Los refugiados y el efecto rana

04/10/2018
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Todos conocemos aquello de la rana y el agua hirviendo, algunos lo llaman “el síndrome de la rana hervida”, que explica de manera muy natural los sistemas de manipulación, con los que se puede someter desde un individuo a casi la totalidad de la opinión pública, para que lo anormal parezca corriente y nadie se espante de lo atroz. No es necesario ser sociólogo o antropólogo, solo alcanza con recorrer, quizás cada día con más esmero, los medios de información, para descubrir que la trampa ha funcionado otra vez. Ahora para lograr la deshumanización de los “ciudadanos”, frente a la crisis de los refugiados y sus consecuencias más inmediatas y obvias.

 

Parecen ser solo cifras, uno, diez, cien, mil, diez mil… ¿números? no, muertos. Específicamente ahogados, frente a las puertas cerradas a cal y cinismo de la blanca Europa, aunque ni andaluces, ni sicilianos, ni griegos lo parezcan, son también, por lo menos desde el punto de vista político, tan blancos como cualquier bávaro, bretón o valón.

 

Desde que se inició la “crisis migratoria”,  allá por el 2012 o 2013, los números oficiales hablan de 14 mil, muy mal contados, así, a secas, catorce mil (14.000), ahogados, bien mojados, bien sumergidos en la desesperación por escapar de un mapa prendido fuego por las bombas y los misiles que la blanca y cerrada Europa regó, pródiga, en sus geografías, en sus aldeas, o porque sus gerentes, sin duda más letales que la mejor de sus bombas, han sabido, con suma destreza, esquilmar a esas mismas naciones,  a esos mismos 14 mil ahogados.

 

Pero ¡atención! Woody Allen, refiriéndose al Holocausto dijo: “Los records están para ser batidos”, en Libia, la mayor plataforma de lanzamiento de refugiados al Mediterráneo, esperan un millón, un millón y medio, su oportunidad para superarlo.

 

Los refugiados que,  atascados en Libia, son obligados a vivir en centros de detención donde son torturados y violados, cuando no introducidos en el mercado de esclavos, una nueva industria instalada en ese país, tras la trágica desaparición del coronel Gadaffi.

 

Europa ha implementado diferentes métodos, creando infinidad de comisiones, que han generado cúmulos de planes para lograr una solución, acorde al problema, mientras que los refugiados se siguen lanzado al mar. Sin que a nadie se le haya ocurrido con probar dejar de vender armas y de retirar a sus gerentes del terreno.

 

La situación se ha convertido en crítica no solo para las víctimas primarias de la crisis, los refugiados que esperan en Libia y otros puntos de embarque o para el millón 800 mil refugiados que han alcanzado a arribar al continente, sino también para el farrago de conflictos legales entre los países involucrados, con las ONGs que han activado planes de búsqueda y rescate de las pateras cargadas hasta el desborde. Esta inédita crisis ha disparado reclamos y pujas internas entre las propias naciones de la Unión Europea, para las que,  al parecer,  el problema no son los ahogados, sino justamente los que no se ahogan. El Brexit, por ejemplo, ha tenido mucho de esto y sin duda el surgimiento del neofascismo en todo el continente, donde ya ha alcanzado a ser gobierno como en Hungría o Polonia. Europa, siempre rápidamente, ha echado mano a esa estupenda herramienta que es el fascismo, para resolver los problemas que ni su moral, ni su inteligencia pueden resolver.

 

El cerrar los ojos, el mirar para otro lado,  se han convertido en la mejor alfombra para esconder la basura, perdón los refugiados. La solución más efectiva que han encontrado en el Mediterráneo, tanto las naves militares como las mercantes, es ignorar los pedidos de socorro, pecado como ninguno, para la gente de mar.

 

En lo que va del año son 363 muertos los que ha registrado la Organización Internacional de Migraciones (OIM), perteneciente a Naciones Unidas, aunque tendrá que sumárseles los de este último lunes primero, ya que en las cercanías de la colonia española de Melilla, al noreste de Marruecos, naufragó una patera de donde se rescataron 34 personas con vida, 11 ahogados y se cree que al menos otros 25 permanecen desaparecidos. Los náufragos en su mayoría eran guineanos, malíes y costamarfileños. Aunque los refugiados no solo son de países esquilmados del África subsahariana, sino de las naciones afectadas por los conflictos iniciados o profundizados a partir de la Primavera Árabe: Siria, Irak, Yemen, Afganistán, Pakistán, Libia, Yemen, Somalia, Eritrea, Sudán, Sudán del Sur, Nigeria, Níger, con obvios y largos etcéteras.

 

El sur también existe

 

Sin innumerables las penurias que los refugiados encuentran en su camino por escapar de las realidades de sus países e intentar llegar al Mediterráneo, empezando por la injerencia de la propia Unión Europea que presiona a los países de tránsito para que se les impida el paso. Además  afrontan los peligros naturales que puede significar el cruzar desiertos donde las temperaturas superan los 45 grados y donde actúan los cazadores de esclavos, que después los venden en los diferentes mercados que han florecido en Libia, como el de Ghadames, próximo a la frontera con Argelia, o  los que funcionan a las afueras de Trípoli o en la ciudad de Sabha, en el centro del país, donde cientos de jóvenes son subastados para tareas agrícolas y muchachas introducidas en la prostitución a valores que van desde los 400 a los 1100 dólares.

 

Las otras alternativas del Mediterráneo como Melilla, hacía España, está extremadamente vigiladas;  la de Turquía hacia las islas griegas de Kos o Lesbos, para luego avanzar hacia los países balcánicos, se encuentra prácticamente obturada desde los acuerdos vigentes entre la Unión Europea y Turquía de marzo de 2016, que ha hecho casi imposible esa vía. Además del blindaje fronterizo,  las mafias locales  roban y saquean a las cada vez más escasas columnas de desesperados. Otra alternativa son los puertos del Sinaí, aunque la mayoría de esos embarques han terminado en tragedia, a ello se suma el rastreo constante de embarcaciones militares europeas, lo ha hecho disminuir en mucho esa vía.

 

Ese por estas razones que son cada vez más numerosas las caravanas de refugiados de Somalia, Etiopía, Yemen y otros países de la cuenca del Índico, que buscan Sudáfrica como alternativa. Si bien la travesía es más extensa, es más segura de coronarla con éxito, aunque los contratiempos también son abundantes.

 

Estas caravanas en África, tendrán que atravesar Kenia, Tanzania, Mozambique, Malawi y Zimbabue, países de alta conflictividad social y extrema represión política, con escasa libertad de prensa, lo que hace que los padecimiento que sufren los refugiados sean prácticamente ignorados por el mundo.

 

Médicos Sin Fronteras (MsF) ha denunciado que las miles de personas que intentan esta nueva ruta, padecen, en cada frontera, arbitrariedades con características inhumanas por el “crimen” de carecer documentación en regla.

 

En espera de una resolución de si se les permite continuar viaje o son deportados a sus países de origen, los infractores son detenidos en prisiones en las que deberán convivir con criminales con condenas firmes. Dada la burocracia en esos países los trámites de resolución se pueden dilatar hasta por dos años.

 

Las condiciones de vida en esas cárceles son extremadamente violentas, en la Prisión Central de Maula en Lilongwe, capital de Malawi, en celdas construidas para 50 reclusos llegan a hacinarse hasta 250. Sin espacio siquiera para dormir acostados, además deben afrontar las altas temperaturas, la falta de ventilación, y ni mencionar las condiciones de higiene y alimenticias: solo comen una vez al día y una harina de maíz, llamada nsima, sin propiedades nutricionales.  Debido a ello, muchos de los detenidos extranjeros se encuentran en grave estado de desnutrición, a diferencia de los presos locales que suelen recibir viandas de sus familiares.

 

La prisión de Maula cuenta con más de 3 mil reclusos, que incrementa su población, al igual que las de Chichiri y la Blantyre, por el constante flujo de refugiados, que pretenden llegar a Johannesburgo. Según las denuncia de MsF, en Maula solo hay un grifo de agua, de cuestionable potabilidad, y una letrina por cada 120 personas. Allí,  sufren enfermedades como tuberculosis, diarreas, infecciosas y de transmisión sexual, y carecen de cualquier tipo de asistencia y control. Ya en un informe de 2016, se denunciaba que el 45% de los internos especulan con el suicidio. Mientras que los delincuentes locales,  que tienen el control del presidio,  dan rienda suelta a la violencia xenófoba, teniendo particularmente a etíopes y eritreos como víctimas propiciatorias.

 

Miles de hombres y mujeres, siguen sometiéndose a ese martirio, por llegar a Sudáfrica, a pesar de saber que, no encontrarán nada diferente a lo que dejan atrás. Ya que, más allá de la crisis económica del país, dada el aumento de los extranjeros, crece en Sudáfrica la xenofobia y la violencia,  incrementándose los ataques contra refugiados, sin que, cómo la rana, nadie parezca importarle que la temperatura va en aumento.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/195740
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