Estados Unidos: La otra cultura

25/01/2018
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
nueva_york_eeuu.jpg
Un paraje de Nueva York
Foto: ALAI
-A +A

Sería muy simplista y hasta ridículo decir que en los Estados Unidos de América anida sólo un pensamiento capitalista y consumista, de acumulación compulsiva de riqueza, y que ese es el único pensamiento que ha privado en esa sociedad, en sus líderes o pensadores. Ello no es así; por lo contrario, Estados Unidos fue asiento en el pasado de una cultura aborigen profunda donde tomaron parte las tribus Yaqui, Papago, Apache, Comanche, Yuma, Sioux, Chinook, Navajos, Haida, Zuñi, Pawnees, Arapajos, Kiowa, Menomine, Chipewa, Seneca, Cayuga, Oneida, Onondaga, Tuscarora y Mohawk, las cuales expresaron sus cosmovisiones y modos de vivir mediante sus cantos, su cultura de la tierra y sus mitos fundacionales, la cual fue en buena parte diezmada, y más adelante poblada luego por colonos trabajadores, pioneros, emprendedores o granjeros, cuáqueros provenientes de Inglaterra, Holanda y muchos otros países de Europa que poco a poco, a fuerza de duro y fértil trabajo, construyeron pujantes estados, los cuales fueron forjados por hombres como George Washington, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin o Abraham Lincoln, para citar sólo a algunos. En particular admiro a Jefferson y su obra de estadista, su importante Declaración de Independencia de su país, su capacidad inventiva y científica como arqueólogo, músico y fundador de la Universidad de Virginia.

 

Es curioso ver cómo se ha desarrollado la historia ideológica de Estados Unidos. En el siglo XVIII se trataba de la implantación de trece colonias en la costa atlántica, que se lleva a cabo por el río Mississippi cuando los franceses fundan Luisiana, mientras que los ingleses entran por la costa. La tierra estaba ocupada por los indios Anazasi, los indios de las llanuras y los indios de los bosques, principalmente; después se conformó la Confederación Iroquesa donde estaban tribus como la Seneca, Cayuga, Oneida, Onondaga, Tuscarora y Mohawk. El sur lo dominaban propietarios de grandes plantaciones explotadas con la ayuda de esclavos negros. Este sur se oponía al norte burgués, mercantilista y puritano. Las colonias se unen entonces en la lucha contra los indios y contra Francia, aceptando la autoridad de Gran Bretaña. Al bloquear Boston en 1775 se inicia la Guerra de Independencia, alcanzada el 4 de julio de 1776, mientras que en 1783 ya se ha conformado una República Federada. A partir del siglo XIX James Monroe se opone a la Constitución Federal y se declara libre de toda injerencia europea. EUA reacciona entonces comprando Luisiana a Francia y Florida a los españoles. En 1829 Andrew Jackson se convierte en presidente, y poco después el sur agrícola contrasta con el norte industrializado; surge el partido republicano antiesclavista. La nación experimenta cambios vertiginosos en la economía y se vuelca hacia una tendencia política anexionista y expansionista, y en las últimas décadas del siglo XIX el país se ha poblado de un modo impresionante, a la vez que va exterminando parte de la población indígena, especialmente a los indios sioux, quienes se oponen a la conquista de su territorio.

 

En las últimas décadas de ese siglo XIX comienza a definirse en las calles de Luisiana y a lo largo de Nueva Orleans una música entonada en las plantaciones de algodón, el blue, y en las iglesias el góspel, que juntas y expresadas en las calles y plazas de esa ciudad darían origen al jazz, que es quizá la música popular con más fuerza de las que han nacido en Estados Unidos por la fuerza que le debe a su tristeza, a su dolor, pero también a una alegría nacida de una espiritualizad profunda. A lo largo de todo el siglo XX, el jazz se mantuvo en las voces de sus cantantes e instrumentistas sobre la base de la improvisación, la creatividad in situ, irrepetible, del dialogo vibrante de los instrumentos con la voz, que influenciaron más que ninguna otra en América a los nuevos pentagramas de la música popular en el mundo, logrando un asombroso mestizaje musical con Europa y la América Latina, para enfebrecer los corazones de las gentes y regalarles una catarsis maravillosa, y llenando de músicos virtuosos los anales de la música popular. Buddy Bolden, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Louis Armstrong, Miles Davis, Count Basie, Charlie Parker y John Coltrane son solo unos pocos nombres de la extraordinaria plétora de intérpretes del jazz.

 

En el siglo XIX surge quien es probablemente el más grande filósofo estadounidense: Ralph Waldo Emerson, fundador del movimiento trascendentalista, dueño de un pensamiento originario basado en la observación de la naturaleza. Emerson pasó su vida impartiendo conferencias por todo el país, convirtiéndolas luego en ensayos que fue publicando progresivamente hasta que éstas fundaron un nuevo pensamiento, al tiempo que proclamaba la independencia literaria de su país. Emerson influyó en el vitalismo de Walt Whitman y en un pensador tan importante como Henry David Thoreau, quien a su vez repercutió en las ideas pacifistas y libertarias de Mahatma Gandhi. Siendo cristiano, Emerson tuvo serias discrepancias con la iglesia y fue abolicionista de la esclavitud, lo cual le granjeó no pocos inconvenientes. Es en verdad Emerson el primer pensador liberal de ese país, un filósofo que potencia los valores del individuo y del Yo, un vitalista, un optimista afirmativo, un verdadero árbol de la filosofía norteamericana. Este vitalismo viene a ser uno de los rasgos del ser estadounidense; vitalismo presente en esa tradición poética inspirada en lo popular, y explica en parte la vivacidad de una poesía tan coloquial y cotidiana, más que intelectual o erudita. Emerson viajó por Europa dando conferencias; en Inglaterra conoció a Carlyle, de quien se hizo amigo e influyó tanto en su obra. Otros filósofos destacados en el siglo XX son John Dewey, George Santayana, Reinhold Nieburhn, Irving Babbit y Paul Elmer More.

 

Con la llegada de Theodore Roosevelt al poder en los primeros años del siglo XX, se radicaliza la acción contra los monopolios; se produce la intervención en México y Haití. Con la política del llamado “New Deal” (nuevo reparto) puesta en marcha con medidas unilaterales --más que estructurales-- se intentan resolver problemas que perjudicaban los intereses del país, para luego pasar a justificar su expansionismo e impedir a su vez el radio de influencia soviético, que es justamente cuando comienza la llamada “Guerra Fría” entre las dos grandes potencias.

 

EUA se convertiría entonces en la primera potencia industrial del mundo, gracias a la mano de obra de trabajadores inmigrantes de Europa y China. De ahí surgiría un movimiento progresista que condujo a numerosas reformas y enmiendas a la Constitución, que le permitieron entre otras cosas declarar la guerra a Alemania en 1917. Se pudiera decir entonces que el verdadero liberalismo moderno en Estados Unidos se inicia con Franklin Roosevelt, un liberalismo que sería indetenible desde entonces y se manifestaría a través de la Segunda Guerra Mundial --iniciada en 1941-- y la ya citada invasión a Vietnam en 1964. Tales sucesos dan cuenta de la desmedida ambición de los gobiernos estadounidenses, de su voracidad ideológica y su voluntad bélica e injerencista.

 

El genio de Edgar Allan Poe puede resultar claro para señalar una profunda fe en la poesía, la filosofía e inteligencia a contracorriente de lo establecido, presente en sus cuentos, ensayos y poemas, los cuales influyeron en Europa en escritores tan importantes como Charles Baudelaire. Contemporáneos de Poe en el siglo XIX y creadores de las primeras obras narrativas, novelas y cuentos magistrales de ese país fueron Nathaniel Hawthorne y Herman Melville, mientras que en la poesía popular de estirpe romántica destaca la obra de Henry Longfellow. Luego surgirían escritores como los hermanos Henry y William James, el primero autor de importantes novelas fantásticas del siglo XIX y el segundo conspicuo representante del pragmatismo filosófico. A principios del siglo XX las novelas viajeras y bohemias de Jack London fueron definitorias para dar paso a varias generaciones de brillantes narradores como H.P-Lovecraft, Sherwood Anderson y Thomas Wolfe, fundadores de la modernidad narrativa estadounidense, quienes abrirían compases a otras donde destacan los nombres de Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, John Dos Passos, William Faulkner, Truman Capote, Norman Mailer, John Cheever y John Updike (a quien tuve el placer de conocer personalmente en Caracas), entre otros. Despuntando el siglo XX serán decisivos narradores como Mark Twain, John Steinbeck, Ambrose Bierce, James Branch Cabell, Thornton Wilder, Henry Miller, Erskine Caldwell, Paul Bowles, Kurt Vonnegutt, y una constelación de figuras femeninas donde sobresalen los nombres de Gertrude Stein, Eudora Welty, Dorothy Parker, Edith Warthon, Carson McCullers, Katherine Anne Porter, Glenway Wescott, Willa Cather y Margaret Mitchell, hasta llegar a Toni Morrison.

 

Si hablamos de poesía sería aún más abundante el catálogo, pues la lírica ha tenido un desenvolvimiento extraordinario desde los tiempos románticos de Longfellow y de Whitman en la modernidad, para pasar a nuevas regiones verbales expresadas en verdaderas constelaciones poéticas donde girarían primero las obras de Emily Dickinson, Stephen Crane, Edwin Arlington, Robert Frost, Edgar Lee Masters, Carl Sandburg, Vachel Lindsay, Robinson Jeffers, Wallace Stevens (Stevens y Jeffers son mis favoritos de este lote), Hilda Doolittle, Amy Lowell, Gertrude Stein, Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, Conrad Aiken, Archibald McLeish, E.E. Cumminns, Langston Hughes y Hart Crane, para luego permitir en una próxima generación hacer surgir poetas de la talla de Robert Penn Warren, W.H. Auden, Stephen Spender, Karl Shapiro, Delmore Schwartz, Kenneth Rexroth, Theodore Roethke, Anne Sexton, Randall Jarrell, Thomas Merton, James Laughlin, Josephine Miles y Robert Lowell, quienes a su vez marcarían los nuevos rumbos tomados por Lawrence Ferlinghetti, Charles Bukowsky, Denise Levertov, Allen Ginsberg (a Ginsberg lo conocí en Roma), Frank O’Hara, Donald Hall, Adrienne Rich, Silvia Plath, John Ashbery, John Woods, Robert Creely, Robert Bly, Gregory Corso (con Corso bebí vino en Roma), Amiri Baraka (también le conocí en Caracas), John Ashbery, Philip Lamantia, John Berryman, Gary Snyder, Edward Bowers, y Howard Frankl. En la segunda mitad del siglo XX destacan nombres como los de Charles Wright, James Merrill, Frank O´Hara, Charles Olson, Horace Julian Bond, Tom Clark, Karl Wendell Hines, Bob Dylan, Elizabeth Bishop, Louise Gluck, Mark Strand, Seamus Heaney, John Hollander, Sam Hamill y Anne Carson. De generaciones más recientes citamos a Eileen Miles, Amy Clampitt, Henri Cole, Jay Wright, May Swenson, Li Young Lee y Mark Wunderlich, Hago hincapié en la poesía por considerar que ésta es la que mejor expresa la vida profunda de ese país, su animismo y su interioridad; sus poetas se presentan en cierto modo como antagonistas del lenguaje político del poder, y han renovado la lengua inglesa con una mixtura de espontaneidad, gracia y humor.

 

Otra contribución importante de Estados Unidos a la cultura del siglo XX es la literatura de ciencia ficción. Esta comenzó a expresarse en la literatura visual de historietas y en el comic urbano, y terminó constituyendo un género nuevo, poderoso, que mezcla la ciencia a la ficción para hacer la crítica de la tecnología, la guerra y los avances de la ciencia cuando éstos se vuelven desorbitados y compulsivos. Con una mezcla de utopismo e imaginación científica razonada, en la ciencia ficción se dan cita la tecnología espacial, alienígenas extraterrestres y visiones apocalípticas, para conformar una expresión que luego tendría amplio desarrollo en el cine. Con escritores como Isaac Asimov, Henry Kuttner, Ray Bradbury, Philip Dick, Michael Crichton, William Gibson y Úrsula Le Guin se consolidó un género literario que estaba prefigurado en escritores europeos como Julio Verne, H. G. Welles, Aldous Huxley y George Orwell. La destreza cinematográfica y técnica en el manejo de los efectos especiales para la ciencia ficción, forman parte de un arsenal de recursos que se muestran en la cultura estadounidense más que en cualquier otra, donde se mezclan tendencias fantásticas, utopistas y mitológicas, observables en el cine de un director como Steven Spielberg, entre muchos otros.

 

Por supuesto, hay que reconocer las aportaciones de Estados Unidos al cine, desde directores como David Griffith, John Ford, Nicholas Ray, Raoul Walsh, Robert Wise, William Wyler, Michael Curtiz, Joseph Mankiewicz o Anthony Mann, en una tradición de varios géneros como el western, el horror, el melodrama, el suspense, el thriller, el musical y la comedia, en la cual destacan las aportaciones en los dos últimos géneros, donde son innovadores Buster Keaton, Harold Lloyd y los hermanos Marx hasta Woody Allen. Cineastas notables son Howard Hawks, Joseph Losey, Henry Hathaway, Joseph Man, Vincent Minelli, Elia Kazan, Billy Wilder, Stanley Kramer, Otto Preminger, Arthur Penn, Orson Welles, Stanley Kubrick, Brian de Palma, Francis Ford Coppola, Oliver Stone y Martin Scorcese.

 

A mediados del siglo XX tenemos ejemplos sensibles de líderes sociales como Martin Luther King, Malcolm X, George Jackson, Ángela Davis, Eldridge Cleaver, Muhammad Alí (Cassius Clay) y otros pensadores de la contracultura como Norman Brown, Theodore Roszak, Alan Watts, Herbert Marcuse y un sinnúmero de activistas políticos, poetas, escritores y cantautores como Woody Guthrie, Bob Dylan, Joan Báez y otros.

 

Algunas de estas personalidades estuvieron apoyando a causas socialistas y se identificaron con la lucha de pueblos europeos o americanos, y por supuesto con el anhelo del pueblo norteamericano para alcanzar otros modelos de convivencia, alejados de los convencionalismos burgueses, las injerencias militares y la voracidad ideológica que caracterizó a tantos gobiernos desde los años 50 del siglo XX, y tuvo como respuesta la implosión, durante los años 60, del movimiento hippie y de la cultura psicodélica o underground que pregonaba el amor y la paz por encima de la voluntad belicista y depredadora de gobiernos como los de Hoover, Truman, Roosevelt, Johnson, Eisenhower, Kennedy, Reagan y Nixon, y se extendería hasta los presidentes Ford, Clinton, Bush y Obama, que alcanzan ahora con Trump su cúspide más insensata. En todos ellos se halla presente una doctrina de dominación internacional que, desde la Segunda Guerra Mundial, se vino acentuando hasta hacerse hoy global, a través un capitalismo de Estado que utiliza a las llamadas redes sociales como herramientas de penetración ideológica. Sólo algunos periódicos e intelectuales conscientes le han hecho resistencia, develando las evidentes debilidades de estos gobiernos, como en efecto están haciendo con el actual gobierno de Trump.

 

Desde los años 60 del siglo XX, con la invasión fallida de Estados Unidos a Vietnam, se puso en evidencia el absurdo de la guerra, pues Vietnam, como Grenada o Cuba, supo resistir el salvaje embate imperialista. Se creó entonces una conciencia social y académica en muchas universidades, con un poderoso movimiento contracultural y social que tuvo repercusiones mundiales. En esos años, especialmente desde Francia, en el seño del movimiento estudiantil del Mayo Francés de 1968, se impulsaron movimientos de vanguardia social con apoyo de la filosofía existencialista, en obras como las de Jean Paul Sartre y Albert Camus, las cuales fueron definitorias para la vanguardia cultural del siglo XX, junto a la Nueva Ola del cine francés, la llamada Nueva Canción y los trovadores, el auge del rock y las expresiones artísticas nuevas como el arte y la música pop, el cine underground, el comic urbano, el happening, la fotografía y el teatro de calle, el arte camp, que actualizaban parte de las vanguardias históricas en movimientos como el surrealismo y el cubismo, y coincidirían en estas décadas con las expresiones musicales del jazz y el blue para conformar uno de los movimientos culturales más importantes del siglo XX, que tenemos ahora el deber de revalorizar y actualizar para sacar a la cultura del siglo XXI del marasmo donde se haya metida.

 

Por su parte, la contracultura se expresaría primero en la obra y actitud vital de un escritor como Edgar Allan Poe, seguiría su ruta en la llamada (por Gertrude Stein) Generación Perdida donde descuellan Ford Madox Ford, Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, para germinar en una generación posterior en la obra de los llamados poetas y narradores Beatniks como Jack Kerouac, Lawrence Ferlinghetti, William Burroughs, Allen Ginsberg, Gregory Corso, Amiri Baraka (Leroy Jones) y Ken Kasey. Esta reacción contra el establishment y la hipocresía del sistema capitalista ya se venía incubando desde la desobediencia civil de escritores como Thoreau.

 

Realizo esta reseña porque la participación de los Estados Unidos en la cultura contemporánea de avanzada no tiene que ver con la domesticación del conocimiento propiciada luego por la industria cultural de masas, que atenta contra la verdadera cultura popular a través de una suerte de trivialización de los mensajes, usando a la industria del entretenimiento en Hollywood, acudiendo a un sistema de producción fílmico-mercantil y de dominio financiero del Estado, que intenta hacer del ciudadano un ser pasivo y alienado por la televisión o el internet, la banalización de los temas, la búsqueda del éxito fácil, el individualismo, la violencia, la moda, el confort, los horóscopos, la farándula, drogas sociales como el alcohol y el cigarrillo, o drogas fuertes como la heroína y la cocaína: altares del consumo donde se mezclan filmes, grabaciones y noticias escandalosas o pueriles. Ello sin contar la violencia social real que practica el Estado contra las minorías étnicas, indígenas, negros e hispanos, latinos, la brutalidad policial, la discriminación social, la xenofobia, la misoginia, la homofobia y tantas otras manifestaciones racistas.

 

En los últimos cuarenta años –especialmente desde los años 80-- esta situación se agravó, y los Estados Unidos pasaron a ejercer una influencia nefasta en la cultura mundial, potenciando el proceso de alienación. El hombre (el ciudadano, el ser), se encontró atrapado en un medio que no le dejó otra opción que practicar el individualismo, el narcisismo y la competencia, que le llevan a su vez a cultivar el egoísmo y el afán de poder, para hacer de éstos fines últimos. Ello nos lo evidencia de manera directa la tendencia a la insatisfacción permanente, que sólo se logra con la mayor de las drogas: el poder político. Un poder no precisamente moral, intelectual o espiritual, sino sobre todo económico y bélico; poder causante de la devastación ambiental del planeta y de su ecología, y por ende de la calidad de vida de los ciudadanos, y que paradójicamente pretende tomarse como ejemplo a seguir, lo cual es atroz pero relativamente sencillo, realizable a través de una tendencia del sálvese quien pueda: acumula dinero, busca unos cómplices, crea tu sociedad privada o un partido político y una maquinaria electoral, hazte dueño de una empresa a través de cualquier medio, especialmente a través de una tecnología (creando para ello también una tecnocracia) o una academia (con características de capitalismo universitario eficiente), unos sólidos medios de comunicación y unos premios prestigiados por aquéllos, y entonces tendrás una fórmula bastante eficaz para triunfar o tener éxito.

 

Al parecer, en los EUA de hoy se ha sustituido a la filosofía con la teoría, y las teorías se ejercen en círculos académicos cerrados, con poco nexo con la sociedad real; se ha sustituido al amor con el sexo, y el cuerpo de la mujer se vende como objeto; se ha sustituido la pasión con el consumo y la religión con una suerte de teología del dinero; se ha sustituido el conocimiento con la ideología; el arte con el entretenimiento (la cultura ha devenido en una cultura del espectáculo) y la ética con el poder; el Estado se rige más por normas financieras cuantificables que por acciones de justicia; el poder ciudadano es manipulado por campañas electorales delirantes, a las que las masas acuden ciegamente, guiadas por eslóganes vacíos; la educación es más un instrumento para sobrevivir en un mundo regido por el mercado (o para ingresar a determinado “mercado” de trabajo), que para consolidar instituciones como la Familia o la Escuela; han sustituido al arte por el entretenimiento, a la ponderación con la rapidez y al Yo identitario de la individualidad con el egocentrismo narcisista; el crimen, la violencia y sus variables aparecen como un estímulo, como un acicate para el ocio, un ocio que ha sido conducido al marketing por vías del cine y la televisión; se ha despojado al juego de su carácter ritual (sagrado) para convertirlo en deporte (entretenimiento de masas y por ende en negocio) y los humanistas y escritores, en vez de ser portadores de una conciencia colectiva, son simples autores (escribidores, escribientes, amanuenses, apuntadores, guionistas, publicistas, redactores a sueldo o tarifados fijos) que desean obtener premios, ser elogiados o convertirse en adinerados. Esta inversión de valores ha pretendido llevarse a un plano global, a protagonizar una mundialización massmediática omnipresente, que ha terminado por vulnerar los principios éticos del país, como nunca antes.

 

Dejo estos planteamientos en el tapete a manera de ejemplo para aquellos que todavía crean que pudiéramos llegar a alguna prosperidad real, compartida, o a alguna convivencia sensata entre pueblos con este modelo societario, un modelo que se expresa intimidando a países débiles para vivir a expensas de ellos, e incluso creando sanciones a determinados gobiernos que no siguen sus líneas, pues se consideran adalides universales de la libertad y la democracia, cuando ya sabemos hace tiempo que sólo se trata de un gran sistema de complicidades internacionales (ahora globales) al cual conocemos desde hace tiempo con el nombre genérico de imperialismo.

 

En algún momento de la historia, la gran nación norteamericana debe retornar a los principios fundamentales y morales que le dieron sentido a su vida democrática, a estudiar a sus verdaderos estadistas, filósofos, novelistas y poetas: Jefferson, Franklin, Lincoln, Emerson, Poe, Irving, Melville, Hawthorne, Thoreau, Whitman, Longfellow, y a los grandes pensadores, novelistas y poetas del siglo XX para que así sus habitantes logren recuperar una dignidad colectiva que bien se merecen, en bienestar de ellos mismos y de toda la humanidad.

 

© Copyright 2018 Gabriel Jiménez Emán

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/190608
Suscribirse a America Latina en Movimiento - RSS