La corrupción que campea nuestra vida
- Opinión
Los últimos escándalos surgidos a raíz de la revelación de pagos a magistrados de la corte Suprema de Justicia para favorecer a congresistas implicados en investigaciones, así como las revelaciones que se han venido conociendo por el proceso de Odebrecht, o la denuncia de los procesos de corrupción en Reficar, o el ya viejo escándalo de corrupción del grupo Nule, deben alarmar profundamente a la sociedad, más allá de su indignación mediática y mediata, debe ir a la reflexión profunda sobre lo que ocurre en la sociedad, pues la reiteración de actos de corrupción y en las proporciones en las que se vienen conociendo no es producto de hechos aislados, o eventos fortuitos. Tiene que ver con un malestar social que implica a los individuos, las organizaciones sociales y el Estado.
La corrupción no puede verse solo como un problema del modelo capitalista de desarrollo y de la aplicación del neoliberalismo, debe comprenderse como un fenómeno que se extiende a toda la sociedad independientemente de la ideología, la clase, la pertenecía étnica y de género, en fin, la corrupción se ha fortalecido como un fenómeno normal en nuestra sociedad, con la característica que es rechazado públicamente, pero aceptado privadamente – el caso del fiscal anticorrupción, Moreno, no puede ser más diciente de ello- .
Debemos entender que la corrupción no solo ocurre en el sistema político, ni en el desarrollo de los intereses económicos y políticos, es también parte del mundo de la vida, es el producto de la dislocación de lo político en la vida cotidiana, que se expresa como constatación de lo político como corrupto, en un relato que se mueve por toda la sociedad, que aunque busca establecer una crítica a la política termina construyendo una representación de la política como corrupción y la aceptación inevitable de esta realidad, fortalecida en contextos con grandes carencias.
Seguramente no hay proporcionalidad al comparar el robo de 8.016 millones de dólaresi de Reficar, o de los 6 mil millones que pago Odebrecht o de los dos mil que pago Musa Besaile, con los cincuenta o cien mil pesos que recibe una persona por su voto, pero estos actos están fundados en una sociedad que asiste impávida ante la corrupción - en la que algunos quisieran participar siempre y cuando no se metan en problemas -.
No existe un Estado aislado, independiente que ejerce la corrupción, dominando a una inocente sociedad. El Estado es la expresión de las relaciones sociales de los individuos, de los partidos políticos, de los movimientos sociales, de sus organizaciones sociales y económicas, por ende la corrupción no está afuera como una realidad impuesta por los corruptos, está adentro en la manera como los distintos intereses se relacionan -en las alianzas o en el conflicto-, aceptando la corrupción como una realidad inevitable. Y uno de los mecanismos más exitosos para la reproducción de la corrupción es su parcelación en niveles de corrupción que busca una sucinta legitimidad del hecho corruptor, expresiones como ¡que va a comparar esto con lo que roban arriba!, ¡Esto es una chichigua¡, muestran un discurso construido socialmente y dirigido a establecer una “corrupción legitima” ya sea porque no implica grandes sumas de dinero, o porque tiene validez, en el sentido de que si lo hacen los de arriba porque nosotros no…ni bobos que fueramos…, Esta “corrupción legitima” se apoya en el desinterés de una gran parte de la población, que aunque no participa en el hecho corruptor, contribuye en su legitimidad porque “no pasa nada” a “nadie le interesa”, como dice el dicho popular el que calla otorga.
Pero en verdad estamos dispuestos a callar y otorgar que la corrupción siga campeando y desviando los recursos que pueden construir colegios, viviendas, centros de salud, parques, empleos…
La primera acción desde la vida cotidiana es empezar a cerrar filas frente a la corrupción, desterrarla como discurso valido y ello debe empezar por la resignificación de la política en lo cotidiano, la política es válida porque representa la posibilidad de tener solución a nuestros problemas, pero para ello se necesita que como individuos nos comprometamos a tomar decisiones decentes, no solo al no aceptar los atajos para lograr acceder a recursos o beneficios, sino en la decisión por quienes deben ser nuestros representantes, en la junta de acción comunal, en el concejo, en la asamblea, en la cámara de representantes, en el senado, en la alcaldía, en la gobernación, en la presidencia. Independientemente del partido o de la ideología debe primar la decencia, votar por aquellos que no son corruptos.
Un acto tan sencillo como negar el voto a quienes han estado vinculados con hechos de corrupción o quienes soterradamente la aceptan, es el primer gran paso para el cambio de nuestra sociedad.
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