USA versus EEUU: La decadencia del imperio

Estemos alertas: cuando los imperios se tambalean, sacan las garras y se empecinan más en sus objetivos.

12/01/2021
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Muchas personas piensan que la historia se aprende en los libros. Pero no, la historia no se aprende en los libros; los libros apenas registran una parte de la historia, la cual se encuentra constituida por las distintas versiones u ópticas de determinado observador. La historia a veces no es sino un conjunto de hechos que se repiten al modo de fuerzas humanas dotadas de simbologías, mitos o imágenes extraídos de la cultura de los pueblos; pues son éstos, al fin y al cabo, quienes hacen la historia. Las fuerzas históricas siempre se están moviendo en el seno de las sociedades, y un buen día, por una razón u otra, llegan a un punto álgido y se convierten en implosiones, cambios radicales, revueltas o revoluciones.

 

Al producirse una exagerada concentración de poder por parte de un Estado o un gobierno, ese poder suele convertirse en una especie de droga en donde todos los deseos, voluntades, placeres o caprichos se cumplen a pedir de boca sólo porque el poder los hace ver así, y es lo que ha ocurrido con los imperios: el otomano, el romano, el español, el británico o el austrohúngaro lo han sido en el pasado precisamente por todos los desmanes, abusos, violencia, crímenes, masacres y despropósitos perpetrados hacia otros pueblos, empleando su poderío bélico o militar para abusar de ellos o apoderarse de sus territorios o riquezas. invadiendo poblados y ciudades, arrasando y quemando, destruyendo todo a su paso. Pero llega un momento en que, ya hartos de su poder, llegan a su decadencia y se desmoronan, precisamente porque las fuerzas históricas alcanzan un punto límite: entonces los pueblos se rebelan y precipitan su caída.

 

Disculpe el lector esta digresión como antesala a lo que estamos presenciando hoy en el seno del imperio estadounidense, el cual ha llegado a su decadencia y a su desmoronamiento progresivo ante los ojos del mundo. Su penúltimo emperador, Donald Trump, se presentó hace cuatro años como un ser omnipotente, un magnate multimillonario capaz de comprarlo todo, hoteles, concursos, centros comerciales, medios, votantes, electores. Al asumir la presidencia por el partido republicano, creyó coronarse emperador no sólo de ese país, sino del mundo, y el resto de los factores de la sociedad americana le siguieron el juego: el pentágono, la reserva federal, los bancos, los clubes de millonarios, la Agencia Central de Inteligencia, los medios de comunicación sobornados y los escritores y periodistas tarifados: todos formaron parte de esta gran orgía del nuevo poder imperial que ahora hace aguas ante nuestros ojos.

 

Trump ha perdido una elección presidencial ante su contrincante Joe Biden y no acepta su derrota, no puede asimilarlo porque se cree investido de poder permanente, como emperador del máximo imperio de la tierra. Se trata de un gobierno que apoyó todo el tiempo, y de la manera más descarada, al llamado “gobierno interino” de Venezuela capitaneado por un tal Guaidó que, como todos sabemos, perpetró robo a los recursos de la nación venezolana, así como sabotajes y ataques al gobierno y al presidente de Venezuela, agotando todas las modalidades de guerra híbrida, y apostando a que con cualquiera de esas formas de guerra (o todas ellas juntas) resultarían para deponer el gobierno de Venezuela y entrar a saco en nuestro territorio y tomar el poder fingiendo “ayuda humanitaria”, así apoderarse de nuestros recursos materiales, sobre todo del petróleo, minerales y agua.

 

Pero el tiro le salió por la culata. Independientemente de si ganó o no las elecciones, el proceso de conteo de votos en esa nación resultó ser algo verdaderamente ridículo, pues deja ver toda la pantomima de los llamados colegios electorales, que obvian y retardan los resultados reales para obedecer las órdenes del “Estado Profundo” el cual determina realmente cual debe ser el presidente que más conviene al país en determinadas circunstancias, dentro del esquema de alternabilidad demócrata/republicano (en verdad, de tendencias globalistas contra soberanistas aparentemente irreconciliables) donde se ha manejado ese sistema siempre, el de un capitalismo de Estado-Nación, dominado casi completamente por los indicadores del mercado y los apremios de una guerra permanente, que les mantiene despiertos y otorga sentido a su “filosofía” de poder.

 

La manera casi cinematográfica de entrar una turba de hombres alentados por Trump disfrazados de superhéroes a la Casa Blanca y la manera en que penetraron a la residencia con escasa resistencia del sistema de seguridad, mostrándose a los medios de modo ostensible, dejaron ver un espectáculo ridículo de exhibicionismo por un grupo de fanáticos neo fascistas llamado QAnon (capitaneado por Jake Angeli), de quienes Trump intentó deslindarse después, cuando el daño ya estaba hecho. Lo cierto es que este grupo de fanáticos intentan ir contra el movimiento globalista representado por Biden y contra el denominado Estado Profundo, mostrando una vez más la presencia de tendencias neonazis y racistas en la política de Estados Unidos. Si vamos más allá y nos preguntamos a quienes dirigían sus discursos Hitler, Mussolini y Franco éstos lo hacían a las masas incultas, a las clases iletradas, a los analfabetas funcionales, a los nuevos ricos y a ciudadanos de formación inconsistente que fueran presas fáciles para inculcarles una ideología nacional-socialista, un fundamentalismo moderno basado en la idea de raza superior, del super-hombre (que derivaría luego en Superman, el héroe por antonomasia de USA, salvador del planeta) de ser humano de primera categoría, que es justamente el concepto central de la doctrina supremacista, el mismo al que se dirige y busca captar Trump en Norteamérica. Quienes llegaron con violencia al Capitolio no son unos pobres diablos del campo como pudiera pensarse, unos locos desatados, sino unos seres alienados por la fuerza bruta de la plusvalía ideológica y conducidos por una violencia al estilo Hollywood que capta inmediatamente la atención de los medios.

 

Una de las peores deformaciones que han efectuado los Estados Unidos en el seno de nuestros países es el de habernos hecho creer, por mucho tiempo, que nuestro estado de bienestar reside en el crecimiento económico, el desarrollismo irracional, la acumulación de riqueza y dinero en manos de “emprendedores” que mas tarde se convertirán en empresarios adinerados, quienes son capaces de generar “fuentes de trabajo”, cuando en verdad la mayoría de esas empresas se convierten en centros de empleos alienantes y de sumisión constante al patrono capitalista. Existe en verdad en el fondo de todas estas empresas explotadoras, un estado de injusticia permanente hacia los trabajadores, sistema que mantiene a los ciudadanos alienados y en un estado de inercia, sumisos a la empresa, por un mínimo salario. Por otra parte, divulga la imagen de una sociedad dividida entre ganadores y perdedores, en un esquema que da primacía al individuo exitoso que, por el solo hecho de serlo, tiene pleno derecho a abusar de su semejante y de ser posible humillarlo, si para ello debe lograr que le obedezcan so pena de morir de hambre, quedando el obrero sin empleo. De paso, pretenden vender este modelo “productivo” al resto del mundo.

 

Mientras Trump y sus adláteres se desmoronan, lo hace del mismo modo su cómplice venezolano Juan Guaidó, y el gobierno de facto que intentó imponer aquí con la complicidad vergonzosa de varios gobiernos europeos que, a mi modo de ver tienen los días contados, debido al sin fin de anomalías sociales que presentan, mostradas de modo claro durante la pandemia del coronavirus (y donde su inefable economía parece no estarles dando los resultados esperados, de ahí el fenómeno del Brexit), minados como están por una serie de vicios institucionales y económicos.

 

La antigua Asamblea Nacional de Venezuela corrupta y criminal, ya extinta, coincide con este patético declive del imperio norteamericano, y con la reconstrucción de la nueva Asamblea Nacional en Venezuela que ahora debe marchar por otros rumbos, conformada por las fuerzas revolucionarias y el pensamiento bolivariano y chavista, junto a una gran mayoría de venezolanos conscientes y pacíficos. Con este triunfo legislativo de Venezuela, se ha inyectado un nuevo vigor a la vida institucional venezolana, y también permitiría articular una política libre que pudiera ser ejemplo para el resto de América Latina en un futuro, a través de un modo de gobernanza guiado por una democracia participativa, regida a su vez por una organización comunal y un poder popular. Ya estamos cansados de tantos esquemas societarios fracasados y de tantas políticas económicas fallidas; de tanta dependencia ideológica proveniente de los viejos imperios, y de modos de vivir que no nos pertenecen ni han formado parte de nuestros orígenes ni de nuestra cultura, pues nos han sido inoculados a cuenta gotas, a través de un lento proceso de colonización cultural que nuestro gran filósofo Ludovico Silva llamó la plusvalía ideológica. Tenemos el derecho a conducir nuestra esperanza hacia un nuevo horizonte social, que nos permita independizarnos de tantos yugos y de tantos atropellos.

 

Pero estemos alertas: cuando los imperios se tambalean, sacan las garras y se empecinan más en sus objetivos; se agarran con fuerza de cualquier cosa para no caer y arremeter luego con más ímpetu, usando cualquier dispositivo o argucia para salirse con las suyas antes de que el barco se hunda, pues no se van a hundir ellos solos.

 

Preparémonos a resistir, a luchar y a hacer historia, a abrir un capítulo nuevo en esta gesta de los pueblos. Con toda seguridad otros la escribirán.

 

Gabriel Jiménez Emán es Premio Nacional de Literatura de Venezuela (2019) por el conjunto de su obra.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210473
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