Cumbre del Milenio en la ONU

La sociedad civil ante la Cumbre

18/09/2005
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Como activista de la sociedad civil global, me hago eco de las voces -insistentes y desencantadas- de los movimientos sociales globales, que les dicen a los Jefes de Estado presentes en esta Asamblea General que este mundo tal como está, es éticamente inaceptable, políticamente devastador, económica y ambientalmente insostenible. Que afirman ­tal como señala el Foro Social Mundial- que otros mundos son posibles y que, para lograrlos, es urgente un cambio radical, que coloque a mujeres y hombres en el centro del desarrollo, de una nueva democracia con justicia social, justicia de género y en armonía con el planeta. Que le dicen a esta Asamblea general que ustedes están perdiendo una oportunidad histórica de asumir sus obligaciones y cumplir con sus promesas de lograr un mundo más justo. Que su falta de compromiso con la Misión de Naciones Unidas está impidiendo que sea de nosotras y nosotros, los pueblos, y que los urgentes cambios que el mundo requiere sólo serán posible desmantelando tres fuerzas globales antidemocráticas, injustas y sostenidas por países poderosos y sus aliados: el neoliberalismo, el militarismo y los fundamentalismos de diferente signo. Una vida sin carencias sólo será posible si se confronta el paradigma de desarrollo que prioriza el crecimiento económico sobre los derechos humanos, si se recuperan los aportes de las sociedades civiles y sus movimientos emancipatorios a un nuevo paradigma global; si se reconoce la contribución fundamental que realizan las mujeres a la economía productiva y reproductiva. En un mundo donde la producción de riqueza es enorme y al mismo tiempo la pobreza y exclusión son dramáticamente crecientes, ¡el problema central es la tremenda inequidad en la distribución de la riqueza! Situación legitimada por un orden internacional injusto que favorece a los más poderosos. ¿Dónde están los nuevos instrumentos de rendición de cuentas y de impuestos globales a las corporaciones multinacionales? ¿Dónde está la normatividad internacional que controla la expropiación y usufructo de las riquezas culturales y naturales de los pueblos por los capitales globales? ¿Hasta cuándo la atención de epidemias mortales como el SIDA seguirá a las ganancias de las trasnacionales y el progreso científico de la humanidad seguirá monopolizado por el mercado? ¿Dónde están, finalmente, las propuestas democráticas frente a una deuda indecente e inmoral, pagada ya de muchas formas, y cuya condonación se ha convertido en una herramienta de control y aceptación de los intereses hegemónicos? Esa deuda es éticamente incobrable para la ciudadanía del mundo. Una vida sin miedos no será posible mientras el poder político esté en alianza con el poder económico de las trasnacionales de armamentos. Esta alianza no tiene legitimidad para definir cuándo una situación es "amenaza inminente" o un peligro "latente". Ella misma es amenaza y peligro, porque recurre a la mentira y al unilateralismo arbitrario para imponer sus afanes de guerra permanente. ¡Exigimos no un desarme progresivo ni selectivo, sino un desarme general! Exigimos modificar la lógica de resolución de conflictos, ampliando la mirada a otras causas del temor. Una vida sin temores para millones de mujeres también significa sancionar la violencia ­en lo doméstico, en lo sexual, en los conflictos armados- como una brutal violación de sus derechos humanos. Una vida sin temores se construye confrontando el racismo, reconociendo los derechos y la autonomía de los pueblos indígenas. Se construye afirmando el derecho de movimientos sociales, como el de las mujeres, en aportar a una agenda de paz. Y se construye respetando los acuerdos internacionales, que constituyen una responsabilidad ética global. Gobiernos que se resisten a firmar el Protocolo de Kyoto tienen hoy responsabilidad en el desastre y sufrimiento dejado por el huracán Katrina. Gobiernos que pretenden la impunidad frente a sus crímenes de guerra, resistiéndose a fortalecer la ley internacional, tendrán que rendir cuentas a la historia. La lucha contra el terrorismo no puede hacerse al margen del sistema de derechos humanos. ¿Cómo vivir en libertad en estas condiciones? ¿Qué libertad estamos construyendo cuando sabemos que el hambre está quitando capacidades irrecuperables a las nuevas generaciones? ¿Qué libertad puede haber sin el reconocimiento de los derechos sexuales y los derechos reproductivos de las personas y el derecho a ejercer diferentes formas de sexualidad y amor? Vivir en libertad sólo será posible si los derechos humanos, indivisibles, universales e interdependientes, son colocados al centro de la estructura y las dinámicas de los estados y de Naciones Unida, recuperando en cualquier nueva estructura lo que ha democratizado y ampliado su alcance. Si los estados son seculares, gobernando para toda la ciudadanía y garantizando la no influencia de instituciones religiosas cuya presencia en Naciones Unidas es arbitraria y un obstáculo para el despliegue de los intereses democráticos. Como lo son también los desbalances de poder en el Consejo de Seguridad, que no se resolverán sólo con más o menos miembros, sino con la eliminación del derecho a veto. Naciones Unidas, para cumplir con su misión, debe estar a la altura de los desafíos del nuevo milenio. Naciones Unidas no puede seguir siendo solo de los gobiernos, como lo ha sido en esta Cumbre. Su refundación democrática debe estar abierta a los múltiples aportes de los movimientos sociales y fuerzas democráticas para construir un mundo diferente, sin pobreza ni exclusiones. Naciones Unidas debe recuperar su misión, de ser de nosotros y nosotras los pueblos. ¡O no será! - Virginia Vargas fue vocera de la sociedad civil ante la Cumbre Mundial 2005. Exposición realizada el 16 de setiembre.
https://www.alainet.org/es/articulo/113002
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