Sahel, una guerra sin fronteras
- Análisis
Tal como lo hicieron lo colonizadores europeos hace más de cien años los grupos integristas, que operan particularmente en Mali, Burkina Faso y Níger, están explotando las ancestrales rivalidades étnicas y tribales de las diferentes comunidades de la región, en procura de desestabilizar el ya endeble equilibrio de estas naciones, acuciadas por la pobreza, la corrupción política, la explotación occidental y el cambio climático.
En la mañana del lunes 10, un ataque a la aldea Dogo, Sobame Da, de unos 300 habitantes, en el distrito de Sangha, en la región de Mopti, en la frontera del Sahel, dejó al menos 100 muertos y 19 heridos, viviendas incendiadas y una gran matanza de animales. Según los sobrevivientes los atacantes habrían sido miembros de la etnia Fulani, también conocidos como Peuhl, con quienes los dogones tienen un conflicto que perdura desde hace siglos. Unos cincuenta hombres armados conduciendo varias camionetas y motocicletas ingresaron a la aldea en mitad de la noche entre el 9 y 10 de junio y comenzaron a disparar, sin respetar siquiera mujeres, niños, ni ancianos. Se especula que este ataque sea una respuesta al producido el 24 de marzo, contra la aldea Fulani, de Ogossagou, por miembros de la etnia Dogon que dejó al 160 muertos. Esta nueva oleada de violencia ya obligó el desplazamiento de más de 60 mil personas.
Desbordado por la violencia el gobierno central, prácticamente ha abandonado la región a su suerte. Desde 2012, el país se encuentra en una virtual guerra entre los grupos locales que responde a al-Qaeda y a el Daesh, por lo que Francia con su operación Barkhane, compuesta por unos cuatro mil quinientos hombres acompañada por otras naciones occidentales, especialmente los Estados Unidos, está librado una guerra silenciosa que parece moverse como las dunas, sin que se las pueda fijar en un territorio y mucho menos neutralizarla.
Tanto el Daesh en el Gran Sahara, (ISGS) o los al-qadianos del Jama'at Nasr al-Islam wal Muslimin, (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes, JNIM) se han establecido en una vasta zona del Sahel en los últimos años para impulsar el reclutamiento y extender su influencia en todo el territorio.
Los Fulanis, que se dedican al pastoreo y los Dogons a la agricultura, también se han puesto de uno y otro lado de esta guerra silenciosa. Los Dogon han denunciado en varias oportunidades que sus rivales cuentan con el apoyo de los terroristas, mientras que los Fulanis acusan a los Dogons de ser informantes y colaboradores de los militares extranjeros.
Bamako parece no estar decidido a impedir que las tribus conformen grupos de autodefensa, alentados por la proliferación de armas que se pueden conseguir de manos de los traficantes y las bandas integristas que han explotado las rivalidades étnicas en Mali y Burkina Faso y Níger en los últimos años han impulsado una campaña del reclutamiento, para extender su influencia sobre las vastas extensiones de un territorio en constante caos.
Antonio Guterres, el secretario general de las Naciones Unidas, en un informe sobre Mali el mes pasado se refirió a que “existe un alto riesgo de una mayor escalada que podría llevar a la comisión de delitos de atrocidad”, y dijo estar “consternado” por el aumento de la violencia y su efecto en la población civil.
Se considera que el gobierno de Malí ha perdido su control sobre ciertas regiones del país, por lo que ha dejado la lucha a los ejércitos extranjeros e incluso a empresas de mercenarios.
Prácticamente en el mismo momento del ataque contra la aldea Fulani, 19 personas eran asesinadas en el distrito de Arbinda (Burkina Faso), epicentro de la violencia que el país está viviendo desde 2015, y que ya suma más de 400 muertos civiles. En abril pasado, otras 62 personas habían sido asesinadas en ataques yihadistas y en los siguientes enfrentamientos étnicos en Arbinda. (Ver: Burkina Faso, en caída libre al terror.)
Por la ola de violencia étnica e integristas más, de 100 mil personas han sido desplazadas, además de que unas 1.2 millones están necesitando asistencia humanitaria, se estima que unas dos mil escuelas han sido cerradas entre Mali, Níger y Burkina Faso, dejando sin educación a casi medio millón de niños.
Las fronteras son solo rayas sobre papel mojado
Con el despliegue de los milicianos del Daesh en el Gran Sahara (ISGS) hacia el sur, han comenzado las preocupaciones de que los muyahidines se conviertan en una verdadera amenaza para Togo, Ghana y Benin, donde, en el norte de este último país a principios de mayo, fueron secuestrados, en el Parque Pendjari, dos turistas franceses, y su guía fue asesinado. El ataque fue atribuido a alguno de los grupos integristas que ya están operando en la región.
En la operación de rescate, mientras los turistas eran trasladados desde Benin a Mali, a través de Burkina Faso, al norte de Djibo, murieron dos infantes de marina franceses.
Daesh en el Gran Sahara se conformó a partir de la unión de varios grupos que operaban en la región, y su líder es el saharaui, Adnan Abu Walid al-Sahrawi, formado en el Frente Polisario de Liberación.
Al-Sahrawi y su grupo hicieron su bayaat (juramento de lealtad) al líder del Daesh Abu Bakr al Bagdadí en 2015. El ISGS inicialmente operó en torno a la ciudad de Menaka en la región Gao, en el noroeste de Mali, extendiendo posteriormente su influencia, hacia el oeste en la región de Mopti y a Tillabery, Níger, el área donde, en octubre de 2017, tras una emboscada cerca de la aldea de Tongo-Tongo, resultaron muertos cuatro Green Berets y cinco hombres del ejército nigerino (Ver: Trump emboscado en el Sahel). Entre 2017 y 2018, el ISGS extendió su influencia a la región de Gurma (Mali) en proximidades de Burkina Faso.
Se especula que ISGS cuenta entre 100 y 150 milicianos con una red de informantes y logística que representan una fuerza de 500 hombres entre los que se incluyen seguidores de Níger y Burkina Faso.
Más allá de lo reducido plantel de combatientes, la fuerza del ISGS se encuentra en la capacidad de movilizarse, cruzando sin inconvenientes las fronteras de tres países.
Tal como otros grupos integristas que operan en África como Boko Haram, al-Shabbab o el Frente de Liberación de Macina, el ISGS ha sabido trabajar con las comunidades marginadas por los Estados, para facilitar recursos y así poder reclutar jóvenes con pocas perspectivas de trabajo y desarrollo económico, lo que tanto en Mali como en Burkina Faso pudo hacerlo entre los Fulani.
Un líder local de los Fulani declaró que, para los miembros jóvenes de la tribu, “tener armas, les da una especie de prestigio: los jóvenes de las aldeas están muy influenciados por los muyahidines bien armados, conduciendo veloces motocicletas, bien vestidos y bien alimentados y con dinero en los bolsillos, produce en los jóvenes pastores envidia y admiración”.
Entre 2017 y 2018, el ISGS atacó varios campamentos, mercados y aldeas nómades en el norte de Mali, por los general de los tuareg, a los que estos respondieron con el accionar de sus grupos de autodefensa Imghad Tuareg y el Movimiento para la Salvación de Azawad (MSA), que se vengaron atacando a pastores Fulani, agravando las tensiones entre los tuaregs y los fulanis en la región de Liptako. En febrero de 2018, las milicias tuareg, junto a otras fuerzas patrocinadas por el gobierno de Malí, lanzaron una ofensiva conjunta contra el ISGS en la región de la triple frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso. Allí habría resultado herido el líder de los integristas Adnan al-Sahrawi. Tras la operación, si bien se redujeron las acciones de los integristas en el área fronteriza, aumentó las tensiones entre las comunidades locales.
A partir de abril de 2018, cuándo el ISGS, se responsabilizó de la matanza de unos de 40 tuaregs, de la tribu Daoussahak, sus acciones comenzaron a ser cada vez más frecuentes y violetas, contra todo aquel que colabore con “los gobiernos y los cruzados” teniendo como objetivo especial las escuelas y sus maestros y profesores. En Burkina Faso, en mayo pasado, militantes del ISGS atacaron la prisión de alta seguridad en Koutoukalé, a 45 kilómetros al norte de Niamey capital de Níger. Las tropas nigerianas que perseguían a los muyahidines fueron emboscadas cerca de la aldea de Tongo-Tongo, próxima a la frontera con Mali, en la que murieron unos 36 militares nigerinos, acción que de inmediato se adjudicó el ISGS, aunque en la región operan otras organizaciones vinculadas a al-Qaeda.
Las múltiples fuerzas occidentales que operan en la región desde hace años y los esfuerzos del grupo Sahel 5 (Burkina Faso, Chad, Mali, Mauritania y Níger) siguen sin poder contener una guerra de múltiples caras que amenaza terminar por incendiar toda África occidental.
-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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