Refugiados: Una noticia intrascendente
- Análisis
El 27 de julio de 1994, el fotógrafo sudafricano Kevin Carter, estacionó su auto frente al río donde había jugado de niño y, escuchando música, pacientemente esperó a que sus pulmones se llenaran del anhídrido carbónico, que le surtía la manguera que había colocado en el motor.
Carter, que tenía el discutible honor de ser miembro del “Bang Bang Club”, con otros cuatros fotógrafos de su país cubrió las luchas contra el aparthied. Unos meses antes de su muerte había ganado el premio Pulitzer por una fotografía tomada en Sudán, en la que se veía a un niño, desnutrido, doblado sobre si, con la frente ya apoyada en el suelo, próximo al fin. A unos pocos metros, un gigantesco buitre parecía esperar con la misma paciencia que Carter que la muerte hiciera lo suyo.
Carter debió esperar veinte minutos a que el ave carroñera, entrase en cuadro y abriese las alas, para darle más espectacularidad a la toma. Impaciente disparó, sin lograr del todo la escena que se había planteado inicialmente.
Las buenas almas del mundo vilipendiaron al sudafricano, por haber privilegiado la foto a la vida del niño. Más tarde se supo la verdad: el niño ya se encontraba en manos de la Cruz Roja, e incluso se conoció su identidad: Kong Nyong.
La foto, qué duda cabe, más allá de no haber sido del todo espontanea, dijo más sobre la guerra y la miseria que todos los ensayos escritos acerca del humanismo.
Carter, tal como lo dejó escrito, se suicidaba por falta de dinero y sin duda cansado de tanta muerte.
Casi las mismas críticas, recibió en 2015 la fotógrafa turca Nilufer Demir, quién tomó la imagen de Aylan Kurdi, un niño sirio, de tres años, ahogado en la playa turca Bodrum, quien huía junto a sus padres de los horrores de la guerra. Se la acusó de manipular el cuerpo para darle mayor dramatismo, como si a la imagen de un niño ahogado, huyendo de la guerra, le podría caber más.
Hasta ahora nadie ha tenido la oportunidad de fotografiar el cuerpo del afgano de 11 años, que el último lunes 12, prefirió matarse a seguir viviendo en las condiciones que lo hacía desde febrero del 2016, en un albergue para refugiados en Baden the Elder, cerca de Viena, Austria. Un país de 8,7 millones de habitantes, que ha recibido más de 130 mil pedidos de asilo desde principios de 2015, se ha convertido, en comparación por su población, en uno de los principales destinos de Europa.
El niño del que hasta ahora no se consignó su nombre, ni la metodología que utilizó para salirse de su vida si así se la puede llamar, tenía a su cargo seis hermanos, de entre 6 y 23 años, el mayor no estaba en condiciones de hacer cargo, uno de nueve con síndrome de Down y otro ya había intentado matarse. Según se ha sabido, el niño, cuyos padres habían muerto, debió encargarse de todo el tramiterío administrativo, para conseguir asilo para él y sus hermanos, ya que hablaba alemán.
Las autoridades locales aseguraron no haber notado “ninguna anomalía” en un niño afgano de 11 años, con un intento de suicidio, refugiado, huérfano de guerra, que llegó a Austria huyendo de uno de los conflictos más antiguos del mundo, que vive en condiciones precarias y que se encuentra a cargo de seis hermanos, uno dawn y otro con un intento de suicidio.
El Defensor del Pueblo, Günther Kräuter, informó que investigará el caso, aunque no aclaró si al final de su trabajo le restituirá la vida al pequeño. Kräuter, entre sus méritos, cuenta haber otorgado la “custodia” a un joven afgano de 18 años de sus dos hermanas enfermas de cáncer.
El pequeño suicida, ya lo había intentado una semana antes, pero no lo había logrado, en su segundo intento, aunque llegaron a hospitalizarlo, logró su cometido.
El caso del niño afgano no es una exención, se han reportado casos similares en Suecia donde las tasas de suicidio entre los adolescentes afganos se están incrementado.
En solo dos semanas, entre enero y febrero de este año, siete menores huérfanos lo intentaron en diferentes centros, tres de ellos lo lograron.
Unicef, con admirable regularidad, denuncia la falta de medidas de protección para los niños refugiados en Europa, sin que la Unión Europea y sus estados miembros lo registren.
El camino afgano
Algunos de los refugiados varados en las islas del mar Egeo, han narrado como han visto personas prendiéndose fuego, ahorcándose y cortándose las venas debido a lo grave situación que no tiene visos de resolución.
Miles de refugiados, incluso niños, están padeciendo graves cuadros de ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático (TEPT) y otras perturbaciones no solo por lo que han dejado atrás sino por lo que les toca vivir en ese largo lavarse las manos de la comunidad internacional.
Aunque si se trata de desangelados, quizás sean los afganos entre los primeros en encabezar la lista, ya que se encuentran así desde 1979, el terror político se ha incrementado tras la invasión norteamericana de 2001, entre cuatro y cinco puntos en una escala de cinco, nivel de cinco, que, según el politólogo estadunidense Mark Gibney, se define cuando: “El terror se ha expandido a toda la población”.
En 2015 ya había cerca de 2.7 millones de afganos refugiados, el segundo más importante en el mundo después de los sirios, y el tercer grupo en la lista de peticiones de asilo después de sirio e iraquíes.
La ruta del exilio afgano para la enorme mayoría comenzaba en Irán y seguía a Turquía, para pasar a Grecia, hasta que se puso en marcha el acuerdo entre Turquía y la Unión Europa, en marzo de 2016. Ese viaje significaban unos 6 mil kilómetros que se lograban transitar en 16 días, con un costó de entre 1500 y 5000 euros, sin contar las innumerables vicisitudes que puedan acontecen en la ruta. Hoy todo se ha incrementado ya que los refugiados deberán continuar en búsqueda de los puertos libios, convirtiendo el proyecto casi en irrealizable.
A pesar del cierre de la frontera turca, para impedir que los refugiados continúen a Europa, han llegado a las islas griegas, solo hasta en la primera parte de 2017 casi 10 mil refugiados, que en su mayoría serán devuelto a las autoridades de Ankara.
Más de cien mil refugiados han llegado a Italia este año, desde África subsahariana, Bangladesh y Siria, aunque unos 2500 murieron en el intento. El año pasado murieron cerca de 5 mil personas intentado el cruce del Mediterráneo desde Libia, uno de cada cuarenta que lo intentaron, entre ellos 700 niños.
Aunque las compuertas activadas por la Unión Europea estén comenzando a funcionar para impedir el arribo de refugiados, los motores que originan los éxodos hacia Europa siguen funcionando y amenazan con acelerar todavía más la velocidad, sin que nadie atine a encontrar un freno real y humanitario.
Seguramente en algunos días conoceremos en detalle el nombre y la historia del niño afgano que se acaba de suicidar en Austria, y quizás hasta los medios con los que obró para conseguirlo. Incluso en un ejercicio de hipocresía absoluta, alguno se animará a encender una vela y llevar unas flores y un osito de peluche a su tumba. Aunque nada de esto ya importe demasiado dado lo intrascendente de la noticia.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
Del mismo autor
- Afganistán, la catástrofe anunciada 22/06/2021
- Ceuta, despojos en la playa 24/05/2021
- Afganistán: hasta siempre míster Biden 20/05/2021
- Netanyahu en defensa propia 17/05/2021
- Afganistán, solo desierto y sangre 06/05/2021
- Somalia: Hacia el abismo más profundo 27/04/2021
- Pakistán: Por Allah contra todos 21/04/2021
- Afganistán, sin tiempo para la paz 16/04/2021
- India: Mao ataca de nuevo 14/04/2021
- Yemen: Los Akhdam, el estigma y la guerra 05/04/2021