Yemen: La hora incierta

12/03/2020
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El demoledor ataque Houthi a las refinerías petroleras sauditas de Abqaiq, la más grande del mundo y al campo petrolero de Khurais (Ver: Arabia Saudita: Entre Vietnam y el 11 S) en septiembre pasado, que obligó a Riad a reducir su producción a casi un 50%, llevó rápidamente a que el Rey Salman, y a su hijo, el príncipe heredero Mohamed bin Salman, el hombre fuerte del régimen y factótum de la guerra contra Yemen, a sentarse en una mesa de negociaciones informales con delegados houthis a finales de ese mismo septiembre. Y con el telón de fondo: la resonancia aterradora que para los Saud dejó una de las primeras declaraciones de Trump, tras los bombardeos: “Los ataques de septiembre fueron contra Arabia Saudita y no contra Estados Unidos”. La diferenciación hizo que los sauditas entraran en pánico.

 

Lo que inicialmente pareció ser un gran incentivo para la desaceleración de la guerra, habiéndose corroborado en casi todos los frentes, pasado ya más de cinco meses las conversaciones nunca han alcanzado a trazar un verdadero mapa de negociaciones que concluyan en un acuerdo. La guerra ha comenzado una nueva escalada, aunque esta vez las únicas víctimas ya no serán solo yemeníes, lo que podría provocar que los sauditas sean más “gentiles” a la hora de negociar.

 

Los rebeldes hutíes han reanudado los ataques con misiles contra Arabia Saudita y los sauditas sus ataques aéreos contra Sanaa, la violencia se intensifica en la primera línea al este de la ciudad de Sanaa, la capital del país, controlada por efectivos houthís desde 2014. Un ataque con misiles el 19 de enero pasado, contra un campamento militar de la coalición saudita, mató a más de 100 personas, y dejó a cerca de 150 heridas en una operación con misiles en la provincia de Marib, al este de Sanaa. Algunas fuentes insisten en informar que muchas de las víctimas eran civiles y otras incluso que el ataque fue contra una mezquita, aunque ninguna de las dos acusaciones han podido ser corroboradas. El ataque se produjo como respuesta a la ofensiva de las tropas pro sauditas en la zona de Naham, al norte de Sanaa.

 

A mediados de febrero, fuerzas de la resistencia houthi habían derribado un avión de combate Tornado, con un misil tierra-aire en la gobernación de al-Jawf en el norte de del país. Tras el derribo, una muchedumbre se reunió en torno a los restos del avión abatido, por lo que, a modo de venganza, el comando saudita bombardeó el lugar, asesinando a unas treinta personas e hiriendo a otras 15, en su mayoría civiles. Si bien la coalición ha reconocido el hecho, se han justificado arguyendo la meneada figura de “daños colaterales”. Al tiempo Riad denunció que las fuerzas houthís habrían abierto fuego contra los dos pilotos del Tornado, que se habían eyectado tras ser alcanzado por el misil, presentando el caso como una violación del derecho internacional humanitario, sin tener el mismo reparo a la hora que sus bombardeos, desde la hora cero de la guerra, han atacado mortalmente a poblaciones enteras, barriendo del mapa aldeas, pueblos y barrios enteros de las ciudades más importantes del país.

 

Según estadísticas de Naciones Unidas, siempre muy parciales a la hora de las cuentas que podrían incriminar a algún aliado de los Estados Unidos, desde marzo de 2015, tras el inicio de la guerra asimétrica de Arabia Saudita, que tiene uno de los ejércitos mejor armado del mundo, contra la población pobre de Yemen, organizada detrás del movimiento Ansarullah, mejor conocido como Houthis, han provocado que diez millones de personas se encuentren al borde de la hambruna. Ahora, el 80% de la los casi treinta millones de yemeníes necesita ayuda, otros tres millones han sido desplazadas; enfermedades epidémicas como el cólera han matado a más de 5 mil personas y dos millones y medio de niños menores de cinco años sufren desnutrición severa. Mientras que, desde el inicio de la guerra, se sostiene que el número de muertos serían 10 mil, pero la cifra real debe estar cerca de los 50 mil.

 

La nueva escalada bélica que amenaza con dispararse con mayor intensidad en territorio yemení, puede instalarse abiertamente en territorios del sur saudita, de mayoría chií. Hay que considerar en esta ecuación que, en el norte de Yemen, son más fuertes las milicias houthis; de concretarse este supuesto, esto obligaría necesariamente y sin más excusas a una intervención abierta de los norteamericanos, ya que una fuerza, cualquiera sea, que pueda presentarse como enemiga de la familia Saud, alcanzaría para que se produzcan levantamientos populares que podrían incendiar literalmente al reino.

 

La guerra de las mil caras

 

En este marco, las posibilidades de que los Estados Unidos y la República Islámica de Irán, puedan enfrentarse directamente, en el teatro yemení-saudita, tampoco es una posibilidad remota. Con los ataques a la Aramco de septiembre pasado, el mundo, pero muy particularmente Irán, se percataron de la precariedad de la seguridad económica saudita y lo endeble de su capacidad defensiva, más allá de que tanto Estados Unidos como Israel, ya se habrían hecho cargo de esa cuestión; aunque con Irán nunca se sabe, nadie pudo prever su categórica respuesta al asesinato del general Suleimani, ejecutando a su sicario, Michael D’Andrea (Ver: Suleimani, un oscuro día de justicia).

 

Hasta ahora, los golpes más espectaculares de la guerra los han dado los houthis, a un precio infinitamente menor que las ingentes fortunas que ha invertido y deberá seguir invirtiendo el reino, ya no para triunfar en la guerra, sino, tan solo, para que su rey y sus príncipes continúen teniendo sus cabezas en su lugar.

 

Al tiempo, en estos últimos meses, la alianza houthi-Irán se ha hecho mucho más fuerte, lo que posibilita la presencia de una importante cantidad de oficiales de la Guardia Revolucionaria. Esto se verifica simplemente con la confirmación de que el mismo día del martirio del General Qassem Soleimani, en las proximidades del aeropuerto de Bagdad (Ver: Qassem Soleimani ¿Quién detendrá a la muerte?), en Yemen, el oficial iraní de más alto rango en este país, el comandante Abdul Reza Shahlai, en Sanaa, logró escapar de un ataque prácticamente calcado al que perdió la vida de Soleimani.

 

Si bien no se conoció la razón del fracaso, cuando se consultó al Pentágono su portavoz la Comandante Rebecca Rebarich, dijo: “El Departamento de Defensa no discute presuntas operaciones en la región”, por lo que no sería extraño que vuelvan a intentarlo, aunque solo lo sabremos si esa vez tiene “éxito”. En 2008, el Tesoro de los Estados Unidos designó a Shahlai como terrorista por “amenazar la paz y la estabilidad de Irak y el Gobierno de Irak”, mientras que el Departamento de Estado ofrece una recompensa de 15 millones de dólares por información sobre “el paradero o sus actividades financieras, redes y asociados en Yemen y la región”.

 

Dado el oscuro presente de Arabia Saudita en Yemen, que política y militarmente también filtra a su país, tanto Riad como Washington han blanqueado la incorporación de un jugador clave en Yemen desde mucho antes del inicio de la guerra e incluso en los años del ex presidente Ali Abdula Saleh derrocado en 2012: el grupo al-Qaeda para la Península Arábiga o AQPA considerada una de las sucursales más efectivas de la red terrorista global, que maneja, desde la muerte de Osama bin Laden, el egipcio Ayman al-Zawahri. Para muchos esta franquicia es la más combativa, está compuesta por milicianos endurecidos en los años de combates de la guerra antisoviética de Afganistán, con alto entrenamiento y con armamento de última generación, quienes podrían, de alguna manera, contener el despliegue victorioso de los houthis. Aunque para muchos, con la con la muerte del líder de AQPA, Qassem al-Rimi (Ver: Trump: todo por el poder, todo contra Irán), Estados Unidos podría objetivar sus acciones plenamente contra los Houthis.

 

Washington, por otra parte, no podrá permitir de ningún modo un cambio profundo en el reino saudita, que no solo es su primer comprador de armas, entre una lista interminable de productos, sino y fundamentalmente el factor disolvente para cualquier avance en la unidad del mundo árabe, unidad que, en poco tiempo, podría convertirse en una amenaza para la sobrevivencia del enclave sionista que ocupa Palestina.

 

Hay que leer con particular atención todo lo que suceda en Arabia Saudita, cuyas pugnas internas, literalmente palaciegas, llevaron a la detención de varios miembros muy cercanos de la familia Saud, el pasado viernes 6 de marzo, entre ellos el príncipe Ahmed bin Abdulaziz al-Saud, hermano del rey Salman, y el príncipe Mohammed bin Nayef, sobrino del monarca, a quien el rey apenas asumido en enero de 2015 quitó de la línea sucesoria para poner a su hijo Mohammed bin Salman.

 

Los príncipes caídos en desgracia al parecer conspiraban para derrocar al Rey Salman y al hijo, se informó. Más tarde se conoció la noticia de que también fue detenido el hermano menor del príncipe Nayef, el príncipe Nawaf bin Nayef. Más allá de las intrigas, los celos y las envidias shakesperianas, sin duda MsB se cura en salud, sabe que tienen muchas cuentas pendientes entre los suyos, habría que recordar la gran razia que produjo en noviembre de 2017 cuando cientos de altos funcionarios, empresarios y miembros de la familia real fueron detenidos por “corrupción”, quizás esta últimas detenciones no sean más que el preámbulo de otras. El asesinato del periodista funcional al régimen, Jamal Khashoggi, que en algún momento pareció recuperar algo de su dignidad, por lo que pagó con su vida, y el reciente espionaje al mega magnate Jeff Bezos, dueño de Amazon, lo han puesto en la mira de muchos aunque sin duda su mayor crimen ha sido la guerra contra el pueblo yemení, quien transita su hora más incierta.

 

-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

 

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