Historia reciente de la más antigua historia del Tigre de la Dulce Sonrisa

12/10/2011
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“Esto lo escribiremos ya dentro de la ley de Dios, en el cristianismo; lo sacaremos a la luz porque ya no se ve el Popol Vuh,  así llamado, donde se veía claramente la venida del otro lado del mar, la narración de nuestra oscuridad, y se veía claramente la vida.” Popol Vuh.
 
I
 
Cada día hay más elementos de prueba que tienden a demostrar que hace miles y miles de lunas el ser humano llegó a este continente, que ahora se llama América, por varias rutas, y no sólo por el Estrecho de Bering, como lo pretende la teoría antropológica tradicional.
 
Llegó cuando todo estaba en silencio, todo estaba en calma, y en las noches se veía un cielo inmenso, limpio y constelado, la luna salpicando de reflejos plateados al mar dormido, y en el día, ese mismo mar inundado de claridad, diáfano, todo de verde y azul.
 
Fue ayer‚ el tiempo aún no se había inventado; nadie conocía los años de doce meses. Ni los días ni las horas existían, menos aún doce horas dos veces al día. Todo era transparente, como el sol de la mañana sobre la colina, como el agua de los ríos cerca de su fuente.
 
Era casi como al principio. El primer destello todavía se sentía en el aire, y la Tierra era una hembra joven, llena de vida, extraña, rebosante de embelesos, exuberante y perfumada. La madre Tierra.
 
El Mar, que había engendrado y dado a luz con la tierra todo cuanto existe, vestía una toga impecable y olorosa, una toga sin manchas de petróleo, sin desperdicios flotando a la deriva. Era La Mar madre, El Mar padre de quien emergió la vida. ¡Todo cuanto existe!
 
El sol, quien da calor al mar y a la tierra para ayudarlos a engendrar la vida, se paseaba como lo hace ahora, de norte a sur cada trece veces una luna llena, marcando las estaciones. Pero todavía se le consideraba como el Dador, el Padre Abuelo Sol.
 
La Luna, era la responsable de las cosechas, de las mareas, y protectora de los niños. Madre Abuela Luna, ocupándose con sus ciclos de la joven doncella Tierra, y del océano.
 
Y el más grande, el más alto, el que alimenta con su soplo vital todo cuanto existe: a La Luna, al Sol, a La Tierra, al mar... ¡Todo! ¡La esencia, el espíritu que anima, el aire que respiramos, el cielo! El Gran espíritu universal, que en el horizonte se confunde con el mar. La arquitectura en la que todas las cosas existen al mismo tiempo que se encuentra presente en cada una de ellas. Ese vacío o cielo que vemos perderse en la lejanía. Ese, el más grande ¡El Universo!
 
En ese ayer, este continente que se extiende desde los confines del Polo Norte hasta los confines del Polo Sur, era entonces dos masas de tierra diferentes. El mar lo cortaba en su cintura y el huracán que nace en el caribe se paseaba hasta el Pacifico. Centroamérica era solamente la simiente de una nueva tierra, lodo nomás, lodo que se escondía con el ritmo de las mareas.
 
 Los glaciares bajaban del norte, de las montañas, y se paseaban en las praderas. El dador Sol, apenas prodigaba su calor al Mar y a la Tierra. Escaseaba el que comer, y decía la gente de un pueblo muy lejano “Es porque el fuego sagrado se está apagando allá por donde nace el sol, y con urgencia hay que irlo a encender”, y vinieron hacia donde para ellos nace el sol, desde el oriente vinieron. Varias expediciones se arriesgaron en el mar para siempre jamás. Pero quizás no fue en vano porque un día los hielos se marcharon al norte, y hacía las montañas, y otros simplemente se murieron en los valles cuando el calor se hizo sentir. La hierba comenzó a crecer, regresaron las manadas de animales, mejoraron las cosechas y hubo más de que comer.
 
II
 
Cierta vez, en medio de la calma, en medio del silencio, una embarcación venida de lejos se deslizaba sobre el plumaje verde del mar azul. La tripulación: treinta hombres henchidos de coraje. La misión: En busca del fuego sagrado y del calor.
 
Faltaban tres soles, tres días diríamos ahora, para que la luna se pusiera completamente redonda, como las hembras que van a dar a luz; luna llena de amor y de vida.
 
El hombre más viejo, jefe de la expedición, habló:
 
“He aquí la primera relación, el primer discurso, para que lo recuerden y lo cuenten a sus descendientes. Todavía no hemos encontrado hombres, ni pájaros, ni peces desconocidos, ni cangrejos. No hemos tocado tierra, es decir que todavía no hemos visto los árboles, las piedras, las barrancas, las hierbas, ni los bosques. No hemos visto nada.”
 
“No hemos visto tierra firme, ni de lejos. Todo es mar, mar calmo como sólo se ve lejos de la costa, y el cielo en toda su extensión.”
 
“Un silencio inmenso como el mar nos envuelve. Nada que haga ruido ni que se mueva o se agite junto a nosotros, ni arriba en el cielo.”
 
“Nada delante de nosotros, solamente el agua en reposo, el mar apacible solo y tranquilo. Silencio, como si nada existiera.”
 
“Solamente la calma y el silencio en la oscuridad de la noche. Pero todo lo que nos rodea: La luz, la oscuridad, el agua, el firmamento y el aire en el vació, son signos de la existencia, porque son elementos que forman la vida.”
 
“Como un plumaje entre verde y azul, la inmensidad del agua que se extiende delante de nosotros guarda el secreto del origen primero. Pero sólo los grandes sabios y pensadores pueden penetrar y conocer los secretos de la madre naturaleza.”
 
«En todo ese vacío que se extiende y se pierde en el cielo, existe y se manifiesta ese gran secreto, que, como la almendra del fruto más preciado, guarda el secreto del primer destello, del origen... la esencia, el espíritu de todo lo que existe.»
 
Tres lunas faltaban cuando aquel venerable hombre, aquel maestro hablaba, y todo se fue poniendo oscuro, y un silencio de muerte, un silencio de caos, un silencio puerta de lo eterno se dejo sentir. Todo quedó en calma, calma de presagios. Todo quedo en suspenso, inmóvil y en silencio bajo la inmensidad del cielo.
 
... hasta el momento de la tormenta:
 
El silencio se rompió, la oscuridad de la noche fue alcanzada en sus entrañas por el trueno, y grandes heridas de luz aparecieron en el cielo. Como si dos fuerzas chocaran y se hablaran allá arriba.
 
Tres soles más tarde, sobre una playa, en el paisaje de un rincón del mundo, cuatro hombres descansaban. El jefe, en tono grave, volvió a hablar para contarles:
 
“De toda la tripulación solamente nosotros cuatro hemos sobrevivido.”
 
“Cuando se presentó el huracán y el corazón del cielo dejo oír su voz ¡sucumbimos! y volvimos a nacer cuando esas fuerzas extrañas parecieron ponerse de acuerdo; y a la relativa calma se juntaron nuestro pensamiento y el dominio de sí, y nos encontramos tirados en la arena.”
 
“Comenzó a llegar la claridad mientras desde lo más profundo de nuestro ser el pensamiento se abría paso por entre todas las imágenes de nuestro naufragio y las palabras pronunciadas por el corazón del cielo. De nuevo volvimos a sentirnos parte de todo cuanto existe.”
 
“Somos los hijos del Corazón del Cielo. ¡Vivimos!. Crecemos junto a los árboles y los bejucos.”
 
Para aquellos hombres salidos del mar ese era el primer día en estas nuevas tierras, anunciadas en lo más cerrado de la noche por Huracán, El Corazón del Cielo.
 
III
 
Cuando comenzó a clarear los cuatro hombres habían logrado reponer sus fuerzas y calmar sus espíritus. Conferenciaban para saber como defender sus vidas frente a eventuales peligros. La plena claridad los halló discutiendo para saber quien exploraría los alrededores, y quien haría guardia durante la construcción del campamento. Antes de que el sol llegara a la mitad del cielo, ya estaban ocupados en procurarse que comer.
 
En un extremo de la playa, al lado de un pantano donde los árboles comienzan, hicieron un hoyo de más o menos un brazo de profundidad. En el fondo del hoyo colocaron piedras para hacer un fuego. Cuando el fuego se extinguió, envolvieron en unas grandes hojas, legumbres, cangrejos y pequeños pescados que habían atrapado en los charcos de agua que deja el mar entre las piedras al retirarse. Cubrieron todo cuidadosamente con otras hojas, unas ramitas y más tierra, para hacer de nuevo un fuego encima.
 
Mientras todo estaba listo, comieron conchas que habían sacado del pantano donde comenzaba una bahía, y unos frutos pequeñitos de color rojo que habían visto comer a los pájaros. Los probaron, quemaban la lengua, picaban, pero los comieron y los llamaron picante de pajaritos (Chiles Pajaritos). Nubes de mosquitos se hicieron presentes y para alejarlas quemaron la savia de un árbol que habían descubierto en el bosque de los alrededores. Copal quemaron.
 
De nuevo el viejo hablo:
 
“No sabemos que será aquí de nosotros, ni si acaso lograremos regresar. Pero que este relato se guarde para contarlo a la gente de nuestro pueblo o a nuestros descendientes en esta nueva tierra”.
 
“y si un día otros seres venidos de lejanas tierras, con otras creencias y que piensan diferente, cuentan nuestra historia, nuestro origen; que el espíritu de nuestra búsqueda siga presente, que se preserve; aun si las palabras son diferentes, y diferente el entendimiento: Salimos de nuestra tierra en busca del fuego sagrado. Partimos en ruta hacia el que da calor y engendra la vida. El ¡Dador! ¡El Padre Abuelo! Hacia el horizonte donde nace el sol nos dirigimos, hasta que se hizo oír la voz del corazón del cielo: el huracán. Hasta que él, Huracán, nos hizo naufragar y nos trajo a estas tierras.”
 
Después, se pusieron de acuerdo para trazar cuatro líneas imaginarias desde el sitio donde estaban, marcar los cuatro rincones del mundo y repartirse el trabajo. Se dispersaron y al atardecer, los cuatro hombres se reunieron de nuevo, con pequeñas ramas atizaron el fuego y se pusieron a comer.
 
El hombre tomo una vez más la palabra:
 
“!Repito!: Yo el jefe de la expedición y capitán de la nave, que he peleado como un tigre al lado de mis hombres, para salir vivos del mar y de la noche, me llamaré en adelante: Balam Acab, Tigre de la Noche, y los únicos tres hombres de la expedición que sobreviven se llamarán: Caculhá Huracan, Chipi-Caculhá y Raxa-Caculhá.”
 
Los alrededor eran vírgenes, salvajes, el cielo azul lleno de trinos.
 
Una dulce sonrisa, casi de cristal, iluminó el rostro de aquel venerable hombre, venerable maestro, sabio, brujo, chamán o guía espiritual, que se preocupaba de los suyos y de todo cuanto existe. El viejo, de piel curtida por las intemperies y marcada por la vida, entornó la mirada hacia el horizonte, suspiró sonriente y siguió comiendo. Una parte de su misión estaba cumplida: Hallarse en nuevas tierras con su tripulación.
 
El día se iba, lleno de colores, con el canto de pájaros y la música del mar. No era para ellos sino el comienzo...
 
Tan dulce era la sonrisa de Balam Acab, Tigre de la Noche, que cuando nos acordemos de estos hechos y los contemos como él lo quiso, para que la palabra no quede perdida, lo llamaremos Balan Quitzé, el Tigre de la Dulce Sonrisa, y ésta será su historia más reciente y la más vieja, más vieja que el cristianismo, que el judaísmo y que el Islam.
 
Muchas pero muchas lunas después, cuando otros seres venidos de lejanas tierras, con otras creencias, y diferente el entendimiento, llegaron a este lado del mar, apareció una historia similar a la anterior, llamada Popolvuh.
 
https://www.alainet.org/es/articulo/153256
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