¿Por qué Venezuela?
- Opinión
¿Por qué a Albert Rivera, a Rafael Antonio Hernando, a la jerarquía del PSOE y al conjunto de los medios de difusión masiva de España les preocupa tanto Venezuela?
¿Por qué no les preocupan los líderes sociales, campesinos, indígenas, que son asesinados todas las semanas en Honduras, tras el golpe de Estado que dieron allí y que España legitimó? ¿Por qué no les incumbe la violación sistemática de los derechos humanos que ocurre en Guatemala, Colombia, Perú, Paraguay (otro golpe de Estado mediante) o Panamá? ¿Por qué ni al señor Rivera, ni al señor Hernando ni a Pedro Sánchez les preocupa la salvajización social que lleva a cabo el Estado mexicano, incompatible con cualquier viso de democracia? ¿Por qué tampoco ni les hace pestañear el deterioro brutal de las condiciones de vida en Brasil y Argentina, tras los “golpes blandos” efectuados contra sus democracias?
En Chile hay decenas de presos políticos mapuches. En muchos países del mundo las cárceles están llenas de presos políticos (en otros lugares, como varios de los nombrados, no hay tantos presos políticos porque a los activistas sociales, a los disidentes, se les mata directamente). Pero a nuestra brutal elite política sólo le interesa uno: Leopoldo López. Una persona que en España estaría encausada incluso antes de la “Ley Mordaza” por incitar a la rebelión, a la sedición y al levantamiento militar contra el orden establecido. Y que, a diferencia de lo que podría hacer aquí, sigue lanzando mensajes de rebelión, sedición y levantamiento militar desde su arresto domiciliario (¡curiosa dictadura que permite eso!).
Venezuela es un país extraño, ha padecido históricamente un capitalismo parasitario y rentista, sostenido sobre un solo producto de exportación primario que impregnó todo el entramado social e institucional, conformando un Estado-petrolero proverbial, de esencia clientelar. Generó, en consecuencia, una población alienada en torno a la renta de aquel producto y sus actividades derivadas, así como una estructura económica ultradeformada, con una evolución anómala de las fuerzas productivas y de las consiguientes relaciones sociales de producción.
La herencia de esta economía no productiva ha sido una muy alta exclusión social, desempleo y pobreza extrema para grandes capas de la población. Pero entonces sus gobernantes eran “demócratas”, bien tratados por nuestros medios de destrucción cerebral masiva (también llamados “de comunicación”), y Carlos Andrés Pérez, que mató a su población a discreción, era amigo íntimo de Felipe González, el mismo que hoy llama veladamente al alzamiento militar contra Maduro.
Venezuela ha celebrado 19 elecciones en los últimos 15 años, con el sistema de recuento electoral “más avanzado del mundo”, según la Fundación Jimmy Carter.
La oposición, conocida como “escuálida” en Venezuela a tenor de sus 11 severas derrotas electorales seguidas, desde 1998 hasta el referéndum de diciembre de 2007, se apoya por supuesto en Estados Unidos y en el conjunto de instituciones y países capitalistas centrales, que tienen especial interés en destruir (una vez más) el proyecto bolivariano no sólo en Venezuela sino obviamente en el conjunto de América Latina. Entre sus fuerzas cuenta, ¿cómo no?, con el fervoroso apoyo de la neo-socialdemocracia internacional, y muy en concreto de la española, con palmarios y sustanciosos intereses en el país. También tiene de su parte la llamada “guerra de cuarta generación”, por la que medios de difusión nacionales e internacionales (entre los que ocupa un destacado papel el Grupo Prisa) se muestran en continua y ultra-agresiva campaña en contra de un gobierno legítimo que ha osado desafiar parcialmente los aparentemente intocables principios de la acumulación capitalista.
En conjunto, la estrategia opositora no por burda y manida es menos peligrosa. Se puede resumir como sigue. 1ª etapa: de ablandamiento empleando la guerra de 4ª generación (Operación desencanto). Desarrollo de matrices de opinión centradas en déficit reales o potenciales del proceso de transformación. Cabalgamiento de los conflictos y promoción del descontento. Promoción de factores de malestar, entre los que destacan: desabastecimiento, criminalidad, fuga de capital y manipulación del dólar paralelo, paro de transporte, parálisis de servicios esenciales. 2ª etapa: de deslegitimación. Impulso de campañas publicitarias en defensa de la “libertad de prensa”, “derechos humanos” y “libertades públicas”. Acusaciones de totalitarismo y pensamiento único. Fractura ético-política. 3ª etapa: de calentamiento de la calle. Fomento de la movilización de calle con amplios medios proporcionados por EE.UU. y la UE, entre otros. Elaboración de una plataforma de lucha que globalice las demandas políticas y sociales. Generalización de todo tipo de protestas, resaltando fallas y errores gubernamentales que han sido provocados por la propia guerra económica y social opositora. Organización de manifestaciones, trancas y tomas que radicalicen la confrontación, incluyendo asesinatos selectivos como ya ha ocurrido. 4ª etapa: de combinación de diversas formas de agresión (pacificas, violentas y armadas), acciones de calle y operaciones encubiertas. Organización de marchas y tomas de instituciones emblemáticas, con el objeto de coparlas y convertirlas en plataforma publicitaria. Desarrollo de operaciones de guerra psicológica y acciones armadas (con el invaluable apoyo de paramilitares colombianos) para justificar medidas represivas y crear un clima de ingobernabilidad. Impulso de campaña de rumores entre fuerzas militares y tratar de desmoralizar los organismos de seguridad. 5ª etapa: de fractura institucional. Sobre la base de las acciones callejeras, tomas de instituciones y pronunciamiento militares, se obliga a la renuncia del presidente. En caso de fracaso, se mantiene la presión de calle y se vira hacia la resistencia insurreccional. Preparación del terreno para una intervención militar extranjera o el desarrollo de una guerra civil prolongada. Promoción del aislamiento internacional y el cerco económico al país.
De las pruebas “democráticas” de la oposición burguesa venezolana hablan los (coordinados) furibundos y, a veces, mortíferos ataques a quienes han organizado actos en favor del proceso bolivariano en cualquier lugar del mundo.
Si la oposición venezolana tiene mayoría en el Parlamento hoy es porque ganaron las últimas elecciones legislativas (¡qué dictadura tan extraña la venezolana!). Pero no fueron elecciones presidenciales. Por eso sigue Maduro. Y lo que éste quiere llevar a cabo es un referéndum para hacer un nuevo proceso constituyente que avance en los logros democráticos del proceso bolivariano. Se podrá estar de acuerdo o no con la oportunidad del mismo, pero se trata sólo de votar.
Si tan segura está la oposición de sí misma, ¿por qué le tiene miedo a votar?
Cuando se tocan los privilegios y dispositivos de poder de la burguesía nacional y transnacional, por poco que sea, te conviertes en una malvada dictadura. No importa las elecciones que hagas. Todos los señores Rivera, Hernando y González del mundo te atacarán, mientras se dan abrazos con quienes de verdad destrozan sociedades (y mientras a menudo las versiones progres de nuestra política miran para otro lado cuando les preguntan por Venezuela, porque no se atreven a defender ni sus logros ni su importantísimo papel en la integración latinoamericana y en las luchas de los pueblos).
¿Qué haríamos aquí si alguien llamara a desconocer al gobierno salido de las urnas, a preparar un levantamiento social, a incitar al ejército a sublevarse? Fíjense la que está montando el Gobierno español sólo porque el Gobierno catalán ha llamado también a otra consulta popular.
¡Vivan los demócratas!
- Andrés Piqueras es Profesor de Sociología de la Universitat Jaume I de Castellón
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