Lecciones de una crisis
12/10/2008
- Opinión
Los pesimistas afirman que tenemos capitalismo para siglos. Es posible que esta afirmación sea parcialmente cierta, sin embargo, ello no impide pensar en formas económicas mucho más evolucionadas que regulen los mercados mundiales, atendiendo al medioambiente y a normativas claras en beneficio de las grandes mayorías, todo esto a escala global. La actual crisis financiera es un buen pretexto para reflexionar en torno a los grandes desafíos globales y sacar algunas lecciones útiles.
La primera lección que habría que poner sobre el tapete es que si bien enfrentamos una crisis financiera, esto es, un problema de índole económico, no es menos cierto que dada la complejidad del asunto y sus múltiples implicancias, se trata, al mismo tiempo, de una crisis política, social, ética y cultural a escala planetaria. Poco importa cual sea el foco o “nodo” de la crisis, ésta compromete a un mundo en red. Todo análisis debiera apuntar a una visión global e interdisciplinaria de la crisis. Al igual que el calentamiento global, la crisis del agua o la crisis alimentaria, la crisis financiera en Wall Street nos concierne a todos.
La segunda lección se relaciona con el carácter de los problemas globales. Hasta hoy, la mayoría de las disciplinas piensan los problemas sociales y económicos en los límites de los Estados nacionales. De hecho, el subsidio prometido por la administración Bush se enmarca en esta lógica. La envergadura de los problemas contemporáneos exige, empero, otro tipo de estrategia. Ninguno de los grandes problemas de la actualidad puede ser enfrentado, ni mucho menos resuelto, a escala nacional, así se trate de una super potencia. Para plantear los problemas a escala global se requieren instancias, instituciones y normativas, de escala mundial. A este respecto debemos decir con honestidad que se ha avanzado muy poco. Más bien hemos asistido a un debilitamiento de los foros internacionales, como es el caso de la ONU, institución que ha perdido una parte sustantiva de su legitimidad y de su capacidad política para actuar en el mundo de hoy.
La tercera lección tiene que ver con una desacreditada palabra: ética. La profundidad y alcance de las crisis que enfrentamos nos obligan a revisar los supuestos filosófico – morales sobre los que articulamos la acción política a escala mundial. En su versión más dramática podríamos plantearla como sigue: “En este mundo, nos salvamos todos o no se salva nadie”. Esto significa que no nos sirve de mucho cerrar los ojos y las fronteras, para vivir un desarrollo egoísta y desentendernos de un brote epidémico en una miserable aldea asiática o de la deforestación en la Amazonía o de una hambruna en algún país africano. Tarde o temprano, llegarán las pateras a nuestras costas con su carga de inmigrantes, y con ellos las enfermedades, la pobreza y la muerte. Se requiere una filosofía moral inclusiva y a escala humana. En cada ser humano se juega la humanidad, más allá de su condición étnica, social, económica o cultural, más allá de su nacionalidad o de su credo religioso o ideológico.
Por último, habría que volver a revisar los fundamentos de las formas empresariales, encendiéndolas más bien como un privilegio que la sociedad confía a ciertos “emprendedores”, notables por su iniciativa y capacidad, en un marco ético y normativo de responsabilidad global, para administrar la riqueza de todos. La empresa del futuro debe ser pensada como un dispositivo civilizacional, al servicio de la comunidad. La imagen del empresario ya no puede ser la del sujeto amoral, codicioso y socialmente irresponsable que caracterizó el siglo XX. Puede que los pesimistas tengan razón y debamos vivir, todavía, formas capitalistas por varios siglos, mas ello no significa que sea bueno y deseable asumir su forma más prehistórica y salvaje, como aquella en que estamos en la actualidad.
- Álvaro Cuadra es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales.
La primera lección que habría que poner sobre el tapete es que si bien enfrentamos una crisis financiera, esto es, un problema de índole económico, no es menos cierto que dada la complejidad del asunto y sus múltiples implicancias, se trata, al mismo tiempo, de una crisis política, social, ética y cultural a escala planetaria. Poco importa cual sea el foco o “nodo” de la crisis, ésta compromete a un mundo en red. Todo análisis debiera apuntar a una visión global e interdisciplinaria de la crisis. Al igual que el calentamiento global, la crisis del agua o la crisis alimentaria, la crisis financiera en Wall Street nos concierne a todos.
La segunda lección se relaciona con el carácter de los problemas globales. Hasta hoy, la mayoría de las disciplinas piensan los problemas sociales y económicos en los límites de los Estados nacionales. De hecho, el subsidio prometido por la administración Bush se enmarca en esta lógica. La envergadura de los problemas contemporáneos exige, empero, otro tipo de estrategia. Ninguno de los grandes problemas de la actualidad puede ser enfrentado, ni mucho menos resuelto, a escala nacional, así se trate de una super potencia. Para plantear los problemas a escala global se requieren instancias, instituciones y normativas, de escala mundial. A este respecto debemos decir con honestidad que se ha avanzado muy poco. Más bien hemos asistido a un debilitamiento de los foros internacionales, como es el caso de la ONU, institución que ha perdido una parte sustantiva de su legitimidad y de su capacidad política para actuar en el mundo de hoy.
La tercera lección tiene que ver con una desacreditada palabra: ética. La profundidad y alcance de las crisis que enfrentamos nos obligan a revisar los supuestos filosófico – morales sobre los que articulamos la acción política a escala mundial. En su versión más dramática podríamos plantearla como sigue: “En este mundo, nos salvamos todos o no se salva nadie”. Esto significa que no nos sirve de mucho cerrar los ojos y las fronteras, para vivir un desarrollo egoísta y desentendernos de un brote epidémico en una miserable aldea asiática o de la deforestación en la Amazonía o de una hambruna en algún país africano. Tarde o temprano, llegarán las pateras a nuestras costas con su carga de inmigrantes, y con ellos las enfermedades, la pobreza y la muerte. Se requiere una filosofía moral inclusiva y a escala humana. En cada ser humano se juega la humanidad, más allá de su condición étnica, social, económica o cultural, más allá de su nacionalidad o de su credo religioso o ideológico.
Por último, habría que volver a revisar los fundamentos de las formas empresariales, encendiéndolas más bien como un privilegio que la sociedad confía a ciertos “emprendedores”, notables por su iniciativa y capacidad, en un marco ético y normativo de responsabilidad global, para administrar la riqueza de todos. La empresa del futuro debe ser pensada como un dispositivo civilizacional, al servicio de la comunidad. La imagen del empresario ya no puede ser la del sujeto amoral, codicioso y socialmente irresponsable que caracterizó el siglo XX. Puede que los pesimistas tengan razón y debamos vivir, todavía, formas capitalistas por varios siglos, mas ello no significa que sea bueno y deseable asumir su forma más prehistórica y salvaje, como aquella en que estamos en la actualidad.
- Álvaro Cuadra es Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. ELAP. ARENA PÚBLICA. Plataforma de Opinión. Universidad de Arte y Ciencias Sociales.
https://www.alainet.org/es/articulo/130252
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