Egipto: Sinaí, la guerra incómoda
- Análisis
El ejército egipcio, después de Israel, es el mayor destinatario de asistencia militar de Washington, al haber recibido más de 80 mil millones de dólares desde el fin de la segunda guerra mundial, lo que le ha permitido convertirse en el más poderoso del continente africano, del mundo árabe y en el décimo tercero a nivel mundial. Desde febrero último está librado una guerra con toda su potencia contra las fuerzas del Daesh Sinaí, que de manera rigurosa, fueron captando diferentes bandas integristas que dominaban ese desértico triángulo de unos 60 mil kilómetros cuadrados y de poco más de 150 mil habitantes. (Ver: Egipto: al-Sisi se va a la guerra).
Las tropas del general al-Sisi han demolido más de 6 mil viviendas civiles, destruido grandes áreas de sembradíos y con su estricto control territorial se ha impedido la libre circulación de sus pobladores. La actual situación ha provocado importantes desplazamientos de civiles hacia diversas regiones del país, incluso hacia el norte del Sinaí, a donde han llegado más de 20 mil desplazados. El estado de guerra ha interferido además en los desplazamiento de mercaderías, generando escasez de alimentos y otro tipos de insumos básicos, además de graves problemas en la asistencia médica, el cierre de escuelas, centros educacionales, la reducción a unas pocas horas diarias del flujo eléctrico, el servició de comunicaciones televisión, radio, telefonía e internet, y el abastecimiento de gasolina y gas, lo que significó un golpe casi mortal a la ya muy endeble economía de la provincia y la organización social. Esto dio lugar al comienzo de protestas civiles, obligando a los mandos militares en septiembre pasado a disminuir algunas de las severas restricciones para la seguridad territorial.
La “Operación Sinaí 2018” que también abarca sectores del Delta del Nilo y los desiertos fronterizos con Libia, ordenada por el general Abdel Fattah al-Sisi, fue preparada para cortar de cuajo la provisión de material de guerra y exterminar a los terroristas, que implementaron un importante número de atentados en la península como el ataque a la mezquita de al-Rauda de la comunidad sufí, en la que murieron 305 personas en noviembre de 2017, o el derribo del avión ruso en octubre de 2015 que dejó 224 muertos, entre otros muchos ataques terroristas a puestos policiales y militares, no solo en el Sinaí, sino también en otros puntos del país, incluida la ciudad del Cairo, la capital egipcia, donde fueron atacadas iglesias de la minoría copta. La dimensión de la operación militar (Ver: Egipto: La guerra privada del general al-Sisi) y el tiempo en que se mantiene, indica claramente la fortaleza del Daesh Sinaí.
Según la escasa información del Ejército, que ha restringido el acceso de la prensa al área de operaciones, las bajas infligidas a los integristas alcanzarían solo a las trescientas, al tiempo que han logrado destruir o incautar gran cantidad de arsenales, vehículos y grandes cantidades de los letales IED (dispositivos explosivos improvisados) y otro tipo de materiales. Se ha conocido por propias fuentes integristas que el lunes primero de octubre fue muerto, alcanzado por un bombardeo, el principal comandante del Daesh Sinaí, el palestino Abu Hamza al-Maqdisi, en la localidad de Sheikh en el Sinai Norte, mientras que el mismo día fueron asesinados otros quince militantes en diferentes acciones.
Los abusos llevados a cabo por las fuerzas gubernamentales contra la población civil han provocado, además de protestas en diferentes ciudades y pueblos de la península, el acercamiento de civiles a los muyahidines.
Un reciente informe de Human Rights Watch (HRW) explica la deriva de las simpatías de los pobladores civiles, que la presencia del ejército, ha despertado hacia los hombres del Abu Barkr al-Bagdadí. HRW ha detectado que solo en los tres primeros meses de la de la operación se han destruido cerca de 3600 viviendas civiles. El mando militar ha negado la verisimilitud de estas informaciones, al tiempo que indica que se han compensando a quienes han sufrido daños en sus propiedades por un total de 50 millones de dólares. En respuesta a esa afirmación, Human Rights Watch denuncia que esas compensaciones no han considerado los daños prácticamente totales a los sembradíos.
Un riesgoso cambio de estrategia
Más allá de las operaciones del ejército y el desconocimiento del verdadero número de bajas y daños ocasionados a la organización terrorista se percibe un congelamiento del frente en la “guerra” del Sinaí, que a pesar del tiempo trascurrido y el poderío militar del ejército, no se logra exterminar la presencia del Daesh, pese a los sellamientos de las fronteras del Sinaí, para impedir la filtración de armamento, material logístico y la llegada de nuevos combatientes. De igual modo, el flujo de abastecimientos a los muyahidines parece ser incesante: solo en la primera semana de este mes, se han logrado interceptar una treintena de vehículos trasportado armamento para los terroristas en la frontera oeste de la península.
Pese a todo, la insurgencia ha conseguido mantener sus posiciones en el terreno, debido al apoyo de algunas tribus beduinas, ancestralmente dedicadas al contrabando, que conocen prácticamente todas las sendas y caminos del territorio para seguir abasteciendo a los califados del Daesh.
Las poblaciones beduinas históricamente han sido dejadas de lado por el poder central, llevando décadas de falta de asistencia económica y planes de desarrollo, lo que ha generado grandes bolsones de desocupación y desequilibrio social en comparación a otras provincias. Los beduinos, desde siempre han generado desconfianza a los diferentes gobiernos del Cairo, al punto que son impedidos de enrolarse en las fuerzas armadas y la policía, además de no tener acceso a otros empleos de la administración pública.
La desconfianza mutua entre la clase política nacional y las tribus beduinas, es lo que hace que estos últimos no crean en los proyectos de desarrollo para la región recientemente anunciados por el gobierno, como la construcción de una nueva ciudad en el norte del Sinaí y planes de exploratorios de gas y petróleo, en las cercanías del Canal de Suez, una zona alejada de las áreas más deprimidas y donde el conflicto es más intenso.
La propia torpeza militar retroalimenta el desanimo y resistencia contra el gobierno que no logra resolver el conflicto y reinstalar, si alguna vez lo hubo, la seguridad y protección a la población civil, mientras que se fortalecen los postulados del Daesh. Por lo que la insurgencia, no solo ha logrado mantenerse fuerte más allá de los duros ataques del ejército, sino que también puede aspirar a persistir en la región, mientras cuente con la colaboración de las tribus locales.
Tras el derrocamiento en 2013 del presidente Mohammed Morsi, apoyado por la organización ultramontana Hermanos Musulmanes, (Yami'at al-Ijwan al-Muslimin) se incrementaron las acciones terroristas en todo el país, aunque particularmente en el Sinai, donde se cree se refugiaron miles de Ikhwan, ante la ola de de persecuciones, encarcelamiento, juicios, largas condenas y ciento de ejecuciones. Estos se incorporaron a la Wilāyat Sinai (Provincia del Sinaí), antes conocido como Ansar Beit al Maqdis (Seguidores de la Casa de Jerusalén), que en 2014 realizaría su bayat o juramento de lealtad al Daesh, adoptando el nombre de Daesh Sinaí. Desde entonces, se incrementaron los ataques contra los diferentes objetivos takfires (infieles) con nuevas y sangrientas estrategias, aportadas por la llegada de veteranos de las guerras de Siria e Irak.
En un riesgoso cambio de estrategia, el gobierno ha decidido armar a algunas tribus, intentando incorporarlas a la guerra contra el terrorismo, dado el amplio conocimiento que poseen de esa geografía. Miembros de la tribu Abu-Sefira han sido designados para ocuparse del patrullaje previo y la inteligencia para las operaciones realizadas por el ejército y el control de áreas, como las cercanas de las montañas Halal, donde se sospecha los terroristas guardan gran cantidad de armamento y equipo.
Inspirado el movimiento Sahwa de Irak, donde los estadounidenses armaron a diferentes tribus sunitas para combatir a al-Qaeda tras el estallido de la guerra civil en 2006, el ejército egipcio creó una fuerza conocida como Abdelsalam , integrada por miles de beduinos, desplegada en el área central del Sinaí, en procura de sostener las zonas ya liberadas de terroristas. Con los antecedentes de las tribus, significa una jugada muy arriesgada en una guerra ya demasiado incómoda para el genera al-Sisi.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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