Habitat 2006

26/09/2006
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México D.F.

Este año el Programa Hábitat de Naciones Unidas (UN-Habitat) convoca a celebrar el Día Mundial del Hábitat bajo el lema “Las Ciudades, Imanes de Esperanza”. Por su parte, Habitat International Coalition (HIC.) y otras redes internacionales han hecho un llamado a organizar una amplia movilización mundial en contra de los desalojos y desplazamientos forzosos y los procesos crecientes de privatización de la tierra, la vivienda social, el agua y otros servicios básicos.

¿Qué relación se da entre ambas convocatorias y qué debemos esperar este año de las celebraciones del Día Mundial del Hábitat?

En efecto, como lo señala N.U. en su convocatoria, el mundo sufre un proceso acelerado de urbanización, pero hace tiempo que éste dejó de ser un hecho originado en la esperanza de una vida mejor.

La devastación, saqueo, despojo y apropiación de los recursos naturales que realizan las grandes corporaciones transnacionales, la imposición de condiciones mercantiles injustas a los productos rurales a través de los tratados de libre comercio y la desregulación y consecuente reducción de apoyos institucionales a los campesinos, exacerban al límite las condiciones precarias en las que éstos han vivido, haciendo inviable su permanencia en el campo.

Hoy somos testigos del desplazamiento forzoso de millones de indígenas y campesinos pobres que por razones de subsistencia migran, ya no sólo a las ciudades, sino directamente a los países ricos de Europa y Norteamérica. No es un flujo masivo movido por la esperanza, sino una lucha desesperada, con todo en contra, por mantenerse vivos.

Se trata de un fenómeno con nuevas características que está provocando la destrucción de las comunidades rurales con la fuga masiva de sus hombres y mujeres más jóvenes y emprendedores, la destrucción profunda de su cultura y la desintegración de sus familias.

Es un sálvese quien pueda que está dejando fuera del control social tradicional los bienes comunes: la tierra, el agua, la biodiversidad, los recursos minerales, los saberes populares, abriendo camino a su apropiación por las corporaciones transnacionales, hoy dispuestas a quedarse con todo.

¿Será éste el objetivo que está detrás de las políticas derivadas del Consenso de Washington, los tratados de libre comercio y los megaproyectos impulsados por los organismos multilaterales y sus aliados en los gobiernos?

Este desplazamiento masivo, que en algunos países se agrava por conflictos internos y por el crimen organizado, se enfrenta en su camino y en su destino a nuevos impedimentos y dificultades.

Para quienes migran a las ciudades, los barrios segregados y mal servidos de las periferias y los tugurios deteriorados de los centros urbanos son su opción para acceder a un lugar donde vivir. Ahí se enfrentan no sólo al desempleo, el rechazo y la discriminación social, sino a la criminalización de sus esfuerzos para ganarse un ingreso o darse un techo mediante caminos considerados como informales, incluso ilegales, y como amenaza intolerable al buen funcionamiento del mercado.

Quien migra al extranjero debe enfrentarse a múltiples peligros y violaciones de sus derechos humanos: corrupción, asaltos, despojo de sus escasas pertenencias. También a múltiples riesgos que atentan contra su salud, su integridad física y su vida misma.

Hoy, quienes cuestionaron por décadas el muro de Berlín aprueban la construcción de uno de 1,125 kms. para, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, impedir el acceso de ilegales centroamericanos y mexicanos a Estados Unidos. Atrás del muro les espera la persecución, la discriminación y condiciones de vida y de trabajo muy precarias, difíciles e inseguras.

No son éstas, ciertamente, manifestaciones que alienten la esperanza, por lo que quienes desde la sociedad civil atendemos la convocatoria de Naciones Unidas de “recordar al mundo su responsabilidad colectiva por el futuro del hábitat humano” no podemos conformarnos con ver a la ciudad como catalizador de un desarrollo del que son cada vez menos los beneficiarios.

Atacar en profundidad las causas de estos problemas y restituir la esperanza de los pobres del campo y la ciudad pasa necesariamente por cambios que no partirán ciertamente de quienes controlan hoy la economía y las grandes decisiones.

Aunque la situación actual deberá aún tocar fondo antes de que se logre articular un movimiento transformador de alcance mundial, hoy podemos avanzar en una ruta amplia y de búsqueda, coherente con el ideal colectivo de construir un mundo para todos.

Ante todo debemos luchar contra las tendencias regresivas y reduccionistas que conducen a la pérdida de derechos, al olvido del campo, a la individualización de los problemas y de las soluciones, a la focalización en unos cuantos afectados.

El impulso de políticas, leyes y otros instrumentos incluyentes que reconozcan y estimulen la participación positiva y organizada de la población en la planeación, producción y gestión de su hábitat, es parte central de ese proceso.

Debemos y podemos trabajar juntos también contra la aplicación por parte de los Estados, de políticas contradictorias como reconocer el derecho a la vivienda y promover desalojos masivos de población pobre para “embellecer” y “desarrollar” la ciudad, en aras de su competitividad global y el supuesto beneficio de sus habitantes.

Pero no basta sólo con la denuncia y la protesta. Hoy es necesario vincular este trabajo al de la incidencia en políticas públicas y a la propuesta y desarrollo de programas y acciones que, además de resolver necesidades concretas de los pobladores, abran espacio a su organización autónoma y al desarrollo de prácticas autogestionarias transformadoras.

La acción vigorosa contra la discriminación de las mujeres y de sectores vulnerables en el desarrollo de los programas habitacionales y la lucha contra la segregación urbana de los pobres son también campos de trabajo estratégicos en los que podemos y debemos estar comprometidos.

Preocupa muy particularmente la situación de las mujeres, los ancianos y los niños que son dejados atrás, en las áreas rurales, cuando los jefes de familia se ven obligados a dejar sus tierras en busca de un trabajo en el extranjero. Actuar en apoyo a la defensa y realización concreta de sus derechos humanos es tarea impostergable.

La iniciativa de producir y promover una Carta Mundial por el Derecho a la Ciudad, impulsada y asumida por redes civiles y movimientos sociales de muchos países, debe profundizarse y articularse a iniciativas similares que promueven los derechos humanos de los campesinos y los indígenas.

Conmemoremos este Día del Hábitat y los 30 años de la Conferencia Internacional de Vancouver y los de nuestra Coalición, reflexionando críticamente sobre estos temas y avanzando en el fortalecimiento y articulación de nuestros diversos procesos.

Enrique Ortiz Flores es Presidente de Habitat International Coalition (HIC.)

https://www.alainet.org/es/articulo/121163
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