Ciencia, civilización y barbarie (III)

15/03/2010
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“Las teorías son redes que lanzamos para apresar aquello que llamamos “el mundo”: para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Y tratamos de que la malla sea cada vez más fina”.
(Karl Popper: La Lógica de la Investigación Científica”: Editorial Tecnos, Madrid, 2001)
 
 
Introducción
 
Sumario retrospectivo:
 
De acuerdo al contenido de los dos artículos anteriores (I y II), se aprecia que en síntesis se asume lo siguiente: a) que desde la perspectiva propia de las ciencias sociales, el diálogo multi e interdisciplinario es un eficaz instrumento heurístico para obtener una mayor ampliación de sus marcos de interpretación analítica o marcos conceptuales; b) que desde la perspectiva del actual “proyecto civilizatorio”, la única manera de evitar la completa caída en la espiral neo-barbárica, es aplicando a la “humanización” del mundo, las ventajas del conocimiento científico y tecnológico; c) que desde la perspectiva propia de los movimientos sociales y políticos que buscan la transformación del mundo (en particular, se mencionó el caso del Foro Social Mundial), se dijo que sus principales debilidades se derivaban de una acentuada dispersión en los siguientes niveles; 1) ideológico; 2) estratégico; 3) programático; 4) organizativo; y 5) movilizativo u operativo.
 
Sumario prospectivo:
 
Todos estos asuntos (elevar el estatus científico de las ciencias sociales, escapar al peligro del neo-barbarismo generalizado y, apuntalar la influencia e importancia de los movimientos sociales progresistas anti-sistémicos), están directa e indirectamente vinculados a un conjunto amplio y complejo de variables heterogéneas, entre las que sobresalen las siguientes; a) la irrenunciable adopción del principio científico de la “causalidad”; b) la indeclinable búsqueda de una visión universal y unificada respecto a la transformación y re-configuración revolucionaria del mundo; c) la inevitabilidad de continuar ignorando los nuevos enfoques epistémicos de algunas ciencias “puras”, como la física teórica y la física experimental; d) la necesidad de invertir nuevas y mayores energías en la revisión y estudio de las principales macro-tendencias; y e) la impostergable urgencia de reconstruir el movimiento mundial de las clases sociales desposeídas.
 
Desarrollo:
 
Comienzo con el primer aspecto (inciso a), relacionado con lo que se denomina “principio de causalidad”, el cual como se sabe, consiste en la afirmación de que todo acontecimiento, cualquiera que sea, puede explicarse causalmente, o sea, que pude deducirse causalmente (Popper, Op. Cit., p. 58).
 
En palabras prestadas a este mismo autor, diremos que; “Se trata de la simple regla de que no abandonaremos la búsqueda de leyes universales y de un sistema teórico coherente, ni cesaremos en nuestros intentos de explicar causalmente todo tipo de acontecimientos que podamos describir. Esta regla guía al investigador científico en su tarea” (Ibíd., p. 59).
 
Por supuesto que ello no debe entenderse como la búsqueda de la descripción e interpretación del mundo como un fin en sí mismo. Al respecto, dos pensadores sociales inevitables establecieron el correcto marco en el cual debemos interpretar esto; Karl Marx, por un lado, quien sostenía con insistencia que lo importante no era interpretar el mundo, sino transformarlo. Lenin, por su parte, insistía en que sin teoría no hay praxis revolucionaria exitosa.
 
Lo anterior me conduce de manera directa hacia el siguiente aspecto (b), relacionado con la “irrenunciable búsqueda de una visión universal (y unificada), respecto a la transformación y reconfiguración revolucionaria del mundo.
 
Si asumimos que el mundo debe (y puede) ser interpretado de acuerdo al “principio de causalidad”, y que la teoría y la praxis deben caminar agarraditas de la mano, la postura relativa a la posibilidad de encontrar una visión universal y consensuada sobre como debería ser transformado y reconfigurado el mundo, resulta ser una exigencia harto complicada pero enteramente comprensible y necesaria, precisamente en momentos como los actuales, en los que la cada vez más generalizada y caprichosa actitud de anteponer los intereses privados a los del bienestar común, nos hunden en una anarquía cada vez más peligrosa.
 
Después de todo, esa es la asunción elemental que subyace detrás del término mismo de “civilización”. Con dicha noción se asume en consecuencia que hemos acordado la existencia (y preeminencia) de un proyecto común, una especie de “contrato civilizacional”, mediante el cual todas las agrupaciones humanas asumimos ciertos compromisos básicos de convivencia.
 
En otras palabras, al parecer ello significa que pese a la naturaleza heterogénea de la realidad (y en verdad que el reino de lo humano es la mejor ilustración de ello), pese a ello, asumimos que es posible adoptar una visión general del mundo (ese fue, después de todo, el acuerdo tácito durante la “Ilustración” y el “Renacimiento”), y en consecuencia, en tiempos de caos, confusión y barbarismo generalizado como los actuales, construir esa visión universal parecería ser la única salvación.
 
Lo anterior me conduce de manera casi natural al siguiente aspecto (c), relativo a la inevitabilidad de continuar ignorando desde las ciencias sociales algunos de los nuevos enfoques epistémicos más revolucionarios de ciencias puras, en particular, los de la física teórica y la física experimental.
 
Ello es así siempre y cuando se asuma que las ciencias sociales han de estar comprometidas con la búsqueda de las mejores alternativas de preservación y desarrollo de la civilización humana (incluyendo su casa, el planeta). Como cité anteriormente, a ese compromiso asumido en el pasado (Edad Media), se le puso incluso nombre, y se conoció como “humanismo”, y desde entonces, quienes se identificaban con sus propósitos se hacía llamar así mismos como “humanistas”, colocando en el centro de aquel “contrato civilizatorio” al denominado “citoyen” (ciudadano), el cual a la postre ha sido expulsado del “viejo contrato” y reemplazado, y ahora se ha puesto en su lugar,  en el contexto del proyecto neo-barbárico, al “consumidor”.
 
Poniéndonos un poco irónicos, diríamos que estamos pues, a las puertas de que pronto se publique la “Declaración Universal de los Derechos del Consumidor”.
 
Este irracional estado de cosas se definió en algunos momentos cruciales del siglo XX, en el curso del devenir histórico y las luchas por imponer un determinado horizonte civilizatorio, marcado por las divisiones de  la humanidad en dos vertientes claramente definidas; la capitalista y la socialista, triunfando a la postre la primera, pero no por ser “la mejor” o la “más justa”, sino sencillamente porque el triunfo del primer proyecto (el socialismo), requería de la humanidad un enorme salto cualitativo de la consciencia colectiva e individual, y eso no ocurrió, ni siquiera entre su máxima dirigencia, que al nomás morir su genio constructor (Lenin), pasó por el pelotón de fusilamiento a los más importantes miembros del Comité Central leales al proyecto del socialismo humanista, comenzando así la asquerosa historia del stalinismo, que en realidad fue lo que realmente se terminó de derrumbar aquel 9 de noviembre de 1989, pero cuyo verdadero fracaso empezó con el descabezamiento ya citado.
 
Y ahora, veintiún años después de tales acontecimientos, lo que tenemos como resultado de ese triunfo del proyecto capitalista, es la materialización de sus máximos postulados, sin ninguna traba, pudor ni rubor.
 
Pese a ello, es común y frecuente escuchar desde las voces de las izquierdas de todo pelaje, que el capitalismo ha fracasado rotundamente. Yo no lo creo. Y alguien más también. Wallerstein nos lo explica de una manera bastante sencilla.
 
Cito textualmente;
 
“Fue el éxito –y no el fracaso- del capitalismo lo que provocó su desaparición. El capitalismo ha funcionado (es decir, ha permitido la acumulación interminable de capital), no porque fuera el ámbito de la libre empresa desenfrenada, del libre comercio desenfrenado y del flujo libre de factores de producción desenfrenado, sino porque en todo momento y hasta la fecha, es un sistema de libre empresa parcial, de libre comercio parcial y de flujo libre parcial de los factores de producción. Son las constantes intromisiones políticas en el mercado, los monopolios y oligopolios dominantes, las restricciones frecuentes en el flujo de los factores de producción (trabajo, mercancías y capital), la existencia constante de trabajo no remunerado –todo esto dentro de un sistema en el cual ninguna máxima autoridad política puede controlar la “anarquía” de la producción (producción para obtener ganancias)-, lo que ha permitido la interminable acumulación de capital y su concentración desproporcionada en unas cuantas manos y en unos pocos centros, es decir, la polarización…”
 
“…De esa manera, el capitalismo deshace sus propios motores económicos y destruye políticamente su “estrato protector” (como insistía Schumpeter de manera tan convincente) (I. Wallerstein: “Impensar las Ciencias Sociales; 1998, pp. 66-67).
 
En otras palabras, el capitalismo ha triunfado rotundamente, pues en la práctica su lógica nunca se ha orientado en función de materializar la democracia (salvo en los cantos de sirena de una supuesta e idílica “democracia capitalista”), y mucho menos, jamás se ha propuesto ni por asomo instaurar la justicia social, sino, por el contrario, se trata específica y claramente (¡que duda cabe!), de obtener a costa de lo que sea la interminable e irrefrenable acumulación y concentración de riqueza.
 
En consecuencia, con estos hechos concretos e irrefutables, se impone entonces la búsqueda una nueva visión universal, de un nuevo consenso del mundo, donde ciertamente no cabe todo el mundo ni tampoco todo el mundo quiere estar, pero en el cual, desde una perspectiva de clase, deberían de estar representados los intereses de los más desafortunados.
 
Dado que el fenómeno del triunfo del capitalismo ha adquirido una dimensión general y universal, sus malestares son igualmente del mismo alcance, y es en esta misma escala en el que debe buscarse un nuevo consenso.
 
Relacionado con esto, quien esto escribe hace algunos años publicaba lo siguiente;
 
Cito textualmente;
 
“El resultado (del triunfo capitalista) ha sido la aparición de una de las paradojas más sobresalientes del capitalismo contemporáneo: su desarrollo casi irrefrenable ha terminado con su propio principio organizador, es decir, el Estado Nacional, tanto en su versión capitalista como socialista.
 
Una segunda paradoja es mucho más abarcante y profunda, y tiene que ver más con el sentido histórico y existencial de la actual civilización humana. El despliegue de un capitalismo sin fronteras geográficas, éticas ni de ningún tipo, ha terminado negando su propio principio generador, es decir, la idea y noción de progreso.
 
Y esta segunda paradoja es mucho más inquietante y perturbadora (por lo que tiene de existencial), sencillamente porque tiene mucho que ver con la actual crisis de identidad que padece el ser humano del siglo XXI, crisis que está íntimamente relacionada con (para decirlo en términos expuestos por una entidad psicoanalítica en un medio escrito), “la ausencia casi total de los tradicionales anclajes en los que se ha sostenido el individuo por mucho tiempo, particularmente, la proyección de futuro…
 
…la gran interrogante en nuestros días podría ser el cómo recobrar el sentido de orientación y de seguridad (en términos de proyecto común e histórico), el sentido civilizacional” (“El malestar en el centro y la periferia capitalista”: S. Barrios Escalante: Revista Publik, agosto, 2005, p. 14).
 
Cito todo esto por la sencilla razón de que la búsqueda y construcción de una nueva visión general y universal como alternativa al actual proyecto civilizatorio, encuentra un gran auxilio, al menos desde la perspectiva teórica y epistémica, en los enfoques holístico e integrales de muchos postulados de la física teórica y experimental, así como también a partir de las propuestas teóricas del Premio Nobel de Química de 1977, Ilya Prigogine (particularmente en lo concerniente a su teoría de las “estructuras disipativas”), y de la teoría Holotrópica de Stanislav Groff, que  dicho en términos muy generales, han remarcado la importancia del empleo de las unidades de análisis de gran escala, de nuevos marcos de análisis y articulación entre lo objetivo-subjetivo, y otros enfoques metodológicos que no son sólo aplicables a los fenómenos de la física y la química…sino también a algunos de los complejos hechos que entran en el campo de estudio del científico social.
 
Y aunque no todos los teóricos de los nuevos paradigmas holístico de las ciencias exactas son partidarios de la idea de poder reducir los fenómenos de la naturaleza (incluyendo los sociales) a unas cuantas leyes de carácter universal (esta es una polémica sobre la que volveré en la parte IV de este escrito), si es importante recordarle al científico social la importancia de sacar provecho del estudio global y holístico de los fenómenos que entran en su competencia, como también es importante recordarle que la visión euclidiana del mundo heredada de Newton es ya un paradigma obsoleto que poco a poco deberá ir abandonando, a menos que desee quedarse atascado en el simple entretenimiento verborraico o en el malabarismo intelectual.
 
Esto me conduce de manera directa al cuarto aspecto central del presente artículo (inciso d), relativo a la “necesidad de invertir mayores energías en la revisión y estudio de las macro-tendencias”.
 
Aquí estamos pisando el terreno de lo que algunos denominan como “meta-historias” o “meta-relatos”. Se trata del estudio a gran escala de vastas porciones geográficas y largos períodos cronológicos de la historia humana, con el fin de descubrir algunas de las principales leyes y tendencias que los han regido (un poco al estilo de lo que ya anteriormente en las ciencias sociales hicieron con gran brillantez Fernand Braudel y, en menor medida, Schumpeter y Kondratief).  
 
A este noble propósito Marx dedicó innumerables años de su existencia, pero no guiado por una mera curiosidad académica o intelectual, sino motivado por una necesidad muy concreta y práctica, que era el poder descubrir las principales leyes generales que rigen el tránsito de un modo de producción a otro (del esclavismo al feudalismo y de este al capitalismo), con el fin de “alumbrar” el camino a seguir en el tránsito hacia un nuevo modo productivo superior (el socialista), con el cual la humanidad, tal y como él afirmaba, pudiera “abandonar la naturaleza pre-histórica de la explotación humana y, finalmente, acceder por vez primera a la historia, a la verdadera historia, es decir, a la humanización real de las relaciones sociales y productivas” .
 
Han transcurrido más de 150 años desde aquel descomunal esfuerzo, y ahora vemos que la profundización y consolidación del triunfo capitalista no ha hecho sino agudizar la urgencia de aquella búsqueda.
 
Al respecto Wallerstein posee una opinión definida.
 
Cito Textualmente;
 
Estamos viviendo en medio de una transición concreta de una clase de sistema-mundo, de un sistema histórico específico a otro. Somos moralmente responsables de dotar las decisiones prácticas contemporáneas de cierta profundidad histórica. Sugiero que para llevar a cabo esto revisemos nuestra meta historia (Ibíd., p. 72).
 
La razón de su llamada se debe en gran medida, al hecho de que Wallerstein considera que, pese a todo, son nuestros meta-relatos (explicaciones comúnmente aceptadas sobre hechos históricos de gran alcance), los que originan nuestros mitos organizativos, la mayoría de ellos aceptados casi a ojos cerrados y repetidos acríticamente generación tras generación.
 
En su opinión, existen al menos tres de estos meta-relatos que merecen revisión, por las distorsiones constantes que proyectan sobre la interpretación del pasado y del presente, y por lo que ello puede afectar la fidelidad de nuestros análisis prospectivos para el futuro cercano.
 
La primera gran distorsión mencionada por él viene del meta-relato relacionado con la estipulación de los estados modernos (“nacionales”), como unidad básica de análisis.  
 
Cito textualmente;
 
“Los elementos del verdadero poder político se encuentran esparcidos en muchos lugares…” (Ibíd., p. 41).
 
Y más adelante, complementa esta idea con lo siguiente;
 
 
“La unidad de análisis (el supuesto escenario de acción social) es incorrecta. Los estados modernos no son los marcos de referencia primordiales dentro de los cuales se ha llevado a cabo el desarrollo histórico” (Ibíd., p. 63).
 
Desde esta perspectiva, es el sistema-mundo capitalista y el sistema inter-estatal que le sirve como “infraestructura o paraguas institucional”, el marco correcto dentro del cual deberían ser analizadas las estructuras sociales y políticas, las coyunturas y los diversos sucesos históricos (Ibíd., p. 64).
 
Desde esta perspectiva “wallersteriana”, habría que revisar la génesis e historia de los estados nacionales latinoamericanos. Por ejemplo, al entrar en esos terrenos muchos autores parten de la tradicional narrativa de los sucesos independentistas, ignorando por completo el importante rol de los centros financieros internacionales, que en no pocos casos estuvieron detrás de las gestas independentistas.
 
Empero, algunos cientistas sociales no han caído en la trampa.  Carmagnani, por ejemplo, en una de sus eruditas obras sobre la historia latinoamericana, al abordar el tema de la génesis de los estados latinoamericanos, y en particular, el de Brasil, nos recuerda que aún no se habían terminado las celebraciones independentistas, cuando ya la banca inglesa estaba reclamando el pago de la deuda incurrida, no menos de 3 millones de libras esterlinas de aquellos tiempos (“América Latina; entre la herencia colonial y la globalización”: S. Barrios Escalante; ensayo inédito).
 
El segundo meta-relato que en la opinión de Wallerstein deberíamos revisar se refiere a los conceptos de “burguesía” y “proletariado”, los cuales, según él, se han querido utilizar como conceptos formales o caracterológicos, y no como lo que son, es decir, conceptos relacionales (Ibíd., p. 64).
 
Al parecer, eso tiene que ver con el hecho de que la historia del surgimiento de ambos “actores sociales” está incompleta, cuando no distorsionada, y tales equívocos se habrían de sostener y reproducir hasta la actualidad, particularmente con los análisis de clase contemporáneos.
 
En el fondo el desacuerdo de Wallerstein al respecto tiene que ver con tendencia a construir “conceptos solidificados”, cuando en realidad la dinamicidad de las múltiples relaciones e interrelaciones sociales y productivas que se producen dentro de un capitalismo cambiante, van ejerciendo mutaciones importantes (y enormes variaciones) en tales roles.
 
Estas tendencias a convertir en “arquetipos fosilizados” a dichos actores sociales se manifiestan incluso en gente muy lúcida dentro de la izquierda. Véase por ejemplo, las declaraciones de Abel Bo (ex –militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores PTR, en la Argentina de los años setenta), en entrevista realizada por Marcelo Colussi y Rodríguez Vélez (Albedrío; 21 enero, 2010).
 
 
Cito textualmente;
 
“Todo esto para abordar el interrogante acerca de si debemos cambiar el “concepto” de clase obrera. Pues no. El nuevo proletariado produce más que antes y además, produce en condiciones de mayor explotación” (A. Bo; entrevista citada).
 
Esto en mi opinión exige un amplio y serio debate. La explotación por supuesto sigue igual, e incluso, peor que antes, pero han variado muchísimo las condiciones en las cuales esta se da. Ahora mismo, en muchas ciudades de América Latina hay un tipo de obrero y campesinado completa y dinámicamente itinerante, y además, en constante mutación situacional, de modo que tenemos que hablar de diversos tipos de obreros y diversos campesinados (por ejemplo, los “obrero-gerentes” de algunas fábricas argentinas bajo auto-gestión y/o los “narco-campesinos” de algunos puntos específicos de la Costa Atlántica de Nicaragua, México y Perú).
 
Son millones de ellos, que en una misma semana (ya no digamos a lo largo del año), realizan actividades tan disímiles que van desde la pequeña agricultura rural y semi-rural, hasta actividades de pequeño comercio (lícito e ilícito), pasando por diversas modalidades de actividades en el sector de servicios, receptores de remesas del exterior y otra infinidad de actividades de sobrevivencia.
 
Y lo mismo rige para la llamada “burguesía”, que en realidad no es una, sino múltiples, ocupadas igualmente en una infinita diversidad de actividades y ramas, que van desde las tradicionales ocupaciones en la banca, finanzas, agro-exportación, hasta las más disímiles y poco convencionales, tales como blanqueadores de dinero proveniente del narcotráfico y crimen organizado, como entidades prestadoras de servicios al Estado, ONGs y fundaciones con fachada “filantrópica” y distintos tipos de “lumpen-burguesías”, que fácilmente escapan a las metodologías tradicionales de análisis sociológico.
 
El tercero de estos meta-relatos que de acuerdo con Wallerstein vale la pena revisar tiene que ver con la forma en la que comúnmente se ha explicado el surgimiento del capitalismo, como producto directo del supuesto “derrocamiento” de la aristocracia por parte de la burguesía.
 
Para Wallerstein esta interpretación no tiene asidero. Más bien, lo que sucedió (explica él), es que en realidad fue la aristocracia la que, en medio de la llamada “crisis de los señores feudales”, lejos de ser derrocada se transformó en burguesía (mercantil, financiera, comercial etc.), y en consecuencia, desde esta particular óptica, el verdadero sentido histórico de la Revolución Francesa debe comprenderse, realmente como la primera revuelta anti-capitalista y anti-sistémica.
 
Por ello, aara él, el lema; “Libertad, Igualdad y Fraternidad” es un lema no dirigido en contra del feudalismo sino en contra del capitalismo (Ibíd., p. 87).
 
Por supuesto que la importancia de este “detalle histórico” va mucho más allá de una mera “corrección enciclopédica” o “corrección de texto” para re-enseñarlo mejor en las aulas de secundaria y la universidad.
 
El problema de fondo está en la necesidad de revisar nuestros postulados epistémicos y metodológicos, particularmente, los relativos a la forma en la que hemos venido construyendo y utilizando ciertas categorías socio-económicas, para explicar la dinámicas históricas de la formación de clases y grupos sociales.
 
Ello es de vital importancia y actualidad debido a los nuevos niveles de complejidad que tal análisis de la dinámica de clases ha venido requiriendo, en especial, de parte de unos científicos sociales acostumbrados a pensar bajo ciertas rutinas axiomáticas.
 
Refiriéndose a este problema de los falsos meta-relatos, Wallerstein sostiene lo siguiente;
 
“Supongamos que todo, o mucho de lo que hemos venido diciendo en forma colectiva no es verdadero, no porque nuestra información sea falsa, sino porque los espejos en los que hemos reflejado nuestra información han estado más distorsionados de lo necesario (Ibíd., p. 62).
 
Y siempre en el mismo sentido, añade;
 
“Es nuestra meta historia la que canaliza nuestra formulación de hipótesis que “no se pueden refutar…” (Ibíd., p. 67).
 
A su vez, Wallerstein se apoya en una cita de E. Thompson, extraída de su obra “The Poverty of Theory” (“La Pobreza de la Teoría”), replicando la siguiente frase;
 
“Tenemos que quebrantar las viejas categorías y crear otras nuevas antes de poder “explicar” la evidencia que siempre ha estado frente a nuestros ojos” (Ibíd., p. 63).
 
Lo anterior me conduce hacia el quinto (y último) aspecto central del presente artículo; “la impostergable urgencia de reconstruir el movimiento mundial de las clases desposeídas”.
 
Continuando con la perspectiva de Wallerstein, la crisis estructural del sistema-mundo capitalista arrastra también a los movimientos anti-sistémicos, y de manera concomitante, a lo que él denomina “estructuras analíticas auto-reflexivas del sistema”, es decir, a la ciencia (ha este aspecto de la “ciencia” y su crisis me referiré en detalle en el capítulo IV del presente texto).
 
Por el momento, me conformo con terminar refiriéndome brevemente a algunos de los factores que se aducen, están caracterizando la crisis de los movimientos anti-sistémicos, como un reflejo de la crisis más amplia y general de todo el sistema-mundo capitalista.
 
De acuerdo con Wallerstein, en parte la crisis de los movimientos anti-sistémicos se centra en su incapacidad para transformar “su creciente fortaleza política” en procesos que en realidad pudieran transformar el sistema mundial existente (Op cit, p. 86).
 
En mi modesta opinión, esa supuesta “creciente fortaleza política” de los movimientos anti-sistémicos es muy relativa, no es general ni tampoco permanente, variando de acuerdo a cada lapso o período coyuntural y según la zona geográfica de que se trate y, en dependencia de cada sector social en particular.
 
Pero estoy plenamente de acuerdo con Wallerstein, cuando sostiene que grandes porciones de los movimientos anti-sistémicos se equivocan o auto-engañan al considerar que la lucha crucial se debe mantener en el marco del Estado Nacional, ignorando casi por completo, como él mismo dice, que el poder radica en otra parte, es decir, en el llamado “aparato inter-estatal”, incluyendo en el, por supuesto, a una extensa y variable diversidad de agencias y corporaciones transnacionales, que “navegan” con un perfil público bastante bajo pero con una influencia política bastante alta.
 
Por ello me parece bastante acertada la consideración que al respecto realiza el historiador E. Hobsbawm, cuando sostiene que es necesario reconfigurar el movimiento social mundial clasista, con actores políticos de escala global, internacional (“Revueltas y Rebeldes”: Entrevista realizada a Eric Hobsbawm por el portal La vie des idees, y reproducida por la Revista Sin Permiso, 15/11/09).
 
Adicionalmente, en lo personal visualizo otras dos vertientes de la citada crisis de los movimientos anti-sistémicos, los cuales, para hacer referencia breve, me limito aquí simplemente a enunciar; uno, es lo que podría denominarse como la “masiva deserción ideológica”, acompañada por un profundo “pesimismo cultural” que hoy en día abate a extensos sectores otrora combativos.
 
Esto se relaciona con la pérdida de la transmisión generacional de la ideología revolucionaria de las últimas décadas, que se ha diluido en una especie de “reivindicacionismo temático” (la lucha de cada sector social se transformó en un “tema”, desarticulado de toda concepción estratégica de amplitud clasista e histórica), profundizando todavía más la ya marcada fragmentación de los movimientos sociales anti-sistémicos.
 
El segundo aspecto o vertiente de este problema, por cierto estrechamente relacionado con el anterior, se refiere al abandono de la concepción científica de la política, profundizado a partir del derrumbe de la URSS y la desarticulación del llamado “bloque socialista”.
 
Todo lo que prevalece ahora es un activismo inercial, pragmático y coyuntural, desprovisto de horizonte político definido en términos históricos, y por supuesto, desprovisto del estudio serio, científico y sistemático de la política y la historia, oficio cotidiano que otrora caracterizaba al militante de izquierda cualquiera fuese su pelaje.
 
Al respecto, hablando específicamente de Venezuela, pero en una queja que perfectamente podría hacerse extensiva al resto de América Latina, Sergio Rodríguez G, se pregunta; ¿No hay cuadros o no hay política de cuadros? (ver su artículo; “Venezuela: ¿No hay cuadros o no hay política de cuadros?”: Sergio Rodríguez Gelfenstein: Barómetro Internacional y reproducido por Argenpress; 19 febrero de 2010).
 
 Fin parte III.
 
En parte IV: El divorcio entre Ciencia y filosofía: ¿A quién beneficia?
 
- Sergio Barrios Escalante es Cientista Social e Investigador. Escritor. Su más reciente ensayo socio-antropológico: “Sexualidad y misticismo: las técnicas eróticas de la iluminación”.
https://www.alainet.org/es/articulo/140050
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