Acuerdos de Ginebra: una ventana a la paz
04/12/2003
- Opinión
Los Acuerdos de Ginebra, firmados por palestinos e israelíes, son
mejorables pero en líneas generales creo que son también los que más
y mejor se aproximan a una solución política del conflicto,
considerando la relación de fuerzas entre las partes.
A diferencia de la Hoja de Ruta, construida desde la lógica de
preservar por encima de todo la seguridad israelí y diseñada en base
a condiciones que deberían ser cumplidas por parte palestina como
paso previo a los cumplimientos del gobierno de Ariel Sharon, los
Acuerdos de Ginebra abordan de manera simultánea los asuntos que
constituyen el núcleo duro del conflicto y tiene la gran virtud de
situar en primer lugar el fin de la ocupación. La retirada israelí a
las fronteras de 1967; la doble capitalidad de Jerusalén; la
seguridad mutua; la supervisión internacional y el sensible asunto
de los refugiados que podrían volver a territorio palestino pero no
al israelí, conforman un plan que se propone de aplicación rápida a
fin de obtener resultados tangibles y no dar ventajas a los sectores
extremos de las dos comunidades.
Conviene, no obstante, matizar lo que unos y otros han cedido a fin
de lograr un texto que tiene la virtud de ir al fondo de los
problemas.
A la luz de la legalidad internacional quien ha hecho más cesiones,
con diferencia, es la parte palestina dirigida por Yasir Abed Rabbo.
Hay que pensar que la retirada israelí a las fronteras de 1967 no es
una concesión sino el cumplimiento de la resolución 242 de Naciones
Unidas. Lo mismo sucede con la cuestión de Jerusalén, cuya anexión
unilateral por parte israelí fue condenada por las resoluciones 338
y 2851. El reconocimiento de la autodeterminación palestina y su
derecho a un Estado la tenemos en la resolución 3236. Sin embargo,
en el asunto de los millones de refugiados, existe una resolución
del consejo de seguridad, la 194, que reconoce el derecho de retorno
de los refugiados de 1948 y de 1967 y, a pesar de ello, la parte
palestina renuncia a su aplicación. No hay que olvidar que el asunto
de los refugiados es muy sentido entre la población palestina y fue
una de las razones por las que Arafat no firmó en Camp David el
acuerdo que le propuso Barak. Es una concesión palestina asimismo la
proclamación de un Estado sin ejército, lo que afecta sin duda al
concepto de soberanía y a su práctica.
Ahora bien a la luz de los hechos consumados, de la relación de
fuerzas, la parte israelí encabezada por el exministro de Justicia
Yosi Beilín también cede. Lo hace en la medida en que podría elegir
proseguir con la posición actual de potencia colonial en todos sus
extremos. Vemos por consiguiente que hay dos varas de medir o de
tratar el problema. Una se apoya en el derecho y la otra en el
realismo.
Me alegro por el acuerdo, independientemente de su viabilidad. En
primer lugar por su claridad de objetivos, dentro de las luces y
sombras que proyecta cada punto concreto, lo que demuestra que se
pueden discutir todos los problemas del conflicto, incluidos los
denominados tabú, sin condiciones previas. En segundo término porque
rompe la lógica de Sharon que responde a una estrategia de guerra
permanente, apoyándose en la falsa tesis de que con los palestinos
no hay nada que negociar. La orden de atacar la ciudad de Ramallah
el mismo día de la firma de los acuerdos en Ginebra revela bien su
posición contraria a una paz que no sea la de los cementerios. Se
dice que estos Acuerdos de Ginebra complementan la Hoja de Ruta,
pero lo dicen quienes patrocinando esta última han dado su apoyo a
aquéllos; es una forma de hacer un giro y quedar bien. Para mí, sin
embargo, la Hoja de Ruta es un plan muerto. No es casualidad que el
propio Sharon rechace el texto de Ginebra al tiempo que ahora
reivindica la aplicación de la Hoja de Ruta en la que tampoco nunca
ha creído. Es el caso que la Hoja de Ruta adolece del mismo pecado
que el plan de Oslo: deja en suspenso las resoluciones de Naciones
Unidas y los problemas de fondo son objeto de disputa. En cambio los
Acuerdos de Ginebra asumen los puntos sensibles del conflicto y dan
a cada uno de ellos una solución viable. La Hoja de Ruta deja a la
relación de fuerzas la negociación de las fronteras y el tamaño de
un futuro estado palestino; los Acuerdos de Ginebra señalan el 95%
de la actual Cisjordania para los palestinos siendo el resto objeto
de trueque con el fin de resolver la situación fronteriza de algunos
asentamientos de colonos judíos.
De todos modos parece obvio que en la sociedad palestina hay una
diversidad de opiniones sobre este acuerdo de Ginebra, como en
Israel. Particularmente respeto los diferentes punto de vista
palestinos. Es tan dolorosa la renuncia al derecho de retorno de
cuatro millones de refugiados que ningún analista foráneo puede
desconsiderar que finalmente corresponde al pueblo palestino tomar
una posición final. Se trata de un asunto interno que la ciudadanía,
los movimientos sociales y los grupos políticos, deberán discutir.
En todo caso me parece razonable agotar las posibilidades de este
acuerdo que tiene la virtud de ser una iniciativa surgida desde las
dos comunidades implicadas, no dejando en manos de Estados Unidos el
liderazgo de una posible solución. Al mismo tiempo esta iniciativa
da una oportunidad a Europa. Suscrita en Ginebra, no por casualidad,
constituye un llamamiento al compromiso y a la organización europea
de una estrategia orientada a debilitar la posición de Ariel Sharon
quien desde el alarde de la fuerza se niega a dar una oportunidad a
la paz.
* Iosu Perales. PTM-Mundu bat.
https://www.alainet.org/es/articulo/108909
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