La cultura del celular

05/05/2009
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Es asombrosa la popularidad que han alcanzado, en pocos años, aquellos aparatitos inalámbricos cuya batería cargamos cada día y que guardamos en la bolsa o en un estuche pegado al cincho. Se nos informa que en Guatemala, donde solo 2% de la población tiene acceso a una computadora, se ha vendido un mayor número de teléfonos celulares que el total de habitantes que pueblan nuestro país. ¡Más celulares que gente! Esto todavía no significa que todos los guatemaltecos y guatemaltecas sean dueños de un celular, porque hay quienes tienen dos o más celulares y otros los cambian a menudo, ya que rápido pasan de moda los viejos modelos y a cada rato aparecen nuevos, más atractivos. Pero, podemos decir que los teléfonos celulares o móviles vinculan a un mayor número de personas, como ningún otro aparato, con la esfera electrónica.

Nos cambia el hecho de estar más tiempo “conectados”. La comunicación por teléfono, anteriormente posible a partir de la casa, oficina o teléfono público, ahora se facilita casi en cualquier lugar donde uno se encuentre. La persona se siente más segura: a la hora de una emergencia, puede utilizar su celular para pedir ayuda o información importante. El teléfono móvil puede salvar vidas. Me sirve para que un amigo me explique cómo resolver un problema técnico que me tiene trabado. Puede servir para ubicar a un infante extraviado. Permite coordinar a personas que trabajan a distancia. En lugar de tocar el timbre de la casa, puede uno hacer una breve llamada para que, en el instante mismo de llegar, le abran la puerta.

Además, el celular nos cambia la vida al cambiarnos el paisaje urbano. Aquí nos referimos a las torres que como antenas repetidoras posibilitan la comunicación telefónica pero al mismo tiempo alteran el aspecto arquitectónico de las ciudades. Walter Benjamin ha sido uno de los primeros en señalar cómo el cambio urbanístico revela profundos cambios sociales. Es conocido su estudio de los “pasajes” que en la ciudad de París surgieron durante el siglo XIX. Se trata, un poco al estilo del Pasaje Rubio que conocemos en la ciudad de Guatemala, de un corredor en medio de bloques de casas y otros edificios, con elegantes techos de vidrio, en soportes de hierro. A ambos lados de estos corredores, los peatones pueden encontrar almacenes de lujo y otros establecimientos comerciales como restaurantes y peluquerías. Ofrecen a los “flaneadores”, es decir, a los caminantes que no necesariamente sean compradores sino que dedican largas horas a pasear por la ciudad, sin rumbo fijo y cuyos pasos también los llevan a los “pasajes”, donde pueden explorar el microcosmos, el mundo en pequeño que se encuentra expuesto en las vitrinas. En los pasajes, Benjamin ve el reflejo de una primera fase de la sociedad capitalista, cuando los productos industriales todavía rivalizan con los objetos de arte. Ve en ellos también el reflejo del siglo diecinueve.

Se sabe que para muchos políticos y urbanistas latinoamericanos, París ha funcionado como la ciudad modelo. Imitarla en nuestro continente se veía de refinado gusto. Por eso, no nos extraña que en la ciudad de Guatemala tengamos en la torre del Reformador una copia en miniatura de la Torre Eiffel y en la avenida Reforma una copia, no solo de la arteria del mismo nombre en la ciudad de México sino también de los grandes bulevares que diseñó el barón Haussmann en París en la segunda mitad del siglo XIX.

Según el original método de Benjamin, que busca descifrar la cambiante realidad social en el paisaje urbano que nos rodea, estamos tentados a concluir que las torres repetidoras de la telefonía celular, que como hongos surgen en nuestro medio –no solo en el paisaje urbano sino también en el paisaje pueblerino y rural , revelan la aparición de una sociedad cambiada, la aparición de gente transformada por el celular. Los “pasajes” eran tímidos precursores de los supermercados y gigantescos centros comerciales de hoy, a su vez nuevos complejos arquitectónicos, que nos definen como sociedades de gente que cada vez “flanea” menos pero corre para consumir más.

El celular nos facilita la comunicación. ¡Qué bueno! Pero esta comunicación también puede servir para extorsionar o para monitorear asaltos, a veces desde autores intelectuales que se encuentran en la cárcel, según información periodística. También hemos visto que la comunicación facilitada no siempre es comunicación profunda. Rápidamente se banaliza la comunicación, cuando la llamada por teléfono busca una fácil, aunque nada barata, escapatoria del aburrimiento. Muchos y muchas no se conforman con el “frijolito”, el modelo más sencillo. Optarán, si pueden, por un Blackberry o un IPhone, que te elevan en la jerarquía del prestigio.

Hay quienes se hacen adictos al celular, no solo mediante mensajes de voz, sino también a través de mensajes escritos. Nos sorprendió la información acerca de una joven que enviaba cada día cientos de mensajes escritos por celular y desde su carro, mientras iba manejando. El atractivo del celular trasciende la comunicación telefónica: hay modelos, cada vez más sofisticados, que también posibilitan escuchar música, tomar fotografías, conectarse a internet, ver películas y utilizar el Sistema de Posicionamiento Global (GPS). No tardarán en aparecer versiones que controlen nuestra salud, desplegando nuestra temperatura corporal y presión arterial. Aunque por el celular también nosotros mismos estamos más controlados.

El teléfono móvil, dispositivo de comunicación, paradójicamente puede provocar la incomunicación, por ejemplo, cuando cada uno de los miembros de una familia en su casa, en lugar de intercomunicarse, se dedica a largas conversaciones por celular con sus amistades. Se ha señalado lo superficial como una característica de la sociedad contemporánea: somos parte de una sociedad “líquida”, diría Zygmunt Bauman. Es decir, una sociedad donde predominan las relaciones efímeras, marcada por lo desechable, con una cultura configurada en parte por el teléfono celular. No cometeremos el error de declarar incompatible la comunicación profunda con la comunicación por celular. Pero ciertos usos y abusos de este aparato indudablemente llevan a la superficialidad. Si las tecnologías que usamos determinan y hasta se convierten en nuestra cultura, el celular nos cambia.

Regresando a la idea de Benjamin, a la par de las torres repetidoras, otro cambio fundamental en nuestro paisaje es la presencia, cada día más abrumadora, de los enormes trailers que corren por nuestras calles y carreteras, donde a veces se encargan de entorpecer el tráfico. ¿Qué llevan en sus contenedores? Mercancías, entre las que no faltarán los celulares de último modelo, que tú y yo estaremos tentados de adquirir. Además de cambiar el paisaje, estos trailers lo cambiarán aún más a través de la necesidad de modificar la red vial. Los anillos periféricos en las grandes ciudades son un ejemplo. En Guatemala está anunciado, como uno de los megaproyectos en la lista de prioridades, la construcción de un nuevo periférico, no como el que ya está, que rodea parcialmente la ciudad, sino uno que rodeará toda el área metropolitana: otro cambio social que será visible en la urbanización.

- Juan Vandeveire del Centro de Información CENINF de AVANCSO
https://www.alainet.org/es/articulo/133737
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