¿Cómo defendernos?

15/03/2018
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En los últimos tiempos en Venezuela, de manera acelerada, se ha complicado la vida de las grandes mayorías. En esta línea no decimos mayoría como ese conjunto de personas no favorecidas sino que nos referimos a la cantidad más grande de venezolanos y venezolanas que podamos imaginar. Con ello, vemos los efectos de una política internacional cada vez más clara, enmarcada en la idea que la sociedad venezolana tiene que pagar sus opciones políticas, repetidas en el tiempo, a favor de un modelo revolucionario.

 

Esta idea para mí es una certeza puesto que tenemos que ver algunas cosas en el panorama. La calidad de vida de los venezolanos ha empeorado dramáticamente sin que  se halla producido un cambio de gobierno ni siquiera un cambio mayor de las políticas sociales o económicas que se dictan desde el Ejecutivo.

 

Así las cosas, nadie ha ordenado la subida de los costos de los servicios públicos, nadie ha privatizado los hospitales ni siquiera ha habido cambios de la titularidad o administración de las empresas privadas o prestadores de servicios básicos a gran escala. Claro, alguno podría chillar diciendo que Chávez empleó la nacionalización en varios momentos incluso sobre grandes empresas pero esto pasó hace mucho tiempo y si esto fuera un factor tan decisivo el problema se hubiese tornado así de crítico hace años y no ahora.

 

Lo que ha ocurrido es que se ha impuesto, ya sin disimulos, un bloqueo económico. Una permanente persecución que evita que el gobierno venezolano siga desarrollando el país como lo venía haciendo y que enfrente la crisis económica –normal en el capitalismo- con los mecanismos usuales a los que acceden todos los países modernos.

 

Los bloqueos económicos tienen efectos en el tiempo porque para la economía todo tiene esa naturaleza cíclica, la mercancía llega se almacena, se exhibe, se vende y se repone. Eso es lo natural y es lo que está interrumpido. Las medicinas que se vienen acabando no regresan tan rápido a los anaqueles porque hay que buscarlas más lejos o más caras, o, porque para pagar no se pueden usar las formulas normales. Así la comida, los repuestos, etc.

 

Con el transporte la situación no es tan distinta,  el colapso por unidades insuficientes, precios insostenibles y fallas, es lo que enfrenta la mayor parte de los venezolanos. Para mí este es un tema particularmente interesante porque en su estado actual podemos entender qué sentido tenía el recurso a la práctica sistematizada de las guarimbas de quemar las unidades de transporte que había traído el Gobierno  a través de los Convenios con China y otros países, así como, el disparatado cuento del tráfico de billetes venezolanos, que salvo para falsificar otras monedas no tiene ningún sentido porque con bolívares fuera de Venezuela, no se compra nada.

 

Por lo tanto, en este contexto que las políticas públicas funcionen es básicamente imposible y gobernar requiere una audacia que a veces raya en la necesidad de ser verdaderos adivinos de hasta dónde van a salir medidas inconexas que, en principio sólo afectan al “gobierno y los suyos” a complicar el panorama. Esto por no entrar al detalle que ha habido también una parte de los intentos que se han abandonado; otros que no han funcionado; otros que naciendo como prometedores decayeron rápidamente por ausencia de la logística necesaria o porque la corrupción se los tragó.

 

De esto se dieron cuenta algunos de los personajes más prominentes de nuestra época y por ello, encabezados por Noam Chomsky se pronunciaron públicamente diciendo que la política de las sanciones está afectando la calidad de vida de los venezolanos. Otra voz importante ha sido la del Relator de la ONU Alfred-Maurice de Zayas, que ha declarado que el asunto venezolano no es como lo narra la gran prensa y que la ONU debería abstenerse de fungir como un verdugo para un país que por el contrario requiere de todo el auxilio posible para superar esta hora difícil que se vive.

 

Dicho lo anterior desde febrero de 2018 el panorama internacional de Venezuela se viene complicando, no tan solo por las arteras sanciones que se le han impuesto al país sino porque de las consecuencias de las mismas se viene culpando al gobierno venezolano.

 

Así, se han dado cosas que no soportan el más mínimo de los análisis y en las valoraciones internacionales Venezuela pasó de ser el modelo de la región en materia de ayuda humanitaria; el que primero venció el analfabetismo; el que desarrolló la más avanzada de las Constituciones y un plan de Derechos Humanos coherentes con ella a ser, como dirían los franceses, el peor de los estudiantes de la región.

 

La ONU que es un complejo conjunto de instituciones que nadie sabe a ciencia cierta cómo se relacionan ni para qué sirven, donde la democracia está negada desde la misma arquitectura fundamental está disparando al corazón: la Corte Penal Internacional abrió una investigación, Alto Comisionado ONU pide investigar violaciones a Derechos Humanos en Venezuela; el Alto Comisionado de la ONU para los refugiados emite un comunicado referido a los flujos migratorios venezolanos y cada uno de estos pasos consigue un eco impresionante en la OEA.

 

Citamos como ejemplo que al Comunicado del ACNUR fechado del 12 de enero de 2018, le siguió uno más duro sobre la misma materia del 14 de enero de 2018 firmado bajo la forma de Resolución de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos.

 

En conclusión, estamos bajo un fuego intenso y atroz. Vivimos las consecuencias de un bloqueo y nos culpan por ellas. Es, en lenguaje llano venezolano “pagar y darse el vuelto”. Por ello, estas líneas no quieren detenerse en el análisis sino llamar al espíritu de un pueblo que tiene la rebeldía y la osadía de pocos.

 

Porque somos el pueblo que logró la Independencia de América Latina y el que, con Chávez  como líder contuvo un golpe de Estado. Somos el que puso a tragar grueso a Obama en la Cumbre de las Américas de Panamá y a decir sandeces cuando demostramos que no éramos ninguna amenaza, así, el gobierno gringo siga persistiendo en el empeño.

 

Por eso, es tiempo de organizar la resistencia y diseñar la estrategia con la cual dejemos de pensar que esto se va a contener con declaraciones de rechazo firmadas desde la Cancillería. Porque todos los organismos de la ONU y de la OEA, tienen en principio del deber de escuchar a los pueblos y tienen que hablar porque al hambre producto de todo lo anterior hemos contestado con CLAPS, con visitas en sitio, con jornadas regionales…, porque a la dificultad de trasladarse la respuesta ha sido preservar el derecho de las personas  a trabajar mediante la flexibilización de los horarios, etc.

 

Según los últimos datos oficiales que manejo en Venezuela la atención alimentaria por la vía del CLAP alcanzaba unos seis millones de personas, la frecuencia y los alimentos que se distribuían habían mejorado hasta que arreciaron los actos que dificultaron la compra, el desembarco, etc., de los productos. Por eso pienso, si pudimos presentar diez millones de firmas rechazando la declaración de Washington ¿Por qué no podemos organizarnos y que seis millones o diez millones de venezolanos pidan que la ONU exija que se detengan los mecanismos que nos impiden comprar alimentos? ¿Por qué no organizamos a todos los padres y maestros que vieron a los niños perder  semanas de clases para que le digan a la Corte Penal Internacional que les violaron estos presuntos perseguidos su fundamental derecho a la educación? ¿Por qué no recogemos los testimonios de médicos y pacientes de CDIs asediados y los enviamos? ¿Por qué no tomamos el carácter del deber de defender la Patria que tenemos en el corazón y les permitimos que nos conviertan en venados heridos y arrinconados?

 

Nosotros hemos tomado la idea que toda esta retórica de la crisis humanitaria es una tontería y con esta postura el tema pasó de la prensa a los foros internacionales, a esas oficinas que quedan en el mismo pasillo donde queda el Consejo de Seguridad y quizás creemos que si Nikki Halley lo logra y el tema Venezuela se discute en el Consejo de Seguridad los rusos o los chinos podrán salvarnos pero ese es un riesgo demasiado grande. Más cuando este pueblo está acostumbrado a salvarse a sí mismo y auxiliar a otros.

 

Todos nosotros, chavistas y opositores, residentes en Venezuela o migrantes, somos los sobrevivientes de una guerra no convencional que ha durado mucho tiempo. Sufrimos de estrés postraumático cuando vamos al supermercado, cuando prendemos el televisor. Sufrimos colectivamente de ganas de poder desconectarnos, de ignorar, de no acordarnos…, no podemos creer que la defensa de este país sólo habrá que activarla cuando –si es que ocurre- desembarquen en La Guaira o en Puerto Cabello, entren por San Cristóbal, Maracaibo o San Simón del Cocuy los ejércitos extranjeros porque pase eso no pase, hace mucho tiempo ya que nos estamos jugando la República.

 

¡Ojalá que podamos entenderlo!

 

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/191629?language=en
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