% entre los niños y del 66.8% al 86.4%
entre las niñas. En cuanto al analfabetismo entre la población
adulta, éste se redujo entre 1970 y 1995 entre los hombres de
21.8% al 8.4% y entre las mujeres de 29.6% a 12.7%. Conforme
avanza la edad se encuentran más mujeres analfabetas,
representando las mujeres entre 45 y 59 años el 22.8% (los
hombres el 13.9%) y las de más de 60 años el 37.7% de las
mujeres analfabetas (hombres el 26.2%). En términos de
asistencia escolar, la participación femenina es todavía menor,
aunque aumentó durante los mencionados 25 años de 63.3% a 91.4%,
mientras que los niños muestran un incremento del 63.3% a 92.9%.
Las diferencias interestatales más sobresalientes entre niñas y
niños que acuden a la escuela se presentan en Oaxaca (-4.7),
Guerrero y Guanajuato (-4.5%), Yucatán (-4.3%), Tabasco (-3.8%)
y Chiapas (-3.1%). Finalmente, el porcentaje de las niñas con
educación primaria incompleta a los 15 años se redujo del 72.3%
a 33.6% (niños del 68.6% al 29.4%). La educación secundaria
aumentó entre las niñas en el mismo periodo de 4.9% al 20.5% y
de los varones del 8% al 23.8%.
Sin embargo, las mejoras educativas no se reflejan ni en mayores
ingresos para las mujeres, ni en equidad en horas trabajadas.
Tampoco hay un futuro más promisorio para las niñas de nuestro
país. De acuerdo a la Encuesta Nacional de Empleo (1995), la
sumar las horas dedicadas al trabajo doméstico y extradoméstico,
las mujeres en todas las edades trabajan entre 5 a 11 horas más
por semana, siendo más severa la diferencia entre mujeres
mayores, donde las mujeres entre 50-64 años trabajan 63 horas
frente a los hombres de la misa edad con 53.3 horas. Arriba de
65 años, las mujeres trabajan en promedio 59.1 hora, mientras
que los hombres 48.4 horas.
Las expectativas de trabajo entre la población no activa mayor
de 12 años muestran fuertes diferencias entre género. El 74.9%
de las mujeres el se dedica a quehaceres domésticos, el 18.3% a
otras actividades, sólo el 5.2% estudia y un 1.6% estudia
adicionalmente quehaceres domésticos. Entre los hombres, la
mayoría, el 29.1% estudian, el 18.4 estudian quehaceres
domésticos, el 35.3% se dedican a otras actividades y sólo el
17.2% a quehaceres domésticos. Estos datos indican que la mayor
participación de la mujer en actividades económicas se ve
limitada por diferencias en expectativas entre géneros, que
repercute en menor instrucción escolar. Una mujer con mayores
estudios se involucra más en el mercado de trabajo: el 52.3% con
estudios postsecundarios, el 37.7% con secundaria completa, el
28.6% con secundaria incompleta y el 27.5% con instrucción
primaria incompleta o sin instrucción laboran y por ende cuenta
con ingresos, aunque sean menores.
Por último, no sólo existen diferencias entre estados, sino
también entre población mestiza e indígena. En 1995, la
población monolingüe representaba el 14.7% de toda la población,
el 63.4% eran mujeres y un 36.6% eran hombres. De las
indígenas, un 51.9% es analfabeta, frente al 29.9% de hombres
monolingües. Estas mujeres cuentan en promedio con 2.6 años de
escolaridad frente a los hombres con 3.8 años y sólo n 9.4% de
las mujeres siguió estudiando después de la primaria, mientras
que un 16.3% de los niños indígenas lo hicieron.
Los datos expuestos muestran una situación discriminatoria
frente a las mujeres y particularmente las madres. No sólo son
maltratadas, expuestas a violencia y trabajan sustancialmente
más, sin por ello recibir un mayor salario. Cuentan con menores
accesos a la educación, puestos de trabajo, menor protección
civil o social y su futuro es limitado por obstáculos
estructurales, no sólo en México sino en todo el mundo. Es
resultado de un sistema patriarcal, cuya historia ha regido
durante los últimos tres mil años. Los rasgos más
sobresalientes la violencia y la sumisión.
El cambio es posible
En términos analíticos hay dos posiciones: la primera, llamada
esencialista, finca la diferencia de género exclusivamente en
factores biológicos. Justifica el establecimiento del status
quo, ya que durante miles de años el hombre, físicamente más
fuerte, proporcionó a la familia bienestar, gracias a sus
actividades externas. La agresividad masculina es considerada
algo innato y aunque potencialmente destructivo, ha llevado a la
humanidad a un desarrollo científico y tecnológico. Al
contrario, el enfoque construccionista analiza un mundo en
permanente cambio. Admite diferencias biológicas entre géneros,
éstas ni justifican la superioridad de uno sobre el otro, ni
tampoco llevan al hombre a un mundo exterior y restringen a la
mujer al interior del hogar. La identidad no era dada por la
naturaleza, sino por las influencias religiosas, étnicas,
culturales y de clase, propias de cada época histórica. Por
ende, el individuo no es una tabula rasa, sino resultado de
procesos civilizatorios. La masculinidad y la feminidad, con
claras diferencias biológicas, no obstante, pueden convertirse
en complementario. No justifican ni violencia, ni
discriminación.
Los movimientos sociales, particularmente los feministas,
pacifistas y ambientalistas del siglo XX, mostraron que es
posible cambiar el actual modelo del mundo. Un profundo proceso
de democratización y la integración de la mujer en el quehacer
público, incidirán en los cambios de los sistemas de valores.
Existieron miles de años de cooperación entre géneros, la
violencia es más reciente y es resultado del proceso de
desarrollo científico-tecnológico que inició con la
consolidación de la Revolución Agrícola, la división del trabajo
y los excedentes agrícolas que permitieron crear y mantener
fuerzas armadas. Como afirman diversos Premios Nobel y
distinguidos investigadores en el campo de la biología humana,
la violencia del ser humano no es innata al hombre (Declaración
contra la Violencia, emitida en Sevilla). El actual modelo
patriarcal de concentración de riqueza y conocimientos es un
terreno fértil para acrecentarla. El ejercicio del poder en
manos del más poderoso olvidó a los conceptos básicos de la
convivencia armónica entre personas y naturaleza y la calidad de
vida para todos. El terror de las armas y la creación de
superpotencias dio pie a un modelo del mundo indeseado, inseguro
y violento.
Afortunadamente, hay cada vez mayor masa crítica y movimientos
sociales a favor de menos violencia y un modelo alternativo del
mundo: ONG's que propugnan por los derechos humanos de los más
débiles; mujeres populares y campesinos, capaces de proponer
alternativas para superar a la pobreza y garantizar la soberanía
alimentaria; movimientos ecologistas abocados a proteger al
planeta y sus recursos naturales; grupos pacifistas promotores
de la no-violencia y madres que perdieron sus hijos en la
represión y que se levantan como conciencia crítica ante los
excesos de un Estado represivo. Es cuestión de establecer
nuevos equilibrios que protejan a las mayorías, a la vez que
motiven a las minorías a actuar de manera ética y con
responsabilidad social, a fin de encauzar el capitalismo tardío
y su sociedad de consumo y de desperdicio hacia un desarrollo
sustentable, igualitario y respetuoso de los vulnerables y de la
naturaleza. Esta es la utopía civilizatoria que anhelamos no
sólo las madres en nuestro día, sino la humanidad entera.
https://www.alainet.org/es/articulo/105139
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