La guerra justa

19/10/2017
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Las sociedades tradicionales se caracterizan por la omnipresencia de lo sagrado. Los dioses eran numerosos y sus peripecias ocupan un lugar en el entramado de los relatos fabulosos; los ritos registran escrupulosamente la sucesión de las estaciones, y las experiencias naturales son el objeto de cultos particulares. Ninguna vivencia mayor (nacimiento, matrimonio, enfermedad, muerte) escapa a esa regla, y para que su consumación reciba la factura demostrativa de su autenticidad, debe haber un sacrificio de por medio.

 

En esas condiciones, es inevitable que la guerra, acontecimiento trascendental en la vida de una sociedad, sea vestida con el hábito sagrado. La institución católica cuyas raíces aparecen en las postrimerías del imperio romano de Occidente y de Oriente está saturada de esta tradición guerrera, desde el afianzamiento de Bizancio, la decadencia del imperio occidental romano bajo el signo de la cruz hasta llegar a los conflictos religiosos de México y España en la primera mitad del siglo XX.

 

La sacralización de la guerra se desarrolla en todas las etapas de su devenir como actividad específica de una comunidad, diferente por ejemplo de la agricultura o de la ganadería: La actividad bélica recibe la devota adhesión de divinidades especiales o de Dios mismo, verdadero y sublime. Los dioses de la guerra cuyo número, lugar e importancia varían según las culturas, mantienen su presencia en el panteón de las religiones politeístas.

 

Mientras tanto, el guerrero, cuya existencia está dedicada como ofrenda a ocupaciones militares, recibe por el hecho de estar ocupado en la guerra, un vínculo privilegiado con lo sagrado. Las iniciaciones y las órdenes guerreras la rodean con una red de símbolos que le permiten dar a sus acciones una dimensión religiosa. La culminación es el propio sacrificio

 

Una parte del legado de la cristiandad católica latina, surgida del paganismo, es el derecho de la guerra justa, del cual hay una tradición teológica y varias adaptaciones contemporáneas, De la Baja edad media a los inicios del Renacimiento, las órdenes dominicana y jesuita aportaron principios sobrios y a veces inquietantes sobre la influencia del Estado en el ejercicio de potencia dominante o que aspira a serlo sobre el terreno movedizo de la teología. La jerarquía católica por su parte convirtió a sus monasterios primero y más tarde sus universidades en sitios de estudio del tema de la guerra, que los hombres del convento definieron, primeramente, como un conjunto de actos de violencia por medio de los cuales un Estado se esfuerza en imponer su voluntad a otro Estado.

 

Las guerras eran consideradas por los teólogos medievalistas de dos maneras: como la que puede ser infernal o satánica; o la que es divina o providencial. Esta discrepancia divisoria transforma el tema de la guerra justa en un tema escabroso y facilita el ajuste de su metafísica peculiar a la misión destructora, hoy autodestructora, del Matrix, que, repetimos, es el nombre que recibe el Sistema anglosajón para conducir su hegemonía por el arduo camino de las informaciones falsas, su propagadas por los canales electrónicos a un público angustiado por la incertidumbre con que le abofetea el Sistema, para que acepte con alegría la fatalidad de la guerra.

 

Las tesis de la guerra justa elaboradas pacientemente por los clérigos conducen a reverenciar a la guerra como un misterio del orden providencial: La "guerra es divina”. Y así la concepción belicista de la cristiandad latina queda como divinización admirativa del hecho bélico.

 

El derecho de justa guerra se concibe para el emperador y para los príncipes que poseen en su propio dominio el equivalente de la potestad imperial, que es la fuente del derecho de soberanía, que confiere solemnidad a la existencia de un Estado bajo la forma de imperio. Sobre la base de este formulario, queda enlazada la institución católica latina al designio del imperio neoliberal anglosajón, en un papel secundario de simple organismo no gubernamental dedicado al manejo de las variables demográficas como las migraciones, comunidades originarias, autodefensas, secesionismo y balcanización

https://www.alainet.org/es/articulo/188716
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