La izquierda de Pepe Mujica
03/06/2012
- Opinión
“Los riesgos subsiguientes a la erosión del contrato social
son demasiado graves para permanecer cruzados de brazos”.
BOAVENTURA DE SOUSA SANTOS: La caída del angelus novus, p.290
Don Pepe Mujica es un verdadero personaje en el paisaje político de América Latina. Sencillo, de una modestia que no es fingida, habla siempre desde el talante de la sabiduría. Si usted no le conoce ni sabe nada de Uruguay, no importa: se nota a leguas que no es Presidente de China, de la India, de Australia o de Brasil. Es obvio que le sobrecogen esas dimensiones, del mismo modo que se espanta de las grandilocuencias discursivas que exaltan con tanta ligereza palabrotas como “Revolución”o “Socialismo”. Don Pepe prefiere su “Canchunchú Florido” que los oropeles de palacio (como a nuestro Luis Mariano Rivera allá en Carúpano; la última vez que nos deleitamos allí—luego de un intenso seminario sobre M. Foucault—hicimos un simpático careo bajo la dirección del amigo Eddy Córdova, con la guitarra de Wicho, yo rasguñando el cuatro y la amiga Magalddy Téllez con su delicada voz; según la votación popular parece que “ganamos”, sobre todo con la generosa opinión de Don Mariano)
Conociendo el modo salvaje como vivió Don Pepe Mujica su experiencia política en el Uruguay de los gorilas, resulta conmovedora su generosidad, su picardía, su profundo anclaje en la realidad que conoce como al vecindario. De allí nace tal vez ese rudo realismo político que le ahorra toda tentativa de inflar retóricamente lo que modestamente puede hacerse, lo que en verdad es viable. Sabe Don Pepe Mujica que la frágil correlación de fuerzas con la que cuentan las izquierda de Latinoamérica no da para mucho; sabe por ello mismo que todas las experiencias de avanzada que hoy se viven en la región, no van más allá del límite de un capitalismo de Estado (más distributivo, tal vez; otros más sociales, otros más nacionalistas, etc.) Sabe Don Pepe que el estatismo puede ser tan nefasto como la falta de Estado, que el paternalismo burocrático ha sido históricamente un freno para el verdadero protagonismo del pueblo erigido como auténtico poder popular. De allí sus reservas respecto a encandilamientos ideológicos que deberían confrontarse con la tarea primera de todo proceso de cambio: viabilizar, crear condiciones de gobernanza, hacer lo que es posible hacer y hacerlo bien.
Hay un curioso parecido de Don Pepe Mujica con el estilo de austeridad retórica de Hollande en Francia. Son pieles políticas a contrapelo del sifrinismo mediático, de toda exaltación propagandística, de cualquier héroe salvador de la patria. Esa brutal conexión a tierra—hecha desde una inequívoca posición de izquierda—parece que genera un efecto empático para millones de ciudadanos y ciudadanas hastiadas del formato idiotizante de agencias publicitarias que construyen y manipulan mercados electorales en el mismo registro de cualquier otra mercancía.
La izquierda de Don Pepe Mujica no es en absoluto un pragmatismo resignado que no se atreve a ir más lejos. Al contrario, es la medida de lo posible en condiciones siempre hostiles, el cálculo que le permite saber dónde, cuándo y hasta dónde se puede estirar la cuerda. Sabiendo que llegar a un gobierno por elecciones no tiene nada que ver con “tomar el poder” (Justamente lo que ocurre en muchos países de la región cuyos mejores logros quedan encerrados en los marcos del capitalismo de Estado, no porque los dirigente sean “cobardes” o “traidores a la revolución”) Don Pepe lo ha expresado de un modo elocuente: ”Yo admiro el Socialismo del Siglo XXI pero sé que después del mejor esfuerzo no habrá ningún socialismo”. Lo que está detrás de este planteamiento pesa una tonelada. No tiene por qué pelearse con sus aliados, celebra que su colega Cristina nacionalice su petróleo, que Correa enfrente a la canalla mediática, que Evo siga avanzando y así por el estilo.
No digo que la izquierda de Don Pepe sea la que yo propugno, digo sí que es un portento de sabiduría y honestidad a las que sumo estas palabras de reconocimiento.
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