Somalia: de nuevo en el mundo

21/04/2017
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Foto: guerraeterna.com
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Somalia una vez más ha ingresado al tablero internacional, pero ahora con el juego que Trump está proponiendo.

 

El Pentágono anunció el despliegue de un contingente militar en Somalia “solo” para entrenar y equipar a los hombres de la Misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM) que desde el 2007 ha intentado, con escaso éxito, controlar las acciones del grupo integrista al-Shabaab (al-Qaeda), a pesar de que cuenta con 22 mil efectivos de Uganda, Burundi, Malawi, Nigeria y Kenia.

 

Estados Unidos no se ocupaba de Somalia desde la deshonrosa retirada en 1994, tras la batalla de Mogadiscio, producto de la fracasada operación “Serpiente Gótica”, por la que se intentaba secuestrar a un poderoso señor de la guerra llamado Mohamed Farrah Aidee, líder del clan Habr Gidry, de la milicia rebelde ANS (Alianza Nacional Somalí). Aquel enfrentamiento dejó 2 mil somalíes muertos, nunca se sabrá cuántos de ellos eran combatientes y cuantos civiles; además de 19 soldados norteamericanos y dos helicópteros Sikorsky UH-60 Black Hawk que quedaron en las calles de la capital para siempre, en una acción que no llegó a durar 24 horas.

 

Desde entonces, Estados Unidos intervino atacando con drones al grupo integrista al-Shabaab, mientras una pequeña unidad de asesores en antiterrorismo tiene sede en Mogadiscio. También el Pentágono ha reconocido algunas operaciones muy puntuales y encubiertas que realiza desde Djibouti.

 

Estados Unidos volvió a incursionar en Somalia, al menos desde 2001 y desde entonces se cree lleva a cabo cerca de 40 ataques, habiendo matado a unos 500 “terroristas” y 50 civiles. El último ataque,  reconocido por Washington,  se produjo en marzo del año pasado contra un campo de entrenamiento de al-Shabaab al norte de Mogadiscio, asesinando a más de 150 combatientes de la organización, que representaban una “amenaza inminente”, tanto para hombres del ejército norteamericano como para las AMISOM.

 

El Pentágono confirmó que una decena de soldados de la 101ª división aérea de la base militar de Fort Campbell, en Kentucky, llegaron a Somalia a principios de abril, por pedido del nuevo presidente somalí Mohamed Abdullahi Farmaj, quien asumió en febrero último.

 

 El presidente había declarado “el estado de guerra”, señalando como objetivo al grupo al-Shabaab, afiliado a al-Qaeda desde 2009, que controla amplias zonas del sur y el centro e incluso con fuerte presencia en la capital.

 

La organización wahabita en estos últimos meses ha concentrado sus operaciones en Mogadiscio, donde ha atacado fundamentalmente hoteles donde se alojan tanto funcionarios del gobierno como extranjeros.

 

Al-Shabaab ha sido responsable también de numerosos ataques incluso en la vecina Kenia, como el del centro comercial Westgate en 2013, que se saldó con 72 muertos, 61 de ellos civiles, y el asalto a la universidad de Garissa en 2015, que dejó cerca de 150 muertos, la mayoría alumnos.

 

El nuevo presidente somalí declaró el 6 de abril: “No vamos a esperar que los elementos violentos exploten nuestro pueblo, debemos atacar y liberar zonas en las que están estacionados”. Además, ofreció una amnistía a “los jóvenes somalíes que fueron engañados por terroristas extranjeros”, como última oportunidad “antes de que las balas los alcancen".

 

Apenas unas horas después de esa amenaza presidencial, al-Shabaab, respondió con un ataque contra un mini-bus, en un camino de la región de Lower Shabelle, zona controlada por los fundamentalistas, cerca del pueblo de Golweyn, a unos 110 km al sur de Mogadiscio, donde murieron 17 personas.

 

El 7 de abril, cerca de 10 personas murieron en un restaurante de la capital, tras el estallido de un coche bomba y apenas unos días después otro ataque en cercanías de una base militar en Mogadiscio dirigido contra el nuevo jefe del ejército el general, Mohamed Ahmed Jimale,  dejó quince de sus hombres muertos, aunque el militar salió ileso.

 

Recuerdos de Donald Trump

 

Trump designó el centro y sur de Somalia como “áreas de hostilidades activas”. Un vocero del comando militar estadounidense para África (AFRICOM), anunció que las operaciones no estarán sujetas a las reglas establecidas por la administración Obama (Guía de Política Presidencial) que exigía que las acciones contraterroristas cumplan ciertas normas y criterios, que incluían la identificación de sospechosos que representaban una amenaza para los estadounidenses, además de cuidar la integridad de civiles locales. El vocero norteamericano además detalló que las acciones militares de los Estados Unidos no serán unilaterales y contarán con la autorización del Gobierno Federal de Somalia, y agregó que dichos ataques “serán planeados y ejecutados para reducir daños colaterales”.

 

El envío de tropas por parte de Trump al país africano, responden al “pedido” del nuevo presidente de Somalia, el norteamericano-somalí, Mohamed Abdullahi Farmajo, quien, tras un alambicado y confuso proceso electoral que se llevó acabo entre 2016 y 2017, en el que 14 mil personas de los 10 millones de habitantes, seleccionadas por los jefes de los clanes, eligieron a su vez los parlamentarios, que finalmente, tras una nueva elección, ungieron en febrero al actual presidente.

 

El nuevo mandatario fue envestido en el cargo, con la anuencia de Occidente, a pesar que el auditor general del país denunció que los escaños parlamentarios se habían subastado más de un millón de dólares, al tiempo que otros 20 millones se repartieron durante el proceso electoral.

 

Según expertos militares cercanos al Pentágono, la presencia de tropas norteamericanas en Somalia podrían profundizar el conflicto debido a los malos recuerdos que han dejado los americanos a partir de la descomposición del país en 1991 y la integración de nuevos combatientes a al-Shabaab, que a pesar de numerosas bajas que sean producidas al grupo wahabita, serían remplazadas de manera rápida. Más allá de los consejos que pueda recibir Donald Trump, toda esta maniobra en Somalia se ejecuta considerando la guerra que desde hace dos años libra  en Yemen la alianza de monarquías sunitas encabezada por Arabia Saudita, donde hombres de Daesh y al-Qaeda combaten,  junto al antiguo ejército yemení, a la guerrilla del movimiento chiita Houthis, alineado con Irán.

 

Trump, sin duda, no permitirá que se impongan Houthís, prefiriendo la misma solución por la que pugna Arabia Saudita: la vuelta del conservador sunita Mansur al-Hadi, responsable principal de lo que actualmente sucede en su país y que se encuentra refugiado en Riad.

 

Más allá de las cuestiones político-militares que asolan a Somalia, el secretario adjunto de Asuntos Humanitarios de la ONU, Stephen O´Brien, ha declarado riesgo de hambruna, en la segunda mitad de este año, a un total de 20 millones de personas en Somalia, Sudán del Sur, Yemen y el nordeste de Nigeria, tal como ya sucedió en 2011, cuando murieron cerca de 270 mil personas.

 

A la lista de males, hay que agregarle una de las mayores sequías de los últimos años y un brote de cólera que ya ha matado 600 personas en el sur de Somalia en lo que va de año, además de los cientos enfermos internados en precarios hospitales, sin muchas posibilidades de reponerse.

 

Las nuevas políticas exteriores de los Estados Unidos, con la administración Trump a la cabeza, pondrán otra vez más a Somalia en el tablero internacional, aunque se vea muy difícil que pueda solucionar algunos de sus ya ancestrales y crónicos problemas.

 

 

 Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/184960
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