Birmania: Rohingyas retorno al infierno
- Análisis
La orden de las autoridades de Bangladesh es tan clara como contundente y aterradora: “Recibirás la llamada cualquier día de este mes y tendrás que cruzar la frontera”. Esa llamada puede significar un pasaje a la muerte para cualquiera de los 700 mil refugiados rohingyas, la minoría musulmana de Birmania, un país con una apabullante 90 % de budistas de la orden Theravada, en una población de 54 millones de habitantes.
En agosto de 2017, durante la operación de limpieza étnica lanzada por el Tatmadaw (ejército birmano) con la anuencia de la figura fuerte del gobierno de Naypyidaw, la Premio Nobel de la Paz 1991 y Consejera de Estado Aung San Suu Kyi, se forzó la huida de prácticamente toda la comunidad con la destrucción de aldeas, violaciones masivas, torturas y desapariciones, y fueron asesinadas unas 25 mil personas, muchísimas de ellas niños.
El caris extremadamente violento y terminal de la operación, a diferencias de otras que se produjeron con anterioridad, lanzó prácticamente a la totalidad de los rohingyas rumbo a Bangladesh, un país fronterizo y musulmán.
En octubre pasado, Naypyidaw y Dacca, acordaron que a partir del 15 noviembre retornaran voluntariamente los primeros 2600, a 150 por día, de una lista aprobada por ambas naciones, de los 720 mil que se han refugiado en Bangladesh y se encuentran hacinados en diferentes campos de Cox Bazar, una localidad cercana a la frontera.
El comisionado Mohammad Abul Kalam de ayuda y rehabilitación para refugiados de Bangladesh, declaró que el retorno sería “voluntario”, aunque se conoció que los elegidos son presionados para aceptar su destino, por lo que varios de los hombres que conocieron que figuraban en los primeros contingentes de deportados intentaron suicidarse.
El último martes trece, Naciones Unidas pidió a Dacca que no inicie el proceso de repatriación lo que finalmente podría representar un pasaje a la muerte de los “voluntarios”
Internamente Birmania ha demonizado de tal manera a la comunidad musulmana, que sería muy difícil contener a los fanáticos budistas de grupos paramilitares de ultra derecha como el 969 (por los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas y los 9 atributos de la orden de Buda) y el islamofóbico movimiento Ma Ba Tha, (asociación patriótica de Myanmar), liderados por el monje Ashin Wirathu, que sin duda estarían de acuerdo en suplir al Tatmadaw, ya que los reclamos de la diplomacia internacional ha sido lo suficientemente contundentes como para que no actué de manera directa,
Estos ataques se ejecutarían casi de inmediato, para lograr obturar la posibilidad de que se complete lo pactado. Por lo que estos 2600 rohingyas, son, en sí mismos, “conejillos de indias” de un “experimento”, que involucra casi un millón 200 mil personas, si contamos los desplazados en Bangladesh y los casi 500 mil que aún permanecen en Birmania, en condiciones desconocidas, dadas la severa censura de prensa que las autoridades birmanas han impuesto sobre el tema. En abril pasado los periodistas birmanos de la agencia Reuters Wa Lone y Kyaw Soe Oo fueron condenados a siete años de prisión, tras haber sido acusados de violar la Ley de Secretos Oficiales que encubría la matanza contra los rohingya.
La posibilidad de las repatriaciones ha expandido el terror en los campos de refugiados, provocando que algunos cientos se fugaran de los campos de refugiados hacia el interior de Bangladesh.
Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, a cargo de la ex presidente chilena Michelle Bachelet, los refugiados amenazaron con suicidarse si son obligados a retornar. La señora Bachelet en un comunicado oficial declaró que: “Desalojar por la fuerza o devolver a los refugiados y solicitantes de asilo a su país de origen sería una violación flagrante del principio legal fundamental de no devolución, que prohíbe la repatriación cuando haya amenazas de persecución o riesgo grave para la vida, la integridad física o la libertad de las personas”, pese a lo cual todo estaría listo para consumarse.
Tras los acuerdos del 30 de octubre, Shahidul Haque, secretario de Relaciones Exteriores de Bangladesh, declaró “Estamos “ansiosos” por comenzar la repatriación a mediados de noviembre”, ignorando que puede estar enviando a la muerte a casi un millón de personas. Más allá de los acuerdos entre las dos naciones y las protestas del Alto Comisionado, la realidad señala que la problemática continúa igual en el territorio vedado para la prensa y las ONGs, ya que en los últimos meses se ha registrado 20 mil nuevas llegadas.
La masacre ha sido de tal envergadura que diferentes entidades defensoras de los derechos humanos norteamericanas, tras un informe de agosto pasado, acusaron al comandante en jefe del ejército birmano y verdadero hombre fuerte del régimen, Min Aung Hlaing, y cinco de sus generales para que sean enjuiciados por “intención genocida”.
Esta misma semana, en una reunión del Asean (Asociación de Naciones del Sureste Asiático) en Singapur, Suu Kyi nuevamente evitó referirse a la cuestión rohingya y al ser interpelada por hombres de la delegación del vicepresidente norteamericano Mike Pence sobre cuál de los responsables materiales de los crímenes de agosto de 2017 había sido removidos, solo contestó “ninguno”.
El comportamiento de Aung San Suu Kyi en esta crisis ha justificado que Amnistía Internacional le haya retirado el reconocimiento más importante que entrega la institución: “Embajador de conciencia a los derechos humanos”, señalando que su accionar es “traición vergonzosa” a los valores por el que le fue concedido. En sintonía con otros muchos ya retirados figuran el Elie Weisel del Museo del Holocausto de los Estados Unidos y los premios Libertad de la Ciudad, otorgados por Edimburgo, Oxford, Glasgow y Newcastle.
La Primer Ministro de Bangladesh, Sheikh Hasina, quien peleará por su reelección a fin de año, con un fin netamente electoralista, tras la firma del acuerdo, declaró: “bajo ninguna circunstancia se permitiría a los refugiados que permanezcan de manera permanente en el país”, al tiempo que acusó a Birmania de encontrar nuevas excusas para no cumplir lo pactado.
De demorarse el regreso de los refugiados, Dacca está disponiendo albergues en la isla de Bhasan Char, a una hora en barco de la costa más cercana, aunque con las permanentes tormentas de la región el trayecto se torna imposible. Distintas organizaciones de Derechos Humanos denunciaron que, dadas las condiciones físicas de la isla, que cuenta con una franja barrosa, “es inhabitable y es propensa a inundaciones y otros desastres naturales”.
Al otro lado del río
El río Naf, frontera natural entre Birmania y Bangladesh, desde marzo ha sido objeto de un severo control por parte de la Guardia de Fronteras de Bangladesh (BGB) y la Policía de Guardia de Fronteras (BGP) birmana para impedir que nuevos contingentes intenten cruzar hacia Bangladesh, aunque el éxito es discutible ya que ha sido cruzado por miles de personas
En el norte del estado de Rakhine, lugar de pertenecía rohingya, nada parece haber quedado en pie y mucho menos para esperarlos de vuelta, después del gigantesco progroms de 2017, allí solo se ven bosques de palmeras chamuscados, tras la campaña del Tatmadaw que concentró sus acciones en incendiar aldeas, violar y a matar a todo el que tuviera a su alcance, para expulsar a la comunidad musulmana de sus territorios.
Las condiciones para el regreso son tan inestables que el propia ACNUR advirtió que “no facilitará los retornos ni proporcionará transporte ni ninguna otra asistencia” ya que no estaban dadas las condiciones mínimas de seguridad para el retorno, ni la posibilidad de que Naypyidaw otorgue los derechos a la minoría musulmana, de los que jamás disfrutaron.
Mientras las deportaciones se discuten en los ámbitos técnicos y diplomáticos, la realidad la marca el accionar de los ejércitos de ambas naciones. El bangladeshí, está acordonando los campos de Cox Bazar, al tiempo que durante la noche personal de seguridad controla el movimiento de los campamentos para evitar más fugas, mientras que importantes dotaciones del Tatmadaw, han llegado a los campos donde serán enviados los primeros “voluntarios” en llegar.
Con el posible arribo de los primeros contingentes, las autoridades birmanas están concentradas en la reconstrucción de diferentes aldeas rohingyas en el norte de Rakhine, como las de Inn Din, para sean ocupadas por otras etnias como la Chin, Bamar y los hindúes traídos de otras partes del país, para quitarle a la provincia su idiosincrasia rohingya, y fundamentalmente provocar, con el movimiento de tierras y nuevas construcciones, la destrucción de la evidencia física de las matanzas de agosto.
Muy probablemente en los próximos días el mundo se volverá a conmover por las nuevas matanzas, y a preguntarse una vez más: “¿por qué suceden estas cosas?”.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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