Imperialismo y magnicidio: a 180 años de la “Noche Septembrina”
- Opinión
A la media noche del 25 de septiembre de 1828 ocurrió aquél atentado contra el Libertador Simón Bolívar, conocido en la historia como “La Noche Septembrina”, en la casa donde pernoctaba en Bogotá, el Palacio San Carlos.
Era el tercer intento de asesinarlo a traición, y aunque una vez más fue frustrado el magnicidio, ya la salud -y el ánimo- del Padre de la Patria no volverían a recuperarse.
Los complotados, todos santanderistas, venían reuniéndose en logias que exaltaban el odio hacia Bolívar: el blanco de sus envidias y ambiciones. Vargas Tejada, uno de los pandilleros con ínfulas de letrado, declamó en secreto versos llamando a cortarle la cabeza y los pies al Libertador. Florentino González, otro muy activo en la trama, invocaba con deleite morboso la “impresión de terror que causase…la noticia de la muerte de Bolívar”.
Terroristas de entonces, sicarios de siempre, en la Colombia secuestrada por la oligarquía, que cultivó una cultura de la muerte como fuente de poder. Pero aquélla noche de oprobio, el pueblo bogotano no se dejó atemorizar; fue el primer “Bogotazo”, con la gente decente en las calles buscando vivo –y gritando ¡vivas!- a su Libertador.
El traidor mayor, encapotado, desde su poltrona (la fastuosa montura de sus deshonrosas conquistas) temblaba de miedo, de tan sólo escuchar el coro popular que cantaba la gloria inmarcesible del amado Bolívar.
Porque no existe margen alguno de duda sobre la autoría intelectual de aquél crimen: el cucuteño Francisco de Paula Santander, ya convertido en agente del naciente imperialismo estadounidense.
II
Los gobernantes de Estados Unidos combinaron diversas formas de oposición al proyecto emancipador latinoamericano; pasaron de la supuesta neutralidad, declarada desde el primer grito independentista, a la conspiración subrepticia para hacer fracasar el proyecto bolivariano; en ese plan confeccionaron el que -tal vez- fue su primer aparato de inteligencia y contrainteligencia, a través del establecimiento de agentes diplomáticos con instrucciones precisas de espiar al partido bolivariano y entorpecer sus acciones. Para ello no les fue difícil reclutar adeptos entre los traidores e intrigantes que acecharon a Bolívar.
Pudiéramos afirmar que, antes que El Libertador vislumbrara esa amenaza para nuestros pueblos, ya las elites políticas de Estados Unidos tenían claro que debían combatir -en las sombras- al genial ideólogo y guerrero por la independencia de la América mestiza. Los gringos no descuidaron un minuto la gesta bolivariana, ni menos ahorraron hipocresía y cinismo entorpeciéndola y mermándole su éxito y su gloria.
Los Estados Unidos convirtieron en política de Estado al más alto nivel, las acciones encubiertas contra la gesta de Simón Bolívar y sus camaradas. En ello se involucraron los secretarios de Estado y los propios presidentes de aquel peligroso país, haciéndole seguimiento minucioso a nivel continental, para lo cual inauguraron su sistema de inteligencia integrado por ministros plenipotenciarios, cónsules y otros funcionarios, comerciantes, y los infiltrados que lograban captar entre criollos envidiosos y avaros.
Para esto, destinaron ingentes recursos que usaron para sobornar oficiales de varios países latinoamericanos, corrompiendo tropas, involucrando altos magistrados en sus negociados, repartiendo coimas, y usando sus redes mercantiles para envolver a los frágiles que se dejaban manosear por la inquina extranjera.
La revisión de documentos, cartas y secuencias de hechos dramáticos de nuestra desintegración post independentista, nos llevaron a la conclusión que Santander no sólo fue un “súbdito” servil de la doctrina Monroe, por simpatía u oportunismo, sino que, llegó a enfilarse como agente activo del sistema de espionaje gringo que desestabilizó la unión bolivariana y consolidó su estrategia de atomizar al continente indoamericano.
En términos coloquiales, podríamos afirmar que Estados Unidos dedicó su “batería pesada” contra Bolívar; nombres como John Quincy Adams, Henry Clay, James Monroe, Willian Harrison, Joel Poinsett, Willian Tudor, entre otros, todos de la alcurnia política de la nación norteña, aparecen involucrados en la trama dirigida a hacer fracasar el plan bolivariano, único que garantizaba la verdadera independencia y fortalecimiento de las nacientes repúblicas latinoamericanas.
Los “diplomáticos” gringos tejieron la telaraña en base a un objetivo geopolítico claro, cual era, impedir a toda costa el triunfo del ideario de unidad bolivariano. Joel Poinsett en México sembrando cizaña contra Bolívar, boicoteando el Congreso Anfictiónico; Anderson en Bogotá inmiscuyéndose en los asuntos internos, estuvo metido secretamente en el atentado al Libertador y la muerte de Sucre, fue expulsado de Colombia, siendo premiado en Estados Unidos con ascenso a General y electo Presidente; y William Tudor en Lima, el gran marionetero del cura Luna Pizarro y el general La Mar, que tanto daño hicieron a la Independencia continental.
III
Fueron muchos los tragos amargos que tuvo que deglutir Bolívar, para llegar a exclamar en carta al general Carlos Soublette, fechada en Caracas el 16 de marzo de 1827: “Ya no pudiendo soportar más la pérfida ingratitud de Santander, le he escrito hoy que no me escriba más porque no quiero responderle ni darle el título de amigo. Sepa Usted esto para que lo diga a quien corresponda. Los impresos de Bogotá tiran contra mí, mientras yo mando a callar los que tiran contra Santander. ¡Ingrato mil veces!”.
Bolívar había llegado a Bogotá el 14 de noviembre de 1826 en su primer retorno desde el Sur. La gestión de gobierno que encontró era un desastre. La producción de todos los bienes estaba por el suelo y las arcas públicas vacías. Los responsables de aquél desmadre eran los mismos que le habían negado insistentemente los recursos para la liberación de Ecuador, Perú y Bolivia.
Buscando aminorar los conflictos intestinos en las patrias chicas que integraban su Colombia original, otorga amnistía a Páez el 1 de enero de 1827. Santander arrecia sus intrigas. Ordena alzamientos de tropas corrompidas, particularmente el de un sargento mala conducta de apellido Bustamante en Lima (“oficial muy oscuro”, lo describe Bolívar en carta a Rafael Urdaneta), emprendiéndola contra los oficiales venezolanos, que eran las instrucciones secretas del traidor mayor. Santander también promete a La Mar que Bogotá no interferirá en una invasión peruana contra Bolivia y el Ecuador.
Bolívar llegó a Puerto Cabello el 1 de enero de 1827, y también halló a Venezuela arruinada tal con la misma fórmula que antes encontró a Cundinamarca.
En el camino, desde Cartagena, el 18 de julio de 1827, al general Rafael Urdaneta, le decía: “Ya no queda duda acerca de lo que tanto hemos dudado con respecto a Santander. Ya está visto que Venezuela y yo somos su blanco”. También sabían que Santander había minado la administración pública en Bogotá, “sembrado todas las semillas del crimen y del mal”.
Hasta esa posibilidad terrible de intentarlo asesinar en Bogotá, estaba en las sospechas del entorno leal al Libertador; en Turbaco, el 30 de julio 1827, le escribe al Prócer maracaibero: “acabamos de recibir un oficial con pliegos de Bogotá de 19 del corriente, por los cuales hemos sabido que se tramaba allí una conjuración contra mí y mis amigos”.
Bolívar sabe las acciones que ya pululan en su contra, y le dice a Urdaneta: “Usted conoce las cosas y ha penetrado, desde muy temprano, las intrigas y perfidias de Bogotá…veremos por tierra el edificio de la patria derribado por la envidia”; con una dosis de sarcasmo, le confiesa: “Santander me ha felicitado por mi marcha y no me manifiesta ninguna oposición; pero ya Usted verá como sí se opone”.
Se estaba refiriendo a su nueva marcha hacia el sur, a enfrentar la traición de La Mar, azuzado por Luna Pizarro y el agente yanqui Willian Tudor, que pretendía retrotraer a Bolivia y Ecuador a un estado de postración al yugo oligárquico peruano.
Este largo y tortuoso viaje, distrajo gravemente las energías del Libertador que comenzaba a ejercer de estadista en la normalización de la vida republicana de su Colombia original, e insidió, por tanto, en el desencadenamiento de los caudillismos localistas que iban a asestar un golpe mortal del Proyecto Bolivariano.
Bolívar y Urdaneta nunca llegaron a saber con certeza, que Santander era ya un agente encubierto de los Estados Unidos desde aquellos indignos días de su mensaje al Congreso de 1824; ni llegaron siquiera a sospechar el plan minucioso de seguirlos, espiarlos, y preparar al detalle, tanto las componendas de Santander y los peruanos Luna Pizarro y La Mar, como el vil asesinato del Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre.
“Cada día me parece más imprudente haber salvado a Santander; este hombre será la última ruina de Colombia; el tiempo lo hará ver…”
El 15 de abril de 1830, la premonición volvió por sus fueros en letras del Gran Mariscal Sucre, diciéndole a Bolívar: “Veo delante de nosotros todos los peligros y todos los males de las pasiones exaltadas, y que la ambición y las venganzas van a desplegarse con todas sus fuerzas”.
IV
Al desenmascarar a Santander y sus compinches en Bogotá y Lima, sin proponérselo, Bolívar confrontó el plan conspirativo fraguado en la Secretaría de Estado y la mismísima Presidencia de los Estados Unidos. Pero esas victorias parciales, a veces fortuitas, intuitivas, no podían contener el avance del monstruo que se cernía sobre Nuestra América a plagarla de miseria en nombre de la libertad.
Un relato muy detallado de aquella noche sombría, lo dejó redactado la heroína ecuatoriana Manuela Sáenz, gran personalidad revolucionaria, merecedora de todas las glorias por una Latinoamérica digna y justa. Contra ella se desataron tempranamente las calumnias de una sociedad conservadora, pacata e hipócrita, que la estigmatizó por amar con libertad al Libertador, y sobre todo, por ser su leal seguidora y defensora. Esa noche Ella se convirtió en su Libertadora.
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