Crimen sin castigo: China, lo que no te mata te hace más fuerte
- Opinión
En recientes días el brote de COVID-19 recordó al mundo las repercusiones de una pandemia. Es un asunto de primer orden, sin la necesidad de escribirlo en alguna convención o acto similar; esta enfermedad amenaza la seguridad internacional. La vacuna que contrarreste los efectos del Coronavirus es el objetivo médico geopolítico del momento.
Este hecho recuerda a la advertencia realizada por Iván Ilich (1975: 9) en el sentido de que «Únicamente quienes hayan recuperado la capacidad de proporcionarse asistencia mutua aplicando la tecnología contemporánea podrán también limitar el modo industrial de producción en otros aspectos importantes». ¿Por qué mencionar esto?
La República Popular China fue el primer espacio donde se identificó el brote del virus. Su gobierno en un acto de seguridad nacional ordenó la construcción –en menos de dos semanas- de un hospital para contener la expansión y comenzar a tratarla, no fue un acto premeditado, tampoco improvisado. En el país de Mao Zedong se instrumentalizó el complejo científico-tecnológico-militar-médico que tiene disponible para confrontar aquello que intente limitar su crecimiento.
Hecho que evidenció ya a los demás países del mundo respecto a la carencia de un protocolo de emergencia a gran escala. No es sólo el cierre de accesos y salidas de Italia, lo cual ya es grave y merece un análisis particular, también lo es el golpe financiero que esto provocó en las bolsas del mundo, dejando en claro las consecuencias de fastidiar el poder comercial de China.
Nada está prohibido en la guerra irrestricta que identifican los teóricos contemporáneos de la geopolítica china, salvo una cosa cuando se tiene en mente a Napoleón Bonaparte: «perder la guerra». En ese sentido, China se dedicó a ver en la debilidad de sus contrincantes las propias; su apuesta en la carrera tecnológica es resultado de estas observaciones bélicas-estratégicas, la implementación de la tecnología 5-G y la artificialidad de la inteligencia en general a partir del control de los datos y su ciencia, ahora la medicina sale a relucir como otro espacio de la guerra.
El COVID-19 identificó una red de objetivos vulnerables en lo psicológico (incremento del temor colectivo a lo desconocido), tecnológico (datos y más datos), económico (control de ciclos productivos y sus fuerzas), etcétera, como los mismos geopolíticos chinos señalan: el campo de batalla está «en todas partes».
A la par de las repercusiones en Italia, Irán, España y los demás países en los que ha cobrado víctimas y que comienzan a carecer de material médico, se apresuran propuestas de «acuerdos» no imaginados como Arabia Saudita-Rusia, mismo que fue –era de esperarse- cancelado por los rusos, quienes no olvidan que los saudíes se negaron antes a un acuerdo similar al OPEP+ (Arabia Saudita favoreció desde el inicio un precio del petróleo que mantenga la viabilidad de la fractura hidráulica). A Riad ahora solo le queda actuar ante la inmediatez; es decir, regalar petróleo como «medida agresiva» en el mercado frente a su competencia, en una guerra de precios del petróleo paralela al avance del COVID-19.
El impacto geopolítico del Coronavirus muestra la capacidad médica de las potencias mundiales, mientras que en el caso chino deja en claro que un paro de menos de un mes en su consumo, desploma los mercados mundiales e impacta en el aumento de las guerras simultáneas en el mundo. China viene de un proceso de asenso económico impresionante, no es un país ubicado en el bloque de «los desarrollados», a China lo que no la mata la fortalece, no importa el tiempo, su capitalismo está en juego.
«La mayor felicidad es conocer la fuente de la infelicidad»
En un momento en el que la especulación tiende a ser el alma de variados análisis, se observa el recrudecimiento del racismo a nivel mundial, máxime Alemania como ejemplo.
Abdiel Hernández Mendoza
ENES-Juriquilla
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