Masculinidad dañada

13/09/2016
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"¿Qué está pasando en el país para que un delito tan grave como es una violación se convierta en una diversión compartida por un grupo de hombres, algunos adolescentes aún?"

 

Estoy leyendo el libro de Jelke Boesten, Violencia sexual en la guerra y en la paz, lo hago para una investigación en la que ando sumergida y recojo las voces de mujeres afectadas por fuerzas del Estado en el conflicto armado interno. El libro es extraordinario porque expone cómo la violencia sexual contra las mujeres en la guerra en el Perú revela la estructura de valores y roles de género en los periodos de paz. Pero, también, es un libro difícil, en ciertos momentos desgarrador. Los testimonios e historias que narra como apoyo del análisis perturban, nos hacen mirar lo que no queremos ver por miedo, vergüenza o tristeza de reconocer lo que fuimos y nos hicimos.

 

En eso estaba cuando llega la noticia de lo sucedido con la adolescente en Ayacucho que falleció tras haber sido violada por seis sujetos, incluidos menores de edad de 16 años que además grababan con su celulares el hecho. La noticia impacta por la crueldad, ensañamiento y, además, porque estamos frente a una violación grupal registrada y celebrada por los agresores como una fiesta ¿Qué está pasando en el país para que un delito tan grave como es una violación se convierta en una diversión compartida por un grupo de hombres, algunos adolescentes aún?

 

Lo más trágico, como lo veía justamente en el libro que leía, es que lo sucedido no es excepcional, todo lo contrario es una fatal continuidad. La violencia sexual, y la violación en particular, fue una forma de tortura sistemática perpetrada por las fuerzas del orden como parte de su estrategia contrasubversiva durante las últimas dos décadas del siglo XX. Según la Comisión de la Verdad y Reconciliación el 83% de casos de violación sexual son imputables al Estado. El 75% de las víctimas fueron mujeres quechua hablantes, la mayoría de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac. Sin embargo, no hay ningún militar o policía preso por este delito. El Estado decidió, y hasta hoy decide, no castigar a sus violadores de uniforme.

 

Muchas de estas agresiones fueron hechas en forma grupal. Como lo menciona Boesten en su libro, la dinámica colectiva de estos actos garantizaba la lealtad, la discreción y, en ello, fortalecía el vínculo masculino de los soldados. Me pregunto, si estas características no son compartidas por este grupo de hombres que mató a la adolescente ayacuchana. Las estructuras de los roles de género que no han cambiado desde esos tiempos me hacen pensar que sí.

 

La masculinidad en el Perú está dañada y está matando desde hace mucho y ahora. Si no entendemos que este problema tiene que ver con la cultura que todos los días producimos, donde refrendamos el mandato social en el que lo masculino tiene que demostrar hasta el cansancio su virilidad a costa de nuestra libertad sexual y hasta de nuestras vidas. Si no entendemos que la impunidad, que se arrastra desde ese militar que fue acusado de violador pero no fue sancionado, avala un sistema de justicia misógino que nos condena a seguir siendo víctimas. Vamos a seguir lamentando estas historias. La ciudadanía ya está actuando se está movilizando y denunciando ¿El gobierno, cuándo?

 

Fuente: http://diariouno.pe/columna/masculinidad-danada/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/180216?language=es
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