Las reglas del juego

27/10/2009
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El derecho a la vida es el fundamento de la defensa del conjunto de los derechos humanos. Sobre este tema no creo que haya disenso porque tampoco creo que exista algo que reúna mayor aprobación. Y sin embargo no hemos logrado ciertamente aún incorporarlo a nuestra vida cotidiana en la que todavía existen claros vestigios de los conceptos que inspiraran al derecho romano en aspectos que siguen constituyendo una pesada herencia.
 
Para los romanos todo extranjero, solo por el hecho de serlo constituía un enemigo al que consideraban legítimo someter, subordinar y eliminar, poniendo de relieve que el poder se ejercía por la fuerza y no por la justicia, consagrando lo que podríamos calificar como el derecho al crimen.
 
Aún hoy en día si bien nos horrorizan las matanzas colectivas, las masacres interétnicas, los bombardeos contra poblaciones indefensas y todo el espanto que producen los interminables conflictos bélicos que asolan permanentemente al mundo, no hemos podido incorporar en nuestras mentes la idea de que, como decía mi preclaro compatriota Juan Bautista Alberdi: “el crimen sea cometido por uno o por mil contra uno o contra mil, siempre es un crimen” Es decir que no cambia en suma su naturaleza esencial y que aunque las guerras se hacen por procuración lo que significa que quienes las deciden se hacen representar en la poco agradable tarea de pelear y de morir, no dejan por eso de ser aquellos los responsables últimos de las muertes, los incendios, los saqueos, los despojos, los verdaderos asesinos y expoliadores de los pueblos que victimizan escudándose en el único derecho que conocen, el de la fuerza.
 
No existen dos morales: una para el que mata, cuando se trata de un crimen individual y otra para el que manda matar masivamente, una para el gobernante y otra para el gobernado. Con el agravante de que el que manda matar agrava su responsabilidad al reclutar compulsivamente a sus soldados mediante el servicio militar obligatorio o recurriendo, más recientemente, a la contratación de mercenarios forzados por la necesidad y la pobreza o por la condición de inmigrantes a que se ven sometidos por esos mismos gobernantes.
 
La guerra tiene que transformarse en un desafío al revés es decir tenemos que cambiar las reglas del juego. En Colonia, Alemania se acaba de inaugurar un monumento a los desertores. Es un principio. Y un reconocimiento al valor de la vida. A nadie se le había ocurrido hasta ahora homenajear a los desertores, a los que se negaron a combatir contra otros seres humanos, a quienes arriesgaron y perdieron sus propias vidas por desobedecer las órdenes de los dueños de ese juego macabro que emprendió el nazifascismo durante la primera mitad del siglo pasado y que se convirtió en lo que conocemos como Segunda Guerra Mundial, Una guerra en que según cuenta Osvaldo Bayer “un total de treinta mil jóvenes desertores, que se negaron a cumplir órdenes que podrían llevar a la muerte de otros, fueron detenidos, veinte mil de ellos terminaron ejecutados, por fusilamiento o por la guillotina y el resto condenado a penas de prisión”. destinatarios hoy en día de tan merecido y alentador homenaje.
 
En algunos países, muy pocos aún, existen ya leyes que aprueban la “Objeción de Conciencia” una de cuyas definiciones es “el derecho subjetivo a resistir los mandatos de la autoridad cuando contradicen los principios emanados del Derecho natural” con el que también coincide el derecho de resistencia a la opresión, proclamado en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano al inicio de la Revolución Francesa.
 
El hombre a diferencia de las demás especies del reino animal no mata por necesidad, algo que podría justificarse en los antropófagos, sino por soberbia, codicia, ambición de poder y de riquezas de los poderosos sin importarles ni reconocer límites a los estragos y a la muerte que siembran entre sus congéneres. La humanidad se jacta de los progresos alcanzados ¿será porque antiguamente combatir con la lanza o la ballesta volvían mucho más lenta la definición de una batalla que la que hoy puede lograrse con un misil en minutos?
 
Por otra parte son esos mismos reyes, emperadores, gobernantes en suma los que a través de la historia y de sus mecenazgos han logrado ser glorificados por sus guerras y sus batallas por los poetas, los pintores, los escultores de sus respectivas épocas, logrando así transmitir de generación en generación una imagen gloriosa del espíritu bélico, de la majestuosidad de sus triunfos que aún seguimos admirando por su valor pictórico en Tintoretto, Rubens, Velázquez, Goya, Gros, entre los más conocidos, en las estatuas ecuestres de nuestras plazas y paseos, igualmente conmemorados por los nombres de batallas que libraron y que ostentan las principales calles de nuestras ciudades.
 
Pero creo que es precisamente en el arte en donde puede verse con mayor claridad el giro copernicano que ha dado la percepción de los grandes creadores frente a la realidad. El Guernica de Picasso marca sin dudas un hito singular en el siglo pasado. Allí ya no se exaltan los triunfos bélicos ni la hidalguía de los héroes individuales sino que se señalan con franco patetismo los estragos de la guerra, la destrucción y el dolor sin límites de los seres humanos que los padecen. Y luego en Latinoamérica son los muralistas mexicanos, Rivera, Orozco, Siqueiros, los ecuatorianos Guayasamín, Egüez, los poetas Neruda, Vallejo, Cardenal y tantos otros que nos traducen con su arte y sus sensibles miradas sobre la tierra, los campesinos, los obreros, las costumbres populares, toda esa dolorosa realidad a cuyo lado hemos pasado largamente indiferentes.
 
La realidad del hombre que despierta a su propia condición de criatura única e irrepetible, en una sociedad en que las grandes mayorías han sido postergadas, despreciadas, sojuzgadas y que sin embargo son las únicas que aún conservan las semillas de esperanza y de futuro que entre todos debemos aprender a cultivar. Dice un gran amigo mío, el sacerdote misionero Eloy Roy que “los pobres de la tierra son los grandes profetas del mundo” porque “llevan en su cuerpo el mundo que debe morir y el mundo que debe nacer” y que son ellos los que hasta hoy han venido soportando el peso del dolor y de la pobreza sin quejarse, sin protestar los que con su grito nos están alertando sobre la catástrofe que se nos avecina, si de una vez por todas no logramos reaccionar.
 
Nuevos instrumentos, nuevas tecnologías se han venido incorporando a las tradicionales formas del arte, la fotografía, los videos, los documentales, Internet, poderosos aliados a través de los cuales podemos globalizar ese despertar cuyo primer estallido se produjo en Seattle a fines del siglo pasado y al que han seguido sin solución de continuidad en todo el planeta numerosos y pacíficos movimientos sociales que ponen de relieve esa enorme necesidad de generar cambios profundos que garanticen la supervivencia humana sobre la faz de la tierra.
 
Con la lucidez que solo pueden procurar las vivencias inmediatas de los problemas, son esos mismos movimientos los que están actuando como protectores y activos defensores del planeta. Son los pueblos que sufren la depredación de sus recursos naturales en carne propia quienes nos están señalando cotidianamente que la minería a cielo abierto es destructiva y contaminante, que los cursos de agua ya no resisten más fertilizantes y pesticidas, que la pesca está desapareciendo, que la deforestación masiva está generando la erosión del suelo, y las consiguientes inundaciones e incontenibles riadas y que en suma la compulsiva explotación y el derroche a que está siendo sometida la madre naturaleza, compromete no solo la vida de las futuras generaciones sino hasta la nuestra propia.
 
Esto implica la necesidad de un cambio profundo y urgente en las reglas del juego a que estamos habituados, lo reitero, si queremos superar el conjunto de crisis que nos cercan. Porque no se trata de una sola crisis o talvez sean en realidad múltiples manifestaciones de una sola y única crisis, cuyo origen es fundamentalmente moral, que afecta a la economía, a la política, a la naturaleza y que se extiende como una mancha de aceite a todos los sectores y a todas las regiones del globo y que de seguir así nadie, ni siquiera los aún poderosos, podrá eludir.
 
Hace muy poco tiempo el sacerdote belga François Houtard, director del CETRI, miembro del Tribunal permanente de los Pueblos y de la Comisión Etica de la Verdad en Colombia convocado por la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York, e invitado a realizar un análisis sobre la situación mundial, subrayaba la urgencia de abordar esos cambios dada la gravedad de los problemas que ha generado el sometimiento de los seres humanos al casi exclusivo objetivo de obtener ganancias para unos pocos y la actual condena a la miseria y a la inminente muerte por inanición que según el último informe de Naciones Unidas, supera por primera vez en la historia los mil millones de hombres, de mujeres y de niños siendo que, según el mismo informe sólo se necesitaría el 0,01% del dinero destinado a resolver la crisis económica internacional para erradicar la crisis alimenticia en el mundo.
 
Planteaba Houtard en dicha oportunidad la urgencia de reformular una utopía del largo plazo que estimule y dinamice la aplicación de medidas concretas que apunten a su vez a: un uso renovable y racional de los recursos naturales, a privilegiar el valor de uso sobre el valor de cambio es decir a la no mercantilización de los elementos básicos, el agua, la salud, la educación, las semillas para la vida y a generalizar los principios de una democracia participativa en la que se respeten todas las filosofías, todas las culturas, todas las religiones y se revitalice el respeto a la Madre Tierra siguiendo el tradicional y sabio concepto de los pueblos autóctonos de nuestra América Latina.
 
Y agregaba “una cosa es clara el nuevo actor histórico portador de proyectos alternativos es hoy plural. Son los obreros, los campesinos sin tierra, los pueblos indígenas, las mujeres primeras víctimas de las privatizaciones, los pobres de las ciudades, los intelectuales vinculados a los movimientos sociales, cuya conciencia de ser actor colectivo, empieza a emerger”
 
Ese nuevo protagonismo constituye la única garantía de paz para el futuro del mundo porque el grito de los excluidos del banquete de la vida es cada vez más estentóreo y día a día será más difícil acallarlo con promesas sistemáticamente incumplidas.
 
Antes que erigir muros, debemos construir puentes desde cada uno de nosotros, debemos transformarnos en militantes de la paz, aprendiendo a resolver nuestras diferencias a través de la negociación, de los acuerdos, del compromiso cotidiano y no por medio de la coacción y la violencia como para dividirnos se nos ha venido inculcando.
 
Y en tal sentido creo que América Latina reúne condiciones excepcionales para lograr un clima apto para la convivencia pacífica: nos une la lengua, nos une la mestización, nos une una historia común con claroscuros compartidos que estamos predispuestos a superar, nos une el clamor de nuestros pueblos originarios, de los afrodescendientes cuya dignidad tan largamente maltratada debemos restituir sin retaceos, nos une el naciente imaginario de un continente sólido, homogéneo y coherente que sea a su vez ejemplo de de justicia, de paz y de concordia para el resto de la humanidad.
 
Avalan esta expectativa las recientes definiciones de la UNASUR en la Cumbre de Bariloche y cuyo texto establece el propósito de "Fortalecer a Suramérica como zona de paz, comprometiéndonos a establecer un mecanismo de confianza mutua en materia de defensa y seguridad, sosteniendo nuestra decisión de abstenernos de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial de otro estado de la UNASUR"
 
Quisiera mencionar aún algunos signos de cambio que creo premonitorios:
 
El ya mencionado homenaje a los desertores en Alemania
El cambio de nombres que evocan personajes bélicos en algunos municipios
La desaparición de los desfiles militares en las fiestas patrias
La eliminación del servicio militar obligatorio.
La sanción de leyes que aprueban la objeción de conciencia
La conmemoración de hechos de represión
El diálogo interreligioso.
La recuperación pacífica por parte de los obreros de fuentes de trabajo
La neo-ruralización en Francia
La enseñanza en las escuelas de la historia (hasta ahora ignorada) del genocidio y dominación del los pueblos originarios y la valorización de sus culturas.
 
Y seguramente otros menos conocidos o que irán apareciendo si mantenemos con Isaías la creencia de que “la paz es el fruto maduro del árbol de la justicia” Un árbol que por lo tanto no podemos dejar de comprometernos a plantar y a cultivar en todos y cada uno de los rincones de la tierra en que habitamos si es que realmente amamos la vida.
 
Y para terminar una pequeña parábola, cuyo autor desconozco y que lleva por título “La mariposa azul” Se cuenta en ella que dos hermanitas muy curiosas agotaban al padre con sus preguntas hasta que un día este resolvió llevarlas a la casa de un sabio para que fuera él quién respondiera a tanta curiosidad. Y en efecto el sabio contestaba con precisión a todas y cada una de las preguntas de las pequeñas hasta que un día una de ellas le sugirió a su hermana: “Vamos a hacer que por fin el sabio se equivoque” y “¿Cómo lo haremos?” Preguntó la otra “Pues mira acabo de cazar una mariposa azul y la tengo en mi mano. Vamos a ir a verle y a preguntarle si la mariposa esta viva o muerta. Si contesta muerta abriré mi mano y la dejaré volar y si contesta viva la apretaré con fuerza y se la mostraré muerta”. Muy contentas ambas con la idea fueron a consultar al sabio quién al oír la pregunta les contestó``sonriendo “Depende de ti, su vida está entre tus manos” Así también nosotros tenemos la vida en nuestras manos todo dependerá de lo que queramos hacer con ella.
 
-          Texto de la presentación de Susana Merino, argentina, en la Cumbre Mundial de la Paz 2009 realizada en Bogota, desde el 1 al 4 de octubre.
 
 
Fuente: Agencia de Noticias Prensa Ecuménica, Montevideo Uruguay
https://www.alainet.org/es/articulo/137328
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