Feliz cumpleaños patria querida
Ellas escribieron gran parte de la historia
23/05/2010
- Opinión
Las versiones del poder hegemónico tiene olvidados: los vencidos y las etnias y grupos discriminados. Pero también silencia a las mujeres. Recordemos a algunas que nos hicieron posibles.
Mendoza.- Juana Azurduy no nació en Argentina sino en la Bolivia de 1780, cuando ambos países eran colonias. Nació el mismo año en que Tupac Amaru lanzó su revolución indígena contra el poder español. Azurduy fue líder de los ejércitos populares de la independencia del Alto Perú. Fue nombrada teniente coronel del Ejército Argentino a pedido de Manuel Belgrano. En julio de 2009, la presidenta argentina, Cristina Fernández, la rescató de cierto olvido y la ascendió post mortem a general de nuestro Ejército.
Juana se alzó en armas contra la corona española en el norte argentino, y en tierras bolivianas y peruanas. En su juventud, tras conocer los legados de Tupac Amaru, Micaela Bastidas y Sor Juana Inés de la Cruz, conoció a quien sería su compañero, Manuel Ascencio Padilla, otro ícono de la lucha revolucionaria. La pareja llegó a simbolizar lo popular y lo indio en la gesta emancipadora.
Ambos nacieron en Chuquisaca, sede de la Universidad en la que estudiaron y conocieron a Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo, tres de los más grandes revolucionarios de nuestra historia.
Practicaron la “guerra de guerrillas”, una insurgencia típicamente indígena. La alianza entre criollos, mestizos e indígenas los diferenció de los ejércitos regulares, cuyas excepciones se observan en las acciones de Castelli o Belgrano. Estas coincidencias se hicieron palpables cuando Azurduy se incorporó, en 1810, al ejército de Manuel Belgrano, quien quedó impresionado por su valor y le entregó su propia espada.
En 1816, la región de Villar fue atacada por los realistas. La guerrillera organizó la defensa del territorio. Luego dirigió la ocupación del Cerro de la Plata.
Azurduy también compartió hijos con Padilla. Vio morir en el campo de batalla a cuatro de ellos. También enfrentó la muerte de su marido en manos realistas, quienes exhibieron su cabeza como trofeo. Al año siguiente, 1817, Juana Azurduy se puso al frente de una cuadrilla de cientos de cholos y la recuperó de ese lugar de humillación.
Cuando parió a su quinta hija, a orillas del Río Grande, ya era viuda. La niña Luisa Padilla vivió sus primeros días en los brazos de una madre que seguía peleando. Allí estaba cuando un grupo de suboficiales quisieron robar el tesoro que aseguraba la supervivencia de las tropas revolucionarias. Cuenta la historia que Juana se alzó frente a ellos con su hija aferrada y con la espada que le obsequiara el general Belgrano. Decidida, montó a caballo con la pequeña y se zambulleron en el río. Llegaron con vida a la otra orilla, y pudo continuar en las batallas.
Luego de este episodio, la entonces teniente coronel se dirigió a Salta. Se unió a las filas de Martín Miguel de Güemes, hasta la muerte de éste, en 1821. Ya sin tropas ni el apoyo de Buenos Aires, se reunió con su hija. En la miseria, murió en 1862, a los 82 años.
La guerrillera, quien fuera colmada de elogios por Simón Bolívar y Antonio José de Sucre, fue enterrada en una fosa común. Un siglo después, sus restos fueron trasladados a un mausoleo construido en su honor.
Fueron muchas las mujeres argentinas de la Independencia y del siglo XIX pero quizás haya sido Juana Azurduy una de las más emblemáticas.
Ya en el XX, a quién recordar en primer término sino a Evita; y qué decir sobre ella. Fue pasión, verbo, cuerpo y militancia del movimiento nacional, popular y transformador que tomó las calles aquél 17 de octubre de 1945. Falleció pero vive.
Sobre “la abanderada de lo humildes” es oportuno recordar, entre sus infinitas intervenciones, la siguiente, con profundo sentido de género: “este siglo no pasará a la historia con el nombre de Siglo de la Desintegración Atómica, sino con otro nombre mucho más significativo: el Siglo del Feminismo Victorioso”.
Como testigo libertario de la centuria pasada se encuentra Fanny Edelman. Tiene 99 años y es presidenta del Partido Comunista de Argentina. En 2007 cumplió 70 años de militancia. Nació un año después del Centenario.
Vivió y participó de los mayores acontecimientos del mundo en el siglo XX. Fue voluntaria de las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española y Secretaria de la Federación Internacional Democrática de Mujeres. Formó parte de Socorro Rojo en la década de 1930, organización internacional de solidaridad con los presos políticos y gremiales, y antecedente directo de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre. Es, además, militante de la solidaridad internacional con la Revolución Cubana. Nació en la provincia de Córdoba. Hija de un rumano y una rusa, reconoce que cuando vio el célebre film del cine soviético El acorazado Potemkin, “algo se encendió”.
Sobre Evita una vez dijo: “su condición de clase, su odio a la oligarquía y el hecho de que su familia sufriera tantas humillaciones por parte de una clase que había humillado a los pobres siempre, marcó su vida y su acción (..). Trabajó sobre la conciencia política de una gran masa humana que ingresaba por primera vez al trabajo”.
El golpe militar de 1955 que derrocó al presidente Perón, fue de capital importancia en la lista de intervenciones cívico-militares contra la democracia y los movimientos populares. La última dictadura instaurada en esta línea fue la de 1976, que derrocó a María Estela Martínez de Perón.
El régimen de facto de 1976-1983 se caracterizó por la implementación del terrorismo de Estado a cargo de las Juntas Militares que inauguraran Jorge Rafael Videla, Emilio Massera y Orlando Agosti. El saldo fue el de 30.000 personas detenidas-desparecidas, además de miles de exiliados y presos políticos, junto a la debacle económico-social que terminó de estallar en diciembre de 2001.
En ese escenario, signado por la metodología de la desaparición forzada de personas, surgieron dos sujetos colectivos protagonizados por mujeres. Se trata de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo.
Bajo la bandera de “aparición con vida” primero, y de “juicio y castigo” después, Madres de Plaza de Mayo (MPM) se constituyó en la organización que más fuertemente se opuso al gobierno militar desde 1977.
Emblema de MPM fue Azucena Villaflor, una de las fundadoras de este organismo, quien luego pasó a engrosar la lista de desaparecidos. Hebe de Bonafini fue otra madre que, al igual que la mayoría de ellas, se convirtió en activista política y de derechos humanos tras la pérdida de sus hijos en manos militares. De su boca emergió una frase altamente simbólica: “A nosotras nos parieron nuestros hijos”.
En el prólogo a su libro “La rebelión de las Madres”, Ulises Gorini dice: “las Madres irán creciendo, (…) los Revolucionarios de Mayo de 1810, desde bien abajo, sin ningún poder (…) mostraron lo que puede ser el progreso (…) Al principio tenían un clavo igual que el de Jesús para reconocerse. Después el pañal de sus hijos en la cabeza. Dos símbolos que triunfaron sobre el máuser, el tanque, la caballería, la policía secreta”.
Abuelas de Plaza de Mayo nació en la misma lucha de MPM. Su lucha consistió y consiste en la recuperación de los niños y niñas apropiadas durante la dictadura. Desde su nacimiento, Abuelas se integró a la actividad del movimiento de derechos humanos en general. Pero mantuvo como objetivo fundamental la restitución de la identidad de sus nietos apropiados; ya ha logrado su cometido con 101 jóvenes.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
https://www.alainet.org/es/articulo/141693?language=en
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