De la utopía posdictatorial a la pantalla principal de Locarno
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En el verano sudamericano de 1990, semanas antes que el presidente electo Patricio Aylwin asumiera el gobierno de Chile luego de 17 años de cruenta dictadura, un pequeño grupo de familias protagonizaba su propia utopía comunitaria y libertaria en la periferia cordillerana de la capital Santiago.
Con ese escenario de ilusiones y vivencias, en parte autobiográficas, la joven realizadora chilena Dominga Sotomayor construyó Tarde para morir joven, una de las dos películas latinoamericanas – junto con La Flor de Argentina- seleccionadas en la Competición Internacional de Locarno, que se realiza entre el 1 y el 11 de agosto.
Tarde para morir joven presenta las tensiones propias de un momento histórico marcado por los grandes cambios que vivía la sociedad chilena en su conjunto luego del enorme dolor de los años de dictadura, explica Sotomayor.
Si bien estructurada como ficción, la propia vida de la realizadora durante varios años, en la comunidad ecológica de Peñalolén, inyecta al film toda la fuerza del arte documental.
Durante 110 minutos, la mirada de los niños de la comunidad se convierte en el punto de referencia de esta coproducción chilena, argentina, brasilera, holandesa y catarí.
“No me interesó hacer una película de época, sino una reflexión desde el ahora mirando hacia atrás”, explica Sotomayor como clave de interpretación de su obra que luego de Locarno tiene asegurado un activo periplo por festivales y salas.
¿Cómo se puede posicionar una cineasta de apenas 33 años para reactualizar la vida en esa comunidad a inicios de los 90? “Sin duda, a la base, lo que yo misma viví con mi familia en ese grupo humano”, afirma categórica.
Una vida plagada de precariedad, subraya. Donde el aprovisionamiento del agua o los debates sobre instalar o no una línea eléctrica se convertían en temas esenciales. Donde no existían casi fronteras entre los seres humanos y los animales domésticos; ni entre las generaciones; ni entre la naturaleza -agreste y rural- y los habitantes de la comunidad, explica.
¿El principal reto de este largometraje? “Lo más desafiante que me propuse fue hacer un retrato colectivo. Pero con la idea de llegar a presentar a la comunidad a través de la mirada de los niños y adolescentes de la misma”, puntualiza.
Objetivo plenamente exitoso a partir de la actuación destacada de Sofía (interpretada por Demian Hernández), así como de Luca y Clara, quienes con su juvenil presencia marcan el ritmo de esta producción latinoamericana.
Que fortalece la presencia iberoamericana en el principal festival helvético: casi 20 películas provienen de América Latina, España o Portugal, sobre un total de 300 películas de unos 60 países.
Esta 71ra edición de Locarno, con un presupuesto anual de casi 13 millones de francos suizos (semejante cantidad en dólares estadounidenses) espera superar los 174 mil espectadores de la edición 2017. Asegurando casi 15 mil butacas - entre ellas 8 mil sillas en la deslumbrante Piazza Grande-, distribuidas en 13 salas y espacios de proyección. Los organizadores -que distribuirán 20 premios en todas las competiciones- preveen durante los 11 días de Festival la presencia de 313 realizadores, casi 170 actores y actrices y no menos de mil periodistas acreditados.
Sergio Ferrari, desde Locarno, Suiza
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