Un marxista de América para el mundo

Mariátegui vivo a 90 años de su muerte (II)

03/02/2021
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Presentado el período de formación y el panorama histórico en el que vivió Mariátegui, veamos ahora algunos temas de su interpretación histórica de la cuestión nacional peruana y latinoamericana, así como los principales rasgos de su filosofía política.

 

Dialéctica y praxis: principios fundadores del marxismo

 

Como ya se señaló, el pensamiento mariateguiano tiene el principio de la praxis como uno de los fundamentos del materialismo histórico. Se trata de una perspectiva filosófica “activa”, que lo aleja tanto del “marxismo parlamentario” (pasivo, pacifista) de la Segunda Internacional (Internacional Socialista), como del “marxismo academicista”, marcadamente teórico, de la corriente más tarde conocida como marxismo occidental (el caso de ciertos representantes de la llamada Escuela de Frankfurt, entre otros) – intelectuales cerrados en el purismo de los debates académicos, poco comprometidos con la militancia política concreta y trabajos de base.

 

Además, Mariátegui tiene en la dialéctica un otro principio básico del pensamiento iniciado por Marx y Engels. Esto, a su vez, lo aleja de ciertas interpretaciones simplistas, afectadas por el positivismo o el cientificismo moderno; por ejemplo: el “evolucionismo social” (de la Segunda Internacional), que “naturaliza” la evolución histórica humana; y las teorías “mecánicas”, que querían trasplantar rígidamente modelos europeos a otras realidades completamente distintas, como la “teoría de etapas” y otras propuestas de la Tercera Internacional (Internacional Comunista, por la que él militó hasta su muerte, pero manteniendo siempre la independencia crítica).

 

Para Mariátegui, en América – mayoritariamente campesina, indígena y mestiza –, el marxismo tiene que promover un proceso dialéctico entre el conocimiento de la tradición y el de la modernidad.

 

En resumen, el marxismo de Mariátegui se guía por los principios de la dialéctica y de la praxis, preservando así lo que realmente se puede llamar “ortodoxia” en términos del materialismo histórico:

- de praxis, ya que no se basta en teorizar, sino que tiene el deber de intervenir en el mundo, para entonces repensar su teoría desde esta nueva realidad transformada;

- dialéctico, ya que defiende que la intervención en la realidad debe tener lugar a partir de la cuidadosa interpretación de cada realidad, acción operada no según copias de otras sociedades, sino a través de la orientación rigurosa de la “brújula” – dice Mariátegui – que es la metodología dialéctica (a través de que se observa a las contradicciones universales y específicas del contexto histórico de cada pueblo, para entonces respaldar la elección de los caminos a seguir).

 

Regreso a Perú: controversias con reformadores

 

En 1923, a su regreso del exilio, Mariátegui se reunió con Haya de la Torre, estudiante y líder político que lo invitó a participar en las Universidades Populares González Prada, germen de lo que sería la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) – movimiento político internacional de sesgo reformista. Allí celebraría dos docenas de conferencias de difusión del marxismo, en las que presenta su visión de una escena mundial polarizada, en la que las tesis socialdemócratas (evolucionistas) carecen de sentido. Para él, las organizaciones de trabajadores no pueden ser simplemente “institutos de extensión universitaria agnóstica e incolora”, sino que deben ser activas “escuelas de clase”. El núcleo de estos debates fue la “cuestión del indio”, tema que se convertiría en un centro de su trabajo.

 

Es importante señalar que la atracción de Mariátegui por el marxismo, a pesar de sus distintas influencias, surge de su búsqueda por una explicación duradera de los procesos históricos de su nación; y concomitantemente, por una propuesta revolucionaria que vinculara dialécticamente el pasado, el presente y el futuro.

 

Su seducción por Marx no proviene solo de la grandeza de este pensador – como crítico del conocimiento o luchador por el comunismo –, sino que tiene sus raíces en la intención práctica de una comprensión integral de la civilización indígena, atrofiada por la colonización; en la necesidad de romper con esta estructura agotada.

 

En este sentido de búsqueda “emancipadora”, el reformismo político, subyugado a las clases dominantes, no tiene nada que aportar. Es necesario promover la unión de trabajadores urbanos y campesinos – y organizar la revolución socialista.

 

Cuestión nacional: es necesario hacerse la nación

 

Lima, a principios del siglo XX, ya era una capital cosmopolita, aunque en ese momento tenía más que ver con Europa que con el propio interior indígena empobrecido. El Perú era un país fracturado en regiones muy separadas y con peculiares “ritmos históricos”: la costa, la sierra y la selva amazónica. En el contexto de su reflexión sobre la cuestión nacional, Mariátegui deduce de esto una de sus principales tesis: el Perú era todavía un esbozo, una nación incompleta. Conforme analiza en su máxima obra, “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana” [9], la formación peruana como nación había sido interrumpida.

 

En su interpretación, describe un proceso revolucionario que tiene lugar desde arriba, a través de un camino no-clásico, tema que examino más de cerca en el libro “Marx na América: a práxis de Caio Prado e Mariátegui” [10] . Se trata de un análisis original, que se abstiene de copiar modelos europeos clásicos, y se acerca al desarrollado por Gramsci (para Italia) o al de Caio Prado Júnior (para Brasil).

 

Según Mariátegui, es necesario hacerse el Perú, un país cuya élite casi siempre estuvo guiada por modelos extranjeros, hasta que el indigenismo, hacia la década de 1920, interrumpió parcialmente esta tendencia. En ese momento, lo que prevalecía, incluso en el ámbito socialista, era la idea eurocéntrica de que la emancipación de los pueblos indígenas consistiría en hacerlos “civilizados” (en los moldes occidentales).

 

Esto solo comienza a cambiar como resultado de la acción de los propios indígenas, quienes, en la década de 1910, inauguraron un nuevo ciclo de su larga historia de resistencia contra el dominio del Estado colonial y de los terratenientes, y cuyo hito es su participación en la Guerra del Pacífico. Este conflicto con Chile fue el detonante de la autocrítica del medio socialista peruano, que percibe que los pueblos indígenas no necesitaban ser “despertados”, sino que era necesario que los propios revolucionarios relativizaran sus referencias eurocéntricas, prestando atención a la experiencia práctica de las movilizaciones nativas.

 

Por un comunismo latinoamericano

 

En su debate sobre la cuestión del indio, Mariátegui tiene el propósito de someter las diversas tendencias de esa época a una crítica socialista radical. Es el caso del “nacionalismo criollo”, defendido por la élite mestiza, subordinada a los extranjeros – y que aspira a ser “blanca”: una parte de la clase dominante que, a pesar de su pretensión “nacionalista”, es solidaria con el colonialismo.

Contrario a esto, Mariátegui propone un nacionalismo de vanguardia, que reivindica el “pasado inca” – una sociedad indígena que él concibe como “comunista agraria”.

 

Con la fundación en 1926 de la revista Amauta (“sabio”, en quechua) – nombre con el que se le conocería – su acercamiento a la APRA se debilitó. En polémica con esta organización, critica su “indigenismo paternalista”. Sostiene que en América Latina no sería posible tener una sola imagen o copia del comunismo europeo, sino que sería necesaria una “creación heroica”, en la que la comunidad campesina nativa, esencialmente “solidaria” en sus relaciones sociales, se convertiría en la base del estado contemporáneo: comunista.

 

También rechaza la teoría de ciertos indigenistas basados en ideas “racistas” que, en simétrica oposición a los racistas eurocéntricos, afirmaban que los indígenas tendrían algo innato en su especie que los llevaría “naturalmente” a liberarse. La “raza” por sí sola no es emancipadora – reflexiona Mariátegui –, los indios, así como los trabajadores de las ciudades, están sujetos a las mismas “leyes” que rigen a todos los pueblos. Lo que asegurará la emancipación indígena es el “dinamismo” de una economía y de una cultura “agraria comunista” que lleva “en sus entrañas el germen del socialismo”.

 

Es papel del revolucionario, convoca él, convencer a los indios, mestizos y negros de que solo un gobierno de trabajadores y campesinos unidos, representativo de todas las etnias, puede liberarlos de su opresión.

 

Cuestión indígena: la “esperanza” revolucionaria

 

En 1927, Mariátegui asumió la publicación de “Tempestad en los Andes”, obra indígena radical del historiador y antropólogo Luís Valcárcel. En el prólogo, el pensador peruano escribe la frase que se convertiría en emblema de su marxismo: “la esperanza indígena es absolutamente revolucionaria”. A partir de ahí, desarrolló la idea de que la revolución socialista era el “nuevo mito” del indio, el principio movilizador de lo revolucionario, la “fe” transformadora según la cual el comunismo andino debía construir sus pilares.

 

Descartando los enfoques “filantrópicos” del problema indígena, entiende el tema como de carácter económico. El problema del indio es el problema de la tierra: es el latifundio.

 

Polemizando con la APRA, acusa a su “indigenismo” de paternalista, teoría creada “verticalmente” por mestizos de las clases letradas; algo que, aunque útil para condenar el latifundismo, emana una filantropía que no es adecuada ni está al servicio de la revolución: el comunismo no se puede confundir con el paternalismo.

 

En el texto “El problema de la tierra” (1927), Mariátegui se declara un marxista “convicto y confeso” [11]. Al año siguiente, reuniendo decenas de ensayos preparados desde 1924, publica su clásico “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, el punto culminante de su “investigación de la realidad nacional según el método marxista”.

 

En este momento, hay una ruptura con el nacionalismo aprista. En una carta a Haya, expone su desacuerdo, especialmente con respecto a la política de alianza de clases. Haya responde, acusándolo de europeísmo. En su respuesta, Mariátegui defiende la mencionada síntesis dialéctica de saberes: “creo que no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el pensamiento europeos u occidentales”; “mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones”.

 

En defensa de la Internacional Comunista

 

Aún en 1928, Mariátegui coordina la fundación del Partido Socialista Peruano, poniendo como prioridad su vínculo con la Internacional Comunista, organización de la que ya no se apartaría, manteniendo siempre la independencia de sus críticas.

 

Para él, su partido (que no usó el nombre de “Comunista” por una cuestión táctica) debería adecuar sus acciones a las condiciones sociales peruanas, pero sin dejar de observar criterios universales, ya que las circunstancias nacionales estaban sujetas a la historia mundial. El método de lucha del Partido Socialista – declara – es el marxismo-leninismo, y la forma de lucha, la revolución.

 

Es un momento vibrante de su vida, un momento en el que comienzan las grandes polémicas político-filosóficas. Desafía no solo al nacionalismo conservador, sino también al dogma europositivista que predecía una cierta “evolución natural” en el socialismo (siempre en la línea de la historia europea).

 

En el ensayo “Punto de vista anti-imperialista” (1929) profundiza sus críticas a la idea de “burguesía nacional”: no hay en América Latina una parte de la burguesía identificada con el pueblo. Entiende que las élites latinoamericanas no tienen ningún interés en enfrentar al imperialismo, como creen “ingenuamente” los reformistas. Esto se debe a que, a diferencia de los pueblos orientales, las élites no están vinculadas al pueblo por ninguna historia o cultura común. Al contrario: el “aristócrata” y el “burgués” desprecian lo “popular”, lo “nacional”; ante todo “se sienten blancos”, y el pequeño burgués mestizo los imita.

 

Sólo la revolución socialista puede detener al imperialismo de manera radical – afirma en “El problema de las razas en América Latina” (capítulo de “Ideología y Política”).

 

Poco tiempo después, en 1930, la salud del pensador y activista peruano volvió a se complicar. En vísperas de su muerte, el todavía joven marxista reclama a los revolucionarios a estudiar el “leninismo”.

 

Dialéctica de saberes: entre la tradición comunitaria y la modernidad

 

Según Mariátegui, en medio del proceso de alienación política y existencial inherente al capitalismo, la Revolución Soviética despertó al “hombre matinal”, el ser cansado de la noche iluminada artificialmente de la decadencia burguesa europea de la posguerra. Y para la construcción social de este nuevo hombre, el socialismo debe absorber – dialécticamente – los bienes de todas las fuentes de conocimiento a las que el mundo contemporáneo ha podido tener acceso: no solo los aportes occidentales, sino también los de otros pueblos, como los indígenas (“El alma matinal”).

 

Confrontando aspectos económicos y culturales, el autor analiza cualidades de diferentes períodos históricos y modelos socioeconómicos, ofreciendo conceptos importantes al pensamiento marxista: una utopía revolucionaria concreta que propone una síntesis dialéctica entre el saber occidental y oriental (en el sentido de no-occidental), entre lo moderno y lo antiguo, entre la objetividad y la subjetividad, entre otras contraposiciones potencialmente creadoras.

 

La intención de Mariátegui es revitalizar la praxis marxista – en su época, sofocada por el reformismo contaminado por ideas positivistas de la Internacional Socialista. Entiende que el hombre contemporáneo necesita fe combativa. La Primera Guerra mostró a la humanidad que hay “hechos superiores a la previsión de la Ciencia” y, especialmente, “hechos contrarios al interés de la civilización” – escribe en “El crepúsculo de la civilización” (capítulo de “Signos y obras”) .

 

Su convicción es que el progreso irreflexivo, promovido por el capitalismo, se traduce en un aumento de la barbarie. A partir del mero progreso técnico, no se obtiene “naturalmente” una evolución humana, sino por el contrario, observándose la totalidad del conjunto social, se ve el agravamiento de la desorientación humana, en un proceso civilizatorio autodestructivo.

 

Es una realidad clara para los ojos y los cuerpos de la periferia del sistema, hoy cada vez más evidente, pero siempre subestimada desde la perspectiva eurocéntrica.

 

Un marxista “romántico-realista”: mito y acción revolucionarios

 

La concepción marxista mariateguiana exalta el valor de las tradiciones comunitarias de América, destacando los factores que permitieron al indígena disfrutar de una mejor calidad de vida, antes de la invasión europea – como es el caso de “solidaridad” característica del pueblo inca (en contraste con la “competitividad” de la sociedad capitalista).

 

Sin embargo, Mariátegui tiene claro que, si en el pasado el indio trabajaba con gusto y más plenitud, hoy ya no sería posible renunciar a la ciencia contemporánea. La tarea es, por tanto, relacionar los mejores frutos de la modernidad “occidental” (cuyo ápice es el marxismo), con el mejor legado de la sabiduría “oriental” (en el caso peruano, se refiere a los saberes “no-occidentales” de los pueblos andinos, materializados en sus hábitos de mutua cooperación y fe revolucionaria).

 

En este sentido, defiende la idea de un “romanticismo socialista”: un espíritu romántico renovado que, incorporando la postura epistémica objetiva del “realismo proletario” (percepción antipositivista, que percibe al hombre como ser imperfecto), cultiva la energía subjetiva presente en la esperanza por una nueva sociedad.

 

Como reacción a la modernidad deshumanizada – al hombre burgués acomodado, “escéptico”, “nihilista” – reelabora el concepto de mito revolucionario (basado en la idea de Georges Sorel): una “esperanza sobrehumana”, una utopía que trae un nuevo encanto ante la vida. Su esfuerzo consiste en combinar el impulso vigorizante e idealista de la subjetividad romántica, con la concreción siempre conflictiva de la objetividad realista.

 

El romanticismo y el realismo son para Mariátegui dos posturas intrínsecas al marxismo, que contribuyen a la transformación revolucionaria – según una dialéctica romántico-realista.

 

Obra mariateguiana: un legado de peso y en la red

 

Los principales trabajos filosóficos e histórico-políticos de Mariátegui, además de su correspondencia, crítica literaria, etc., fueron publicados en 1959, en versión popular, por la editorial Amauta (Lima), en 16 volúmenes escritos por el autor, con el título “Obras completas”.

En 1994, en el marco conmemorativo de su centenario, la misma editorial publicaría “Mariátegui total”, una edición más completa, que incluye sus escritos juveniles y vasta correspondencia.

Además del clásico “Siete ensayos...”, entre sus libros, se destacan “La escena contemporánea” (1925); y las obras póstumas que el autor dejó preorganizadas:

- “Defensa del marxismo – polémica revolucionaria” (1928-1929 / publicada en 1934), cuya primera edición en portugués (“Defesa do marxismo: polêmica revolucionária e outros escritos”) aparece recién en 2011, en una publicación brasileña de Boitempo Editorial, que trae también otros textos fundamentales del autor [12];

- “El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy” (1923–1929/ publicada en 1950);

– “La novela y la vida” (1955).

 

Además de estos libros, posteriormente sus editores organizaron selecciones de sus textos, como “Temas de Nuestra América”, “Peruanicemos al Perú”, “Cartas de Italia”, “Signos y obras”, y en especial “Ideología y política” (libro que trata del indigenismo, el socialismo en el Perú y la posición político-filosófica marxista de Mariátegui).

 

Su obra se tradujo solo parcialmente al portugués, y algunas de estas traducciones están abiertas en la red. En castellano, la edición de “Obras Completas” se puede descargar íntegramente.

 

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Notas (parte II)

 

[9] Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana [idem].

[10] Marx na América: a práxis de Caio Prado e Mariátegui [idem].

[11] “El problema de la tierra” se convertiría en uno de sus “siete ensayos”, componiendo su libro clásico junto con los siguientes escritos: “Esquema de la evolución económica”; “El problema del indio”; “El proceso de la instrucción pública”; “El factor religioso”; “Regionalismo y centralismo”; e “El proceso de la literatura”.

[12] Defesa do marxismo: polêmica revolucionária e outros escritos [idem].

 

* Yuri Martins-Fontes es filósofo, periodista y escritor; doctor en Historia Económica por la Universidade de São Paulo/ Centre National de la Recherche Scientifique; con post doctorados en Ética y Filosofía Política (USP), y en Historia, Cultura y Trabajo (PUC-SP). Autor de, entre otros, “Marx na América: a práxis de Caio Prado e Mariátegui” (Alameda/Fapesp, 2018); “Caio Prado Júnior: Historia y Filosofía” (Rosario: Último Recurso/Núcleo Práxis, 2020).

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210799?language=es
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