Libia: Entre Somalia y Afganistán

09/03/2017
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Todo falla en Libia, las estrategias occidentales (Unión Europea y Estados Unidos), a partir del martirio del Coronel Muhammad Gadafi, en octubre de 2011, no solo no funcionaron, si no cada vez se encajan más en un lodazal de sangre, petróleo y arena, que ellos han creado.

 

2017 encuentra a Libia congelada como una fotografía cada vez más borrosa.

 

Desde la derrota de Gadafi, Libia vive sumergida en un desgobierno absoluto, donde el intento de conformar una democracia a la occidental ha fracasado dos veces tras fallidas elecciones generales. A ello se suman: el intento de golpe de Estado, la aparición del Daesh, la fragmentación de su territorio por bandas, el estallido de conflictos tribales y étnicos.

 

Imprevisión absoluta y desconocimiento total del complejo armado tribal del país, es lo que ha impedido a Occidente cualquier posibilidad de un rearmado de su industria petrolera, que era su metal final.

 

Hoy Libia exporta la mitad de petróleo que comercializaba en la época del Coronel: unos 700 mil barriles al día, el doble que el año anterior, aunque mucho menor a los 1.6 millones de barriles diarios antes de la invasión de 2011.

 

Tres gobiernos pugnan por un poder que no existe en el país y ni siquiera fuera de sus fronteras. A principios de febrero pasado, tras la Cumbre de Malta, la Unión Europea acordó un conjunto de medidas: fundamentalmente destinar 200 millones de euros, formar personal libio y abastecerlo de medios para evitar la llegada de más refugiados a Europa provenientes de Libia, hoy el punto principal de partida, y hasta el momento nada ha logrado ser efectivo.

 

Solo en la ciudad de Trípoli, con una población estimada en 1.5 millones, existen 50 organizaciones armadas autónomas, con más o menos poder de fuego, dispuestas a todo por mantener el control de su sector, donde son la ley. Estas organizaciones se alquilan, se venden y traicionan según sus necesidades, a falta de clientes se dedican al contrabando o al secuestro. Ningún poder podrá afianzarse hasta desarmarlas, ya que se sospecha que muchos de sus miembros son militantes “durmientes” del Daesh. Intentar desarmarlas, cuestión que solo podría realizar una fuerza occidental en el terreno, sería declarar una guerra en el interior de la ciudad, donde una vez más los muertos se contarían por miles, y sería repetir a la humillación de Mogadiscio de 1994, multiplicado la cifra de aquellos muertos por diez. 

 

En Trípoli se aposenta el Consejo Presidencial del Gobierno de Acuerdo Nacional (NGA en inglés), un engendró impuesto por Naciones Unidas en 2016, que encabeza un antiguo hombre del establishment, Fayez Serraj, acompañado de un gabinete de nueve miembros, que nadie sabe muy bien quienes son, ni que hacen; pero eso no es lo malo, lo malo es que Serraj y su gente, apenas pueden darse seguridad gracias a un nutrido grupo de cooperantes (mercenarios). El poder real del NGA se diluye a apenas unos cientos de metros de su sede. Serraj, tras ser nombrado por la ONU, como para “aclimatarse” vivió varios meses en Túnez, hasta instalarse en marzo de 2016 en Libia, para comenzar su tarea de unificar el país, aunque en el último año ya ha viajado decenas de veces a Europa en procura de apoyo y ninguna al interior del país, donde realmente tiene los problemas.

 

Una muestra del desgobierno que asola la política del país, a manera de postal, es que en octubre pasado el integrista Jalifa Ghwell, quien fue el ex Primer Ministro del Gobierno de Salvación Nacional, tomó el hotel Rixos, sede del Consejo Presidencial en un intento de golpe de estado. Tras su fracaso, Ghwell se quedó como un huésped más del hotel, sin que nadie se pregunte que hace allí.

 

Más allá de la presencia de estas bandas armadas,  Trípoli, como el resto del país,  sufre de constantes faltas de energía eléctrica y de redes sanitarias para abastecerse de agua, sin cloacas, pocos hospitales y menos escuelas, con desocupación e inflación desbordada.

 

Por otra parte, la ciudad puerto de Misrata repite el mismo escenario de bandas armadas, algunas que apoyan, por dinero, al NGA, pero que también se asocian con las redes de traficantes de personas, ya que desde allí salen la mayoría de las embarcaciones trasportando refugiados rumbo a sur de Italia.

 

En el este del país, cerca de la frontera con Egipto en las ciudades de Tobruk y al-Baida, se asienta la Cámara de Representantes (HoR en inglés), desde 2014, con sus diputados expulsados de Trípoli, por los comandos wahabitas, conocidos como “Amanecer Libio”, un importante grupo armado dividido en varias brigadas que actúan de manera independiente trabajado muchas veces para intereses contrapuestos. Esta organización fundamentalista, con algunos contactos con al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI), domina gran parte del oeste libio incluyendo las ciudades de Misrata y también sectores de Trípoli.

 

El ex general Khalifa Hafter, quien traicionó a Gadaffi a principios de los noventa, “exiliándose” en Estados Unidos, pasando a formar parte de la CIA, volvió a Libia junto a las fuerzas invasoras en 2011 y desde entonces se candidatea para ser el elegido de Occidente, quien lo ha ninguneado desde un principio.

 

Hafther solo ha conseguido convertirse en el hombre fuerte de Tobruk, después de autoproclamarse jefe del Ejército de Liberación Nacional (ELN), respaldado por Egipto y Emiratos Árabes Unidos, y recientemente por Rusia, que ha comenzado a tener influencia en la crisis libia.

 

Según Tobruk, el ELN habría despojado, en septiembre último, al gobierno de Sarraj de cuatro puertos petroleros de donde saldría la mitad de la producción del país, aunque algunas fuentes niegan que eso sea verdadero.

 

Par agregar más confusión, el pasado día 3, el grupo wahabita Brigadas de Defensa de Bengazi (BDB) el tercer gran centro de poder dentro de Libia, anunció en un comunicado, tras una dura ofensiva,  haber arrebatado a las fuerzas de Khalifa Hafter la terminal petrolera y el aeropuerto de la ciudad de Ras Lanuf. Las BDB intentan unir a todos los movimientos wahabitas como Ansar al-Sharia y el Consejo de la Shura.

 

El puerto petrolero de Sidrá es uno de los más importantes del país, se ubica en pleno centro de la llamada “Media Luna Petrolera”, donde se concentran los mayores yacimientos petrolíferos y las más importantes instalaciones para su procesamiento y exportación.

 

Los combates continuaban a 15 kilómetros al sur de la ciudad de Naufaliya, que se encuentra a pocos kilómetros de la costa,  al oeste de la ciudad de Sirte, donde hasta hace pocos meses el Daesh había establecido su capital. Además están siendo amenazados los puertos petroleros de Brega y Zuwaytina, controladas desde septiembre pasado por los hombres de Haftar.

 

Moscú,  está interesado en la crisis libia: por ello el 2 de marzo último, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov,  se reunió con el primer ministro del Gobierno del Acuerdo Nacional (Trípoli),  Fayez al Sarraj, intentando generar un diálogo entre todos los grupos beligerantes.

 

Aunque una semana después de esa reunión,  el  8 de marzo el Parlamento de Tobruk suspendió el acuerdo de Shkirat, de diciembre de 2015, que intentaba establecer vasos comunicantes entre las facciones, bajo el arbitrio de Naciones Unidas, lo que prácticamente es una declaración de guerra, si fuera esto necesario.

 

A todos este caos hay que agregarle unos dos o tres mil hombres del Daesh, que, tras ser expulsados del puerto de Sirte, pululan por el país, algunos para intentar crear un nuevo frente de guerra y otros que intentan trasladarse al norte de Mali, donde se ha generado una gran alianza entre diferentes grupos armados integristas (Ver: Sahelistán: del Nilo al Atlántico)

 

Una mercancía más

 

La falta de gobierno en Libia es lo que permite a las redes de traficantes de personas operar con absoluta tranquilidad. El año pasado, 360 mil refugiados llegaron a Europa a través del Mediterráneo de ellos la mitad lo hizo desde puertos libios aunque otras casi 5 mil personas, según cifras oficiales europeas, murieron en el intento.

 

La catástrofe humanitaria no da muestras de disminuir, es más, todo tiende a continuar en aumento. Los miles de refugiados que llegan a Libia, como trampolín final para el salto a Europa, no solo son de países africanos sino que llegan de países tan lejanos como Afganistán, Siria, Irak o Bangladesh, tras el cierre de fronteras implementado por el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, tras su acuerdo con la Unión Europea, vigente desde el 20 de marzo de 2016. 

 

Según datos de organismos internacionales, la situación en Libia anterior al 2011 revelaba un alto desarrollo, con una esperanza de la vida de 74.5 años, una tasa de alfabetización del 88,4% y con depósitos en el exterior de más de 150.000 millones de dólares, entre otros estándares similares a países europeos.

 

Hoy, cada refugiado paga entre 400 y 600 dólares por su derecho a subir a alguna balsa, se calcula que en 2016 desde Libia partieron 600 mil personas, lo que significa un mínimo de 240 millones de dólares; para 2017 se espera que los “pasajeros” sean 800 mil, por lo que la ganancia resulta escalofriante.

 

Mientras tanto, entre 7 y 4 mil refugiados han sido recluidos en al menos 34 diferentes escuelas o edificios gubernamentales reconvertidos en centros de detención, con celdas de ventanas tapiadas diseminados entre Trípoli, Misrata y Garaboli. Muchos de los recluidos llevan hasta un año de detención, sin saber siquiera porque razón están en esa situación. Sin proceso, sin abogados, sin jueces y ni siquiera leyes que contemplen su “delito” en muchos casos, sin posibilidades de comunicarse por hablar dialectos o idiomas desconocidos por las autoridades locales.

 

Los detenidos soportan condiciones de extrema dureza, con escasez de alimentos y ropa para combatir el frío, en condiciones sanitarias críticas y violaciones de todo tipo.

 

En la sureña provincia de Fezzan, prácticamente escindida de Libia desde 2013, tribus armadas de tuaregs y toubus, manejan el tránsito de personas que, de Níger y Chad, pretenden llegar a la costa del Mediterráneo.

 

En enero de 2013 se organiza un grupo conocido como Black Mask, un escuadrón de intervención especial cuya misión es perseguir el tráfico de personas, que prácticamente se ha convertido en una banda de secuestradores que negocian con los refugiados su “derecho” a transitar.

 

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) denunció el martes 7 que tras un enfrentamiento entre bandas rivales de traficantes, murieron 22 refugiados de origen subsahariano, mientras que más de un centenar resultó herido.

 

Estas muertes se suman a los 140 cuerpos encontrados en las playas libias en lo que va de año, mientras que otras 477 personas fueron encontradas ahogadas en el Mediterráneo, desde comienzo de 2017.

 

En total, en lo que va del año, 15760 inmigrantes han llegado a Italia, frente a los 9101 que lo habían hecho en este mismo periodo el año pasado, mientras que casi 3.000 refugiados han sido rescatados con vida en el mar tras lo cual fueron trasladados otra vez a Libia.

 

La tragedia libia que abarca también a miles de extranjeros tiende a profundizarse, la miseria y la violencia componen una postal trágicamente parecida a Somalia o Afganistán.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/183999
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