El culto a lo colonial: dos casos escandalosos
Los pueblos que no sean capaces de asirse a sus ancestralidades libertarias, no podrán construir un pensamiento emancipatorio colectivo, y serán presas fáciles del invasor imperceptible que insiste en esclavizarnos.
- Opinión
“Somos coloniales, que es un nombre sagrado dentro de la historia”. (Guaguancó de Los infortunados. Grupo Madera, 1978)
Conceptos
Apuntemos de entrada, autocríticamente, que la descolonización de las conciencias no ha sido necesidad de los poderes burocráticos donde se toman las decisiones; que esta acción necesaria y urgente para la comprensión de nuestro proceso histórico y para la formación del pensamiento emancipatorio colectivo, no fue emprendida como política pública en las gestiones educativas, comunicacionales y culturales, sin lo cual, resulta imposible deslastrar a la sociedad del nefasto fardo colonialista.
Contrario a lo planteado por Germán Carrera Damas sobre la existencia de un “culto a Bolívar”, lo que predomina en nuestra sociedad es el culto a lo colonial. Plazas, ciudades, avenidas, monumentos, instituciones educativas, ostentan nombres, efigies, y objetos emblemáticos de los invasores europeos, constituyendo, junto a la visión y el discurso generalizado eurocéntrico, un sistema de idolatría a lo que se considera “superior”, “civilizado”, “bonito”, “culto”.
Resalta por cacareado el mito de la belleza de una “mujer venezolana” que triunfa en certámenes banales, donde el estereotipo impuesto desde el machismo patriarcal, que convierte a la mujer en objeto mercantil, pieza publicitaria, esclava de un sofisticado y perverso negocio del sexismo, superpone el modelo europeo de mujer “estilizada”, menospreciando al fenotipo de nuestra mujer indígena, afrodescendiente, mestiza, criolla.
Los nombres Susana Duijm Zubillaga (hija de judío holandés), Maritza Zayalero (hija de españoles), Ly Jonaitis (de Letonia), Bárbara Palacios Teyde (española), Irene Sáez (nieta de español), Gabriela Isler (suiza y alemana)…y una larga lista de famosas “mises” Brant, Abrahamz, Ekvall, Zreik, Koop, Floch, Böttger, Goecke, son todas descendientes europeas recientes e inmediatas, con estereotipos exóticos, nada cercanos al mestizaje criollo venezolano formado en un proceso de varios siglos; y mucho menos representativo de la mujer trabajadora o campesina de nuestra amada Matria.
Puede ser trivial repasar este dato curioso, pero lo presento como parte de la suplantación de la venezolanidad originaria, profunda, indígena, zamba, mestiza, por una imagen extranjerizante que se supone mejor que la criolla. Pero esto, tal vez, sólo sea un detalle de la farándula transnacional que vino por su botín del petróleo venezolano. ¿O, no?
Más escandaloso resultan las reproducciones permanentes que con dineros públicos, en instituciones educativas y celebraciones municipales, se hacen de este tipo de eventos degradantes. También parecen pequeñas e inofensivas estas “costumbres”, frente a la falta de claridad mostrada por el discurso oficial de los medios de comunicación gubernamentales, siempre tentados a caer en la trampa recolonizante por rutinas que no se atreven a subvertir, como esa de llamar “fundaciones” de nuestras ciudades, al inicio del genocidio por parte de los invasores europeos del siglo XVI.
I
El bochornoso escudo del municipio Maracaibo.
Partamos del texto que el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) plasmó en su libro sobre la ciudad de Maracaibo: “El escudo de armas del municipio Maracaibo está conformado por una imagen del Lago de Maracaibo en el que navega una embarcación de guerra propia de la época en que se dio la batalla naval del Lago. En los extremos izquierdo y derecho hay dos columnas, una a cada lado y cubierta con dos franjas blancas en las que se lee la frase Muy noble y leal 1634, fecha en que se le asignó ese título a la ciudad y 1965, fecha en la que el Concejo Municipal del distrito Maracaibo readaptó el escudo”.
Un desastre de errores y peores conceptos eurocéntricos colonialistas. Aclaremos.
Este “escudo” fue otorgado a la Provincia de Maracaibo por el Rey de España, Felipe IV, según Real Cédula del 20 de junio de 1634; el vergonzoso lema “Muy Noble y Leal”, fue el “premio” dado por las Cortes de Cádiz al diputado de los realistas que dominaban Maracaibo, José Domingo Rus, como reconocimiento por su adicción al Imperio Español, según decreto del 21 de marzo de 1813. El Concejo del Distrito Maracaibo, por acuerdo del 9 de enero de 1965, reafirmó el símbolo heráldico colonialista, en tiempos que la República de Venezuela era gobernada por una clase política sumisa a los imperialismos, y el afán racista de reconocerse en una supuesta “herencia” española, empujaba a las elites a rebuscar cualquier rescoldo por el que asomarse a “blanquear” la historia.
Además de repetir los mitos alienantes (“descubrimiento”, “fundación”, etc…), es absolutamente falso el dato de que esa embarcación sea representativa de la Batalla Naval del Lago, puesto que es parte del diseño colonial desde su otorgamiento en 1634, y representa el triunfo de las armas invasoras contra los pueblos originarios de Maracaibo, que resistieron durante un siglo impidiendo la presencia española en nuestra patria lacustre; también yerran los funcionarios del IPC en confundir la fecha del lema antirrepublicano. ¡Qué piratería!
Tiempo hace que he publicado razones de fondo para derogar este “escudo” de la ignominia, toda una burla a la gesta bolivariana y al sacrificio de nuestras heroínas y héroes por la dignidad del pueblo zuliano. ¡Deuda de honor incumplida hasta hoy!
II
Segundo caso: una ciudad etnocida para adorar al genocida Alonso de Ojeda
El escudo del municipio Lagunillas del estado Zulia, creado por ordenanza el 5 de agosto de 1979, reformada el 21 de julio de 1992, lo explican sus creadores así: “El jefe delante del semisol, un yelmo de plata con la visera calada, evidencia al descubridor Alonzo de Ojeda en honor a quien lleva su nombre la parroquia capital del Distrito y que significa valor, audacia, magnanimidad y victoria con sangre”.
¿Magnanimidad? Ninguna. ¿Victoria con sangre? Sí. Saqueo, robo, esclavitud, exterminio, fueron las secuelas de esa “victoria” donde se derramó la sangre nuestra, desde Nigale y Tomaenguola, hasta Domitila Flores y Ana María Campos.
Pero las mentes colonialistas celebran al invasor, a quien ni siquiera se ocupan de investigar. Porque los politiqueros que adoran a Ojeda no saben ni una jota quién fue este individuo.
En otro párrafo dice la norma municipal que la figura del ave fénix en el escudo: “simboliza la enorme fuerza del gentilicio de este municipio perseverante en el tiempo aun después de las llamas que consumieron el ancestral pueblo de palafitos que originó la existencia de Ciudad Ojeda”. Esto es una burda manipulación y reincide en la complicidad con el carácter premeditado del incendio de “Lagunillas de Agua”, puesto que la creación de “Ciudad Ojeda” por el dictadorzuelo Eleazar López Contreras es del 19 de enero de 1937, y la tragedia que destruyó al milenario Paraute ocurrió el 13 de noviembre de 1939. Y algo peor aún: las víctimas sobrevivientes del incendio no fueron beneficiadas con viviendas en ninguna “ciudad”, sólo un reducido grupo que pasó a residir en Las Morochas, y la mayoría quedó desamparada, atendida mínimamente por la solidaridad de los sindicatos obreros que se activaron en auxilio de sus hermanos de clase. Nunca se supo dónde fueron a parar las donaciones que particulares y hasta misiones diplomáticas dieron a favor de las víctimas.
También en la bandera se exalta la función “creadora” del fuego que devoró las vidas y existencia del milenario Paraute. El texto legal se cuida en extremo no mencionar el nombre originario Paraute (del añun nukú “ser del mar”), pero sí se deleita con arrogante supremacía lingüística en el latín de los púlpitos inquisitorios y las elitistas academias colonialistas.
Destaca por rimbombante la inscripción latina que loa la muerte que trajo el incendio de Paraute: “Desde la fundación de la ciudad reconozco la huella del fuego que originó mi nacimiento”. Morbosa alusión –por necrofilia- a un hecho horrendo sin mostrar ningún tipo de dolor por las vidas destruidas, ni solidaridad con quienes lo sufrieron en carne viva. Se sacraliza al elemento (fuego) que martirizó a un sin número de seres humanos, para los cuales nunca hubo compasión, ni reconocimiento; porque ni siquiera se molestaron las autoridades de turno (ni ninguna posterior), de hacer una lista con sus nombres, mucho menos un monumento recordatorio.
El himno del municipio Lagunillas expresa en palabras todo el racismo y colonialismo de que puede ser capaz, reiterando los conceptos ideológicos que la Exposición de Motivos de la Ordenanza impuso; pena ajena por esos temas festivaleros que se hacen –por encargo- para complacer un discurso (el del poder de turno), así no sea compartido.
Dice: “y con fuego templose la estirpe, y cual fénix Ojeda surgiste…y hasta el nauta romántico Ojeda, le dio el nombre a este pueblo del ara…y mil razas vinieron de afuera, a inyectarte su sangre extranjera, y hoy son alma y cariño en Ojeda, que dan lustre y prestigio a esta tierra”.
Ponen al poeta en el triste papel de perfumar el estiércol. La idolatría hacia el colonizador es llevada al clímax de la adulancia y la lisonja degradante. Llamar “romántico” –románticamente- al exterminador de los tainos de la isla de Santo Domingo, asesino de indígenas en Venezuela, Colombia, Panamá y otros territorios insulares del Caribe, asaltante de pueblos y hogares donde saqueó oro y les prendió fuego (como en 1939) a las familias dentro de sus casas, esclavizó personas; ese mismo violador de niñas que pasó de largo por el Golfo de Venezuela sin prestarle atención al gran Lago Maracaibo que dicen los candorosos cronistas pro coloniales, y que “descubrió”.
Redunda la leyenda que ensalza lo extranjero, mientras desprecia, discrimina e invisibiliza, al que ancestralmente no sólo habitó, sino que poseyó y cuidó original y primariamente estos territorios que son la patria acuática del pueblo añú (paraujano). También se esquilma el aporte insustituible de la clase trabajadora petrolera, única y verdadera creadora de riqueza con su sudor y su sangre dejada entre taladros, balancines, lanchas y luchas.
Por eso no les importó prenderles fuego, como hizo el Alonso de Ojeda con los pueblos a su paso; como lo hizo con el mismo Paraute en 1607 el capitán español Juan Pacheco Maldonado para debilitar las bases de apoyo social de la Guerrilla del Cacique Nigale. Ese fue el “primer incendio de Lagunillas de Agua”. Y los etnocidas del siglo XX copiaron la estrategia colonial, como pretenden seguir reproduciendo sus mitos alienantes.
III
Estos dos ejemplos escandalosos, grotescos, injuriosos, casi minimizan la persistencia masiva de topónimos, plazas y monumentos que “honran” la nomenclatura invasora, perpetuando el colonialismo espiritual, que es el más nocivo a los fines de alcanzar la verdadera independencia y la liberación social.
He afirmado en varios de mis escritos anticolonialistas, que la tragedia más grande para un pueblo es la amnesia colectiva; es el memoricidio como engaño masivo continuado que se encarga de falsificar la historia con fines hegemónicos. Me atreví a caracterizar este fenómeno como el “Síndrome de Guido”, uno de los niños raptados durante la dictadura en Argentina. La abuela llevaba 36 años buscando a su nieto, de quien se apoderaron los fascistas tras desaparecer a su padre y matar a su mamá apenas lo dio a luz. Los raptores de “Guido” –que asesinaron a su madre y su padre- lo enseñaron a amar a la falsa “familia”, sobre una vida plagada de engaños sistemáticos y crueles.
Es el papel que jugaron la educación y la cultura oficial en nuestros países, justificando y exaltando la invasión, obligándonos a llamar “Madre patria” al imperio que cometió genocidio contra nuestros antepasados; erigiendo estatuas en homenaje a los jefes militares de la invasión europea, celebrando su llegada como el inicio de la existencia.
Mientras el Presidente de México, López Obrador, exige a España pedir perdón por el genocidio, el español Josep Borrell, canciller de la Unión Europea, justifica con frases cínicas la catástrofe humana causada por el Imperio Hispano contra los originarios de nuestro continente.
Sorprendentemente, el siglo XXI nos sigue colocando en el dilema que intentaron resolver nuestros Libertadores con la Guerra de Independencia: o existimos con autodeterminación y soberanía, o nos condenan a la dependencia y el colonialismo eterno.
Conclusión
La guerra sistémica de este tiempo se libra fundamentalmente en el plano de lo simbólico. Ya se habla de una geopolítica de la mente. La velocidad vertiginosa de las tecnologías comunicacionales, junto a las estrategias de hegemonía de los actores protagónicos del mercado mundial, reducen el espacio de vida para la reflexión y retrospección de nuestras existencias. Dejar fluir sin discusión los mitos impuestos por el colonialismo, le allana el camino a los neocolonialismos del diseño opresor imperialista. Los pueblos que no sean capaces de asirse a sus ancestralidades libertarias, no podrán construir un pensamiento emancipatorio colectivo, y serán presas fáciles del invasor imperceptible que insiste en esclavizarnos.
Maracaibo, 10 de marzo de 2021
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