Un mundo de derechas
- Opinión
“¿A quién le importaría la verdad si vivimos
en la normalidad de su simulacro?”.
ANTONIO GARCÍA GUTIÉRREZ: Pensar en la transcultura, P. 146
Los amigos del Dotorado en Ciencias Sociales de la Universidad de Carabobo (gente de “Estudios Culturales”) han desarrollado un animado seminario sobre el tema de la “Crisis Civilizatoria”. Allí hemos compartido con gran intensidad enfoques e inquietudes intelectuales de muchos colegas que están pensando, a pesar de la hostilidad de casi todo. En ese clima de gran camaradería y no pocas conmociones, hemos podido hacer un vuelo rasante por distintos problemas que motivan polémicas y posicionamientos éticos, epistémicos y políticos en la agenda de debates que nos congregan en muchas partes del mundo. De momento, un solo asunto: ¿En qué mundo vivimos? ¿Cuál es su onda? ¿De cuál “crisis” hablamos?
Digamos sin muchas vueltas que el mundo actual está atestado de conservadurismo, casi todo gira a la derecha, los poderes del Estado y la cultura hacen de las suyas, los cascarones institucionales de siempre (familia, iglesia, policía, escuela, trabajo) están allí para remachar la reproducción de lo dado. La destrucción de las condiciones medioambientales para la vida transcurre con una normalidad patológica. El síndrome del “Titanic” es lo que predomina en todas las esferas.
En ese estanque de baba que es el flamante globo terráqueo tenemos una izquierda completamente engullida por la lógica del sistema. La izquierda realmente existente es la izquierda de la derecha. Así de sencillo. No hay espacio para la propulsión de alternativas verdaderamente anti-capitalistas, anti-modernas, anti-coloniales, anti-dominación. En su lugar, la izquierda políticamente correcta se dedica patéticamente a la conserjería de lo existente, a administrar la crisis, a prometer “mejoras” (mire por un instante, por ejemplo, el marketing electoral del PSOE español en estos días) Nada de ello es casual. Vivimos los efectos de la deriva de prácticas y discursos que llevan décadas vegetando. Ese es el resultado de la enfermedad del dogmatismo, de la estafa del socialismo burocrático, de la impostura de un marxismo de pacotilla que nunca entendió nada.
¿Y por los lados del Sur? Todo está por verse. De momento no hay que hacerse ilusiones con la “Primavera árabe” (a mi modo de ver, procesos sin destino) ni tampoco con las olas progresistas que encandilan a más de un analista en América Latina. Ninguna experiencia conocida traspasa los modestos límites de un capitalismo de Estado más o menos redistribuidor según las circunstancias de cada país. El mareo de los títulos no funciona. Usted puede empeñarse en llamar “revolución”, “socialismo” y cosas parecidas a lo que acontece por estos lados. No se distraiga en ese juego. Vayamos al fondo: en ningún lado hay nada (dije bien, nada) que esté fuera del capitalismo de Estado (en Noruega conseguimos experiencias más avanzadas de justicia social sin que allí se preocupen en ponerle nombre a lo que hacen)
No discuto aquí el valor coyuntural de un gobierno progresista en comparación a un gobierno fascista. Eso es demasiado trivial para encarar el debate planteado. Bienvenidos todos los gobiernos progresistas y ojalá sean muy exitosos. Ese no es el punto. Se trata de interrogarse el por qué del completo vaciamiento de opciones radicalmente anti-sistema en el seno de las izquierdas. ¿Qué ha ocurrido para que una verdadera revolución no esté en ninguna agenda política del mundo?
La izquierda de la derecha tiene un límite estructural para la gestión de los asuntos públicos. No es sensato estar pidiéndole que piense y actúe “como si” fuera una vanguardia revolucionaria. Ya es bastante con que utilice el Estado como factor de mediación de las contradicciones sociales: atenuando las injusticias, nivelando las desigualdades, equilibrando las asimetrías. Sabemos que al comienzo el Estado es clave para avanzar, al final ese Estado es el obstáculo. Por ahora estamos en una transición.
Con Morin recordamos que todo marcha hacia el abismo: no se angustie, de las catástrofes han salido cosas buenas.
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