Vietnam y la responsabilidad histórica del Ecuador

13/10/2017
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vietnamcuchitunnels.jpg
Interior de un túnel en Vinh Moc, Vietnam
Foto: Kevyn Jacobs
dominio público
commons.wikimedia.org
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Estoy en Vietnam, un destino soñado para quien siempre se maravilló por la fortaleza de este soberano país declarado socialista, frente al inconmensurable monstruo norteamericano; también francés, aunque esto fue previo.

País que sorprende con total seguridad. Pero a mi, sobretodo, me conmueve su reciente historia.

He visitado los túneles de la DMZ (Zona Desmilitarizada) donde miles de personas vivieron por años, durante el período de la guerra con los gringos. Esta guerra se zanjó recién en las últimas décadas del siglo pasado.

He visto personas que han perdido sus extremidades. He visto algunos amplios terrenos con acceso prohibido por la existencia de minas explosivas. He visitado varios cementerios. He sentido la sombra de la guerra, de la muerte, del sufrimiento humano a causa de la defensa de sus ideales.

Los túneles...hay ciudades subterráneas a los largo de Vietnam. Cuidades es demasiado decir porque en realidad se asemejan a laberintos con pequeñas excavaciones laterales que fungieron como habitáculos. Son húmedos, lo suficientemente altos como para moverse con cierta rectitud. Sólo pude comprender lo intenso de esta experiencia perdiéndome unos minutos en estos pasadizos asfixiantes, con la idea en mi cabeza de que allí nacieron bebés, curaron heridos, cocinaban y se alimentaban, dormían, vivían; se protegieron de las bombas norteamericanas en unos de los recintos más bombardeados de todo Vietnam, y vencieron. ¡Vencieron al imperio!

Luego, a la luz de estos hechos recientes entiendo como es que Vietnam parece, al menos, tres décadas retrasado en materia de desarrollo económico y social y me doy cuenta de que estas imágenes de las ciudades algo descompuestas, como en permanente proceso de construcción, con contaminación, desechos, casas a medio acabar, etc., me recuerdan a mi país, Ecuador, cuando atravesaba las décadas de los 80s y 90s. Momento en que migré.

Sigo la línea del tiempo y percibo con total nitidez cuánto ha cambiado mi país estos últimos años. Contrasto y recuerdo lo complejo que es reunir las condiciones necesarias para alcanzar avances a favor de toda una colectividad tan grande como es un país. A pesar de todo, fuimos afortunados, nada menos que una familia de millones de personas iniciamos un nuevo porvenir para tod@s, hace menos de una década.

Me sorprendo por lo rápido que transformamos nuestro horizonte caotizado y desesperanzador que caracterizaba tantas décadas de nuestra trayectoria colonial, republicana, hasta iniciado ya el siglo XXI. Sonrío y me maravillo por tantas personas valiosas que hicieron posible que el Ecuador haya renacido con tanta premura y aplaudo a quienes siguen construyendo el cambio.

No lo niego, de cara al presente, me viene una gran preocupación con respecto a nuestro futuro. No tanto por las sendas del liderazgo actual de la Presidencia de Lenin Moreno, como por los otros liderazgos y los efectos para sociedad, las familias, la gente llana. Siento deseos de reprochar mucha irresponsabilidad al pensamiento y liderazgo revolucionario que recién nos cobijaba. Me pregunto por qué hoy nos quieren hacer creer que todo es tan efímero, tan vanal, tan desechable.

Palpar ese pasado reciente en este presente en el que me encuentro, me ha hecho reafirmar algunas ideas.

Soy una convencida de que la paz es un valor supremo y que ese es el camino para cualquier objetivo social deseable y posible que se establezca en un proyecto político viable, como es el nuestro.

Creo esencial que la comunidad política acepte el pacto nacional existente (Constitución de Montecristi) para hacer de la paz uno de los principios de las contiendas políticas inevitables. El diálogo con ese pluralismo debe sustentarse en ciertos pilares indeclinables. Dichos sustentos estan determinados en nuestra actual Carta Magna.

Confirmo que no existe teoría fija para desarrollar el proceso tranformador de una sociedad. Las tesis que abrazamos ayer deben ser cuestionadas y adaptadas a las necesidades de hoy sobre la base de nuestros principios éticos, revolucionarios, con la coherencia de contribuir hacia el objetivo final de justicia social y a partir del diálogo democrático con quienes se identifican por el espíritu del bien común o buen vivir.

Pienso que el pensamiento cívico político debe ser cultivado en base a la tolerancia en la escucha, la perspicacia en la formación y la creatividad y cautela en la acción. Creo que así debemos guiarnos hoy.

Siento alegría por ser parte de un país que cuenta con una ciudadanía valiente, luchadora, que en su gran mayoría apostó en reiteradas ocasiones por dar un giro hacia un país solidario y justo, en contra de la concentración de la riqueza.

Al salir de los túneles, perdida, di con el mar de frente y encontré a unos niños que me ayudaron a encontrar el camino de regreso. Así mismo, ahora, escucho voces de niños cantando al borde de un puesto de comida local vietnamita, cantan contentos, risueños y me digo, claro que en esta década recuperamos la esperanza y precisamente por esto siento la necesidad imperiosa de reclamar memoria con nuestra historia nefasta, con las venas aún abiertas de nuestra América Latina y de demandar la defensa y continuidad del proceso de cambio que ha iniciado nuestro país de manera irreversible.

La noche se ha vestido de luces multicolores y cientos de motos zigzagean en mi ruta, en una tibia noche vietnamita.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/188613
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