Sobre el ejercicio del poder
11/02/2004
- Opinión
El poder no se define, se ejerce. Con una visión
realista podemos distinguir tres formas de ejercicio del
poder.
1. El poder del puño. Es el poder autoritario,
concentrado en una sola mano, cerrada, y por eso mismo,
no participativo y excluyente. Pone bajo censura las
opiniones divergentes, castiga las contestaciones,
desconfía de los ciudadanos, gobierna infundiendo miedo.
La única relación que admite es la adhesión acrítica y el
servilismo. Los regímenes dictatoriales y los
empresarios-coroneles corporifican el poder del puño.
2. El poder de manos abiertas. Es el poder
paternalista. Quien posee el poder lo delega a otros con
la condición de mantener el control y la hegemonía. La
mano abierta es para dar palmaditas en la espalda
facilitando así la adhesión. Las organizaciones
populares y los sindicatos son hasta incentivados con tal
que no tengan proyecto propio y acepten engancharse al
proyecto de los grupos dominantes o del estado
centralizador. Es el poder que ha predominado en Brasil
a lo largo de nuestra historia política.
3. El poder de manos entrelazadas. Es el poder
participativo y solidario, representado por las manos que
se entrelazan para reforzarse entre sí y asumir juntas la
corresponsabilidad social. El proyecto, su
implementación y sus resultados son asumidos por todos.
Las organizaciones son autónomas, pero se relacionan
libremente con otras, en red, para alcanzar objetivos
comunes. Es un poder que sirve a la sociedad en lugar de
servirse de la sociedad para otros fines. Es el poder
pretendido por la democracia. Solamente este poder posee
tenor ético, y sólo a él puede llamársele autoridad. El
poder se usa para potenciar el poder de todos. Es el
poder-servicio, instrumento de las transformaciones
necesarias.
Para imponer límites al demonio que habita el poder (que
siempre quiere más poder) se hacen imprescindibles
algunas medidas sanadoras. Destaco las principales.
Todo poder debe estar sujeto a un control, normalmente
regido por el ordenamiento jurídico, con vistas al bien
común. Debe venir por delegación, es decir, debe pasar
por procedimientos de elección de los dirigentes que
representan a la sociedad. Debe haber división de
poderes, para que uno limite al otro. Debe haber
rotación en los puestos de poder para evitar el nepotismo
y el mandarinismo. El poder debe aceptar la crítica
externa, someterse a un rendimiento de cuentas y a la
evaluación del desempeño de quienes lo ejercen. El poder
vigente debe reconocer y convivir con un contrapoder que
le obliga a ser transparente o a verse sustituido por él.
El poder tiene sus símbolos, pero deben evitarse títulos
que oculten su carácter de delegación y de servicio. El
poder debe ser magnánimo, por eso no hay que ensañarse
sobre quien fue derrotado, sino valorar cada señal
positiva de poder emergente. El poder verdadero es el
que refuerza el poder de la sociedad y así propicia la
participación de todos. Los portadores de poder nunca
deben olvidar el carácter simbólico de su cargo. Los
ciudadanos depositan en él sus ideales de justicia,
equidad e integridad ética. Por eso deben vivir privada
y públicamente los valores que representan para todos.
Cuando no existe esa coherencia, la sociedad se siente
traicionada y engañada.
Quien ambiciona excesivamente el poder es el menos
indicado para ejercerlo. Bien decía san Gregorio Magno,
papa y alcalde de Roma: «Usa sabiamente el poder quien
sabe gestionarlo y al mismo tiempo sabe resistírsele».
* Leonardo Boff. Teólogo.
https://www.alainet.org/es/articulo/109396
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